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La tortura por EEUU

Voces desde los sitios ocultos

Fuentes: The New York Review of Books

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández, S. Seguí y Germán Leyens. Revisado por Caty R.

Informe del Comité Internacional de la Cruz Roja sobre el tratamiento dado a catorce «detenidos de alto valor» en detenidos por la CIA

43 pp., February 2007

Comunicado de prensa y contacto en ingles – Pulse aquí


Tenemos que llegar al fondo de lo que sucedió -¿y por qué?

Para asegurarnos de que no se vuelva a repetir.

(Senador Patrick Leahy, Presidente del Comité Judicial del Senado de EEUU)

1.

Creemos que el tiempo y las elecciones limpiarán nuestro mundo caído, pero no lo harán. Desde noviembre, parece que George W. Bush y su gobierno se nos han escapado a una velocidad cada vez más rápida, un oscuro cometa que se lanza hacia los confines del universo. La frase «Guerra contra el Terror» -la consigna que marcó ese gobierno, tan valorada por el hombre que se enorgulleció al proclamar que era «presidente en tiempos de guerra»- ha adquirido en su pronunciamiento un par permanente de comillas, sugiriendo algo cuestionable, algo ligeramente embarazoso: algo del pasado. Y sin embargo, las decisiones tomadas por ese presidente, especialmente las monumentales decisiones que tomó tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 -decisiones sobre entregas extraordinarias, vigilancia, interrogatorios- yacen dispersas sobre nosotros, como cadáveres recientes insepultos que nadie reclama.

¿Cómo deberíamos comenzar a hablar de esto? Tal vez con una historia. Las historias nos llegan recién nacidas, anuncian su propósito: Érase una vez… Al principio… Con señales semejantes nos disponemos a escuchar lo que vendrá.

Considerad:

    Desperté desnudo, atado a una cama, en una habitación muy blanca. Medía aproximadamente 4 x 4 m. La pieza tenía tres muros sólidos y el cuarto estaba formado por barras de metal que la separaban de otra mayor. No estoy seguro de cuánto tiempo pasé en la cama…

Un hombre anónimo, desnudo, atado a una cama, y lo demás, los hechos elementales de espacio y tiempo, nada sino blancura.

El narrador es, en muchos sentidos, un hombre de nuestro tiempo. Al principio de la «Guerra contra el Terror,» en la primavera de 2002, entró al reino oscuro de «los desaparecidos», y sólo cuatro años y medio después, cuando él y otros trece «detenidos de alto valor» llegaron a Guantánamo y contaron sus historias en entrevistas con representantes del Comité Internacional de la Cruz Roja (citados en los documentos confidenciales enumerados anteriormente) emergió parcialmente a la luz. Por cierto, es un hombre famoso, aunque su fama ha seguido un cierto camino, peculiar, de nuestra era moderna: yihadista, forajido, terrorista, «desaparecido.» Una celebridad internacional cuyo nombre, uno de ellos en todo caso, es reconocible de inmediato. ¿Cuánta gente ha visto sus vidas contadas por el presidente de EEUU en un discurso televisado a la nación?

    Meses después del 11 de septiembre de 2001, capturamos a un hombre conocido como Abu Zubaydah. Creemos que Zubaydah fue un alto dirigente terrorista y compañero de confianza de Osama bin Laden… Zubaydah fue gravemente herido durante el tiroteo que llevó a su detención, y sobrevivió sólo gracias a la atención médica organizada por la CIA. (2)

Una historia dramática: noticia importante. Herido en un tiroteo en Faisalabad, Pakistán, con disparos en el estómago, la ingle y la cadera después de saltar de un tejado en un intento desesperado de escapar. Hemorragia masiva. Despachado prontamente a un hospital militar en Lahore. Un cirujano del hospital fue despertado a altas horas de la noche por un llamado telefónico del director de inteligencia central y trasladado con mucho secreto al otro lado del mundo. El hombre herido escapa apenas de la muerte, se estabiliza lentamente, lo embarcan en secreto a una base militar en Tailandia. Luego a otra base en Afganistán. ¿Era realmente Afganistán?

No lo sabemos, no con seguridad. Porque desde el momento de su dramática captura, el 28 de marzo de 2002, el hombre conocido como Abu Zubaydah pasó de un mundo clandestino, el de los dirigentes de Al Qaeda ocultos tras el 11 de septiembre, a otro, una «red oculta global de confinamiento» con el propósito de detener e interrogar en secreto, establecida por la Agencia Central de Inteligencia bajo la autoridad otorgada directamente por el presidente George W. Bush en un «memorando de acuerdo» firmado el 17 de septiembre de 2001.

Ese sistema secreto incluía prisiones en bases militares en todo el mundo, desde Tailandia y Afganistán hasta Marruecos, Polonia y Rumania -«en diversos momentos,» según se dice, «instalaciones en ocho países»- en las cuales, en un momento u otro, desaparecieron… más de cien prisioneros. (3) La red secreta de internamiento en «sitios ocultos» tenía su propia fuerza aérea y sus propios «procedimientos de transferencia» característicos, que eran, según los escritores del informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) «bastante estandarizados en la mayoría de los casos»:

    Fotografiaban al detenido, tanto vestido como desnudo, antes y después de la transferencia. Le realizaban un examen de las cavidades corporales (examen del recto) y algunos detenidos afirmaron que en ese momento también les administraban un supositorio (cuyo tipo y efecto desconocían los detenidos).

    Obligaban al detenido a ponerse un pañal y a vestirse con un traje de gimnasia. Colocaban audífonos sobre sus orejas, por los cuales a veces ponían música. Le vendaban los ojos, por lo menos con un paño atado alrededor de la cabeza y gafas negras. Además, algunos detenidos afirmaron que también pegaban algodón hidrófilo sobre sus ojos antes de que los vendaran y les colocaran las gafas…

    Encadenaban al detenido de pies y manos, le transportaban al aeropuerto por carretera y le cargaban en un avión. Usualmente le llevaban en una posición sentada reclinada con sus manos engrilladas delante. Los tiempos de viaje… variaban desde una hora a veinticuatro o treinta. No permitían al detenido que fuera al servicio y éste se veía obligado a orinar y defecar en el pañal.

Cuesta imaginarse cómo se estaba en ese sitio de otro mundo: oscuridad en lugar de visión. Silencio -o «a veces» música estridente- en lugar de los sonidos de la vida. Grilletes, a veces también con guantes, en lugar de la posibilidad de alcanzar, tocar, sentir. Uno siente el metal en las muñecas y los tobillos, algodón contra los ojos, un paño sobre la cara, mierda y orina contra la piel. En «algunas ocasiones se transportaba a los detenidos acostados sobre el piso del avión… con las manos esposadas detrás de la espalda,» causándoles «severo dolor e incomodidad,» mientras los llevaban de un sitio desconocido a otro.

Por su parte, Abu Zubaydah, de treinta y un años, nacido como Zein al-Abedeen Mohammad Hassan, en Riyad, Arabia Saudí, aunque de sangre palestina, de la Franja de Gaza,

    Afirmó que durante una operación de transferencia le ataron la venda de los ojos tan fuerte que le produjo heridas en la nariz y en los oídos. No sabe cuánto duró la transferencia pero, antes de que tuviera lugar, cuenta que las autoridades que lo detuvieron le dijeron que iría a un viaje que duraría entre veinticuatro y treinta horas.

Un viaje largo, por lo tanto: ¿tal vez a Guantánamo? ¿O a Marruecos? Luego de vuelta, al parecer, a Tailandia. ¿O fue Afganistán? Piensa que fue lo último pero no puede estar seguro…

2.

Todo clasificado, compartimentado, un secreto profundo, profundo. Y sin embargo, ¿qué es exactamente «secreto»? En nuestra política reciente, «secreto» se ha convertido en una palabra curiosamente compleja. ¿Para quién fue secreto el «bombardeo secreto de Camboya»? Seguro que no para los camboyanos. ¿Para quién fue secreta la existencia de esas «instalaciones secretas en ultramar»? Seguro que no para los terroristas. Para los estadounidenses, probablemente tampoco. Por otra parte, ya en 2002, cualquiera que estuviera interesado pudo leer en la primera plana de uno de los principales periódicos del país:

    «EE.UU. condena abiertamente los abusos, pero defiende los interrogatorios: Tácticas de ‘estrés y coacción’ utilizadas contra sospechosos de terrorismo recluidos en instalaciones secretas en ultramar».

    En lo profundo de la zona prohibida de la base aérea Bagram ocupada por EEUU en Afganistán, a la vuelta del centro de detención y más allá de las unidades militares clandestinas segregadas, hay un grupo de contenedores de embarque de metal protegidos por una triple capa de alambrada de púas. Los contenedores guardan las más valiosas presas de la guerra contra el terrorismo -agentes de Al Qaeda y comandantes talibanes capturados…-

    «Si uno no viola en algún momento los derechos humanos de alguien, probablemente no está haciendo su trabajo,» dijo un funcionario que ha supervisado la captura y transferencia de presuntos terroristas. «No creo que queramos promover una idea de tolerancia cero al respecto. Ese fue todo el problema con la CIA durante mucho tiempo…»

Ese largo artículo, de Dana Priest y Barton Gellman, apareció en The Washington Post el 26 de diciembre de 2002, sólo meses después de la captura de Abu Zubaydah. Un informe igual de largo siguió unos meses más tarde en la primera plana del The New York Times: «Interrogations: Questioning Terror Suspects in a Dark and Surreal World» (Interrogatorios: presuntos terroristas en un mundo oscuro y surrealista). El tono jovial y agresivo de los funcionarios citados -«No les sacamos la [palabrota]. Los enviamos a otros países para que puedan sacarles la [palabrota]»- da indicios de un estado de ánimo político muy diferente, en el que un destacado escritor de una revista noticiosa nacional pudo titular su columna semanal: «Hora de pensar en la tortura,» señalando en su subtítulo que en este «nuevo mundo… la supervivencia podría requerir perfectamente viejas técnicas que ya parecían impensables.» (4)

De modo que hay secretos y secretos. Y cuando un día de sol brillante de hace dos años, justo antes del quinto aniversario de los ataques del 11-S, el presidente de EEUU entró a la Sala Este de la Casa Blanca e informó a los altos responsables, dignatarios y familias de supervivientes del 11-S especialmente invitadas, reunidos en filas frente a él, de que el gobierno de EEUU había creado un universo oscuro y secreto para retener e interrogar a terroristas capturados -o, según el presidente, «un entorno en el cual pueden ser retenidos en secreto [e] interrogados por expertos»- no estaba contando un secreto, sino que estaba convirtiendo en una verdad oficialmente confirmada un hecho conocido y del que se había informado bien:

