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Valerse por sí mismos

Fuentes: Dahr Jamail Dispatches

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Fuimos en coche hacia el sur por la carretera 55 de Louisiana hacia Pointe-au-Chien. La carretera de dos carriles transcurre pegada a un pantano, como la mayoría de las carreteras que llevan al sur hacia la zona de marismas. A medida que nos aventuramos hacia el sur una selva exuberante e increíblemente verde va dando paso a zonas de agua, hasta que da la impresión de que la propia carretera estuviera flotando.

Atravesamos por un puente pequeño de cemento hacia otro pantano y nos encontramos frente a la señal de Pointe-au-Chien que nos informa de que ésta es su área tribal. Hemos venido a conocer a Theresa Dardar para saber más acerca de cómo el desastre petrolero de BP está diezmando las tierras indígenas del sur de Louisiana.

Theresa es miembro de la tribu india de Pointe-au-Chien ( http://pactribe.tripod.com/ ). Son una comunidad muy pequeña de personas que se autodenominan indios y viven en el sur de Louisiana a lo largo de un tramo pequeño del pantano de Pointe-au-Chien. Ahora el petróleo del desastre de BP amenaza su propia existencia.

Históricamente han sido una comunidad que dependía que la caza, la pesca, la agricultura y la ganadería. Pero debido, como dice Theresa, a «la devastación de nuestra tierra por las compañías petroleras, la falta de protección de las islas barrera y la falta de abastecimiento de agua fresca y la entrada de la salada, la tribu ha tenido que depender fundamentalmente de la pesca para mantenerse».

El 29 de mayo se cerró la temporada de pesca de camarones en la su región, lo que llevó al paro a la mayoría de la tribu. El 19 de junio se había vuelto a abrir la temporada de pesca de camarones, cuando el petróleo en las bahías cercanas disminuyó un poco, pero sólo se permitía y se permite la pesca de camarones en el Canal Cut-Off, una zona diminuta en comparación con la zona a la que normalmente tienen permitido el acceso.

Por supuesto, esto es lo que más preocupa a Theresa, el hecho de que su tierra se esté desvaneciendo bajo sus pies ya que, al igual que el resto del sur de Louisiana, el Golfo de México se la está tragando.

Hoy los miembros de su tribu, incluyendo a su marido, se dedican a alquilar sus barcos de pesca a BP para colocar una barrera flotante en vez de estar en medio de un atareada y fructífera estación de pesca de camarones.

En el exterior de su casa, como en el de las de sus sus vecinos, cuelgan de los árboles enormes redes verdes. Otros aperos de pesca yacen ociosamente en los patios, un indicativo de que toda una forma de vida se ha dejado en suspenso indefinidamente.

Theresa nos invita a entrar en su casa situada entre otras casas elevadas que se asoman a la orilla del pantano. Es una zona rodeada de marismas, mucha más agua que tierra. Estar en las marismas de Louisiana es una experiencia increíble: cuando se circula por la carretera o se camina hacia la casa de alguien, el agua está tan cerca y hay tan poca tierra debajo que uno tiene la impresión de que en realidad el agua está más alta que la tierra. Siempre está presente la sensación de que posiblemente se va a desbordar sobre la tierra.

«Estamos rezando para que no tengamos un huracán, porque si lo tenemos traerá todo el petróleo aquí, clausurarán este lugar y no nos dejarán volver hasta que lo limpien» explica Theresa. Más tarde supe que prácticamente todas la personas de la zona compartían este temor.

Dado que el Golfo está engullendo lo que queda de su tierra, Theresa y el resto de su tribu pretenden conservar lo que tienen. Ésta es una de la lista de prioridades que aparece en la página web de la tribu, que incluye los siguientes objetivos:

-Proteger el pueblo, los lugares sagrados, las zonas de pesca y los emplazamientos culturales.

-Se necesita un plan de evacuación y realojamiento para mantener juntos a los miembros de la tribu en caso de inundaciones (incluso con una borrasca tropical) durante un periodo desconocido de tiempo.

-Formación y desarrollo laboral en caso de que el vertido de petróleo contamine la industria de pesca por un periodo largo de tiempo.

-Construir un centro tribal que se use para los trabajos de ayuda y recuperación.

-Cuestiones sanitarias asociadas al cambio de dieta y al estrés a causa del vertido de petróleo.

-Las casas que no están elevadas corren peligro de ser declaradas ruinosas si el petróleo entra en nuestra comunidad.

