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Egipto-Túnez

La revuelta de los parias de la tierra

Fuentes: Viento Sur

Desde la reforma agraria redistributiva lanzada por Gamal Abdel Nasser en 1952 hasta la expropiación colectiva de pequeños campesinos tunecinos en la década de 1960, el geógrafo Habib Ayeb y el académico Ray Bush analizan en un ensayo original las políticas agrícolas y sus consecuencias políticas y sociales en Egipto y Túnez. Muestran que, contrariamente a la creencia popular, la explotación agrícola y la inseguridad alimentaria fueron impulsores esenciales de los levantamientos de 2010-2011.

¿Cuál es el vínculo entre los derrocamientos de Zine El-Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak a principios de 2011 y la precariedad de los campesinos en Túnez y Egipto? Si la relación de causa y efecto no es obvia, Habib Ayeb y Ray Bush tejen, a lo largo de su trabajo, un marco histórico, económico, político y social que permite ver las consecuencias a medio y largo plazo de las políticas agrícolas llevadas a cabo en estos dos países. Los autores también evocan otros países de la región sin detenerse en ellos y, en su enfoque, el marco conceptual marxista es doblemente reivindicado, tanto para estudiar la cuestión de la inseguridad alimentaria en términos de correlaciones de fuerza y de dominación como para mostrar la secuencia histórica que condujo a la realidad contemporánea.

Las raíces coloniales de la inseguridad alimentaria

La colonización representó un verdadero shock agrícola, bajo el signo de la expropiación y la explotación. La primera fue organizada mediante el establecimiento de catastros, registros de tierras y referencias oficiales para reclamar la propiedad. Rápidamente, los colonos tuvieron en sus manos tierras cuyos propietarios no pueden obtener el título, sin mencionar las tierras colectivas, tribales o no divididas.

La explotación se inscribe en un capitalismo colonial bidireccional: por un lado, produce a precios bajos en las tierras colonizadas para proporcionar bienes a los mercados europeos. Por otro lado, en tiempos de crisis económica, los territorios colonizados constituyen una oportunidad para que la industria europea exporte sus máquinas, con la mecanización acelerada de la agricultura colonial.

La historia de la desposesión del campesinado durante este período es también la de su resistencia a estas políticas y, por lo tanto, a la autoridad colonial. Así, resulta históricamente que la cuestión agrícola nunca está desligada de la lucha política y social de emancipación.

Dos trayectorias socialistas

A pesar de las notables diferencias, especialmente geográficas, entre Túnez y Egipto, se desprende una cierta comunidad de destinos. Sin embargo, después de la independencia, Túnez y El Cairo tomaron dos caminos diferentes en las políticas agrícolas implementadas, aunque ambas se reivindicaron del socialismo.

Considerada beneficiosa, pero insuficiente, la reforma agraria iniciada por Gamal Abdel Nasser emprendida 1952 se inscribe en una voluntad de redistribuir la riqueza, ya sea en términos de acceso a la propiedad de la tierra o de medios de explotación. Así, se promulgaron varias leyes para establecer unos máximos a las áreas de las grandes propiedades, permitiendo el acceso de los pequeños agricultores a las tierras agrícolas. Además, se ofreció a estos últimos la posibilidad de alquilarlos de por vida, con alquileres a precios con un límite fijado.

En cambio, el plan de perspectivas de diez años (1962-1971), llevado a cabo por Ahmed Ben Salah en Túnez, solo confirmó, a través de las cooperativas, el proceso de expropiación de las y los campesinos, que se vieron obligados a renunciar a sus tierras en favor de un Estado omnipotente. En el proceso, la nacionalización agrícola de 1964 no terminó como cabría esperar con la devolución de las tierras coloniales a los herederos de los campesinos expropiados: fue el Estado el que, también en este tema, reemplazó al legislador de la víspera, registrando estas propiedades en sus dominios privados.

Con el fracaso de este plan y la caída de Ben Salah, los campesinos recuperan sus tierras, pero sin los instrumentos agrícolas o el ganado que habían malvendido en vísperas de su expropiación. Además, ya no tienen los medios financieros para explotar sus tierras. Es el comienzo de una nueva era marcada por el sello del empobrecimiento y el endeudamiento.

Políticas neoliberales

A fines de la década de 1970, la lógica neoliberal mundial no perdonaba a los países de la región. En Egipto este nuevo período es también la consecuencia de un esfuerzo de guerra contra Israel en el que los medios económicos, especialmente agrícolas, se desviaron hacia lo militar. Del mismo modo, la muerte de Nasser (1970) significará gradualmente el fin de las leyes que protegen a los agricultores. Entonces comienza la larga era de la liberalización de los mercados y la retirada del Estado en beneficio de los intereses privados.

Poco a poco, los inversores privados acaparan la agricultura, lo que dificulta no solo que los pequeños agricultores tengan acceso a la tierra debido a la especulación y el aumento de los precios de la tierra, sino también a los recursos hídricos, en una región donde el acceso al agua se está convirtiendo en un asunto de la mayor importancia. Todo esto se hace bajo la presión de organizaciones internacionales que establecen la privatización como una condición sine qua non para la concesión de las ayudas, creyendo profundamente en las virtudes de la competencia para dinamizar el sector agrícola.

Como en la época colonial, estas políticas iban a enfrentarse a movimientos de resistencia y de revuelta masivos, que se reflejan en dos fechas clave: 1977 para Egipto y 1984 para Túnez, los años de las revueltas del pan.

