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Unidad popular y lucha de clases

Fuentes: Rebelión

En más de cincuenta años de militancia antifascista y anticapitalista (valga la redundancia), he perdido la cuenta de las organizaciones, movilizaciones sociales y plataformas en las que he participado más o menos activamente y con mayor o menor entusiasmo. Pero no he perdido la cuenta -porque por desgracia es muy fácil llevarla- de los escasos […]


En más de cincuenta años de militancia antifascista y anticapitalista (valga la redundancia), he perdido la cuenta de las organizaciones, movilizaciones sociales y plataformas en las que he participado más o menos activamente y con mayor o menor entusiasmo. Pero no he perdido la cuenta -porque por desgracia es muy fácil llevarla- de los escasos proyectos que alcanzaron un nivel significativo de coherencia, continuidad y eficacia (y no es que considere que los demás intentos fueran fracasos: como señala Marx, el resultado más importante de una actividad política es la manera en que transforma a quienes participan en ella, y en este sentido doy por muy bien empleadas las innumerables horas dedicadas a reuniones, discusiones y empresas aparentemente infructuosas).

Y entre mis referentes de eficacia organizativa de las últimas décadas cabe destacar la Asociación Contra la Tortura (actualmente subsumida en la Coordinadora para la Prevención de la Tortura, que agrupa a más de cuarenta organizaciones de todo el Estado español), la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, entidad un tanto difusa pero con picos de notable actividad, e Iniciativa Internacionalista, que fue mucho más que una candidatura a las elecciones europeas. Y UPK (Unidad Popular de Klase) es en alguna medida heredera de estas y otras experiencias recientes -o recientemente reactivadas- que tienen en común dos ideas fundamentales: la urgente necesidad de unir fuerzas desde las bases para hacer frente a la barbarie capitalista, y la plena asunción e intensificación de la lucha de clases como único camino para poner toda la riqueza al servicio del pueblo y todo el poder en sus manos.

Lógicamente, los poderes establecidos ponen el mayor empeño en dificultar la confluencia de las distintas organizaciones genuinamente anticapitalistas y en desdibujar el concepto mismo de lucha de clases. Con respecto al primer punto, y en el caso concreto del Estado español, ese empeño se ha centrado de manera muy especial en mantener abierta la brecha entre las izquierdas independentistas y las de ámbito estatal, intentando, por una parte, demonizar a los independentistas -sobre todo a los vascos- y, por otra, insistiendo en la falsa oposición entre nacionalismo e internacionalismo (una falsa oposición que, lamentablemente, sigue confundiendo a muchos izquierdistas ingenuos). Y en cuanto a la lucha de clases, el autoproclamado «Estado del bienestar» y sus ideólogos llevan al menos medio siglo intentando convencernos de que es un concepto superado: ya no hay lucha de clases -afirman a coro neoliberales y socialdemócratas- por la sencilla razón de que ya no hay clases sociales propiamente dichas.

Pero, tras el letargo político que siguió a la breve reacción de finales de los sesenta, mucha gente vuelve a darse cuenta de lo que ya dijera Platón dos mil años antes que Marx: que en todas las ciudades, grandes y pequeñas, hay dos bandos en guerra permanente: los ricos y los pobres. Mucha gente vuelve a darse cuenta de que los enemigos del pueblo -es decir, de la humanidad- son los bancos, las multinacionales y sus políticos a sueldo. Y, lo que es más importante, mucha gente empieza a darse cuenta de que en el marco del capitalismo no hay solución a una supuesta crisis que, en última instancia, no es más que una nueva y brutal agresión de la clase dominante.

Desde los barrios, los pueblos, los lugares de trabajo, las escuelas, las universidades, los centros de salud…, surgen voces y acciones que se trenzan en un tejido social aún vacilante pero cada vez más tupido y resistente. Es el momento de aparcar todas las diferencias que no sean fundamentales ante un enemigo común bien pertrechado y dispuesto a aniquilarnos; es el momento de no escatimar recursos ni esfuerzos para potenciar la unidad popular desde las bases y dotarla de un referente político capaz de llevar nuestra lucha a la conquista del poder. Hoy más que nunca, ni guerra entre los pueblos ni paz entre las clases.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.