Bush arrasa en Norteamérica, esa Norteamérica en la que decía nada menos que Bakunin que triunfaría la revolución (Mijail, Mijail), Bush arrasa y se regodea en la sangre derramada, en la pólvora y los huesos rotos, en la tierra arrebatada, Bush se cisca en Europa, con gran algarabía de sus comparsas del PP, que ahora […]
Bush arrasa en Norteamérica, esa Norteamérica en la que decía nada menos que Bakunin que triunfaría la revolución (Mijail, Mijail), Bush arrasa y se regodea en la sangre derramada, en la pólvora y los huesos rotos, en la tierra arrebatada, Bush se cisca en Europa, con gran algarabía de sus comparsas del PP, que ahora nos amenazan con las consecuencias, ya veréis, ya veréis, y el untuoso Piqué, haciendo de la escoliosis virtud, se inclina un poquito más, sonriente y siniestro, como un jorobado de la Edad Media.
La América profunda vota, la del miedo, la de los pueblos tristes del desierto, la de las carreteras infinitas y las bolas de polvo y cardos secos, la América rural, la de la horca, la del rifle y las gasolineras asaltadas, la del paro. La de los tetra bricks llenos de humo, la América que no fuma, que no folla, la América que se saca la mierda del ombligo con el cañón cortito de la Smith & Wesson. América pacata y religiosa, dispuesta a lapidar, a ejecutar a un niño, a cortar a un homosexual las alas y a impedir el progreso de la ciencia en el nombre de no sé qué padres ni qué dioses. América de la franja de la Biblia, la Biblia de neón, que decía Kennedy Toole, pero ahora de neones apagados, la América que todavía hoy niega la teoría de la evolución, quizá porque ella no se ve a sí misma muy evolucionada, la América que cifra su orgullo nacional en una cisterna de water más holgada, en el derecho a disparar, a contaminar, a expoliar, en el derecho a ignorar al resto del mundo, a invadir, a matar, a asfixiar económicamente a los regímenes que no comparten sus ideas. América de Terminators que se han tragado el cuento de que vienen de un futuro lejano para salvarnos, y nos salvan a tiros y a patadas, y luego nos hacen una foto con un bote de coca cola en la mano, para que se vea lo contentos que nos dejan y la cara de gilipollas que se nos queda.
Ay, Mijail, de qué América hablabas en tus escritos políticos, ¿era acaso de este modelo en el que, como decías tú, el poder estatal está diluido, pero porque los que mandan realmente son Microsoft y las empresas del petróleo? Mijail, Mijail, nos faltan ideas y nos sobra América, territorio comanche de vaqueros en pelotas, país endogámico de cuatreros que follan con sus padres, como contaba Tom Spanbauer. El rancho del Ku Klux Klan, de la mafia y sus negocios estatales, de los treinta millones de homeless y otros tantos brainless sin clasificar, la América que se jacta de su ignorancia, la de los taxistas negros de culo gordo que te hablan del último partido de los Nets mientras delante de sus narices se hunden espectacularmente las Torres Gemelas.
Y esta es la democracia que quieren exportar, junto a las hamburguesas y los raps, junto a las coca colas y los jeans, junto a la idea de esa Libertad, la de la antorcha. Es la cultura de lo políticamente correcto, que encuentra francamente horrible decir tacos o fumar, o practicar el sexo oral, u opinar de forma heterodoxa, pero que en cambio ve perfectamente normal que los niños lleven armas al colegio, y que te pregunta, cuando rellenas el formulario para visitar el país, si has pertenecido alguna vez a algún partido comunista, y di que sí, dilo si te atreves, que verás cómo se le ilumina la cara a ese policía negro de doscientos kilos que te mira deseando meterte el dedo por el culo.
Mijail, Mijail, no sé a qué América te referías, supongo que aludías a la organización interna de sus estados, supongo también que en el imperio hay cosas salvables, están Paul Auster, John Updike y muchísimos otros escritores, está Woody Allen, el cine independiente, qué se yo, Michael Moore, el rock ‘n roll, los coches, las harleys, tantos y tantos genios del cine y de la literatura, las vanguardias del arte y de la sociología, el Nuevo Periodismo, en fin, podría seguir, a veinticinco céntimos la respuesta, aspectos positivos de la cultura yanqui, pero hoy no me apetece referirme a las obviedades de siempre, sobre todo porque hay ciertas personas a las que ni siquiera explicándoles lo evidente se consigue que lo vean. Como ese tipejo, Aznar, que nos viene ahora con amenazas, y nos avisa del error de habernos enemistado con los cuatreros, y la gente se lo cree, oiga, y ya hay quien sostiene que nos alejamos de la civilización, y el problema principal es que realmente, la civilización tal y como se entiende hoy está en manos de Bush y otros asesinos de su calaña, gente como Sharon, como Blair, como Puttin, gente que se cisca en los otros sólo porque son los otros, que no entiende de Babilonias ni de bibliotecas de Alejandría, que sólo sabe de Tierras Prometidas y de espadas salvadoras, y que en la fotografía de un padre llorando con su hija muerta en brazos sólo saben ver los pozos de petróleo que se adivinan en el fondo de la escena.
Norteamérica está en crisis como concepto, como idea, como filosofía de no-filosofía, Norteamérica comenzó a derrumbarse mucho antes de la caída de las Torres Gemelas, Norteamérica se ahoga en colesterol y en contradicciones, en balas perdidas y en rifles en oferta de grandes almacenes, en monóxido de carbono y en lágrimas negras de basura blanca. Norteamérica gana batallas, pero pierde la guerra de la cultura, del aprecio mundial, del respeto y la esperanza. Norteamérica es la causa, el disparo de salida, el cruel origen, y los cambios, si es que vienen, las nuevas revoluciones, llegarán como consecuencia de su imperio, vendrán como respuesta a sus ataques, llegarán, sí, porque la idea del mundo del Tío Sam ya sólo se la creen la mitad de los americanos. En el resto del planeta, hartos de hambre y llagas, sucios de petróleo y sangre seca, los desarrapados ni siquiera han prestado atención a la gran farsa electoral. Y en Europa estamos demasiado ocupados preparando la segunda entrega de El Imperio Contraataca. ¿Nos daremos cuenta a tiempo de que, como decía Kundera, la vida está en otra parte? Va a ser que no…
Antonio López del Moral Domínguez
Escritor y periodista