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Un agente del contrainteligencia cubana se infiltra en Reporteros sin Fronteras:

«Yo fui el primer representante de RSF en Cuba»

Fuentes: Granma Internacional

Nestor Baguer Sánchez-Galarraga en una entrevista exclusiva concedida a los autores de Le Dossier Robert Ménard – Pourquoi Reporters sans frontières s’acharne sur Cuba, explica cómo Ménard lo reclutó y después le entregó un ordenador portátil (laptop), según el procedimiento idéntico a los que utilizan universalmente todos los «honorables corresponsales» de la CIA implicados en […]

Nestor Baguer Sánchez-Galarraga en una entrevista exclusiva concedida a los autores de Le Dossier Robert Ménard – Pourquoi Reporters sans frontières s’acharne sur Cuba, explica cómo Ménard lo reclutó y después le entregó un ordenador portátil (laptop), según el procedimiento idéntico a los que utilizan universalmente todos los «honorables corresponsales» de la CIA implicados en operaciones de reclutamiento y suministro de informaciones. Baguer era entonces presidente de la Asociación de Periodistas Independientes… para las necesidades de la causa, puesto que era el agente Octavio de los órganos cubanos de contraespionaje.

A continuación reproducimos esta reveladora entrevista.

-¿Cómo usted se puso en contacto con Ménard?

-Ellos oyeron de la Asociación de Periodistas Independientes de Cuba, y que yo era el principal periodista disidente. Hicieron primero contacto a través de la familia de una persona que estuvo en prisión y que me conocía. Yo dije que estaba dispuesto a trabajar pero pregunté cuáles eran las condiciones. Luego vinieron a Cuba. Por sorpresa.

-Cuando Ménard aparece en La Habana, el 20 de septiembre de 1998, ¿lo visitó a usted en su casa?

-No. El nunca estuvo en mi casa sino que nos reunimos en esa tercera casa, ubicada en calle 21 y G, con la gente que había establecido contacto con nosotros. Ménard se encontraba ahí con su asistente (Régis Borgeat).

-¿Cómo se desarrolló esa conversación?

-Me dijeron que les hacía falta hablar en privado conmigo y que íbamos a dar una vuelta. Tenían un carro abajo, y salimos a dar una vuelta por todo el barrio del Vedado.

-¿El no quería conversar en esa casa?

-No. El quería salir para hablar con tranquilidad. Quería estar en su vehículo para hacerlo. Insistía que no hubiera testigos de lo que estaría hablando conmigo.

-¿Por qué?

-El no tiene confianza, parece, con nadie.

-¿Quién manejaba el carro?

-Su asistente. Un muchacho más joven que él. Ménard y yo estábamos sentados detrás.

-¿Hablaban en español?

-Si. El habla bastante español.

-¿Quién hablaba con usted?

-Más bien Ménard, aunque el otro participaba también.

-¿Grabaron la conversación?

-Que yo viera, no.

-¿Cómo estaba vestido?

-Se vestía bien. Elegante.

-¿Cómo presentó sus objetivos?

-El me presentó eso como una cuestión para la defensa de la libertad de prensa. Todo era para la libertad de prensa «en el mundo entero». Que ellos eran una organización internacional para proteger a los periodistas en el mundo entero. Dijo que él era patrocinado por muchas grandes firmas de Francia que le daban dinero para realizar esta labor. Que había gente en Francia interesada en eso.

Se dice que Ménard es un tipo autoritario que no le interesa compartir. El venía a dar instrucciones. No escuchaba. Venía a decir lo que había que hacer.

-¿Ya RSF iba atacando a Cuba desde Francia?

-Claro. Lo que quería era que fuera de aquí directo. Parece que antes se nutría de Miami. Pero quería tener su fuente de Cuba para que fuese más creíble.

-¿Parecía persona adinerada?

-Para alojarse en el Hotel Nacional y alquilar un carro grande, de lujo. eso cuesta algunos dólares diarios.

-¿Cuánto tiempo duró este paseo?

