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Sobre el narcocapitalismo: ese «cártel» llamado Estados Unidos (Parte I)

Fuentes: Resistencia Antiimperialista

Como parte de sus tácticas de desestabilización y desgaste hacia la Revolución Bolivariana, el Imperio Yanqui ha sacado bajo la manga una de sus cartas más recurrentes para justificar el intervencionismo: la acusación de narcotráfico. El blanco esta vez ha sido el compañero Diosdado Cabello, quien se encuentra resistiendo los embates de esta maniobra infame […]

Como parte de sus tácticas de desestabilización y desgaste hacia la Revolución Bolivariana, el Imperio Yanqui ha sacado bajo la manga una de sus cartas más recurrentes para justificar el intervencionismo: la acusación de narcotráfico. El blanco esta vez ha sido el compañero Diosdado Cabello, quien se encuentra resistiendo los embates de esta maniobra infame que tiene como uno de sus principales alfiles a la canalla mediática de la Sociedad Interamericana de Prensa.

Estados Unidos, el mayor narcotraficante y consumidor de drogas en el mundo, ha convertido la mal llamada «guerra contra las drogas» en un arma intervencionista y de control social junto con ser un lucrativo negocio cuyas ganancias finales engordan las arcas del capital financiero trasnacional. Desde las Guerras de Opio, pasando por el apoyo a los carteles colombianos y mexicanos, la invasión a Panamá, el Plan Colombia y el Plan México, hasta nuestros días, el narcotráfico y la falsa lucha contra él han sido elementos centrales en la configuración de una economía mundial narco-capitalista y de una política narco-imperialista que atenta contra los pueblos del mundo.

El opio contra China

Hasta el siglo XIX las drogas tuvieron un uso principalmente ceremonial, recreativo o medicinal; fue con el avance del capitalismo que los Imperios europeos descubren su potencial adictivo y comercial. El Imperio Británico, que ya había usado al té para destruir a la India, inició el uso de las drogas con fines militares y comerciales en las denominadas Guerras del Opio contra China.

Gran Bretaña, en su afán por convertirse en un Imperio global, se había enfrentado a holandeses y franceses lográndolos expulsar de la India, tras lo cual pasó controlar este país y su producción de especies, textil y de opio. Luego le tocó el turno a China. Las relaciones comerciales con China, en sus inicios, significaron una balanza de pagos negativa para Gran Bretaña, por lo cual esta se propuso, por un lado, abrir los mercados internos de China para darle salida a su creciente sobreproducción industrial, y por otro, saquear al país asiático. Para esto, el arma usada por los británicos fue el opio.

De forma deliberada el Imperio Británico comenzó a introducir en China enormes cantidades de opio producido en las zonas bajo su control (principalmente la India), logrando la legalización de su consumo hacia 1836. Gracias a esto Gran Bretaña logró equilibrar en algo su balanza de pagos con China y extraer grandes cantidades de capitales de la Dinastía Qing , sin embargo, China, al darse cuenta de esta situacion, rechazó y prohibió el comercio de opio, desatándose las Guerras del Opio. Gran Bretaña, usando como excusa la «libertad del mercado» envió a su flota de guerra que finalmente resultó vencedora. Como consecuencia de ello se firmó el Tratado de Nanking, en el que se obligaba a China al libre comercio con Inglaterra a través de cinco puertos así como a la cesión de Hong Kong durante 150 años, iniciándose el llamado «siglo de humillación».

Esta derrota le permitió a Estados Unidos, Francia y Rusia imponer a China «Tratados Desiguales» que la hundieron en una situación de dependencia respecto a los Imperios occidentales. Las consecuencias a nivel social fueron devastadoras, hacia 1948, 70 millones de chinos eran usuarios regulares del opio.

Las mafias norteamericanas

 

Hacia la década del 20′ el alcoholismo se convirtió en un serio problema para una clase trabajadora norteamericana golpeada por el terrorismo patronal y por las difíciles condiciones de vida, al mismo tiempo, el acelerado consumo de opio en las clases dominantes se tornó preocupante. Como medida para enfrentar ambas situaciones se decretó en Estados Unidos la Ley Seca o «Prohibición», la que acabó siendo la mejor aliada para el surgimiento de millonarias mafias, sentando el precedente de que la ilegalidad es una aliada de los narco negocios.

