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Manaf Tlass es desertor del ejército sirio

50 minutos con Manaf

Fuentes: Jadaliya

Traducción para Rebelión de Loles Oiván.

Manaf Tlass (1964), General de Brigada de la Guardia Republicana del ejército sirio, miembro del Comité Central del Partido Baaz, y muy próximo al círculo de Al-Asad, abandonó el país la semana pasada con rumbo a París desde donde realizó una declaración pública a través del canal saudí Al-Arabiya en la que se presentaba como desertor del ejército sirio por rechazar la violencia criminal. Tras hacer un llamamiento a favor de un gobierno de unidad nacional que promueva la estabilidad y la reconstrucción democrática de Siria, solicitó que se le permita servir al país cuando caiga el régimen de Al-Asad. Algunos grupos opositores han expresado sus suspicacias respecto a la deserción. Los Comités de Coordinación Locales (CCL) han mostrado su temor de que la comunidad internacional esté maniobrando para que figuras como la de Manaf pasen a integrar un Gobierno de transición tal y como propuso el enviado especial conjunto de Naciones Unidas y la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan [1].

Tala era la amiga de un amigo. La conocí a principios de la década de 2000. Poco después desapareció. Resultó que se había casado.

Algunos años más tarde, durante una de mis visitas regulares a Siria, me encontraba con un grupo de amigos en uno de esos nuevos bares-restaurantes bulliciosos que salpican la ciudad vieja de Damasco, cerca de Bab Tuma. Algunos eran más populares que otros y estaban frecuentados por internacionales y por un determinado estrato de la sociedad damascena que incluía a partidarios del régimen y a otros que se oponían. A mediados de los 2000, no importaba mucho la opinión que uno tuviera sobre el régimen. Lo que unía a estos damascenos era el común beneficio de la política de «reformas económicas» del presidente Bashar al-Asad y la estratificación social que había producido. En esos círculos, criticar al régimen ya no era tabú -siempre y cuando se hiciera de manera agradable y «razonable». Ningún nombre, ninguna mención sobre sectas, nada «subversivo». De todos modos, ¿por qué querría esa gente subvertir el status quo?

Esa noche, me presentaron ante el marido de Tala, Manaf Tlass, como «investigador sobre Siria» que estudia la «economía siria». En ese momento, Manaf era uno de los hombres fuertes más importantes del régimen que trabajaba codo a codo con Maher al-Asad (el hermano más joven del presidente) como comandante de las unidades de élite de la Guardia Republicana. Estaba demasiado oscuro como para entrever sus rasgos. Lo que más vi fue la llama grande y redonda que prendía en el extremo de un cigarro-puro que parecía quirúrgicamente unido a sus dedos, si no a sus labios. Hizo unas cuantas preguntas. Yo le respondí cortésmente. Sabía quién era y pensé que era extraño que departiera tan libremente.

Eso fue todo.

En un viaje posterior, en una fiesta de cumpleaños en otro de esos restaurantes, me encontré de nuevo con Manaf. En esa ocasión, le dijo a alguien que me pidiera que fuera a su mesa. Normalmente, esto no augura nada bueno. Me sentí obligado y él me llevó aparte y me preguntó acerca de la política regional y después, por Siria. Me sorprendí discutiendo sobre el desarrollo post-colonial con Manaf y su cigarro cuando el remix de Stardust «Music sounds better with you» [La música suena mejor contigo], sonaba de fondo. Hablamos durante unos minutos antes de que yo me excusara. Más tarde, cuando se despidió de sus compañeros de mesa, Manaf se me acercó y me pidió que fuera a su oficina central en Mazzeh. No me pidió mi número de teléfono móvil sino que me dio un número de la oficina para que confirmara la visita.

Me encontraba en una posición difícil. Mi investigación sobre la economía política siria examinaba las redes de empresas estatales y rastreaban las intrincadas relaciones entre funcionarios estatales y empresarios.

