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Washington: trampeando en el sudeste asiático

Fuentes: Rebelión

El sudeste asiático, pese a que todavía sigue padeciendo los efectos del maremoto de diciembre de 2004 [1] , está cobrando una importancia creciente en los asuntos mundiales. Como signo de su potencial futuro, dos meses antes de la catástrofe del tsunami, se creaba, por acuerdo entre China y los diez países de la ASEAN […]

El sudeste asiático, pese a que todavía sigue padeciendo los efectos del maremoto de diciembre de 2004 [1] , está cobrando una importancia creciente en los asuntos mundiales. Como signo de su potencial futuro, dos meses antes de la catástrofe del tsunami, se creaba, por acuerdo entre China y los diez países de la ASEAN (Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar o Birmania, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam), la zona comercial más importante del mundo, que, en 2005, ha empezado a diseñar su cooperación y que contempla su definitivo establecimiento en 2010. El creciente protagonismo del sudeste asiático se hace notar también en la APEC -el Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico, cuya sede está en Singapur- que celebró a finales de noviembre de 2005 su última cumbre en Corea del Sur, y cuyas perspectivas de desarrollo económico interesan vivamente a Estados Unidos, no en vano los veintiún países que agrupa APEC concentran casi el sesenta por ciento del total de la producción mundial.

Esa realidad geoestratégica hace que la política norteamericana en el sudeste asiático se articule en torno a los deseos de cooperación económica con los países de la zona, para intentar reequilibrar su lento declive industrial y económico, mientras su diplomacia sigue pendiente de dos asuntos de interés principales: el mantenimiento de un foco de crisis artificial en el sur de China, con el velado estímulo a las aspiraciones independentistas de una parte de los dirigentes de Taiwan, y el diseño de una nueva relación con la India, tradicional aliado de la URSS durante la guerra fría, a quien la desaparición del país de los sóviets dejó sin estrategia internacional. En el fondo del escenario, la lucha por el control de los mercados energéticos, la empantanada situación de Iraq y el acoso creciente a Irán, junto a las preocupaciones por la estabilidad de los mercados monetarios y el peligro latente de que el euro sustituya progresivamente al dólar en las transacciones del mercado petrolífero: Irán ya ha anunciado que piensa sustituir la moneda norteamericana por la europea en su bolsa de petróleo. También Malasia, un país de la zona, está estimulando la adopción del euro, mientras Moscú considera seriamente la posibilidad de utilizar el euro para fijar los precios de su petróleo, al tiempo que está aumentando sus reservas de divisas en la moneda de la Unión Europea en detrimento del dólar. Incluso los países miembros de la OPEP han reducido, desde finales de 2001, sus reservas de divisas en dólares, que han pasado de ser las tres cuartas partes del total a apenas el sesenta por ciento. Esos nacientes movimientos preocupan profundamente a Washington.

Pese a que Estados Unidos, oficialmente, está de acuerdo con la idea de una sola China, siguen estimulando el independentismo de Taiwan y el enfrentamiento de la isla con Pekín, como parte de su incompleto, y no declarado, sistema de contención a China, que tiene en su acoso político a Corea del Norte otra de las bazas para presionar al gobierno chino, mientras sigue manteniendo su destacada presencia militar en la zona, desde Okinawa hasta la isla de Diego García: uno de los objetivos estratégicos de Washington es mantener su red de bases militares en el océano Índico y en el Pacífico, pese a la redistribución de sus instalaciones y a un nuevo diseño estratégico orientado a la vigilancia del gigante chino. Así, las declaraciones de Chen Shui-bian, el dirigente de Taiwan, a finales de febrero de este año, jugando con la idea de la independencia de la isla, han vuelto a avivar la disputa con China. El diseño de esa estrategia de tensión se ha hecho en Washington: mientras las dificultades económicas y los escándalos hacen mella en la reputación del dirigente taiwanés, Chen Shui-bian se lanza en una fuga hacia delante, como si buscase la inestabilidad en todo el Pacífico y el Asia sudoriental. En realidad, sus declaraciones se explican por el interés norteamericano en contener la pujanza china, desviando una parte del esfuerzo político y económico de Pekín al asunto doméstico de Taiwan.