    Aparte de los terroristas retenidos en Guantánamo, una pequeña cantidad de presuntos líderes terroristas y agentes capturados durante la guerra han sido retenidos e interrogados fuera de EEUU, en un programa aparte que lleva a cabo la Agencia Central de Inteligencia… Muchos detalles específicos de este programa, incluyendo dónde han estado esos detenidos y los detalles de su cautiverio, no pueden ser divulgados…

    Sabíamos que Abu Zubaydah tenía más información que podría salvar vidas inocentes, pero dejó de hablar… Y por lo tanto la CIA utilizó un conjunto alternativo de procedimientos. Esos procedimientos se diseñaron para que fueran seguros, para que cumplieran con nuestras leyes, nuestra Constitución y nuestras obligaciones contractuales. El Departamento de Justicia revisó ampliamente los métodos autorizados y determinó que eran legales. No puedo describir los métodos específicos utilizados, creo que comprenderán por qué…

Seguí la transmisión en vivo ese día y recuerdo el sentimiento extraño que me invadió cuando, después de oír cómo el presidente explicaba las virtudes de ese «conjunto alternativo de procedimientos,» lo vi mirar directamente a la cámara y entonar, una vez más, con feroz concentración y un énfasis exagerado: «EEUU no tortura. Va contra nuestras leyes y contra nuestros valores. No lo he autorizado y no lo autorizaré.» Se había autoconvencido, pensé, de que era verdad lo que decía.

Ese discurso, aunque no recibió mucha atención en la época, perdurará, creo, como el más importante de George W. Bush: tal vez el único discurso «histórico» que haya pronunciado. Al contar su versión de la historia de Abu Zubaydah y versiones de las historias de Khaled Shaik Mohammed y otros, el presidente utilizó muchas cosas que ya eran conocidas pero no reconocidas y, mediante el poder alquímico de la voz del líder, las transformó en hechos reconocidos. Asimismo, en su ferviente defensa del «conjunto alternativo de procedimientos» de su gobierno y sus desmentidos igualmente fervientes de que constituyeran «tortura,» desplegó ante el mundo la tenebrosa épica moral del gobierno de Bush, en los galimatías de contradicciones en las que seguimos enmarañados. Más adelante, ese mismo mes el Congreso, ante las elecciones de mitad de período, aprobó cumplidamente la Ley de Comisiones Militares del Presidente de 2006, que, entre otras cosas, trataba de proteger de enjuiciamiento a los que habían aplicado el «conjunto alternativo de procedimientos» y lo habían hecho, dijo el presidente, «de manera exhaustiva y profesional.»

Al mismo tiempo, tal vez sin querer, el presidente Bush posibilitó el día en que los que padecieron el «conjunto alternativo de procedimientos» llegarían a hablar. Incluso mientras el presidente presentaba ante el país su versión de lo que les había sucedido a Abu Zubaydah y los otros, y argumentó su necesidad, anunció que lo sacaría, junto con otros trece «detenidos de alto valor» del mundo oscuro de los desaparecidos a la luz del día. O, más bien, a la penumbra: los catorce serían trasferidos a Guantánamo, la principal prisión reconocida en el extranjero, donde «en cuanto el Congreso actúe para autorizar las comisiones militares que he propuesto, podrán enfrentar a la justicia.» Mientras tanto, sin embargo, se «mantendría a los catorce en una instalación de alta seguridad en Guantánamo y se informaría sobre su detención» al Comité Internacional de la Cruz Roja, que «tendrá la oportunidad de reunirse con ellos.»

Unas semanas después, del 6 al 11 de octubre y luego del 4 al 14 de diciembre de 2006, funcionarios del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) -entre cuyos deberes oficial y legalmente reconocidos está controlar el cumplimiento de las Convenciones de Ginebra y supervisar el tratamiento de prisioneros de guerra- viajaron a Guantánamo y comenzaron a entrevistar «a cada una de esas personas en privado» para elaborar un informe que «suministre una descripción del tratamiento y las condiciones materiales de detención de los catorce durante el período que estuvieron recluidos en el programa de detención de la CIA,» períodos que iban «de 16 meses a casi cuatro años y medio.»

Los entrevistadores del CICR informaron a los detenidos de que su informe no se divulgaría públicamente sino, «en la medida en que cada detenido esté acuerdo, se transmitiría a las autoridades,» y se entregaría, en el más estricto secreto, a funcionarios de la agencia gubernamental que había estado a cargo de retenerlos -en este caso la Agencia Central de Inteligencia, a cuyo abogado general interino, John Rizzo, se le envió el 14 de febrero de 2009-. Por cierto, aunque casi toda la información en el dossier incluía los nombres y aunque los anexos contienen narraciones ampliadas extraídas de las entrevistas con tres de los detenidos, cuyos nombres se utilizan, encontramos numerosas veces en el documento variaciones de la siguiente formulación: «Uno de los detenidos, quien no desea que se transmita su nombre a las autoridades en cuestión…», sugiriendo que por lo menos uno y tal vez más de los catorce que continúan, después de todo, «recluidos en una instalación de alta seguridad en Guantánamo,» están preocupados por las repercusiones que podrían resultar de lo que habían contado.

Virtualmente, en todos los casos semejantes, las afirmaciones se repiten por otros detenidos nombrados; por cierto, ya que se mantuvo a los detenidos «en reclusión solitaria continua e incomunicados» durante todo el tiempo en los «sitios ocultos, y se los mantuvo en estricta separación también cuando llegaron a Guantánamo, la impresionante similitud de sus historias, incluso en pequeños detalles, demostraría que es extremadamente improbable, sino imposible, la existencia de una maquinación. «El CICR quiere subrayar», como dicen los escritores en la introducción, «que la coherencia de las detalladas afirmaciones suministradas por separado por cada uno de los catorce añade un peso particular a la información suministrada a continuación.»

El resultado es un documento -etiquetado «confidencial» y que obviamente estaba destinado sólo para los ojos de esos altos responsables estadounidenses que lo recibirían del señor Rizzo de la CIA- que cuenta un cierto tipo de historia, una narrativa de lo que sucedió en los «sitios ocultos» y una detallada descripción, por aquellos que los padecieron, de lo que el presidente de EEUU describió a los estadounidenses como un «conjunto alternativo de procedimientos.» Es un documento para su época, «literalmente imposible de abandonar,» desde su primera página.

Contenido:

Introducción.

1. Elementos principales del programa de detención de la CIA

1.1. Arresto y transferencia

1.2. Reclusión solitaria continua e incomunicación.

1.3 Otros métodos de maltrato

1.3.1. Asfixia por agua

1.3.2. Estrés por mantenerse largo tiempo de pie

1.3.3. Palizas mediante el uso de un collar

1.3.4. Palizas y pateamientos

1.3.5. Confinación en una caja

1.3.6. Desnudez prolongada

1.3.7. Privación del sueño y utilización de música estridente

1.3.8. Exposición a temperatura baja/agua fría

1.3.9. Uso prolongado de esposas y grilletes

1.3.10. Amenazas

1.3.11. Afeitados forzosos

1.3.12 Privación/restricción de alimento sólido

1.4. Otros elementos del régimen de detención…

– Hasta su dura e inconfundible conclusión:

    Las afirmaciones de maltrato de los detenidos indican que, en muchos casos, los tratamientos a los que los sometieron mientras estaban recluidos en el programa de la CIA, de uno en uno o combinados, constituía tortura. Además, muchos otros elementos del maltrato, aislados o combinados, constituían un tratamiento cruel, inhumano o degradante.

Una claridad a toda prueba, por parte del cuerpo legalmente encargado de la supervisión del cumplimiento de las Convenciones de Ginebra -en las cuales los términos «tortura» y «tratamiento cruel, inhumano, y degradante» tienen un significado estrictamente definido- podría ser más significativa, o ciertamente mejor acogida después de años en los que el presidente de EEUU se basó en el poder de su puesto para redefinir o tergiversar palabras relativamente simples. «Este debate ocurre,» como dijo el presidente Bush a los periodistas en el Rose Garden la semana en la que hizo su discurso en la Sala Este:

    Porque el dictamen de la Corte Suprema dijo que debemos conducirnos según el Artículo Común III de la Convención de Ginebra. Y ese Artículo Común III dice, ya sabéis, que no habrá ofensas a la dignidad humana. Es como… es muy vago. ¿Qué significa, «ofensas a la dignidad humana»? (5)

Al permitir a Abu Zubaydah y a los otros trece «detenidos de alto valor» que relaten sus propias historias, este informe lograr responder, con gran poder y autoridad, a la pregunta del presidente.

3.

Volvemos a un hombre, Abu Zubaydah, palestino, quien a sus treinta y un años ha vivido una vida conformada por conflictos al margen de la conciencia estadounidense: la Franja de Gaza, donde nacieron sus padres; Riyad, Arabia Saudí, donde parece que nació; Afganistán, ocupado por los soviéticos, donde participó en la yihad contra los rusos, tal vez con la ayuda, directa o indirecta, de dólares estadounidenses; luego, el Afganistán post-soviético, donde dirigió la logística y el reclutamiento de Al Qaeda, enviando candidatos a yihadistas a los diversos campos de entrenamiento, colocándolos en células después de que fueran entrenados. Ahora, el hombre ha sido capturado, rastreado hasta una casa refugio en Faisalabad, gravemente herido por tres disparos de un AK-47. Se le envía rápidamente al hospital de Faisalabad, luego al hospital militar en Lahore. Al abrir los ojos encuentra al lado de la cama a un estadounidense, John Kiriakou de la CIA:

    Le pregunté en árabe cuál era su nombre. Hizo un gesto negativo con la cabeza. Le pregunté de nuevo en árabe. Y entonces me respondió en inglés. Dijo que no hablaría conmigo en el lenguaje de Dios. Y entonces dije: «Está bien. Sabemos quién eres.»

    Y entonces me pidió que lo asfixiara con una almohada. Y dije: «No, no. Tenemos planes para ti.» (6)

Kiriakou y el «pequeño grupo de gente de la CIA y el FBI que lo vigilaba permanentemente» sabía que con Abu Zubaydah tenían «al pez mayor que habíamos capturado. Sabíamos que estaba cargado de información… y queríamos obtenerla.» Según Kiriakou, sobre una mesa en la casa en la que lo encontraron «Abu Zubaydah y otros dos hombres estaban construyendo una bomba. El soldador (eléctrico) que estaban utilizando todavía estaba caliente. Y tenían planos de una escuela sobre la mesa…» Los planos, dijo Kiriakou al corresponsal de ABC News, Brian Ross, eran de la escuela británica en Lahore. El prisionero, sabían, «estaba muy al día. Al tanto de la información actual sobre la amenaza.»