Manaf Tlass no era empresario pues había seguido los pasos de su padre, Mustafa, ex ministro de Defensa, que fue hombre de confianza próximo a Hafiz al-Asad durante décadas. Pero su hermano, Firas, sí lo era. Muchos descendientes de los dirigentes sirios habían tomado el camino empresarial, y para la década de 1980 se habían convertido en grandes empresarios a menudo gracias a la ayuda de las conexiones con personas con un acceso consumado a información privilegiada, como Manaf. Se dice que Firas Tlass no se ha aprovechado de sus contactos tanto como otros, pero el hecho es que en Siria los que tomaban las decisiones políticas y los que se beneficiaban de ellas estaban cada vez más juntos. Y había otro modelo que demostró ser aún más eficiente para generar beneficios: el propio funcionario del Estado era asimismo hombre de negocios en su calidad de ciudadano privado, creando lo que he llamado «fusión» entre los sectores público y privado.

Durante unos diez años intenté estudiar el desarrollo del capitalismo en Siria, cómo sostenía al autoritarismo y las maquinaciones sociales que comporta. No me interesaba exponer a tal o cual personaje pues la fórmula de la «fusión» no es exclusiva de Siria y no hacía falta desenmascarar más al régimen sirio. Eludí a propósito hablar con representantes del gobierno y del régimen porque los resultados de entrevistas tales suelen ser escasos y siempre existe el riesgo de que la propia investigación levante sospechas sobre uno. El último trabajo de campo sistemático por parte de un estudioso occidental sobre la economía política de Siria lo había realizado Volker Perthes en la década anterior con su obra esencial The Political Economy of Syria Under Asad (1995) [La economía política de Siria bajo Asad]. No fue fácil para Volker ni lo fue para mí tampoco. Aunque Firas Tlass, el magnate que creció como la espuma, era muy accesible, opté por no hablar con él confiando en cambio en una entrevista que le realizo Joseph Samaha, uno de los mejores periodistas de nuestro tiempo, para [el periódico] al-Hayat en 1999. Pero ahora el hermano de Firas, desde el otro lado de la ecuación ‘Estado-negocio’, quería hablar conmigo. No era fácil decir sí o no.

Manaf era muy franco y parecía más interesado en conversar que en vigilar. Sin embargo, dudé por algún tiempo hasta que los amigos me aconsejaron que no eludiera el encuentro.

En ese momento, Manaf era ya una estrella en ascenso muy próxima a la familia Asad. Los hombres fuertes del régimen habían recuperado su arrogancia después de varios años de «consolidación» tras la sucesión de Bashar a la presidencia. Era un momento para empezar a renovar Siria con una dirección más joven y más contemplativa aunque menos experimentada. La cuestión radicaba menos en «reformar» que en «modernizar»; menos «cambio» y más «continuidad». Había una atmósfera de apertura cautelosa.

Entré en la oficina de Manaf y se me pidió cortésmente que me sentara. Educadamente rechacé el ofrecimiento de un cigarro-puro. Después de algunos rodeos sobre mi legado (mi madre es siria), Manaf me pidió que compartiera con él mis opiniones sobre el régimen sirio, con franqueza, sin tartamudear ni autocensurarme. Fue surrealista.

No tenía miedo. Pero hablé con franqueza porque era la única cosa que podía hacer y, sinceramente, porque la presencia de Manaf resultaba cualquier cosa menos intimidante o una reminiscencia del típico interrogador.

Cuidando de ser respetuoso, compartí mis puntos de vista sobre los límites del autoritarismo en el tiempo y el espacio, y los límites del papel regional de Siria si no se daban fórmulas más inclusivas de reparto de poder en el interior del país. Cuando Manaf me preguntó acerca de la corrupción, me aseguré de repetir, casi literalmente, las palabras de ‘Arif Dalila, un independiente profesor de economía marxista de la Universidad de Damasco que fue encarcelado en 2001 por sus opiniones contra el régimen en el curso de la oleada de detenciones que se produjeron tras la «Primavera de Damasco». Arif era una de las personas más valientes de mi entorno; mi mentor y, más tarde, un amigo. En el período 1998-1999, durante el periodo de Asad padre, vaya, cuando los mosquitos se estremecían ante la idea de aterrizar en la nariz de un miembro del régimen, caminó por el pasillo de un auditorio repleto de gente en el Foro Económico del Martes. Se subió a la tarima y echó por tierra la retórica del Estado sobre las causas de la decadencia económica de Siria después de la década de 1990. Dijo, ante un auditorio repleto de informantes (y peor), y cito textualmente de mis notas:

