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Afables monstruos militares y drones asesinos

Fuentes: Rebelión

Para Santiago Alba Rico, que lo hubiera escrito con la misma indignación pero con mayor profundidad y sabiduría.

El diario imperial-global publicó el pasado 31 de julio un artículo de Elisabeth Bumiller [1], del New York Times . Encefalograma plano, impiedad en estado puro; no apto para menores ni para personas razonables ni sensibles.

Está escrito -supuestamente- desde la base militar de Hancock, en el Estado de Nueva York. Elisabeth Bumiller [EB] cuenta lo que quieren que cuente y habrá visto lo que los militares han deseado que viera. Obviamente. Sea como fuere, para hacernos un ligera idea de las dimensiones de esta nueva-no-tan-nueva barbarie político-militar vendida como alta civilización, ultramodernidad y tecnología sofisticada de última generación, vale su peso en infamia e indignidad. Un botón sangriento como muestra de un diseño criminal, una página más -destacada- de la historia universal de la infamia.

La Fuerza Aérea norteamericana cuenta actualmente con más de 1.300 pilotos de drones repartidos en trece bases. Según las propias fuentes militares, necesitan unos 300 pilotos más [2]. El Pentágono calcula que para 2015, la Fuerza Aérea deberá contar con 2.000 pilotos en total [3]. Las tripulaciones de drones superaban anteriormente el entrenamiento para volar un avión de combate tradicional; a partir de 2012, los pilotos pasan unas «40 horas a bordo de un Cessna antes de aprender a manejar un drone». El jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general Norton A. Schwartz, cree que es «posible» que los pilotos de drones superen a los tradicionales en los próximos años. Muy pronto. La base de. Hancock, la visitada por EB, retiró sus F-16 hace dos años, en 2010. Son obsoletos.

 

Desde una base militar en Siracusa, a unos 380 km al norte de Nueva York, el coronel Scott Brenton, señala la periodista del NYT, controla el vuelo de un drone sobre Afganistán. La aeronave transmite en directo la vida de los insurgentes, de las gentes que luchan contra la ocupación y aniquilación de su país por «la guerra humanitaria» conducida por el Imperio. Su objetivo, el objetivo militar del equipo del coronel, está a 11.200 kilómetros de distancia de su base.

El equipo puede observar a una familia afgana durante semanas si es necesario. «Madres con niños. Padres con niños. Padres con madres. Niños jugando al fútbol». Cuando llega la orden -¿quién les da la orden?-, dispara y asesina -el traductor del artículo de Elisabeth Bumiller [EB] escribe «mata»- a un miliciano. Solamente se hace una acción así, asegura el coronel, «cuando las mujeres y los niños no están cerca». EB recoge puerilmente el comentario, como si fuera una agente publicitaria a sueldo del Pentágono o un estúpido e insoportable personaje masculino de Tarantino, y añade «un escalofrío recorre su nuca, como le ocurría cuando disparaba a un objetivo desde los F-16 que solía tripular». El servilismo no tiene límites.

El coronel Brenton, prosigue EB, reconoce la singularidad de atacar sin más equipo «que un mando, unas pantallas y un pedal, en un frente a miles de kilómetros de su silla acolchada en un suburbio en Estados Unidos». Allí no llega el olor de los cadáveres; la sangre es mancha roja en pantalla. Como en las pelis o juegos de ordenador. Los cuerpos destrozados son como miembros de un muñeco informático que va desencajándose. Cuenta el coronel asesino que en Irak, donde también estuvo destinado, «aterrizabas y quienes te rodeaban sabían qué había pasado». Ahora ya no. El señor Coronel, que tampoco tiene quien le escriba, sale de este cuarto lleno de pantallas a la hora convenida, cuando acaba su «pacífica» y honrada jornada laboral, y conduce un precioso automóvil última generación rumbo a su casa, con música de fondo. Sinatra. Dylan incluso, acaso Tina Turner, son los cantantes escogidos en ocasiones. El coronel, padre amantísimo donde los haya, tiene que ayudar a sus hijos con los deberes. Eso sí: «Nadie en mi círculo más cercano es consciente de lo que ha pasado». De 9 a 2, muertes, asesinatos y persecuciones, con algún efecto colateral; luego deberes, niños, actos patrióticos y alguna partida de golf. Como los torturadores de la DINA o la BPS.

Según EB, la periodista del NYT, los militares que controlan los drones hablan con entusiasmo de los días buenos. ¿Días buenos? «Cuando pueden alertar a una patrulla terrestre en Afganistán de una emboscada». Patrulla terrestre usamericana por supuesto. En los días malos, es decir, en los días de crímenes, «la Fuerza Aérea envía médicos y capellanes a las bases para hablar con los pilotos y operadores cuando un niño muere en un ataque», los efectos colaterales, o cuando las imágenes de la pantalla «muestran un primer plano de un marine caído en combate». Sólo en esos casos. Los otros asesinados no son seres humanos propiamente: son enemigos, afganos, terroristas, fundamentalistas, escoria insurgente.