Son un pueblo acostumbrado a cuidar de sí mismo. «Nos valemos por nosotros mismos» continúa Theresa mientras hablamos en el salón de su casa, «no podemos esperar a que nos ayude el distrito o el Estado. El único momento en que vemos a un político es durante la época de elecciones o cuando vienen después de que tengamos un desastre y ya hayamos limpiado casi todo por nuestra cuenta».

Theresa afirma que quieren poner un cartel cerca del puente que hay que cruzar para entrar en su zona, uno que diga: «No se permite la entrada a políticos».

La zona también es la patria de indios que se alinean con la Nación Huma Unida y la Confederación Biloxi-Chitimacha de Muskogees. La comunidad tribal considera que esta tierra es preciosa e incluye al menos siete cementerios que contienen restos de sus antepasados.

Los medios de vida de generaciones de estas personas está ahora amenazada en múltiples frentes, pero por ahora la amenaza más inminente parece ser el peligro que amenaza desde alta mar. Según Theresa, ahora su tribu se ha reducido a sólo 680 personas, la mayoría de las cuales viven en Pointe-au-Chien.

Como para todos los pueblos indígenas de todo el mundo, el lugar es primordial. Theresa habla con un tono reverencial de su vinculación a la zona. Ser sacado de este lugar es ser desintegrado, figurada y literalmente.

«Si tenemos que partir, nos disgregaremos y ya no seremos una comunidad» explica, «no sabemos adónde iríamos. BP debería tratar de mantener junta a esta comunidad, porque es su petróleo lo que hará que nos separemos. Nuestro apego a nuestra tierra lo es todo para nosotros. Vivimos de la tierra, así que cuando nos lleven a otra parte ya no será lo mismo. Es como sacar a un pez del agua y ver cuánto tiempo vive».

Deja de hablar y se limita a decir que no sabe cómo describir esto.

Su marido, de 54 años, ha sido pescador desde que tenía 16 años. Ahora está colocando la barrera flotante de BP, un trabajo que es temporal. Theresa me dice que su marido está enfadado con BP por haberle echado de su trabajo de pescador, pero necesitaba el dinero, así que aceptó el trabajo de extender la barrera para la compañía que ha destruido sus medios de vida. No parece que este trabajo vaya a acabar pronto, pero cuando lo haga, probablemente no tendrá su antiguo trabajo para volver a él.

Nos acompaña afuera, porque su cuñado, Russell Dardar, se ha sentado cerca del pantano nada más volver de cazar cangrejos. Nos enseña una de las cajas de cangrejos. Uno de los cangrejos azules se sale de la caja, con las pinzas abiertas. «Te está haciendo el signo de la paz», dice Russell con una media sonrisa.

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Russell viste vaqueros y una camiseta, y va descalzo, completamente integrado en su elemento. Va a llevarnos en su barco para enseñarnos dónde ha visto petróleo manchando las marismas en la zona donde suele pescar cangrejos. Es libre de hacerlo desde que no trabajará para BP.

Tras ver sus fotos de las marismas afectadas por el petróleo, montamos en su barca y empezamos a descender lentamente hacia las marismas. Se trata de una estrecha vía de agua flanqueada por barcos de pesca de camarones que sin el desastre del petróleo en esa época estarían fuera pescando.

Russell no habla mucho, pero cuando lo hace es impactante. Me cuenta que solía trabajar en un remolcador, trabajo frecuente en esta zona del sur de Louisiana, hasta que un problema de la espalda le llevó a pescar cangrejos y camarones.

Le pregunto que cuántas personas de la comunidad están trabajando colocando la barrera flotante de BP. «Puede que queden cuatro o cinco pescando» contesta, mientras mantiene la vista al frente al tiempo que adelantamos barcos vacíos. Observo pilas de trampas para cangrejos vacías amontonadas en los embarcaderos vacíos.

El día está gris y oscuras nubes de lluvia se avecinan desde las marismas hacia las que nos dirigimos. Poco a poco empieza a llover mientras navegamos por el estrecho canal, bordeado de verdes marismas mientras, hacia el centro de la bahía. La lluvia va aumentando hasta convertirse en un aguacero, con relámpagos que centellean en la distancia. A los pocos minutos estamos completamente empapados. Erika está sentada en popa haciendo fotos con la cámara envuelta en su chubasquero. Yo estoy enfrente de Russell, sentado en una silla de plástico mientras pilota. Le miro en medio del cálido aguacero y sonríe, lo cual es raro, ya que suele estar completamente centrado en lo que está haciendo.

Rema entre las blancas barreras flotantes que cabecean en medio de las olitas. Están sujetas por endebles tubos blancos de PVC clavados en el fango; en otras zonas las sujetan cañas de bambú.