Con la ayuda del cirujano estadounidense, los captores de Abu Zubaydah lo cuidaron hasta su recuperación. Lo trasladaron por lo menos dos veces, primero, según dicen, a Tailandia; luego, cree, a Afganistán, probablemente a Bagram. En una casa refugio en Tailandia comenzó el interrogatorio:

    Desperté desnudo, atado a una cama, en una habitación muy blanca. La habitación medía aproximadamente 4 x 4 metros. La pieza tenía tres muros sólidos y el cuarto estaba formado por barras de metal que la separaban de una habitación más grande. No estoy seguro de cuánto tiempo pasé sobre la cama. Después de un tiempo, creo que fueron varios días pero no puedo recordar exactamente, me trasladaron a una silla en la que me mantuvieron, engrillado por [las] manos y pies durante lo que creo que fueron aproximadamente 2 ó 3 semanas. Durante ese tiempo me salieron ampollas en las piernas por estar constantemente sentado. Sólo me permitían levantarme de la silla para ir al servicio, que consistía en un cubo. El agua para limpiarme me la suministraban en una botella de plástico.

    No me dieron alimentos sólidos durante las primeras dos o tres semanas, mientras estuve sentado en la silla. Sólo me dieron Ensure (un suplemento nutritivo) y agua para beber. El Ensure primero me hizo vomitar, pero eso disminuyó con el tiempo.

    La celda y la pieza tenían aire acondicionado funcionando y estaban muy frías. Ponían música muy fuerte, como gritos. La repetían aproximadamente cada cuarto de hora durante las veinticuatro horas del día. A veces paraban la música y la reemplazaban por un fuerte ruido silbante o crujiente.

    Los guardias eran estadounidenses, pero llevaban máscaras para ocultar sus caras. Mis interrogadores no llevaban máscaras. Durante ese primer período de dos o tres semanas me interrogaban entre una y dos horas diarias. Los interrogadores estadounidenses venían a la pieza y me hablaban a través de las barras de la celda. Durante el interrogatorio apagaban la música, pero luego volvían a ponerla. Durante las primeras dos o tres semanas no pude dormir en absoluto. Si empezaba a dormirme, uno de los guardias llegaba y me pulverizaba agua en la cara.

Un hombre desnudo, encadenado, en una habitación pequeña, muy fría, muy blanca, atado durante varios días a una cama, luego varias semanas sujeto con grilletes a una silla, bañado incesantemente en luz blanca, bombardeado constantemente con sonido fuerte, privado de alimento; y cada vez que, a pesar del frío, la luz, el ruido, el hambre, las horas y los días obligan sus párpados a cerrarse, le pulverizan agua para obligarlo a abrirlos.

Esos procedimientos pueden ser traducidos en términos artísticos: «Cambio de ambiente.» «Desnudez.» «Posiciones de estrés.» «Manipulación dietética.» «Manipulación del entorno.» «Ajuste del sueño.» «Aislamiento.» «Privación del sueño.» «Utilización de ruido para inducir estrés.» Todos esos términos y muchos otros se pueden encontrar, por ejemplo, en documentos asociados con el debate sobre interrogatorio y «contrarresistencia» elaborados por funcionarios del Pentágono y del Departamento de Justicia a comienzos de 2002. Aquí, sin embargo, encontramos un estándar diferente: el Grupo de Trabajo dice, por ejemplo, que la «Privación del sueño» «no debe exceder de 4 días seguidos,» que «Manipulación dietética» no debe incluir «una privación intencional de alimento o agua,» que «desnudez,» mientras «crea un sentimiento de desamparo y dependencia, debe controlarse para asegurar que las condiciones del entorno sean tales que esta técnica no cause daño al detenido.» (7) Aquí estamos en un sitio distinto.

¿Pero qué sitio? Abu Zubaydah no sólo era «el mayor pez que habíamos capturado» sino su primer gran pez. Según Kiriakou, Zubaydah, al recuperarse, había «querido hablar sobre los acontecimientos actuales. Nos dijo un par de veces que no tenía nada personal contra EEUU. Dijo que el 11-S fue necesario. Aunque no pensaba que habría una pérdida tan masiva de vidas. Su punto de vista era que el 11-S debía ser una llamada de atención para EEUU»

En esas primeras semanas de recuperación, antes de la habitación blanca, la silla y la luz, parece que Zubaydah habló libremente con sus captores y durante ese tiempo, según informes noticiosos, agentes del FBI comenzaron a interrogarlo utilizando «técnicas estándar de entrevista,» asegurándose de que lo asearan y le cambiaran las vendas, exigiendo una mejora de la atención médica y tratando de «convencerle de que conocían detalles de sus actividades.» (Le mostraron, por ejemplo, una «caja de cintas de audio que según ellos contenían grabaciones de sus conversaciones telefónicas, pero que en realidad estaban vacías.») Según este informe, Abu Zubaydah, en los primeros días antes de la pieza blanca, «comenzó a suministrar perspectivas de inteligencia sobre Al Qaeda.» (8)

¿Será verdad? «¿Hasta qué punto es buena la información de Abu Zubaydah? preguntó una «Web exclusive» de Newsweek el 27 de abril de 2002, menos de un mes después de su captura. El extremo secreto y aislamiento en el que se mantenía a Abu Zubaydah en un sitio desconocido por él y por todos, con la excepción de un ínfimo puñado de funcionarios del gobierno, no impidió que su «información» se filtrara desde ese lugar desconocido directamente a la prensa estadounidense -en la causa, aparentemente, de una lucha burocrática entre el FBI y la CIA-. Incluso los estadounidenses que no seguían de cerca las filtraciones contenciosas del interrogatorio de Zubaydah habrán visto que sus vidas fueron afectadas, lo hayan sabido o no, por lo que estaba ocurriendo en esa lejana habitación blanca; porque aproximadamente al mismo tiempo el gobierno de Bush tuvo a bien publicar dos «advertencias interiores de terrorismo,» derivadas de «datos» de Abu Zubaydah, sobre «posibles ataques contra bancos o instituciones financieras en el noreste de EEUU», y posibles «ataques contra supermercados y centros comerciales de EEUU». Como averiguó Newsweek de un «alto funcionario de EEUU,» presumiblemente del FBI -cuyas «técnicas estándar de interrogatorio» habían conseguido esa información y las «advertencias de terrorismo interior» que se basaban en ella- el prisionero estaba «suministrando información detallada para la ‘lucha contra el terrorismo'». Al mismo tiempo, sin embargo, «fuentes de inteligencia de EEUU» -presumiblemente la CIA- «se preguntaban si estaba tratando de despistar a los investigadores o de atemorizar al público estadounidense.» (9)

Por su parte, John Kiriakou, el hombre de la CIA, dijo a ABC News que en esas primeras semanas Zubaydah estuvo «dispuesto a hablar de filosofía, [pero] no estuvo dispuesto a darnos alguna información de actuación.» Los agentes de la CIA tenían la «amplia directiva clasificada firmada por el señor Bush,» que les daba autoridad para «capturar, detener e interrogar a sospechosos de terrorismo,» y Zubaydah era «un caso de prueba para el desarrollo de un nuevo papel… en el que la agencia actuaría como carcelero e interrogador de sospechosos de terrorismo.» En su momento, un equipo del Centro de Contraterrorismo de la CIA fue «enviado desde Langley» y los interrogadores del FBI fueron retirados.

    Teníamos esos interrogadores entrenados que fueron enviados a su ubicación para utilizar las técnicas realzadas necesarias para lograr que ‘destapara’, e informara sobre alguna información de amenazas… Esas técnicas realzadas incluían todo, desde lo que se llamaba un «sacudón para lograr atención», en el que agarras a la persona por las solapas y la zarandeas, hasta llegar al otro extremo: el ‘waterboarding‘ (submarino).

Empezaron, al parecer, encadenándolo a la silla y aplicando luz, ruido y agua para mantenerlo despierto. Tras dos o tres semanas así, permitieron que Abu Zubaydah, todavía desnudo y encadenado, se acostara sobre el piso desnudo y «durmiera un poco.» También le dieron comida sólida -arroz- por primera vez. Finalmente, vino una doctora, lo examinó y preguntó «¿Por qué está todavía desnudo?» Al día siguiente le dieron «ropas de color naranja para que me las pusiera.» Un día después, sin embargo, «llegaron guardias a mi celda. Me dijeron que me levantara y alzara los brazos por encima de la cabeza. Luego me quitaron la ropa cortándola para que estuviera de nuevo desnudo y volvieron a colocarme en la silla durante varios días. Traté de dormir en la silla, pero los guardias me mantuvieron despierto pulverizando agua en mi cara.»

Lo que sigue es un período confuso, en el cual el tratamiento duro se alternaba con otro más clemente.

Zubaydah estaba casi siempre desnudo y frío, «a veces con el aire acondicionado ajustado para que, dijo un funcionario, el señor Zubaydah parecía ponerse azul.» (10) A veces le llevaban ropa, luego se la quitaban al día siguiente. «Cuando mis interrogadores tenían la impresión de que estaba cooperando y suministrando la información que requerían, me devolvían la ropa. Cuando pensaban que estaba cooperando menos volvían a quitarme la ropa y me ponían otra vez en la silla.» En un momento le dieron un colchón, en otro le «permitieron un poco de papel higiénico para utilizarlo cuando iba al servicio en el cubo.» Pasó un mes sin interrogatorio. «Mi celda estaba todavía muy fría y ya no ponían la música fuerte, pero había un constante ruido de siseo o crujidos durante las veinticuatro horas del día. Traté de bloquear el ruido colocando papel en mis orejas.» Entonces, «unos dos y medio o tres meses después de llegar a ese sitio, recomenzó el interrogatorio, pero con más intensidad que antes.»