[…] La corrupción no es un problema moral o ético en el fondo, y no se inicia en el momento en que un oficial de policía o de fronteras pide un soborno. Es una práctica sistémica que tiene una base material social, económica y política destinada a mantener la plena fórmula política de este país…

No debemos culpar al pobre oficial que no puede ganarse la vida con su sueldo, sino que debemos exigir responsabilidades al más alto nivel posible a este régimen […].

Puso la piel de gallina. Solo presenciar la pronunciación de esas palabras daba miedo. La sala se quedó en silencio como si se hubieran muerto todos literalmente pero todo el mundo se sintió realmente vivo como si Arif hubiera redimido a los oyentes (yifish al-ghill) de la manera más visceral. Casi inmediatamente después de que hablara más de la mitad de la audiencia se fue. Fue una de las razones por las que el secretario general del Foro, Faruq al-Tammam, rogó a Arif que pospusiera su intervención hasta el final a sabiendas de que todo el mundo se quedaría para oírlo. Arif no sólo fue un economista político o un crítico del régimen. Fue un visionario conocedor de las complejidades de la política mundial; alguien que rompía a llorar cuando se hablaba de la pérdida de Palestina a manos de los regímenes árabes, incluido el sirio.

Manaf escuchó sin interrumpir y sin soltar el cigarro. A continuación respondió durante 20 minutos, cuestionándome amablemente la viabilidad de una verdadera reforma en Siria, dándome su opinión sobre la democracia, Estados Unidos y la política regional. También él fue directo. Sus ideas, sin embargo, estaban poco desarrolladas o, más precisamente, su desarrollo era propio de una mente acostumbrada a ejercer un poder excesivo.

Sobre la reforma, afirmó la importancia de la gradualidad, un mantra de Hafiz al-Asad que se adapta el calendario de los reformadores y no al de los supuestos beneficiarios. Pero se mostró impertérrito al afirmar también la necesidad de controlar de arriba abajo, lo que para él era algo que trascendía las cuestiones del bien y del mal o de la democracia y el autoritarismo. El régimen tenía que guiar el proceso de reforma basándose en una visión holística que tuviera en cuenta las variables locales y regionales. Aquí intervine para decir que dicho enfoque es normal en regímenes como el sirio porque la reforma no es el objetivo. No me corrigió, y se reafirmó en la necesidad de control.

Anteriormente, le había dicho que, incluso en la lógica del régimen sirio, siempre era posible abrir más el sistema, asumir mayores riesgos calculados a fin de reducir la constante presión, para utilizar mejor los recursos sirios, humanos y materiales, en lugar de que cada vez menos y menos sirios configurasen el destino de todo un pueblo. Me pareció que pensaba que yo era un idealista, que el «gobierno político» exige otras consideraciones; a continuación, se sumergió en una reflexión de valores acerca de si Siria estaba preparada o no para la democracia. Me sorprendió escuchar algunos de los argumentos culturalistas que muchos de nosotros, educadores, hemos pasado años tratando de desacreditar en las aulas de Estados Unidos (o de otros lugares).