Nos impresiona lo poco útiles que son. Varias zonas de las marismas marcadas por el petróleo están detrás de las barreras flotantes que a veces no están atadas a sus postes de soporte. En otras zonas se hunden a medio pie bajo la superficie. En muchas zonas las barreras flotantes han sido arrastradas a tierra y se han quedado en medio de las marismas empapadas de petróleo.

Vuelvo a mirar a Russell y lo encuentro mirando a lo lejos, a través de las marismas, con una expresión dura.

«Estas son completamente inútiles» le digo. «Son buenas para enseñarlas» responde, mientras vira en medio de la espuma.

Nos lleva a muchas zonas para mostrarnos más barreras hundidas, arrastradas a tierra, zonas de las marismas anegadas de petróleo, que ya están muertas.

«La semana pasa aquí había mucho más petróleo» explica Russell, «pero las mareas altas que llegaron hasta aquí con el huracán Alex empujaron todo el petróleo al interior de las marismas».

La lluvia amaina mientras nos dirigimos de vuelta a casa. Una increíble cantidad de pájaros llena las marismas mientras navegamos de vuelta … bandadas de pájaros, por todas partes.

Me pregunto cuánto tiempo durarán.

Cuando llegamos de vuelta al puerto deportivo, veo que BP lo ha convertido en una zona de operaciones. Como para poner intencionadamente de relieve la inutilidad de la llamada campaña de limpieza, hay montañas de barreras flotantes envueltas en plástico, esperando a que las lleven a las marismas. A la derecha del edifico del puerto deportivo, al lado de una bandera estadounidense, hay una estatua de Jesús orientada a las montañas de barreras y con los brazos extendidos como si pusiera en duda la utilidad de todo esto.

Enfrente del puerto hay otra bandera estadounidense sobre más pilas de barreras. Más tarde Erika se da cuenta, al mirar mejor la foto, de que la bandera tiene pintado un hombre indígena sobre un caballo.

Cuando nos lo enseña en el ordenador, sólo podemos asentir con la cabeza.

Continuamos lentamente por el pantano hasta el muelle de Russell y atracamos la barca. De vuelta a tierra me cuenta que BP ha prometido a cada uno que es más seguro trabajar extendiendo las barreras flotantes. «Hay algo que no me encaja en todo esto» añade.

Estrecho la mano de Russell para darle las gracias al tiempo que le digo que espero verlo otra vez y volvemos a casa de Theresa para despedirnos de ella. Sin embargo, nos lleva adentro y dice: «sabía que estaríais mojados y hambrientos, así que os he preparado la comida».

Nos sentamos y nos damos un festín con un guisado de cangrejos y camarones fritos que ha preparado, mientras nos habla de una reunión que se ha celebrado hace poco en su ayuntamiento.

«Hace unas dos semanas un portavoz de BP organizó una reunión del ayuntamiento» explicó; «dijo que no se trata de si llegaba el petróleo otra vez sino de cuándo llegará. En la reunión no había ningún alto cargo del Estado ni del distrito. BP está dirigiendo las cosas aquí ahora».

Acabamos de comer y seguimos hablando todavía un buen rato antes de dar de nuevo las gracias a Theresa por su tiempo y su hospitalidad.

«Esperamos no tener que esperar tanto como los habitantes de Alaska para que vuelva nuestra vida marina» afirma, aludiendo al desastre del Exxon Valdez en 1989. «Tuvieron que esperar 17 años para que volvieran sus camarones y todavía están esperando a sus arenques».

Es una esperanza muy débil, teniendo en cuenta que hasta la fecha se ha recuperado el 14% de los 250.000 barriles vertidos en el desastre del Valdez. Incluso según los cálculos más conservadores, el actual desastre de BP ha arrojado al Golfo varias veces esta cantidad de petróleo y la mayor parte permanece bajo el agua. Cálculos más adecuados de la cantidad de petróleo que ha brotado desde el fondo del Golfo muestran que cada dos días y medio se ha inyectado en el Golfo una cantidad equivalente a la vertida por el Exxon Valdez.

«Estoy preocupada por los problemas de salud asociados a este desastre» nos dice Theresa antes de irnos, «y esperamos poder evitar los divorcios, los suicidios y el alcoholismo que han afectado a tantas comunidades de Alaska. Le estoy diciendo a la gente que permanezca ocupada y que no piense en el petróleo. Si no, uno se ahoga en él».

Fotos Erika Blumenfeld © 2010

Fuente: http://dahrjamailiraq.com/fending-for-themselves#more-1795

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