Es difícil saber si esas alteraciones en la actitud y el procedimiento eran intencionales, si pretendían tomar por sorpresa al detenido o resultaban de disputas sobre estrategia entre interrogadores, que se basaban en un «conjunto alternativo de procedimientos» formulado a la carrera, improvisado, utilizando diversas fuentes, incluidos científicos y psiquiatras dentro de la comunidad de la inteligencia, expertos de otros gobiernos «amigos», y consultores que habían trabajado con los militares de EEUU y ahora hacían «ingeniería inversa» con el entrenamiento de resistencia enseñado a las fuerzas de élite estadounidenses para ayudar a que resistieran los interrogatorios después de la captura. Los pioneros de algunas de las teorías que se aplicaban en esos interrogatorios, incluyendo privación sensorial, desorientación, culpa y vergüenza, denominada «impotencia aprendida,» y la necesidad de inducir «el estado de debilidad-dependencia-temor,» pueden encontrarse en documentos de la CIA de hace casi medio siglo, como la continuación de un tristemente célebre manual de «interrogatorio de contrainsurgencia» de comienzos de los años sesenta:

    Las circunstancias de la detención se organizan para realzar dentro del sujeto sus sentimientos de aislamiento de lo conocido y reconfortante y el lanzamiento hacia lo extraño… El control del entorno permite al interrogador determinar su dieta, su patrón de sueño y otros fundamentos. La manipulación de estos elementos creando irregularidades para que el sujeto se desoriente, con gran probabilidad creará sentimientos de miedo e impotencia. (11)

Una versión posterior del mismo manual subraya la importancia de la culpa: «Si el ‘interrogador’ puede intensificar esos sentimientos de culpa, aumentará la ansiedad del sujeto y su afán de cooperar como medio de escape.» El aislamiento y la privación sensorial «inducirán regresión» y la «pérdida de las defensas adquiridas más recientemente por el hombre civilizado,» mientras la imposición de «posiciones de estrés» que en efecto obligan al sujeto «a dañarse» producirán una culpa que lleve a un deseo irresistible de cooperar con sus interrogadores.

4.

Dos meses y medio después de que Abu Zubaydah se despertara amarrado con correas a una cama en la habitación blanca, el interrogatorio se reanudó «con más intensidad que antes».

    De fuera de mi celda trajeron a la habitación dos cajas de madera negra. Una era grande, un poco más alta que yo, y estrecha. Medía quizá un metro de ancho, 70 cm. de fondo y 1,9 m de alto. La otra era más corta, quizá sólo de un metro. Me sacaron de la celda y uno de los interrogadores me envolvió el cuello con una toalla que después utilizaron para hacerme girar alrededor y aplastarme contra las duras paredes de la habitación. También me abofetearon repetidamente…

    Después me metieron en la caja grande durante una hora y media a dos horas. La caja era totalmente negra por dentro y por fuera… Pusieron un paño o manta sobre la parte exterior de la caja para eliminar la luz e impedir la entrada de aire. Casi no podía respirar. Cuando me permitieron salir de la caja, vi que habían cubierto una de las paredes de la habitación con una plancha de contrachapado. De nuevo me pusieron contra esa pared mientras me aplastaban con la toalla alrededor del cuello. Pienso que pusieron el contrachapado para que absorbiera algo el impacto de mi cuerpo. Los interrogadores se dieron cuenta de que si me aplastaban contra la dura pared, probablemente me habrían producido rápidamente heridas físicas.

Se recuerda aquí que Abu Zubaydah no estaba solo con sus interrogadores, que todos los que estaban en la habitación blanca -guardianes, interrogadores, doctor- estaban de hecho vinculados directa, y casi constantemente, con altos funcionarios de inteligencia en la otra punta del mundo. «No era que los interrogadores decidieran: ‘Bien, voy a abofetearle. O voy a sacudirle. O voy a hacer que permanezca de pie durante 48 horas», dijo John Kiriakou.

    Cada uno de esos pasos… tenía que contar con la aprobación del Subdirector de Operaciones. Por eso, antes de ponerle la mano encima, tenías que enviar un cable diciendo: «No quiere cooperar. Pido permiso para hacerle X». Y ese permiso llegaría… El tráfico de comunicaciones por cable de un lado a otro era extremadamente preciso. Y el resultado final era que esas eran unas autoridades muy inusuales que la agencia colocó tras el 11-S. Nadie quería líos con ellos. Nadie quería verse en problemas por llegar muy lejos… Nadie quería ser el tipo que accidentalmente fuera el último en hacer daño a un prisionero.

Aplastarle contra las duras paredes antes de meter a Zubaydah en la caja-ataúd negra alta y la aparición repentina de una plancha de contrachapado fijada a la pared para machacarle contra ella cuando le sacaron de la caja, ¿quizá lo sugirió el Subdirector de Operaciones tras deliberar sobre el asunto en su oficina en Langley, Virginia?

¿O quizá fue alguien a un nivel más alto? Poco después de que Abu Zubaydah fuera capturado, según ABC News, los oficiales de la CIA «dieron instrucciones a oficiales de alto nivel en el Comité de Principales del Consejo de Seguridad Nacional», que incluía al Vicepresidente Dick Cheney, a la Asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice y al Fiscal General John Ashcroft, quienes «aprobaron entonces el plan de interrogatorios». En aquella época, primavera y verano de 2002, la administración concibió lo que algunos denominan «escudo dorado» del Departamento de Justicia: la base legal encarnada en el infame «memorándum de la tortura», escrito por John Yoo y firmado por Jay Bybee en agosto de 2002, en el que se afirma que para que un «procedimiento alternativo» se considerase tortura, y por lo tanto ilegal, tendría que causar una clase de sufrimiento «que fuera asociado con serias heridas físicas, tan graves que tuvieran como consecuencia la muerte, un fallo orgánico multisistémico o un daño permanente que provocara una pérdida importante de funciones corporales». Presumiblemente, el «escudo dorado» protegería a los oficiales de la CIA de posibles enjuiciamientos. El director de la Inteligencia Central, George Tenet, seguía llamando directa y regularmente la atención a los más altos funcionarios sobre los procedimientos específicos gubernamentales a utilizar con detenidos específicos -«si se les debería abofetear, presionar, privar del sueño o someterlos a la simulación de ahogamiento»- para asegurarse de que eran legales. Según el informe de ABC, las sesiones informativas de los altos cargos eran tan detalladas y frecuentes que «casi se coreografiaban algunas de las sesiones de interrogatorio». En una de esas reuniones, John Ashcroft, entonces Fiscal General, al parecer preguntó a sus colegas: «¿Por qué estamos hablando de esto en la Casa Blanca? La historia no va a juzgarnos con amabilidad por ello». (12)

No sabemos si el contrachapado apareció en la habitación blanca de Zubaydah gracias a las órdenes recibidas por sus interrogadores de sus jefes en Langley, o quizá de sus superiores en la Casa Blanca. No sabemos el papel exacto que jugaron esos responsables a la hora de «coreografiar» el «conjunto alternativo de procedimientos». Sabemos por varios informes que en una reunión celebrada en la Casa Blanca en julio de 2002, altos abogados de la administración dieron «luz verde» a la CIA para que desplegara «técnicas más agresivas», que se fueron aplicando, de forma separada o combinada, durante los días siguientes:

    Después de las palizas, me colocaban en la caja pequeña. Ponían un paño o manta sobre la caja para eliminar la luz e impedir la entrada de aire. Como la caja no era lo bastante alta para que cupiera en ella aunque me sentara, tenía que agacharme. Era muy difícil a causa de mis heridas. La tensión sobre las piernas al mantener esa postura hacía que mis heridas en la pierna y el estómago fueran más dolorosas. Creo que eso sucedió tres meses después de mi última operación. Siempre tenía frío en la habitación, pero cuando colocaban la manta sobre la caja sentía calor y sudaba. La herida de la pierna empezó a abrirse y a sangrar. No sé cuánto tiempo permanecí en la caja pequeña, es posible que me durmiera, o quizá me desmayé.

    Después me sacaban a rastras de la caja pequeña, incapaz de andar, me llevaban a lo que parecía la cama de un hospital y me sujetaban con correas muy tirantes. Me colocaban entonces un paño sobre la cara y los interrogadores utilizaban una botella de agua mineral para derramar agua sobre la tela y que no pudiera respirar. Después de unos minutos me quitaban la tela y ponía la cama en posición vertical. La presión de las correas sobre las heridas era muy dolorosa. Vomité. Después, volvieron a poner la cama en posición horizontal y de nuevo la misma tortura con el trapo negro sobre la cara y derramándome el agua con la botella. En esa ocasión, mi cabeza estaba en una posición más hacia atrás y estuvieron derramando agua durante un tiempo más largo. Luché contra las correas tratando de respirar, pero fue inútil. Creí que iba a morir. Perdí el control de la orina. Desde entonces, cuando estoy en una situación de estrés sufro pérdidas de orina.

    Después me volvieron a poner en la caja alta. Cuando estaba dentro pusieron de nuevo en marcha música alta y alguien estuvo dando golpes repetidamente sobre la caja desde fuera. Intenté sentarme en el fondo pero debido al reducido espacio, el cubo de orina se volcó y se me derramó encima… Después me sacaron, me volvieron a poner una toalla alrededor del cuello, me aplastaron contra la pared con la plancha de contrachapado y los dos mismos interrogadores de antes me abofetearon repetidamente en la cara.

    Después me hicieron sentarme en el suelo y me pusieron una capucha negra en la cabeza hasta que empezó la siguiente sesión de tortura. La habitación siempre estaba muy fría. Esto duró aproximadamente una semana. Durante ese tiempo todo el proceso se repitió cinco veces. En cada ocasión, me asfixiaban una o dos veces y entre medias me colocaban en posición vertical sobre la cama. En una ocasión repitieron las asfixias tres veces. Vomitaba cada vez que me ponían en posición vertical entre una asfixia y otra.

    Durante esa semana, no me dieron ningún alimento sólido. Sólo me dieron de beber. Me afeitaban la cabeza y la barba todos los días.

    Me desmayé y estuve inconsciente en varias ocasiones. Finalmente, pararon las torturas porque intervino el médico.

    Me dijeron que fui de los primeros durante ese período a quienes aplicaron esas técnicas de interrogatorio, por eso no había normas. Sentía que estaban experimentando y probando técnicas que después iban a usar con otras personas.

5.

Todas los testimonios contenidos en el informe del CICR sugieren que la fuente de Abu Zubaydah estaba diciéndole la verdad: fue el primero y, como tal, un conejillo de indias. Algunas técnicas se desecharon. Por ejemplo, las cajas negras tipo ataúd que apenas podían contener a un hombre, una de 1,9 m y la otra de poco más 0,90 cm, que recuerdan los tanques de privación sensorial utilizados en los primeros experimentos patrocinados por la CIA, no volvieron a aparecer. Ni tampoco «el permanecer sentado durante largo tiempo» -semanas atado a una silla- que Abu Zubaydah soportó en sus primeros meses de cautiverio.