La periodista del NYT efectúa poco después un giro temático copernicano, como el que va a misa a escuchar a monseñor Rouco o, puestos en ello, a Duran i Lleida. Tomen nota del paso: «La minuciosa vigilancia que precede a un ataque recuerda a la película La vida de los otros : la historia de un agente de la Stasi, la policía secreta de la RDA, que acaba absorto en la vida de las personas que espía». ¿Y qué tendrá que ver lo descrito en La vida de los otros , situación nada maravillosa desde luego, con las actuaciones criminales a distancia de los militares de esas bases?

Añade EB sin mover apenas una pestaña: «Un piloto de un drone y su compañero, un operador que controla la cámara de la nave, observan a un miliciano mientras juega con sus hijos, habla con su esposa y visita a sus vecinos. Ejecutan el ataque cuando, por ejemplo, su familia ha ido al mercado». ¡Qué humanismo! ¡Qué corazón tan tierno!

El coronel Hernando Ortega, el jefe de Medicina Aeronáutica en el Mando de Formación y Educación Aérea, colaboró en un estudio sobre el estrés en las tripulaciones de los drones realizado en 2011. Les preocupa el estado, el funcionamiento de su máquina asesina. Su sesuda sentencia: «Se puede identificar [el estrés] hasta cierto punto». ¡Vaya por Dios! Por si hubiera alguna, de una docena de pilotos, operadores y analistas aeronáuticos entrevistados en el estudio, «ninguno reconoció que el rastro de sangre causado por las bombas y los misiles les impidiera dormir». ¡Ninguno! ¿Una mutación insensible de la especie? Como en los viejos tiempos del nazismo. ¿Recuerdan las declaraciones de Adolf Eichmann durante su proceso? ¿Inquietudes, mala conciencia, dudas, horror? Nada, nada, hay que pensar en positivo, siempre en positivo.

Eso sí, todos los encuestados hablaron «de la intimidad que habían establecido con las familias afganas que habían observado durante semanas. Los ves levantarse por la mañana, trabajar y luego irse a dormir», ha declarado Dave, un mayor de la Fuerza Aérea que pilotó drones entre 2007 y 2009 en la base de Creech (Nevada) y que ahora entrena a nuevos pilotos en la base de Holloman (Nuevo México). La intimidad no es obstáculo para el cumplimiento asesino del deber.

Otro oficial añade: «Hay una muy buena razón para matar a estas personas. Me lo repito una y otra y otra vez». Eso sí: «Nunca te olvidas de lo que ha ocurrido». ¿Qué razón, qué razones? ¿La defensa de la «libertad»? «Creo que hago el mismo trabajo de siempre. La única diferencia es que no me envían a otro país a hacerlo», comentó el coronel Brenton.

Todos los pilotos de la base rechazan que su trabajo sea un videojuego. ¡Qué listos, qué inteligencia! ¿Por qué? Porque «no tengo ningún videojuego que requiera que permanezca inmóvil durante seis horas observando solamente a un objetivo», señala Joshua, uno de los operadores. ¡Qué capacidad argumentativa! ¡No tienen juegos de seis horas de duración! ¡Mecachis! Añade Joshua: «Las tripulaciones son conscientes de que las decisiones que toman, sean buenas o malas, tienen consecuencias reales». ¿Buenas o malas? ¿Consecuencias buenas?

El lenguaje tiene también su papel: evitan la palabra drone. ¿Cómo les llaman? Aviones pilotados a distancia. Suena mejor: la palabra «drone» está herida de muerte.

Todos los pilotos que han tripulado naves de combate, añade EB para finalizar su nota, afirman que echan de menos volar. El coronel Brenton, por ejemplo, «participó en mayo pasado en un espectáculo aéreo en Siracusa. Cuenta que los fines de semana suele pilotar un pequeño avión de hélices, al que bautizó como «El Matamoscas». «Es agradable estar en el aire».

Es agradable estar en el aire y es agradable vivir en paz.

¿Son o no unos monstruos? ¿Esta es la civilización que deseamos y añoramos? ¿Es o no es el capitalismo un sistema criminal? ¿Hay alguna cara que en verdad no sea el lado oscuro-y-asesino de la fuerza militar? ¿En estos usamos nuestra inteligencia? ¿En asuntos así depositamos nuestra sensibilidad?

 

Nota:

[1] El País, 31 de julio de 2012, pp. 4-5.

[2] La mayoría de las misiones son en Afganistán. Las cifras no incluyen las misiones clasificadas de la CIA en Pakistán, Somalia y Yemen. ¡Más madera a sumar a la madera que ya arde!

[3] El Ejército usamericano entrena ya más pilotos para drones que pilotos tradicionales. 350 en 2011.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

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