Utilizando el estandarte de la modernización y de la productividad, estas políticas confirman una lógica de dominación de clase, beneficiando a los inversores poseedores de grandes capitales en detrimento del campesinado. Como en la época colonial, los términos colono y extranjero volverán a boca de las y los campesinos para designar a estos explotadores, que sin embargo son hijos del país, que vienen de otras regiones y que actualizan el enfoque colonial: producir localmente a precios bajos para vender en otro lugar 1/ . Además, estos cambios van acompañados de un discurso de desprecio de clase que describe a los campesinos como trabajadores perezosos, refractarios al progreso tecnológico.

Estas políticas consagran así una lógica regional que es puesta a la luz del día por el análisis sociogeográfico de Ayeb y Bush. El campo egipcio está marginado en comparación con los centros de poder (El Cairo, Sharm El-Sheikh), de la misma forma que los propietarios venidos de la región costera explotan las tierras de la región central de Túnez (hablamos entonces de un espejismo verde, las regiones más ricas en producción agrícola, cuentan con los campesinos más pobres). El mapa de los movimientos de revuelta, incluso en su cronología espacial, aparece entonces como una evidencia.

La explotación de la mano de obra corresponde así a una lógica regional (salarios más bajos en las regiones más pobres), que alienta el éxodo rural, pero también a una lógica de dominación de género: las mujeres agricultoras son cada vez más numerosas, trabajando en las grandes explotaciones agrícolas a medida que los hombres buscan trabajo en áreas urbanas. Pero esta visibilidad no va de la mano con una mejora en sus condiciones de trabajo, ya que siguen siendo pagadas menos que los hombres.

¿Seguridad alimentaria o soberanía?

Los levantamientos de 2010 y 2011 son solo la secuencia lógica, o el resultado de un proceso de estratificación de estas políticas agrícolas agresivas que afectaron a las y los campesinos, con consecuencias para el conjunto de la sociedad. Es cierto que el vínculo en Egipto es menos evidente ya que el punto de partida de la protesta no fue solo El Cairo, sino el día de la fiesta nacional de la policía (25 de enero), que claramente inscribe el levantamiento en una protesta contra la política de seguridad de Mubarak. En Túnez, en cambio, los dos autores muestran claramente cómo el mito de una joven revolución de Facebook o jazmín urbana, celebrada por su liberalización política, impulsado por el discurso mediático orientalista, hizo olvidar que Mohamed Bouazizi, el hombre que, al inmolarse, incendió el régimen de Ben Ali, provenía de una familia de campesinos expropiados unos meses antes.

Pero lo que la memoria selectiva puede retener no puede hacernos olvidar los lemas de las y los manifestantes, en los que la cuestión alimentaria, primordial, está omnipresente: » Khobz w me, Ben Ali lé » (pan y agua, no Ben Ali ), cantan los manifestantes en Túnez. Las y los de El Cairo respondieron: » Ich, Horreya, Adala egtima iya » (pan, libertad y justicia social).

Habiendo demostrado así la centralidad de la cuestión alimentaria, los dos autores cuestionan los conceptos de seguridad y soberanía alimentarias. Si parecen fusionarse, las dos nociones cubren realidades diferentes. La primera permanece anclada en una lógica de mercado: producir para exportar y así poder importar los alimentos necesarios. Al hacerlo, permanece en una lógica de dependencia, ya que se ajusta a la demanda fluctuante del mercado mundial. Además, confirma la dependencia del Sur global respecto del Norte global puesta a la luz por el economista egipcio Samir Amin, proporcionando el Sur global, mediante más débiles medios de producción, los bienes que el Norte global tiene medios para exigir debido a su gran poder de compra. Permanecemos así en un esquema en el que las y los agricultores producen para la exportación sin poder alimentarse de los frutos de su trabajo, en el sentido literal del término.

La soberanía alimentaria va más allá de los desafíos aritméticos de producción y exportación. Se trata de toda una política destinada a proporcionar a las y los agricultores los medios para controlar sus tierras y los medios de producción, en un proceso que se preocupa por los aspectos ecológicos (uso de pesticidas, métodos de riego) y climáticos que rigen la producción agrícola pero también por cultivar lo que les es necesario. Por lo tanto, promueve una lógica de autosuficiencia que no está sujeta a fluctuaciones en el mercado mundial. Retomando el lema de gramsciano de combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad, los dos autores afirman la necesidad de establecer estructuras para la reflexión y para la presión política capaces de llevar a cabo tal proyecto, sin engañarse sobre la dificultad de salir de una economía capitalista globalizada.

Es cierto que nos hubiera gustado que Habib Ayeb y Ray Bush abordaran temas de actualidad que han marcado a las sociedades tunecina y egipcia, como el Acuerdo Completo y Exhaustivo de Libre Comercio (Aleca) en las negociaciones entre Túnez y la Unión Europea o la cuestión de la igualdad en la herencia con las diferentes consecuencias que esto podría tener entre grandes y pequeños propietarios. Pero el ensayo sigue siendo esclarecedor y necesario, logrando sacar la cuestión de la soberanía alimentaria del corsé oscuro y poco conocido de las políticas agrícolas.

Nota:

1/ El Presidente Habib Burguiba defenderá el modelo agrícola de exportación argumentando que “el modelo colonial agrícola es el buen modelo a seguir” (p. 22-23).

Sarra Grira es periodista

Texto original en francés: https://orientxxi.info/lu-vu-entendu/en-egypte-et-en-tunisie-les-damnes-de-la-terre,3703

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article15742