Al mismo tiempo, Estados Unidos está intentando atraer a su campo a la India, que se mueve, insegura, entre una posición estratégica subalterna, aunque no ha renunciado a la histórica amistad con Moscú, y el desarrollo de una política exterior independiente. En julio de 2005, el gobierno indio firmó un acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos, que alcanzaba incluso al programa atómico indio, y que ha sido ratificado en la reciente visita del presidente norteamericano a la India. Sin embargo, no hay que olvidar que el gobierno del Partido del Congreso, dirigido por Singh, se sostiene por el apoyo externo del Frente de Izquierda, cuyo principal integrante es el Partido Comunista, y que impone al primer ministro indio dos condiciones para su colaboración: un Programa mínimo común que ponga fin a la política neoliberal de anteriores gobiernos indios y una política exterior independiente de Estados Unidos, exigiendo que coordine su diplomacia con China, Rusia y los países no alineados. India ha mantenido tradicionalmente buenas relaciones con Irán, pero el gobierno Singh cedió a las presiones norteamericanas para votar contra Teherán en el OIEA, el Organismo Internacional de Energía Atómica que dirige Mohamed el Baradei. Utilizando la histórica tensión entre India y Paquistán, el propio embajador norteamericano en Delhi, David Mulford, presionó al gobierno indio, antes de la llegada de Bush, con la amenaza de no ratificar el acuerdo nuclear si Delhi no apoyaba en los foros internacionales las exigencias de Washington hacia Irán. Es previsible que el gobierno indio se tentará la ropa antes de crearse nuevos problemas exteriores con China e incluso con Rusia, pero la disputa sigue abierta: mientras tanto, los comunistas indios y el Frente de Izquierda, que han impulsado movilizaciones populares contra la visita de Bush a la India, han vuelto a plantear a Singh los riesgos que comporta su acercamiento a Washington. Es un aviso para navegantes.

Por su parte, Vietnam, Laos, y Camboya, presentan situaciones diversas. En Vietnam, donde ha mejorado notablemente el nivel de vida de la población, el gobierno se apresta a la lucha contra la corrupción y el despilfarro, mientras prepara el X Congreso del Partido Comunista de Vietnam para el próximo mes de abril, intensificando la construcción de una economía de mercado socialista en una etapa de crecimiento económico que ha alcanzado casi el ocho por ciento anual en los últimos cinco años: sus productos están accediendo ya a los mercados internacionales. Como muestra de la creciente importancia económica que está adquiriendo el país, el APEC se reunirá a finales de este año en Hanoi, la capital vietnamita.

Junto a esos dos focos principales de interés, Washington no pierde de vista la evolución política en todo el gran sudeste asiático, donde se juntan alarmantes noticias para sus intereses, como el fortalecimiento de la guerrilla comunista en Nepal, cuyas fuerzas pueden tomar, si lo desean, Katmandú, donde reina un corrupto y sanguinario monarca aliado de Estados Unidos, además de las crisis larvadas en los países menores de la zona, como Tailandia, Malasia y Birmania. La extendida miseria en Indonesia y Filipinas, con sistemas políticos basados en el nepotismo, la corrupción, el autoritarismo y la dependencia de Estados Unidos, completan el panorama. En Filipinas, la presidenta Macapagal Arroyo, dependiente del Departamento de Estado norteamericano, está agitando el espantajo de un supuesto golpe de Estado de derecha, ¡para denunciar una conspiración de «comunistas y aventureros», y para iniciar una campaña represiva contra la izquierda!

Puede concluirse que la actual política estadounidense en el sudeste asiático se mueve entre el recurso tradicional a la imposición y la amenaza, y la presión diplomática sobre gobiernos soberanos, oscilando entre la cooperación económica con muchos países emergentes y la lucha por preservar espacios estratégicos de influencia, con el objetivo de conservar los regímenes cliente que posee en la zona y fortalecer el despliegue militar y los focos de crisis de Taiwan y Corea con el deseo de contener a la pujante China, intentando atraer a su campo a la otra gran potencia asiática, la India, mientras trampea en una realidad cambiante que anuncia ya el mundo que viene, un mundo que no será norteamericano.



[1] Sobre la actuación norteamericana en el maremoto de 2004, véase: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=10132