-Como una hora. La computadora no me la entrega él sino que me cita en un parque y entonces manda a su asistente a que me la entregue.

-¿Dónde fue eso?

-En el parque de 21 entre J y K. El parque grande que hay allí.

-¿Cómo fue?

-Me llamaron y me dijeron que debía estar en ese lugar en tal hora.

-¿Había alguien allí cuando llegó?

-No había nadie.

-¿Y qué hizo usted?

-Me senté en un banco y en eso llegó su ayudante, me entregó la computadora. Era chiquita, una laptop. Y se fue. Sin más.

-¿Eso corresponde, según su opinión, a una forma de actuar de servicios de Inteligencia?

-Lógico. No tiene nada que ver con el periodismo.

-¿Las citas en los parques son algo común en el periodismo cubano?

-En absoluto. Aquí nunca se necesita ir a un parque para esta labor.

-¿Tampoco encerrarse en un carro para que no haya testigos?

-Tampoco.

-¿Lo normal hubiera sido que pasara por su casa?

-Claro. El tenía mi teléfono.

-¿Y actuaban como si fueran gente acostumbrada de trabajar así?

-Sí.

-¿Como si fueran agentes de algún servicio de Inteligencia?

-Exactamente.

-¿Nunca había viajado a Cuba?

-Nunca.

-¿Y qué conocimiento tenía de Cuba?

-Ninguno. El llevaba dos días aquí. ¿Qué iba a conocer de Cuba? Hablaba por ejemplo de un problema racial. Que haya en Cuba personas que sean racistas, eso sí, pero eso existe en todos los países del mundo. Pero en Cuba no hay política racista, ya que existen oportunidades iguales para todas las razas. Al contrario de Estados Unidos.

-¿Cuánto tiempo se quedó en La Habana?

-Creo que se quedó una semana. No vio a ninguna persona más, que yo sepa.

-¿De qué forma se mantuvo en contacto con Ménard?

-Por teléfono. Me llamaba su ayudante desde Francia. yo hablaba entonces más con Régis, que con Ménard.

-¿Era él quien dirigía su actividad?

-Sí.

-¿Pedía temas particulares?

-Precisaba lo que quería que se hablara. Ellos indicaban los temas.

-¿Régis se comunicaba con usted cada semana?

-Casi todas las semana. Largas llamadas porque yo tenía que transmitir mis textos. Yo leía las noticias y él las grababa. Y luego daba consejos.

-¿Consejos?

-Régis me reprochaba que yo era muy suave. Le decía que yo no estaba acostumbrado a decir ciertas palabras. Tengo un nivel cultural y no estoy acostumbrado a decir, ni a un enemigo, ciertas cosas. Me preguntaban por qué no llamaba a Fidel Castro asesino. Le decía que tenía que respetar a la autoridad para que me dejaran seguir. Pero él insistía para que yo dijera que Fidel Castro era un asesino, que era esto, que era el otro. Esto nunca lo consiguió de mí y eso llevó a una elación muy tensa.

-¿Se puso bravo en algún momento?

-Al final, sí. Era molesto. Y rompió y nombraron a otra persona como representante porque él decía que yo no era suficientemente agresivo. Y me daba ejemplo de otros que enviaban noticias que todas eran falsedades. Que había tantas personas en huelga de hambre y era falso. No había nadie en huelga de hambre. Una vez que se pretendía hacer una huelga, yo fui personalmente al lugar, en el reparto Santo Suárez. Entré de repente a una hora que no me esperaban. Y me encontré con esa gente cocinando sopa de pollo. Todo era una mentira.

-¿Dónde se publicaban sus noticias?

-Nunca supe, pues él nunca mandó recortes, nada. Sólo una vez me mandaron una revistita, hecha por ellos.

-¿Solicitó informaciones sobre la defensa del país?

-Si. El quería saber si conocía de desafectos en el Ejército, en la Policía. Le interesaba saber eso.

-¿RSF actuaba como si fuera una agencia de prensa?

