Recomiendo:
0

«Winter in América»

Fuentes: Diagonal

El movimiento de las ocupaciones de plazas ha irrumpido en el debate pre-electoral en EE UU. El sociólogo y guionista de televisión Angel Luis Lara se pregunta cómo encaja esta oleada de protestas en un país que sigue esperando una salvación divina ante la crisis.

Para entender la situación actual en EE UU se suele recurrir a agudos análisis macroeconómicos y opiniones en materia de alta política.

Sin embargo, basta observar el comportamiento de la demanda de bienes culturales para conseguir la radiografía exacta de la realidad en EE UU. Los públicos, como bien sabía Gabriel Tarde, han terminado por convertirse en la categoría que posee una mayor capacidad explicativa de las relaciones y los escenarios sociales. Pese a que Pierre Bourdieu demostró hace años el origen social del gusto, invertiremos su ecuación: a partir del análisis del gusto es posible comprender lo social y lo político.

Nos bastará con cruzar dos sencillos datos en materia de consumos culturales: cuál es la película más vista actualmente en EE UU y cuál es el libro más vendido. La respuesta a la primera pregunta es Dolphin Tale (Cuento de delfín), la conmovedora historia de un delfín llamado Winter que pierde su cola al quedar atrapado en un cepo para cangrejos y cuya vida es salvada gracias a una arriesgada operación quirúrjica en la que le colocan una prótesis a modo de nueva cola. La respuesta a la segunda cuestión, sin embargo, no remite al orden marino, sino al divino: el best seller actual en EEUU es Heaven is for real (El cielo es real), un libro en el que un padre relata el encuentro de su hijo de tres años con Jesús y con los ángeles en el curso de una apendicetomía de urgencia.

Ambas historias nos hablan de traumáticas intervenciones quirúrgicas, de soluciones basadas en la artificialidad y de salvaciones divinas. El gusto del público estadounidense define magistralmente la naturaleza del relato oficial sobre la crisis presente.

También su necesidad imperiosa de creer. Lástima que, a diferencia del delfín Winter, América necesite más que silicona y plástico para obrar el milagro. «And now it’s winter in America and all of the healers have been killed or betrayed», cantaba el difunto Gil Scott-Heron.

«Y ahora es invierno en América y todos los curanderos han sido asesinados o traicionados». Nada más alejado de los finales felices de Hollywood. Nada más próximo a una radiografía certera de los EE UU de nuestros días.

Dada la enorme desconfianza que sienten los estadounidenses hacia la clase política de su país, no es de extrañar que prefieran depositar sus esperanzas en Dios y en un simpático delfín con una prótesis de silicona.

Según una encuesta hecha pública el pasado verano por la cadena CBS y por el periódico New York Times, el 82% de la población norteamericana desaprueba al conjunto de su clase política y cuatro de cada cinco personas consideran que las medidas adoptadas por los políticos para solucionar la crisis tienen que ver más con sus intereses que con la búsqueda del bien para el país.

En medio de un contexto de intensa desafección hacia los políticos, el presidente del país se empeña en seguir enredándose en su laberinto.

Pese a que hay una tendencia generalizada en la opinión pública progresista a presentar a Obama como una víctima del bloqueo republicano a sus políticas, ha sido el presidente mismo quien ha tomado la decisión de obrar como palanca de dicho bloqueo: un movimiento de base y ciudadano movido por un profundo deseo de regeneración democrática le llevó en 2008 hasta la Casa Blanca, sin embargo, en vez de asociarse a dicho movimiento para redefinir la política y el ejercicio del gobierno, Obama prefirió disolver esa energía y aliarse con el establishment de Washington en la repetición de lo ya conocido.

La tela de araña de esa repetición se teje fácilmente en el cruce de tan sólo tres datos:

1. El Gobierno de Obama ha optado decididamente por rescatar a los bancos antes que a la gente;

2. El inquilino de la Casa Blanca ha continuado con la deriva bélica de sus predecesores en el cargo, gastando la friolera de un trillón de dólares al año en materia de guerra;

3. Lejos de cumplir su propuesta electoral de una reforma migratoria, Obama es el presidente que ha deportado más personas migrantes en la historia de los EE UU.

En enero del año pasado la revista The Village Voice ofrecía una portada que sorprendía a propios y a extraños: a modo de los lagartos de la serie V, el rostro de Obama se acartonaba y dejaba ver la cara de su predecesor en el cargo. «George W. Obama». Hace un par de semanas el Estado de Georgia aplicaba la pena capital a Troy Davis tras más de veinte años de reclusión en el corredor de la muerte por un crimen que nunca cometió. Pese a los miles y miles de mensajes recibidos por Obama para que impidiese el asesinato, el mandatario decidió mirar para otro lado. La tela de araña es, efectivamente, más tupida de lo que nunca hubiéramos imaginado.

Por su parte, los republicanos y su díscolo Tea Party, también andan decididamente enredados en la pulsión de muerte. Freud definía esa inclinación como una marcada tendencia interior hacia la autodestrucción, combinada con una propensión exterior hacia el aniquilamiento. Expone magistralmente el programa político y el estado mental de la derecha estadounidense: una suerte de suicidio colectivo hecho de políticas inviables de restauración del orden industrial, aderezadas con un programa imposible de restauración del imperialismo y de la hegemonía estadounidense.

Rick Perry, gobernador de Texas y candidato bien posicionado en las primarias del Partido Republicano, encarna paradigmáticamente esa pulsión de muerte: hace unos días los medios de comunicación desataban la polémica al desvelar que la entrada de un coto de caza de la familia de Perry en Texas está presidido por un cartel que dice: «Niggerhead» (Cabeza de negro). Él jura que no es racista.

Sin embargo, el movimiento #OccupyWallStreet es un nuevo actor que ha irrumpido con fuerza en el escenario político estadounidense, intentando abrir vías de escape del laberinto, tratando de bloquear la pulsión de muerte con un deseo irrefrenable de vida. Acampado en el corazón del distrito financiero neoyorquino desde hace un mes, comienza a replicarse de manera notable por gran parte del país. Conectado directamente con los movimientos de protesta en los países árabes y en el Mediterráneo, #OccupyWall- Street ha logrado granjearse la simpatía de los sectores progresistas de EEUU y de un espectro cada vez mayor de personas sin afiliación política, amén de conseguir el apoyo decidido de los sindicatos más importantes del país y de un cúmulo significativo de organizaciones sociales y comunitarias.

Sin embargo, su máximo logro es el hecho mismo de su existencia: la acampada de Liberty Plaza representa la reconquista de la sociabilidad en un país particularmente golpeado por el atomismo y la desestructuración social. Por eso lo que uno percibe inmediatamente al llegar a la plaza es una especie de emoción y de alegría contagiosa. Algunos neoyorquinos han comenzado a llamarlo «el milagro de estar juntos».Una primavera en pleno otoño. No parece un mal principio.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Winter-in-America.html