Manaf parecía estar pensando a lo grande. Hablaba de Estados Unidos de igual a igual, y le interesaba identificar equilibrios de poder que Siria pudiera aprovechar. Oscilaba entre la gran cautela de Occidente y la apertura a nuevas formas de participación. Después de un rato, pareció que le había sorprendido (¿y a su cohorte?) en un momento en que simplemente estaba intercambiando ideas. Ciertamente, el régimen había abandonado cualquier noción significativa de socialismo o incluso de justicia social. Manaf no era demasiado sensible a esas cuestiones. Sus amigos y familiares, los Asad, los Majluf y otros de su generación se habían divorciado de las luchas que sus padres habían llevado a cabo en la década de 1960. La brecha generacional era amplia y separaba dos visiones del mundo totalmente diferentes, una la de hombres que se consideraban desamparados en la defensa de la causa de los desposeídos afrontando dificultades severas, y otra nacida en un mundo de abundancia, privilegios y poder.

No es que los del grupo de Manaf no fueran «nacionalistas» o críticos de Israel. Se trata de que sus opiniones les habían costado poco, por lo que a menudo resultaban más maleables. Sin embargo, parecía que Manaf se estaba embarcando en un viaje de auto-descubrimiento, como si comenzara a sentir que era más grande que el régimen. Su estilo de saltar de un punto a otro, de hecho, producía un análisis holístico en el que resultaba difícil localizar el centro de gravedad. Habló como si el lujo y la abundancia hubieran convertido los imperativos de la política en opciones por módulos que pudieran intercambiarse según se interpretaran. Era como si estuviera hablando de una casa, no de un país.

La privatización del Estado sirio es una realidad se mire por donde se mire. Tenía que ceder en algo pues el régimen amplió la brecha entre sí mismo y la mayoría, entre los que tienen y los que no tienen, entre la ciudad y el campo, entre la fábrica y el comercio. Que la mayoría de los sirios estén privados de sus derechos mientras unos pocos engullen el capital disponible, marca el comienzo del fin.

Los sirios estaban listos para la democracia cuando hablé con Manaf y mucho antes. Podría haber sido el tipo de democracia que no implica presión externa alguna. Por desgracia, no era una intervención exterior lo que más preocupaba a los líderes del régimen sirio. Se trataba simplemente de evitar una pérdida marginal de autoridad y de opulencia. El lujo de la abundancia les intoxicó, incluso les impidió ver a largo plazo el propio interés.

Sólo unos años más tarde, los actores indeseables del mundo están aglomerados en torno a Siria reclamando una «democracia» que sea obediente y que no resista en el escenario regional, que consienta en el uso de la victimización de los sirios para perpetuar la victimización de otros en toda la región. No tenía por qué ser así. Y el único partido que podría haber dado lugar a un tipo de cambio diferente es el que tenía casi todo el poder. Pero ese partido no pudo evitar la catástrofe actual de Siria, y ha generado mucho más que su propia caída -todo por no arriesgar un ápice de privilegios. Si hubiera compartido un poco el poder, el régimen podría haber evitado enviar una invitación a aquellos que estaban esperando para destruir lo que Siria podría haber representado en la región, tal como lo hicieron con Iraq. Ahora bien, los verdaderos amigos de Siria estamos en una posición imposible: si nos identificamos con el sufrimiento de los sirios bajo la dictadura, nos tachan de imperialistas. Si advertimos contra el apoyo incondicional al levantamiento por las razones anteriores, nos llaman apologistas del régimen. Estamos del todo equivocados, no importa lo que digamos.

Manaf me agradeció la visita y me fui unos 50 minutos después de haber llegado a su despacho.

 
  (Manaf Tlass, anunciando su oposición al régimen sirio el 24 de julio de 2012. Cadena Al-Arabiya [saudí]).

El 24 de julio, 12 días después de haber abandonado Siria, Manaf Tlass anunció por primera vez su oposición al régimen él encarnaba, como si sus pecados hubieran comenzado en marzo de 2011. La «oposición» exterior lo acogió con benevolencia, al igual que los saudíes, quienes admitieron a Manaf para la ‘Umra (la peregrinación menor). Como cantaba Louis Amstrong, «What a Wonderful World!» [¡Qué mundo tan maravilloso…!].

Nota:

1- http://www.europapress.es/internacional/noticia-general-desertor-manaf-tlass-pide-servir-pais-caida-assad-20120726084437.html [N. de la T.]

Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/6611/my-50-minutes-with-manaf