Por otra parte, la desnudez es una constante en el informe del CICR, así como permanecer atado, la «celda fría» y la música alta o el ruido incesante. Algunas veces hay veinticuatro horas de luz, otras una oscuridad constante. Las palizas y los aplastamientos contra la pared parece que también han sido procedimientos habituales; a menudo, los interrogadores llevaban guantes.

En los últimos interrogatorios aparecen nuevas técnicas, entre las que destacan las de «estar mucho tiempo de pie» y el uso de agua fría. Walid Bin Attash, un nacional yemení implicado en la planificación de los ataques contra las embajadas estadounidenses en África en 1998 y contra el destructor de la marina estadounidense USS Cole en el año 2000, fue capturado en Karachi el 29 de abril de 2003:

    Al llegar al lugar de detención en Afganistán, me desnudaron. Permanecí desnudo durante las dos semanas siguientes. Me metieron en una celda que medía aproximadamente un metro por dos. Me mantenían en posición vertical, con los pies en el suelo pero con los brazos atados con esposas por encima de la cabeza y sujeto con una cadena a una barra de metal que iba a través de lo ancho de la celda. La celda estaba oscura, no tenía luz, ni natural ni artificial.

    Durante las dos primeras semanas no me dieron nada de comer. Sólo me daban Ensure y agua para beber. Un guardia venía y sostenía la botella mientras yo bebía… El aseo consistía en un cubo en la celda… No me permitían lavarme después de usar el cubo. Una música fuerte estuvo sonando las veinticuatro horas del día durante las tres semanas que me tuvieron allí.

Esta «posición forzosa de pie», con los brazos amarrados por encima de la cabeza, una técnica favorita soviética (stoika) que parece que se ha convertido en un procedimiento estándar después de Abu Zubaydah, fue especialmente penosa para Bin Attash, que había perdido una pierna combatiendo en Afganistán:

    Después de algún tiempo en esa postura, el muñón empezó a dolerme tanto que tuve que quitarme la pierna artificial para aliviar el dolor. Por supuesto, entonces empezó a dolerme la pierna buena y pronto empecé a desplomarme, por eso me quedé colgando con todo el peso en las muñecas. Grité pidiendo ayuda pero no vino nadie. Finalmente, después de una hora vino un guardia, me volvieron a colocar la pierna artificial y de nuevo me pusieron en posición vertical con las manos por encima de la cabeza. Algunas veces, después de los interrogatorios, me quitaban deliberadamente la pierna artificial para añadir un estrés extra a la postura…

Según su relato, mantuvieron a Bin Attash en esa postura durante dos semanas, «aparte de dos o tres veces que me permitieron tumbarme». Aunque «los métodos utilizados estaban específicamente ideados para no dejar marcas», las esposas, finalmente, «me cortaron las muñecas y me causaron heridas. Cuando ocurrió esto llamaron al médico». En un segundo lugar, de nuevo desnudaron a Bin Attash, le colocaron «en una posición de pie con los brazos por encima de la cabeza y atado con esposas y una cadena a un anillo de metal en el techo» y un doctor examinaba su pierna todos los días «utilizando una cinta métrica para medir la hinchazón».

    No recuerdo exactamente cuántos días me tuvieron de pie, pero creo que fueron alrededor de diez… Durante ese tiempo tuve que llevar un pañal. A veces, no me cambiaban el pañal y tenía que orinar y defecar encima. Me lavaban con agua fría todos los días.

Con Bin Attash utilizaron agua fría combinándola con palizas y el uso de un collar de plástico, que al parecer era un refinamiento de la toalla que rodeaba el cuello de Abu Zubaydah:

    Todos los días, durante las dos primeras semanas, me daban bofetadas y puñetazos por todo el cuerpo durante los interrogatorios. Lo hacía un interrogador que llevaba guantes…

    Durante las dos primeras semanas, también a diario, me colocaban un collar alrededor del cuello y lo utilizaban para golpearme contra las paredes de la habitación de interrogatorio. También me lo ponían alrededor del cuello cuando me sacaban de mi celda para interrogarme y para llevarme a lo largo del pasillo. También lo usaban para golpearme contra las paredes del pasillo durante esos trayectos.

    También a diario, durante las dos primeras semanas, me hacían tumbarme sobre una sábana de plástico en el suelo que después alzaban desde sus extremos. Entonces me echaban agua sobre el cuerpo con cubos. Luego me envolvían con la sábana y el agua fría durante algunos minutos. Después, me llevaban para interrogarme…

Bin Attash señala que en el «segundo lugar de detención» -donde le pusieron el pañal- «eran más sofisticados que en Afganistán porque tenían una manguera para echarme el agua encima».

6.

Un método claro aparece a partir de esos relatos basado en la desnudez forzosa, el aislamiento, el bombardeo de ruido y luces, la privación de sueño y alimento, las palizas y los «aplastamientos» repetidos, aunque desde este modelo básico se puede ver que el método evoluciona, por ejemplo, desde permanecer forzosamente sentado a permanecer forzosamente de pie, y que aparecen nuevos elementos, como la inmersión en agua helada.

Khaled Shaik Mohammed, el principal planificador de los ataques del 11-S, que fue capturado en Rawalpindi el 1 de marzo de 2003 -nueve de los catorce «detenidos de alto valor» fueron detenidos en Pakistán-, después de dos días de detención en Pakistán durante los cuales, acusa, «un agente de la CIA… me golpeó varias veces en el estómago, pecho y cara, me lanzó al suelo y me pisó la cara», fue enviado a Afganistán utilizando los «procedimientos estándares de traslado». «Llevaba vendados los ojos con un trapo atado alrededor de la cabeza y una bolsa de tela encima. Me metieron un supositorio por el recto. No me dijeron para qué era». En Afganistán le desnudaron y le colocaron en una celda pequeña, donde «me mantuvieron en posición vertical con las manos atadas y encadenado a una barra que habían encima de mi cabeza. Los pies me llegaban al suelo». Después de una hora,

    Me llevaron a otra habitación donde me obligaron a permanecer de puntillas durante dos horas de interrogatorio. Había aproximadamente trece personas en la habitación. Esa cifra incluía al interrogador-jefe y a dos mujeres, además de unos diez tipos muy musculosos con máscaras. Creo que eran todos estadounidenses. De vez en cuando uno de los tipos musculosos me daba puñetazos en el pecho y el estómago.

Estos interrogatorios con gente completamente vestida -donde el detenido permanece desnudo, de puntillas, entre una multitud de trece personas que incluye «diez tipos musculosos con máscaras»- se interrumpían periódicamente para trasladar al detenido a otra habitación para someterle a procedimientos extras:

    Allí, durante cuarenta minutos, me lanzaban cubos de agua fría. No constantemente, porque había que rellenar los cubos. Después me llevaban de nuevo a la habitación del interrogatorio.

    En una ocasión, durante el interrogatorio me ofrecieron agua para beber, cuando la rechacé me llevaron a otra habitación donde me tumbaron en el suelo con tres personas inmovilizándome. Me metieron un tubo por el ano y vertieron agua dentro. Después quise ir al aseo porque tenía diarrea pero no me facilitaron un cubo hasta cuatro horas después.

    Cada vez que me devolvían a mi celda me mantenían siempre de pie con las manos atadas y encadenadas a la barra sobre mi cabeza.

Después de tres días en lo que creyó que era Afganistán, a Mohammed le vistieron con un chándal, le vendaron los ojos, le encapucharon, le pusieron auriculares, le ataron con grilletes y le colocaron a bordo de un avión «sentado, echado hacia atrás, con las manos y las muñecas atadas en una silla alta». Rápidamente se durmió -«el primer sueño ‘normal’ en cinco días»-, y no está seguro de cuánto tiempo duró el viaje. Sin embargo, al llegar se dio cuenta que había sido un largo viaje:

    Pude ver que era un sitio donde había nieve en algunas zonas. Todo el mundo vestía de negro, con máscaras y botas del ejército, como la gente de Planeta-X. Creo que el país era Polonia. Lo creo porque en una ocasión me trajeron una botella de agua a la que le habían quitado la etiqueta. Tenía una dirección de e-mail que acaba en «.pl».

Le desnudaron y le metieron en una pequeña celda «donde más tarde un interrogador me informó de que fui controlado las veinticuatro horas del día por un doctor, un psicólogo y un interrogador». Cree que la celda era subterránea, porque tuvo que descender unos peldaños para llegar. Las paredes eran de madera y medía alrededor de 3 x 4 metros.

Fue en este lugar, según Mohammed, donde «tuvieron lugar los interrogatorios más intensos, dirigidos por tres interrogadores experimentados de la CIA, de alrededor de 65 años, todos eran fuertes y estaban bien entrenados». Le comunicaron de que habían recibido «luz verde de Washington» para someterle a «un tiempo duro». «Nunca utilizaron la palabra ‘tortura’ y nunca se refirieron a ‘presiones físicas’, sólo a un ‘tiempo duro’. «Nunca me amenazaron con matarme, de hecho me dijeron que no iban a permitir que muriera, pero que me llevarían al ‘borde de la muerte una y otra vez'» (13).

Para los interrogatorios, se llevaban a Mohammed a otra habitación. Las sesiones duraban hasta ocho horas como máximo y un mínimo de cuatro.

    El número de personas presentes variaba mucho según los días. Otros interrogadores, incluidas varias mujeres, también estaban presentes en algunas ocasiones… Normalmente también había un médico. Si percibían que no cooperaba me ponían contra una pared y me aporreaban el cuerpo, la cabeza y la cara. También me colocaban alrededor del cuello un grueso collar de plástico flexible para que después un guardia pudiera agarrarlo por los dos extremos y lanzarme violentamente contra la pared. Las palizas se combinaban con el uso de agua fría, que me derramaban encima con una manguera. Durante el primer mes, utilizaron diariamente las palizas y el agua fría.

Como a Abu Zubaydah, como a Abdelrahim Hussein Abdul Nashiri, un saudí capturado en Dubai en octubre de 2002, a Mohammed también le sometieron al intento de asfixia con agua, según su relato, en cinco ocasiones:

    Me sujetaban a una cama especial, que podía colocarse en posición vertical. Para que no pudiera respirar, uno de los guardias me ponía un paño sobre la cara y sobre él derramaba agua helada de una botella que había estado metida en un frigorífico… Después me quitaban el paño y ponían la cama en posición vertical. Durante una hora se repetía una y otra vez todo el proceso. Durante el ahogamiento me producía heridas en los tobillos y muñecas por el forcejeo del pánico al no poder respirar. También estaban presentes mujeres interrogadoras… y siempre había un médico allí, fuera de mi vista, por detrás de la cama, pero yo le veía cuando venía a ponerme en el dedo un clip que estaba conectado a una máquina. Creo que era para medir el pulso y el nivel del oxígeno en mi sangre. Así podían llevarme hasta el límite.

