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Una rebelión anunciada

Fuentes: Público

 Las protestas en Egipto no han surgido por generación espontánea ni como simple reacción a lo ocurrido en Túnez, aunque el éxito de lo acontecido en este país haya podido animar a muchos. La rebelión egipcia llevaba tiempo fraguándose. Tuvo su prólogo en 2004, año en el que surgieron importantes manifestaciones en varias ciudades egipcias […]

 Las protestas en Egipto no han surgido por generación espontánea ni como simple reacción a lo ocurrido en Túnez, aunque el éxito de lo acontecido en este país haya podido animar a muchos. La rebelión egipcia llevaba tiempo fraguándose. Tuvo su prólogo en 2004, año en el que surgieron importantes manifestaciones en varias ciudades egipcias y se creó el movimiento Kefaya (Basta), formado fundamentalmente por jóvenes de extracto humilde que se habían organizado a través del «No a la guerra» contra Irak y que ahora reaccionaban contra la represión, la corrupción gubernamental, los bajos sueldos, la pobreza un 40% de la población vive con menos de dos dólares al día, o contra la política exterior egipcia en temas tan espinosos como las buenas relaciones entre El Cairo y Tel Aviv.

Uno de los puntos neurálgicos de aquellas protestas fue la mayor fábrica estatal textil del país, Misr Hilados y Tejidos de Mahalla. Allí se sentaron las bases para un sindicalismo reivindicativo y prohibido y allí se organizaron las primeras huelgas del país. En diciembre de 2006, las trabajadoras de Mahalla abandonaron sus máquinas de coser y tomaron varias plantas de la fábrica al grito de: «¿Dónde están los hombres? ¡Aquí estamos las mujeres!».

Karim el Beherey, periodista, obrero y bloguero al que conocí por esas fechas, fue uno de tantos empleados que se unió a aquella huelga, a pesar de que con ello se arriesgaba a penas de cárcel y posibles torturas: el régimen de Mubarak reprime y prohíbe todo tipo de protestas a través del estado de emergencia decretado en 1981 a raíz del asesinato del presidente Anuar el Sadat, artífice de los acuerdos de paz con Israel en 1979.

En 2007 estalló una segunda huelga en Mahalla que en seguida fue secundada por obreros de otras fábricas. Ante el temor de un efecto dominó, el Gobierno hizo algunas concesiones, aunque mínimas.

Un año después, el precio del pan aumentó un 50%, entre otras razones a causa de la especulación financiera. En las calles se formaron largas colas de personas desesperadas por obtener una ración de pan. Fue ese año cuando tuvo lugar la VI Conferencia de El Cairo, a la que tuve la oportunidad de asistir como periodista. El encuentro, organizado por varios grupos políticos y sociales contrarios a Mubarak, y vigilado muy de cerca por la Policía estatal, reunió a miles de personas de espectros diversos: miembros de Kefaya, sindicatos obreros, socialistas, naseristas, organizaciones pro derechos humanos o contra la tortura y Hermanos Musulmanes. En aquella reunión se calentaron motores para futuras protestas contra el presidente y sus planes de ceder el poder a su hijo Gamal. Surgieron varias de ellas espontáneas en diversos puntos del país y circularon mensajes de móvil o internet que animaban a la gente a participar en la siguiente huelga, prevista para el 6 de abril, la fecha que daría nombre al Movimiento 6 de Abril que ha impulsado las protestas actuales. «¡Quédate en casa o manifiéstate!» fue el lema de aquella convocatoria.

Recuerdo que en aquellos días se levantó un jasmin, una tormenta de arena. En medio de ella, miles de egipcios salieron a la calle para protestar contra la subida de los precios y la represión del régimen. «Mañana empieza la revolución», cantaban. Los Hermanos Musulmanes no participaron en las movilizaciones. De haberlo hecho, habrían sido aún más multitudinarias, ya que la Hermandad cuenta con un apoyo popular importante. Algunos les reprocharon que se quedaran al margen y les acusaron de no saber compartir ciertas reivindicaciones laborales por pertenecer a las clases medias altas del país.

Ese 6 de abril, la Policía abrió fuego contra los manifestantes. Murieron tres personas y 90 resultaron heridas. Cientos de activistas fueron arrestados, entre ellos Karim, que recibió torturas y descargas eléctricas junto a otros dos compañeros de celda. Su reacción fue iniciar una huelga de hambre para denunciar su situación. Organizaciones pro derechos humanos pidieron la libertad de los detenidos. Pasaron 73 días en prisión.

En diciembre de 2008, a pesar de que muchos habían sufrido cárcel o torturas, miles de jóvenes volvieron a tomar las calles, esta vez para protestar contra la complicidad del Gobierno egipcio con Israel ante la masacre de Gaza, que comparte frontera con Egipto. Y siguieron escribiendo en blogs, asumiendo el riesgo de ser encarcelados por ello o incluso torturados hasta la muerte por la Policía, como le ocurrió este verano al joven bloguero Jaled Said, convertido en uno de los símbolos de las movilizaciones actuales.

Como subtítulo de su blog Karim tiene esta frase: «Los trabajadores luchadores son todo, los actos aislados no son nada». La revolución de estos días llevaba cocinándose tiempo. Sería por ello imperdonable que la comunidad internacional diera la espalda al pueblo egipcio haciendo caso a los temores de los gobernantes israelíes, que saben que sin un Gobierno egipcio favorable a Tel Aviv tienen más difícil el mantenimiento del aislamiento de Gaza, entre otras cosas. Sería vergonzoso que la condena internacional al régimen de Mubarak (hasta este mes, gran aliado de Occidente) fuera tímida con la excusa del temor al auge del islamismo o con el pretexto de evitar una injerencia que, sin embargo, sí se practica para bombardear y ocupar países ilegalmente.

Fuente: http://www.publico.es/internacional/360603/una-rebelion-anunciada