El opio que había conquistado China y el alcohol escocés y canadiense comenzaron a ser introducidos por las mafias británicas aliadas con las mafias norteamericanas, el negocio rápidamente rindió sus frutos y se generó toda una red de negocios legales e ligales (casinos, prostitución, bares, restaurants, locales deportivos, etc.) para potenciar el negocio central y servir de soporte para el lavado de dinero. El poder de las mafias corrompió a la institucionalidad norteamericana y a las organizaciones sindicales, operando contra el movimiento popular a través de los funcionarios policiales comprados o a través de grupos parapoliciales, antecediendo a lo que sucedería en Colombia y México.

La crisis de 1929 supuso un cambio en la política norteamericana hacia las drogas. La necesidad de aumentar las recaudaciones vía impuestos, la presión por abrir el negocio del alcohol y la necesidad de arrebatarle a los británicos el comercio mundial de drogas, impulsaron al gobierno de Roosewelt a suspender la Ley Seca, con las mafias ya instaladas en el poder.

El keynesianismo, sobretodo después de 1945, masificará la industria del alcohol y de las drogas químicas vendidas como medicamentos (apoyados en la industria psiquiátrica), al mismo tiempo, con el objetivo de combatir a las masas que campesinas organizadas en su «patio trasero», el Imperio Yanqui atacará las formas tradicionales de cultivo de coca y comenzará a controlar su comercio, especialmente después del triunfo revolucionario en Cuba. Sin embargo, será con el neoliberalismo en que el narco-capitalismo se convertirá en narco-imperialismo con sus nefastas consecuencias hasta nuestros días.

Guerra contra las Drogas, Guerra contra el Pueblo

 

En 1972, el presidente norteamericano Richard Nixon declaró la «Guerra contra las Drogas», enfocada a combatir a los distribuidores locales y a los países sospechosos de producir y comercializar drogas. En realidad, fue (y es) una política destinada a combatir a los pueblos (incluido el propio pueblo norteamericano) y a justificar la injerencia en los asuntos de otros países.

En un contexto de crisis política por la Guerra de Vietnam y de ascenso del movimiento social, en donde el Partido Partera Negra para la Autodefensa es declarado como el enemigo número 1 del FBI, el establecimiento norteamericano usó a las drogas como elemento de represión y destrucción del movimiento popular.

En alianza con mafias de inmigrantes europeos, la CIA y el FBI inundaron los barrios afroamericanos y latinos con crack, generando disputas entre comunidades, delincuencia y enajenación, minando así la base de apoyo de los Panteras Negras. Surgió una verdadera «epidemia del crack» en los sectores populares norteamericanos que afectó sobretodo a la población afroamericana; entre 1984 y 1994 la tasa de homicidios entre los hombres afroamericanos se duplicó, fortaleciendo el racismo y la criminalización y generado un mercado cautivo para el negocio carcelario.

Parte de las ganancias obtenidas por el tráfico de crack fueron destinadas a financiar la contrarrevolución a nivel mundial, en lo que fue una verdadera red de narcotráfico global dirigida por los Estados Unidos.

 

Cuando las drogas financiaron la Guerra Fría

 

En 1978, Afganistán es sacudido por la «Revolución de Saur (Abril)» que llevó al poder al Partido Democrático Popular de Afganistán, marxista, derrocando a un gobierno pro-americano. Esto supuso un duro golpe para la administración estadounidense, pues Afganistán representaba un punto estratégico para apoderarse de los recursos energéticos de la región y controlar los oleoductos que salen del Mar Caspio.

Para hacer frente a esta situación, la CIA, coordinada con los servicios de inteligencia de Pakistán – ISI – y de Arabia Saudí – Istajbarat – organizó, armó y financió a los grupos de extremistas islámicos que comenzaron los ataques terroristas que llevaron al gobierno afgano a pedir la ayuda militar de la Unión Soviética. Con miembros de la Hermandad Musulmana, se creó una sección de la Liga Anticomunista Mundial (WACL), el llamado «Comité por un Afganistán Libre», encargado de proporcionar ayuda logística y financiamiento a los radicales islámicos. Los recursos entregados por Estados Unidos, Gran Bretaña y Arabia Saudí a través de la CIA, el MI6 británico y el Istajbarat, llegaban a la Liga Anticomunista Mundial, quienes, a través del jeque Ahmed Salah Jamjoon – vinculado al consorcio empresarial Bin Laden Group – y un ex primer ministro de Yemen del Sur, lo hacían llegar para su administración a Osama Bin Laden.