Igual que con Zubaydah, las sesiones más duras de interrogatorio implicaban un «conjunto alternativo de procedimientos» que se utilizaban en secuencia y combinándolos, cada técnica intensificaba los efectos de las otras:

    Las palizas eran cada vez más duras, y mientras permanecía en la celda los guardias me enchufaban directamente agua fría con una manguera. El peor día fue cuando uno de los interrogadores me estuvo golpeando durante una media hora. Me golpearon tan fuerte la cabeza contra la pared que empecé a sangrar. Después derramaron agua fría en la cabeza. Otros interrogadores repitieron lo mismo. Finalmente me llevaron para someterme a una sesión de ahogamiento. Ese día pararon las torturas finalmente por la intervención del médico. Me permitieron dormir durante una hora y después me devolvieron a mi celda poniéndome de pie con las manos atadas por encima de la cabeza.

Al leer el informe del CICR, uno finalmente se habitúa un tanto al «conjunto alternativo de procedimientos» que ellos describen: el frío y la violencia repetida van entumeciendo. Contra este fondo, las descripciones de la vida diaria de los detenidos en los agujeros negros, en los cuales los interrogatorios parecen simplemente un aumento periódico de la brutalidad consistentemente impuesta, son cada vez más impresionantes. De nuevo, Mohammed:

    Después de cada sesión de tortura me metían en una celda donde me permitían tumbarme en el suelo y podía dormir unos minutos. Sin embargo, debido a las ataduras en tobillos y muñecas nunca podía dormir bien… El aseo consistía en un cubo en la celda, que podía utilizar cuando lo pedía (estaba atado de pie, con las manos sujetas al techo), pero durante el primer mes no me permitieron lavarme después de utilizar el cubo… Durante ese primer mes no me proporcionaron comida, sólo después de dos ocasiones como recompensa porque pensaban que estaba cooperando. Me daban Ensure para beber cada cuatro horas. Si rechazaba la bebida, el guardia me obligaba a abrir la boca y me la derramaban en la garganta a la fuerza… Cuando me arrestaron pesaba 78 kilos. Después de un mes de detención, pesaba 60.

    No me dieron ropa durante el primer mes. Tenía luz artificial las veinticuatro horas del día, pero nunca vi la luz del sol.

7.

Pregunta: Señor presidente… ésta es una pregunta de orden moral:

¿La tortura se justifica en algún caso?

George W. Bush: Mire, voy a decirlo una vez más…Quizá pueda aclararlo mejor.

Dimos instrucciones a nuestra gente de actuar con arreglo a la ley. Eso debería tranquilizarle.

Somos una nación de leyes, nos ajustamos a las leyes, tenemos leyes en nuestros textos.

Podría echar usted un vistazo a esas leyes, lo tranquilizaría.

(Sea Insland, Georgia, 10 de junio de 2004)

Abu Zubaydah, Walid Bin Attash, Khaled Shaik Mohammed, son hombres que, casi con total certeza, tienen sangre en sus manos, mucha sangre. Hay buenas razones para creer que tuvieron un papel central en la planificación y organización de operaciones terroristas que causaron la muerte de miles de personas. Y otro tanto puede decirse con toda probabilidad de los otros doce «detenidos de gran valor», cuyo trato mientras estaban en una cárcel secreta, prisioneros de agentes del gobierno de EEUU, se describe con tan horribles detalles en el informe del Comité Internacional de la Cruz Roja. Por lo que sabemos, muchos de estos hombres, o todos ellos, merecen ser juzgados y castigados, merecen «comparecer ante la justicia», como el presidente Bush, en su discurso a los estadounidenses del 6 de septiembre de 2006, aseguró que comparecerían.

Pero parece poco probable que sean llevados ante la justicia en un plazo breve. A mediados de enero, Susan J. Crawford, designada por el gobierno de Bush para decidir qué detenidos de Guantánamo deben ser juzgados ante las comisiones militares, se negó a hacer referencia a Mohammed Al Qahtani, que debía haber sido uno de los secuestradores del 11-S, pero que los funcionarios de inmigración del aeropuerto internacional de Orlando, en Florida, devolvieron a su lugar de origen. Después de que lo capturasen en Afganistán a finales de 2002, Qahtani fue encarcelado en Guantánamo e interrogado por oficiales de inteligencia del Departamento de Defensa. Crawford, una jueza jubilada y ex consejera jurídica general del ejército, declaró a The Washington Post que había llegado a la conclusión de que «el tratamiento aplicado a Qahtani correspondía a la definición legal de tortura.»

    «Todas las técnicas que utilizaron estaban autorizadas, pero el modo en que las aplicaron fue excesivamente agresivo, demasiado insistente…»

    «Cuando se piensa en la tortura se piensa en un determinado acto físico horrendo al que se somete a un individuo. Pero aquí no era nada de eso; era sólo una combinación de cosas que tenía un impacto médico en él, que dañaron su salud. Fue abusivo e innecesario. Y coercitivo. Claramente coercitivo.» (14).

El interrogatorio de Qahtani en Guantánamo, del que se han publicado fragmentos en Time y The Washington Post, fue intenso y prolongado: duró cincuenta días consecutivos a finales del otoño de 2002 y motivó su hospitalización al menos en dos ocasiones. Parte de las técnicas utilizadas, por ejemplo largos periodos de asiento en posición forzada, exposición prolongada al frío, a música muy alta y al ruido, y privación del sueño, recuerdan los descritos en el informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Si el interrogatorio «coercitivo» y «abusivo» de Qahtani hace imposible su juicio, podemos dudar de que cualquier otro de los catorce «detenidos de gran valor» cuyos testimonios figuran en dicho informe vaya a ser juzgado y condenado en un procedimiento judicial internacionalmente reconocido y sancionado.

En el caso de personas que hayan cometido crímenes muy graves, esto parece señalar -quizás el sentido más importante y con mayores consecuencias- que «la tortura no funciona.» El uso de la tortura priva a la sociedad cuyas leyes se han violado de forma tan notoria de la posibilidad de impartir justicia. La tortura destruye la justicia. La tortura, en efecto, renuncia a este derecho sagrado a cambio de más beneficios especulativos cuyo valor es, como mínimo, muy cuestionable. John Kiriakou, el funcionario de la CIA que fue testigo de parte del interrogatorio de Zubaydah, describió a Brian Ross, de ABC News, lo que sucedió después de que Zubaydah fuera sometido a la tortura conocida como waterboarding (simulación de ahogamiento en agua):

    «Resistió. Aguantó el waterboarding durante un buen rato, quiero decir algo así como 30 ó 35 segundos… Y poco más tarde, el próximo día o así, dijo a su interrogador que Alá lo había visitado en su celda por la noche y le había dicho que colaborase, porque su colaboración haría la vida más fácil a los otros hermanos que estaban cautivos. Y a partir de ese día contestó a todas las preguntas del mismo modo que yo estoy aquí sentando hablando con ustedes… La información sobre amenazas que proporcionó impidió bastantes ataques, quizá docenas de ataques.»

Esta declaración, repetida por el presidente Bush en su discurso, es objeto de un importante debate. La versión pública de Bush fue, efectivamente, mucho más cuidadosa y limitada: entre otras cosas, la información de Zubaydah confirmó el alias (Muktar) de Khaled Shaik Mohammed, y contribuyó por lo tanto a su captura; que a su vez llevó, indirectamente, a la captura Ramzi Bin Al Shibh, un yemení que fue otra figura clave en la planificación de los ataques del 11-S; y que «nos ayudó a prevenir otro ataque previsto en Estados Unidos.»

Al menos una parte de esta información vino, al parecer, del primer interrogatorio, no coercitivo, llevado a cabo por los agentes del FBI. Más tarde, según el reportero Ron Suskind, para poner fin al dolor, Zubaydah citó un número incontable de objetivos dentro de EEUU, todos los ellos inconsistentes. Efectivamente, durante la primavera y el verano de 2002 hubo un gran número de alertas de ataques contra viviendas, bancos, centros comerciales y, por supuesto, centrales nucleares.

Suskind sólo es el más destacado de varios reporteros que disponen de fuentes de alto nivel en los servicios de inteligencia y que sostienen que la importancia de la información suministrada por Zubaydah y su importancia real en Al Qaeda han sido excesiva y sistemáticamente exageradas por los funcionarios del gobierno, desde el presidente Bush para abajo. (15).  

Aunque parece muy poco probable que la información de Zubaydah pudiera impedir «quizá docenas de ataques», como afirmó Kiriakou, el hecho evidente es que es imposible, hasta que se lleve a cabo una investigación completa de los interrogatorios, evaluar completa y atinadamente la información que obtuvo Estados Unidos a cambio de todos los altos costes -prácticos, políticos, legales y morales- que supusieron para el país su política de tortura. Hay una cuestión en todo el debate sobre qué proporcionó o no Zubaydah, y sobre los ataques que su información pudo prevenir o no, -un debate alimentado en gran parte por filtraciones de partes interesadas- que en sí mismo refleja una aceptación no expresada, por ambos lados, de la centralidad de la mítica situación de la «bomba de relojería activada», tan apreciada por los defensores de la tortura y tan valorada por los escritores de guiones de televisión. Es decir, el argumento se centra en si el interrogatorio de Zubaydah impidió directamente «docenas de ataques.»

Quizás inconscientemente, Kiriakou es quien más revela sobre el valor de la información obtenida de «detenidos de gran valor» cuando discute lo que la CIA realmente obtuvo de Zubaydah:

    Lo que pudo proporcionar fue información sobre la cúpula de Al Qaeda. Por ejemplo, si Bin Laden decidía realizar una acción X, quién sería la persona que la llevaría a cabo. «¡Oh!, lógicamente sería un tal Y.» Con lo que pudimos utilizar esa información para tener una idea de cómo actúa Al Qaeda, cómo conceptualiza sus operaciones y cómo encarga a sus diversas células la realización de dichas operaciones… El valor de la información permitió que tuviéramos a alguien a quien pasar algunas ideas para que las comentara o analizara.»