-Exactamente. Como una agencia de prensa y no como la asociación que pretenden ser. Recogían su material y decían que lo repartían en distintos periódicos, en Estados Unidos como en Europa. O sea actuaba como agencia de prensa. No como defensor del periodista, en absoluto. Además, se creaban muchas agencias en aquel momento – yo conocí «agencias» que eran el padre la madre y el hijo – y ellos querían abarcarlo todo.

-¿Desde el principio le hablo de dinero?

-Claro. Hablaba de «ayudar». Que ellos «ayudaban» a los periodistas que les ayudaban en esas campañas «por el bien de la prensa libre del mundo». No hablaba de cantidades.

-¿Y cómo aparecía este dinero?

-Por una agencia bancaria gracias a la tarjeta Transcard. Me avisaban que habían hecho una transferencia e iba a recoger el dinero con la mía. Todos los meses mandaban algo. Me mandaban lo mio y lo que había que entregar a los auxiliares. Ellos enviaban dinero por mi intermedio a los que les ofrecían trabajos. Los que les convenían a ellos. Porque si no era así, no los aceptaban, simplemente. Y mientras más mintiera, más te aceptaban el trabajo. Mientras más exagerada era la mentira, más te la aceptaban.

-¿De qué cantidades mensuales estamos hablando?

-Ciento cincuenta, doscientos dólares. A mí me mandaban 100 dólares todos los meses. A otros no. ¡Algunos recibían sólo 5 dólares al mes!

-Parece muy poco.

-Por supuesto, estaba haciendo un gran negocio. Un negocio fantástico que seguro le daba miles de dólares. El decía que iba a ayudar. Pero no ayudaba a nadie. Exigía un trabajo y lo pagaba. Eso no es ayuda. Eso es un negocio. Con Ménard, todo es a cambio de algo. Llegó un momento que yo estaba asqueado de tanta falsedad y cómo se robaban los unos a los otros. Llegaba el dinero para un grupo y el Jefe de grupo tomaba el dinero y se desaparecía.

-¿Hasta qué punto la SINA (la representación diplomática estadounidense en Cuba) valoraba, en aquel momento, que usted era una persona de confianza?

-Yo tenía un pase para entrar a la SINA, cualquier día a cualquier hora, con otras dos personas más. Como era graduado de una Universidad norteamericana, consideraban que era más fácil entenderse conmigo que con cualquier otro cubano. Había vivido en Nueva York, y conocía muy bien los Estados Unidos y tenía muchos amigos allá.

-¿Usted se expresa en inglés con mucha facilidad?

-Lo hablo igual que el español. Cuando yo me reunía con ellos y había además de cubanos, algún congresista norteamericano, pedían un traductor para los cubanos. Me decían: «No Baguer, usted hable en inglés, nosotros traducimos al español».

-¿Cuando empezó esa relación con la SINA?

-En 1998, estuve en contacto con el responsable de cultura, Gene Bigler. Yo había ido a la SINA para buscar informaciones. El sabía ya que había vivido en Estados Unidos y que yo era periodista. Me presentó a su jefe, Joseph Sullivan.

-¿Después de que se supo de su papel, qué pasó? ¿Hubo algunas reacciones imprevistas?

-He recibido por lo menos una docena de amenazas de muerte.

-¿De qué forma?

Anónimas. Por teléfono.

-¿De aquí?

-No, de afuera. De cubano-americanos.

-¿Cómo puso fin a su relación con la gente de la SINA?

-Al día siguiente que se reveló mi trabajo como agente, llamé por teléfono al señor Cason, el jefe de la SINA, para saludarlo. Pero cuando me identifiqué, gritó: «¡No quiero saber nada!» Y colgó. No apreció la llamada.

-¿Que valoración conserva usted de Ménard?

-Para mí es un delincuente. Sinceramente. Porque él engaña a todo el mundo. Diciendo que quiere libertad de prensa. ¿De qué libertad de prensa se trata si él te dice lo que quiere que tú le digas? Pero eso era lo que reclamaba Reporteros Sin Fronteras. Mentiras. Escribir lo que sea, aunque no lo pudiera probar.