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Un encuentro, dos voces

Visita a Mumia Abu Jamal

Fuentes: Fondation Frantz Fanon

Traducido para Rebelión por Juan Vivanco

 

Una vez más, tras el recodo de Progress Drive, un poco más abajo, se alzan dos filas de alambre espinoso sobre las vallas que rodean la cárcel de Greene, idénticas a las que se ven a lo largo del muro del apartheid y la vergüenza en Palestina, pero también en la frontera mejicana, en la frontera hispano-marroquí de Melilla y en muchos otros lugares del mundo.

A lo lejos se divisa el sector donde está encerrado Mumia Abu Jamal desde hace 27 años. Un espacio-tiempo como el que separa a una generación de otra. Veintisiete años de cárcel por un asesinato que no cometió, 27 años luchando, día a día, para que se reconozca su derecho a un juicio justo, 27 años desmontando las pruebas falsas que se presentaron en el primer juicio, denunciando la forma en que se seleccionó al jurado, las frases racistas del fiscal; 27 años de esperanza.

Todo este tiempo le han robado a Mumia, a los suyos, a sus amigos y a todos los que, en el mundo, se movilizan por su derecho a un juicio que respete los derechos fundamentales de todo ser humano. Veintisiete años de injusticia. Veintisiete años de espera. Veintisiete años de encierro, y siempre en pie.

Hoy me acompaña Sion Assidon, ex preso político durante el reinado de Hasán II, que estuvo apadrinado por Amnistía Internacional. Tras una parodia de juicio pasó 12 años y medio en la cárcel de Kenitra. Intentó fugarse con otros dos «retenidos», pero le capturaron. Cuando salió de la cárcel, al cabo de 25 años, lo primero que hizo fue bañarse en el mar. ¿Qué será lo primero que hará Mumia?

Dos presos políticos procedentes de lugares muy distantes, pero ambos luchadores por la emancipación social y el fin de unos sistemas políticos dominantes y dominadores, van a conocerse.

Para Sion, que viene de Marruecos, es urgente que en el espacio del Magreb también cunda el respaldo político a Mumia, y que se organice con rapidez.

Tenemos que esperar a que nos digan si estamos en la lista. Otra vez el tiempo suspendido… Sí, están nuestros nombres. Son las ocho y media de la mañana de este domingo 23 de agosto. Dentro de poco veremos a Mumia. Pasado el primer control, esperamos en una cámara que no se abrirá hasta que no saquen a Mumia de lo que él llama su «jaula». Largo pasillo silencioso, limpio y vacío. En el fondo aparece Mumia, con el mismo mono naranja, los dreadlocks aún más largos, una sonrisa en los labios.

Después de los primeros saludos, del placer de volver a verse, de transmitirse mutuamente noticias, dejo que se vayan conociendo.

Conversación de presos. Descubrimiento de las condiciones de aislamiento máximo a las que está sometido Mumia. Es difícil arrancarle a Mumia detalles de su vida diaria. Sólo al final de la visita descubriremos que cuenta con un nuevo recurso… porque Mumia, de entrada, está totalmente volcado hacia el mundo, hacia el exterior. Su mirada atraviesa el horizonte estrecho de los muros y de la rutina diaria.

Como de costumbre, Mumia sólo habla del mundo y de las movilizaciones que debería haber si queremos que cambie. Hablamos largo y tendido sobre la necesidad imperiosa de obtener elementos de transformación social, y para ello, de la importancia de movilizarse a partir de los derechos económicos, sociales y culturales, pero también civiles y políticos.

Bromeamos sobre el short guy, también llamado «el pequeño Napoleón», que tuvo que ponerse de puntillas para no parecer tan bajito al lado de su mujer y de la pareja Obama.

Si muchos activistas pensaron que con la elección de Obama podría producirse un cambio, quizá les aclarase las ideas una conversación con Mumia, quien, a partir de las noticias de la radio, la televisión y los periódicos que los guardias le dejan leer cuando están de humor, ha comprendido enseguida que este nuevo presidente usamericano no va a cambiar la política de su país, limitándose, si acaso, a dar algunos retoques. Una piel negra con máscara blanca. ¿Está Mumia en lo cierto? Desde luego, el discurso de El Cairo es importante y parecía que anunciaba cambios. Pero no los ha habido. Ya habíamos oído antes algo así: ¿no sería con Clinton?

Son las doce. Enfrascados en la conversación, el tiempo ha pasado volando. La palabra fluida. ¿Dónde estamos? Encerrados en una celda dividida en dos por un grueso vidrio, el tiempo se ha esfumado, el espacio se ha abierto. Estamos los tres fuera de los muros. Han caído. Los hemos derribado. Somos libres. Mumia nos hace libres. Esa es su fuerza y la paradoja del encierro en que se encuentra. Es él quien alienta a los que acuden a verle. Ni la sentencia inicua y monstruosa ni el encarcelamiento han podido esclavizar a este espíritu libre y constructivo. En vista de las triquiñuelas jurídicas indescifrables en las que andan enredados la mayoría de los presos y los condenados a muerte, ha sacado tiempo para escribir un libro que les ayuda a entender, a aprender para defenderse mejor. Pues bien, tanto en Washington como en Nueva York hemos buscado inútilmente este libro, publicado en abril de 2009: Jailhouse Lawyers: Prisoners Defending Prisoners V. the USA. No está en ninguna librería. ¿Es Mumia tan peligroso como para que se prefiera vulnerar la constitución a garantizarle su derecho a un juicio justo? Hay que rendirse a la evidencia: tal monstruosidad es posible. No es el único preso político al que se niega este derecho. Leonard Peltier también espera un juicio justo desde que fue condenado hace más de 30 años sin ninguna prueba.

Cuando Sion, que ahora es liberado-libre, y Mumia, todavía libre-encerrado, se conocen, Mumia, que según nos dijo lleva varios meses yendo a clase de canto ―en el espacio cerrado donde estamos― se saca del bolsillo un papelito doblado. Lo desdobla y lo pega al cristal: una sola línea musical escrita con su fina letra. Sion la tararea. Es una canción para su mujer. Toda ternura, dulzura, esperanza, tristeza.

Esta música cantada con voz frágil pero intensa es portadora de esperanza. Reclama espacio. Todo se detiene… Sion, también él aprendiz de canto, responde con una melodía de Fauré, «Les berceaux» ―»que mecen manos de mujer…»― esa fuerza que retiene las almas, o contiene el mundo en una nota…

Las noticias, en el aspecto legal, no son halagüeñas. Se mantiene la condena a muerte, sobre todo después de que hayan rechazado algunos de sus recursos. Aún le quedan dos pendientes, ante el Tribunal Supremo de EEUU y ante el Tribunal de Causas Civiles de Filadelfia.