Esto tiene trazas de ser cierto, pues es así como operan los servicios de inteligencia, mediante el acopio paciente de pequeños fragmentos de información, construyendo con ellos una imagen que ayude a otros funcionarios a encontrar sentido a otras informaciones que reciban. ¿Podían tales «comentarios o análisis» de un alto operativo de Al Qaeda llevar finalmente a la interrupción de «varios ataques, quizá docenas de ataques»? Parece posible -pero si fuese así, la cadena de causa a efecto podría no ser directa, sin duda no tan directa como sugieren las situaciones dramáticas explotadas por los periódicos y la televisión -y los discursos presidenciales -. La bomba de relojería a punto de estallar y matar a miles o millones de personas; el malvado terrorista capturado que tiene, él solo, la información para encontrar la bomba y desactivarla; el desesperado operativo de inteligencia, obligado a hacer lo que sea necesario para adquirir esa información, son todos ellos elementos conocidos y emocionalmente potentes, pero donde aparecen con más frecuencia es en los programas de TV de entretenimiento popular, no en habitaciones pintadas de blanco en Afganistán.

Hay la otra parte, por supuesto, de la «bomba de relojería activada» y la tortura: el dolor y los malos tratos, al crear una presión insoportable sobre el detenido para que hable, diga cualquier cosa que ponga fin al dolor, aumenta la probabilidad de que fabrique historias y haga perder el tiempo, o algo peor. Al menos una parte de la inteligencia que vino del «conjunto alternativo de procedimientos,» como la supuesta «información» de Zubaydah sobre ataques contra centros comerciales y bancos, parece haber llevado al gobierno de EEUU al difundir lo que resultó una serie de advertencias infundadas a los estadounidenses.

Khaled Shaik Mohammed afirmó esto directamente en sus entrevistas con el CICR: «Durante el período más duro de mi interrogatorio,» dijo, «di mucha información falsa para satisfacer lo que creía que deseaban oír los interrogadores, a fin de poner fin a los malos tratos (…) Estoy seguro de que la información falsa que me vi obligado a inventar (…) les hizo perder gran parte de su tiempo y llevó a varias situaciones falsas de alerta roja en EEUU.»

Con toda esa cháchara de la bomba de relojería activada, pocas veces, o quizás ninguna, los agentes han podido obtener información interrogando a sus prisioneros con «técnicas de interrogación agresivas» que les permitieran prevenir un ataque ya en su «fase operativa» (es decir, más allá de la etapa de reconocimiento y planificación). Aun así, la opinión generalizada de que tales técnicas han prevenido ataques, activamente fomentada por el presidente y otros cargos, ha sido políticamente esencial para permitir la continuación de estas políticas mucho después de que hubieran llegado a ser en gran parte públicas. Las encuestas tienden a mostrar que una mayoría de estadounidenses está dispuesta a apoyar la tortura sólo cuando se les asegure que con ello se «frustrará un ataque terrorista.» A causa de la persuasión política de una situación de este tipo, es fundamental que una investigación futura aclare realmente la pretensión de que se han prevenido ataques.

En el momento en que escribo estas páginas, es imposible saber qué beneficios -en términos de información, seguridad nacional, desbaratamiento de Al Qaeda- puede haber aportado a EEUU la aprobación del presidente del uso de un «conjunto alternativo de procedimientos». Lo que podemos decir sin lugar a dudas es que la decisión ha perjudicado algunos intereses estadounidenses de manera demostrable. Concretamente, por ejemplo, agentes del FBI, muchos de ellos profesionales con gran experiencia y formación en materia de interrogatorios, fueron retirados, al parecer después de las objeciones de algunos jefes de este organismo, cuando se decidió utilizar el «conjunto alternativo de procedimientos» en Abu Zubaydah. Las extensas filtraciones a la prensa, tanto por parte de funcionarios que apoyaban el «conjunto alternativo de procedimientos» como de agentes contrarios a éstos, socavaron lo que en principio debía ser un programa altamente secreto; estas filtraciones, en gran parte producto de la gran controversia que el programa causó en la burocracia de seguridad nacional, contribuyeron al final a hacerlo insostenible.

Por último, esta debilidad burocrática hizo que funcionarios de la CIA destruyeran, al parecer por miedo a que se descubriera y condujera a un posible procesamiento, un tesoro de 92 grabaciones de vídeo que se habían hecho de los interrogatorios, todas menos dos de Abu Zubaydah. Independientemente de que el oficial que investigó estas acciones determinara si eran ilegales o no, es difícil creer que las grabaciones no incluían información valiosa, que se sacrificó, en efecto, por razones políticas. Estas grabaciones, efectivamente, también podían haber desempeñado un papel vital en el esfuerzo para determinar qué beneficios reportó el programa, en su caso, a la seguridad de Estados Unidos.

Con mucho el mayor perjuicio, sin embargo, ha sido el legal, moral y político. Como consecuencia del informe del CICR podemos establecer algunas conclusiones definitivas:

1. A principios de la primavera de 2002, el gobierno de Estados Unidos comenzó a torturar prisioneros. Esta tortura, aprobada por el presidente y supervisada en su aplicación diaria por altos funcionarios gubernamentales, incluido el más alto cargo de la nación en materia de Justicia, violó claramente importantes compromisos incluidos en los tratados firmados por Estados Unidos, entre otros los Convenios de Ginebra y el Convenio contra la Tortura, así como la propia legislación estadounidense.

2. Los funcionarios de más alto nivel del gobierno de EEUU, con el presidente George W. Bush en cabeza, mintieron explícita y repetidamente sobre este aspecto, tanto en informes a instituciones internacionales como directamente a la opinión pública. El presidente mintió al respecto en conferencias de prensa, entrevistas y, de manera aún más explícita, en discursos expresamente destinados a establecer la política del gobierno en materia de interrogatorios ante el pueblo que lo había elegido.

3. El Congreso de EEUU, después de estar ya en posesión de mucha información sobre la tortura llevada a cabo por el gobierno -que la prensa había cubierto ampliamente, y de la que se había informado, por lo menos en parte, desde el principio a un selecto grupo de congresistas- aprobó la Military Commissions Act (Ley de nombramientos militares), en 2006, para proteger a los responsables contra cualquier sanción penal derivada de la War Crimes Act (Ley de crímenes de guerra.)

4. Los demócratas, que podían haber obstaculizado la aprobación de la ley, se negaron a hacerlo, una decisión que tuvo mucho que ver con la proximidad de las elecciones intermedias, en la víspera de las cuales temían que el presidente y sus aliados republicanos pudieran aventajarles, acusándolos de ser «flojos con los terroristas.» Un senador resumió la política de la Ley de nombramientos militares con una claridad admirable:

    «Pronto terminará el periodo de sesiones, hasta otoño, y la campaña comenzará ya en serio. Y habrá ataques en anuncios de televisión de 30 segundos y envíos masivos de correo en los que nos criticarán de preocuparnos más de los derechos de los terroristas que de la protección de nuestros ciudadanos. Y la votación que tenemos ante nosotros se diseñó y calculó para echar más leña a este fuego.» (16)

El senador Barack Obama solamente dijo en voz alta lo que los demás legisladores sabían: que a pesar de los horribles informes, filtraciones de material gráfico y documentos, y los horrorosos testimonios, la tortura en la era post 11-S, en términos políticos, era un tema que iba en otra dirección. La mayor parte de los políticos siguen convencidos de que los estadounidenses, todavía en estado de temor, cuando tienen que optar entre tipos como Jack Bauer, de la serie de TV 24 -un Harry el Sucio de hoy día, que «hace todo lo necesario» para proteger al pueblo de la «bomba de relojería activada»- y la imagen de unos progres blandengues que leen sus derechos a los terroristas detenidos, optarán en todos los casos por los Bauer de turno. Como dijo el senador Obama después de que se aprobara la ley contra la que votó: «hoy ha ganado la política.»

5. El daño político a la reputación de Estados Unidos y al «poder suave» de sus ideales constitucionales y democráticos ha sido, aunque difícil de cuantificar, extenso y persistente. En una guerra que es esencialmente una sublevación en la que se combate a escala internacional -es decir, una guerra política en la que las actitudes y lealtades de los musulmanes jóvenes son un objetivo de oportunidad crítico-, la decisión de Estados Unidos de utilizar la tortura ha dado lugar a una derrota autoinfligida enorme, socavando a los simpatizantes progresistas de Estados Unidos y convenciendo a otros de que el país es exactamente tal como lo pintan sus enemigos: un poder imperial sin escrúpulos decidido a atacar y liquidar a los musulmanes. Al optar por la tortura hemos decidido, libremente, convertirnos en la caricatura que otros han hecho de nosotros.

8.

Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, Cofer Black, ex jefe del Centro de contraterrorismo de la CIA y conocido partidario de la línea dura, apareció ante el Comité de Inteligencia del Senado e hizo la declaración más reveladora del momento: «Todo lo que quiero decir es que hay un «antes del 11-S» y un «después del 11-S». Ahora, es cuestión de quitarse los guantes.» En los días siguientes a los ataques esta frase estaba por todas partes. Los articulistas lo citaron, los comentaristas de televisión la mostraron por doquier, los interrogadores de Abu Ghraib la utilizaron en sus cables. «Caballeros, vamos a quitarnos los guantes en lo que toca a estos detenidos. El coronel Boltz ha dejado claro que queremos destrozar a estos individuos.» (17)

«Quitarse los guantes»: tres simples palabras, que, sin embargo, expresan un pensamiento complejo. Pues si entendemos que es preciso quitárselos, significa que antes de los ataques los llevábamos puestos. Hay algo implícitamente justificativo en la imagen, algo que la hizo particularmente atractiva a los funcionarios de un gobierno que sufrió, durante su mandato, el ataque terrorista más mortífero de la historia del país. Si el ataque había tenido éxito, no era debido a la falta de circulación de la información o a la falta de atención de los responsables a las señales de alarma o a que los principales funcionarios no prestaban atención suficiente a la amenaza terrorista. Tiene que haber sido, al menos en parte, porque llevábamos los guantes puestos, es decir, porque las reformas post Watergate de la década de 1970, con las que el Congreso intentó poner límites a la CIA, a su libertad de montar acciones encubiertas, negándolas llegado el caso, y a sus acciones en el país y fuera de él, habían limitado ilegítimamente el poder del presidente y, con ello, habían puesto en peligro al país. No es ninguna casualidad que dos de los más poderosos cargos gubernamentales, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, hayan servido en su juventud en posiciones de muy alto nivel en los gobiernos de Nixon y Ford. Habían sido testigos de las medidas citadas, y en las semanas posteriores a los ataques del 11-S, sostuvieron insistentemente que eran estas limitaciones -e implícitamente, no el fracaso a la hora de evaluar los indicios- lo que había producido, al menos indirectamente, la vulnerabilidad del país al ataque.

