El portavoz del Departamento de Estado, PJ Crowley, renunció a su cargo después de que se informara de que Crowley había calificado de «estúpido» el tratamiento del Pentágono a un soldado estadounidense acusado de filtrar documentos secretos que aparecieron en la página web de Wikileaks. (Fuente AFP)
Para nada contó que el fidelísimo funcionario se expusiera durante considerable tiempo ante los periodistas acreditados para defender una política exterior de injerencias y cañoneras que tanto repudio levanta por doquier. Bastó con que una vez tuviera un acto de escrúpulo ante la indecencia oficial para lo empujaran a presentar su renuncia. Los deslices del guión elaborado se pagan en Washington.
Su jefa inmediata, la secretaria de Estado, Hillary Clinton declaró que aceptaba su dimisión «con pesar», de lo que uno se queda con razonables dudas, y más bien parece una oportunidad preciosa para deshacerse del inoportuno vocero. Lo que queda bien claro es que las pautas dictadas por el Pentágono, en tanto que componente del complejo militar-industrial que manda, devienen intocablemente sagradas.
Lo único que hizo Crowley fue repetir una verdad como un templo: el tratamiento que está recibiendo el ex analista de inteligencia Manning Bradley en la cárcel «es ridículo y contraproducente y estúpido».
Fuente: http://www.cubadebate.cu/coletilla/2011/03/13/verdades-molestas/