Así pues, después de un devastador ataque sin precedentes, nos quitamos los guantes. Dirigido por el presidente y sus consejeros más cercanos, Estados Unidos se transformó de un país que, al menos oficialmente, condenaba la tortura a un país que la practicaba. Y esta decisión fatal, por mucho que queramos, no desaparecerá; del mismo modo que los catorce «detenidos de alto valor,» torturados y por lo tanto imposibles de juzgar, sí serán liberados un día. Como las historias grotescas recogidas en el informe del CICR, la decisión está ante nuestros ojos: un dato tóxico que contamina nuestra vida política y moral.

Desde la toma de posesión del presidente Obama, los «procedimientos alternativos» del anterior gobierno ocupan un lugar destacado en los medios de comunicación, particularmente en la televisión por cable, que raramente tuvieron cuando realmente se practicaban a los detenidos. Éste es especialmente el caso con el waterboarding, que según el director anterior de la CIA no se ha utilizado desde 2003. En su primer día en ejercicio, el presidente Obama publicó la orden ejecutiva que suspendió el uso de estas técnicas y creó grupos de trabajo para estudiar las políticas del gobierno de EEUU en materia de entregas, detenciones e interrogatorios, entre otras.

Entretanto, los líderes demócratas del Congreso, que lo controlan desde 2006, han emprendido por fin investigaciones serias. Los senadores Dianne Feinstein y Christopher Bond, presidenta y miembro principal del Comité de Inteligencia, han anunciado un «estudio de los programas de detención e interrogatorio de la CIA» que investigará, entre otras cuestiones, «cómo esta agencia creó, gestionó y mantuvo su programa de detención e interrogatorio,» y asimismo, que haga «una evaluación de la información de inteligencia adquirida mediante el uso de las técnicas forzadas y corrientes de interrogatorio,» e investiga «si la CIA describió exactamente el programa de detención e interrogatorio a otras ramas del gobierno de EEUU, en particular al Comité de Inteligencia del Senado.» Según se informa, es poco probable que las audiencias sean públicas.

En febrero, el senador Patrick Leahy, presidente del Comité Judicial, pidió el establecimiento de lo que llamó una «comisión independiente de investigación,» también conocida como Comité de la verdad y la reconciliación, para investigar «cómo nuestras políticas y prácticas de detención, de Guantánamo a Abu Ghraib, han erosionado gravemente algunos principios fundamentales del Estado de Derecho estadounidense.» Puesto que la comisión del senador Leahy prevé, sobre todo, investigar y hacer públicas las actuaciones -«para restaurar nuestro liderazgo moral», afirmó- «debemos reconocer lo que se hizo en nuestro nombre». Leahy ofrecería garantías de inmunidad a los funcionarios públicos a cambio de su testimonio sincero, y no tiene por objetivo los procesamientos y la justicia sino el conocimiento y la exposición pública: «No podemos dar vuelta a la página hasta que la hayamos leído.»

Muchos funcionarios de organizaciones de derechos humanos, que han luchado desde hace tiempo y valientemente para atraer la atención y la ley sobre estos problemas, rechazan enérgicamente cualquier propuesta que incluya garantías generalizadas de inmunidad, e instan a realizar investigaciones e iniciar el procesamiento de algunos funcionarios del gobierno de Bush. Las opciones son complicadas y dolorosas. Por lo que sabemos, los funcionarios actuaron con la sanción legal del gobierno de EEUU y siguiendo órdenes de la más alta autoridad política, el presidente elegido de Estados Unidos. Las decisiones políticas tomadas por cargos elegidos condujeron a estos delitos. Sin embargo, la opinión política, primero en el seno del gobierno y más tarde fuera de él, permitió que esos delitos persistieran. Si el procesamiento es necesario, también existe una exigencia vital de educación. Solamente una investigación creíble sobre lo que se hizo y qué información se consiguió puede comenzar a modificar la creencia de la opinión pública en la «bomba de relojería activada», y hacerle comprender qué es la tortura, y qué es lo que se gana y se pierde cuando Estados Unidos la utiliza.

El presidente Obama, al declarar que «nadie está por encima de la Ley» y que «si hay pruebas de delitos… debe haber procesamientos,» también ha expresado su decidida preferencia por «mirar hacia adelante» en vez de «mirar hacia atrás.» Uno puede comprender el sentimiento pero incluso parte de las decisiones que su gobierno ha tomado ya -en relación con el secreto de Estado, por ejemplo-muestran en qué medida él y su Departamento de Justicia están condicionados por lo que hizo su antecesor. Tomemos las inequívocas palabras del fiscal general, Eric Holder, que en respuesta a una pregunta directa en sus audiencias de confirmación declaró: «waterboarding es tortura.» No hay ninguna ambigüedad, como tampoco la hay en las declaraciones igualmente francas de altos cargos de la administración Bush, entre otros el anterior vicepresidente y el ex director de la CIA, cuando confirmaron inequívocamente que el gobierno había dado órdenes y directrices para que los presos bajo su control fueran sometidos a la tortura conocida como waterboarding. Estamos pues todos viviendo una contradicción terrible, una contradicción duradera y poco sutil, como tampoco lo es el informe del CICR. Como dijo el ex vicepresidente Dick Cheney sobre el waterboarding: «el asunto no ofrece ninguna duda para mí.» Ahora Abu Zubaydah y sus compañeros de detención han salido de la oscuridad para unir sus manos a las del ex vicepresidente anterior y dar testimonio de la verdad de sus palabras.

12 de marzo de 2009.

Notas:

(1) «Restoring Trust in the Justice System: The Senate Judiciary Committee’s Agenda in the 111th Congress,» 2009 Marver Bernstein Lecture, Georgetown University, 9 de febrero de 2009.

(2) «President Discusses Creation of Military Commissions to Try Suspected Terrorists,» 6 de septiembre de 2006, East Room, White House, disponible en cfr.org.

(3) Para un informe bien documentado, Dana Priest, «CIA Holds Terror Suspects in Secret PrisonsThe Washington Post, 2 de noviembre de 2005.

(4) Jonathan Alter, «Time to Think About Torture: It’s a New World, and Survival May Well Require Old Techniques That Seemed Out of the QuestionNewsweek, 5 de noviembre de 2001; Raymond Bonner, Don Van Natta Jr., y Amy Waldman, «Interrogations: Questioning Terror Suspects in a Dark and Surreal WorldThe New York Times, 9 de marzo de 2003.

(5) «President Bush’s News ConferenceThe New York Times, 15 de septiembre de 2006.

(6) De «CIA-Abu Zubaydah. Interview with John Kiriakou.» Es una trascripción burda y sin fecha de una entrevista en vídeo realizada por Brian Ross de ABC News, al parecer en diciembre de 2008, disponible en abcnews.go.com. Citas de ese documento han sido editadas de modo muy ligero, para major claridad. Ver también Richard Esposito y Brian Ross, «Coming in from the Cold: CIA Spy Calls Waterboarding Necessary But Torture,» ABC News, 10 de diciembre de 2007.

(7) «Working Group Report on Detainee Interrogations in the Global War on Terrorism: Assessment of Legal, Historical, Policy, and Operational Considerations,» 4 de abril de 2003, en Mark Danner, Torture and Truth: America, Abu Ghraib, and the War on Terror (New York Review Books, 2004), pp. 190-192. Muchos de esos documentos, recolectados en ese libro y en otros sitios, fueron filtrados después de la publicación de las fotografías de Abu Ghraib y han sido públicos desde finales de primavera y principios de verano de 2004.

(8) David Johnston, «At a Secret Interrogation, Dispute Flared Over TacticsThe New York Times, 10 de septiembre de 2006.

(9) Mark Hosenball, «How Good Is Abu Zubaydah’s Information?Newsweek Web Exclusive, 27 de abril de 2002.

(10) Johnston, «At a Secret Interrogation, Dispute Flared Over Tactics.»

(11) KUBARK Counterintelligence Interrogation-July 1963 and Human Resource Exploitation Training Manual-1983, ambos archivados en «Prisoner Abuse: Patterns from the Past,» National Security Archive Electronic Briefing Book No. 122. Para las raíces históricas del «conjunto de procedimientos alternativos» vea Alfred W. McCoy, A Question of Torture: CIA Interrogation, from the Cold War to the War on Terror (Metropolitan, 2006); and Jane Mayer, The Dark Side: The Inside Story of How the War on Terror Turned into a War on American Ideals (Doubleday, 2008), especialmente pp. 167-174. Ver también mi «The Logic of Torture,» The New York Review, June 24, 2004, y Torture and Truth.

(12) Jan Crawford Greenburg, Howard L. Rosenberg, y Ariane de Vogue, «Sources: Top Bush Advisors Approved ‘Enhanced Interrogation,’» ABC News, 9 de abril de 2008.

(13) Los comentarios entre paréntesis aparecen en el informe del CICR.

(14) Cf. Bob Woodward, «Detainee Tortured, Says US Official: Trial Overseer Cites ‘Abusive’ Methods Against 9/11 SuspectThe Washington Post, 14de enero de 2009.

(15) Cf. Ron Suskind, «The Unofficial Story of the al-Qaeda 14Time, 10 de septiembre de 2006. También, Suskind The One Percent Doctrine: Deep Inside America’s Pursuit of Its Enemies Since 9/11 (Simon and Schuster, 2006), pp. 99-101, y Mayer, The Dark Side, pp. 175-177.

(16) Cf. «Statement on Military Commission Legislation: Remarks by Senator Barack Obama,» 28 de septiembre de 2006.

(17) Cf. Mike Danner, Torture and Truth, p. 33.

Durante mucho tiempo, Marck Danner ha sido escritor de plantilla de The New Yorker y colaborador de The New York Review of Books; es autor de tres libros: The Massacre at El Mozote: A Parable of the Cold War; The Road to Illegitimacy: One Reporter’s Travels Through the 2000 Florida Recount; y Torture and Truth. La obra de Danner ha sido honrada con numerosos premios, incluyendo el National Magazine Award, tres Overseas Press Awards, y un Emmy. En junio de 1999, fue nombrado MacArthur Fellow. Es profesor de periodismo en la Universidad de California en Berkeley y profesor Henry R. Luce de derechos humanos y periodismo en Bard College. Divide su tiempo entre Berkeley y Nueva York. Su trabajo está archivado en markdanner.com.

Texto original en inglés: http://www.nybooks.com/articles/22530

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