La elección de Osama Bin Laden no fue casual, su padre, Mohammad bin Awad bin Laden, era uno de los hombres más ricos de Arabia Saudí, quien mantenía una estrecha amistad con la familia Bush (ambos eran socios en la compañía petrolera Arbusto Energy) . George Bush padre, era un millonario petrolero, había sido director de la CIA y en esos entonces era vicepresidente de los Estados Unidos. A través de la conexión entre la familia Bush, el clan Bin Laden, el empresario James R. Bath y el Bank of Credit & Commerce (BBCI), se ejecutaron operaciones de lavado de dinero, tráfico de armas y drogas y financiamiento de las operaciones encubiertas del CIA en diversos lugares del mundo.

Antes de 1979 la producción de heroína en Afganistán era mínima, pero a partir de la intervención norteamericana esta se generalizó en la zona limítrofe con Pakistán. La CIA, utilizando al BBCI para bloquear el dinero, proporcionó la logística y la protección para el tráfico hacia el sudeste asiático y desde allí a los propios Estados Unidos y a Europa. El dinero obtenido sirvió para financiar a la insurgencia afgana y a la Contra nicaragüense. De manera similar, la CIA organizó el contrabando de opio desde China y Birmania hacia Tailandia, para financiar al  Kuomintang en su lucha contra el gobierno chino. Y, así mismo, el ISI pakistaní y Al Qaeda fueron utilizados por la CIA para reclutar combatientes, armar y financiar al Ejército Musulmán Bosnio en la guerra civil de Yugoslavia, luego al Ejército de Liberación de Kosovo y, posteriormente, al Ejército de Liberación Nacional de Macedonia (este también apoyado directamente por la OTAN). Los extremistas islámicos provenían de diversos países del Medio Oriente, Asia Central y Chechenia y buena parte del financiamiento de estas organizaciones provenía del tráfico de drogas a través de una ruta que comenzaba en el Creciente Dorado de Afganistán y Pakistán y pasaba por Albania y Kosovo para terminar en Europa.

Para combatir al gobierno Sandinista, el Imperio Norteamericano armó, financió y entrenó a los grupos contrarrevolucionarios armados, también conocidos como la Contra. La ayuda proporcionada provenía principalmente del tráfico de armas a Irán, ayuda financiera directa a través de la CIA y el tráfico de drogas.

La CIA se alió con el Cartel de Medellín (Colombia) y el Cartel de Guadalajara (Mexico), a través de Pablo Escobar , Gonzalo Rodríguez Gacha , Rafael Caro Quintero , Miguel Ángel Félix Gallardo y Juan Matta-Ballesteros ; estableciendo bases en el Yucatán y facilidades para el ingreso de cocaína en los Estados Unidos a cambio de que los «capos» apoyasen económicamente a la Contra nicaragüense. De este modo, los grandes señores de narco colombiano y mexicano, cuya herencia hoy tiene a sus países hundidos en la violencia, nacieron promovidos por la CIA.

Hipócritamente, mientras Estados Unidos ejecutaba estas narco-operaciones contra Nicaragua, acusaba públicamente al gobierno sandinista de estar involucrado en el narcotráfico.

En esta red de narcotráfico jugo un papel clave el general del Ejército de Panamá Manuel Noriega, agente de la CIA, amigos personal de George H. W. Bush, quien coordinaba las operaciones en Panamá. Cuando los sandinistas derribaron un avión tripulado por un agente de la CIA, dejándose al descubierto las conexiones con Noriega y el narcotráfico, los Estados Unidos dieron la espalda a su aliado y la DEA lo acusó de narcotraficante, base sobre la cual se ejecutó la «Operación Causa justa», es decir, la invasión a Panamá que acabó con la captura de Noriega y miles de panameños muertos.

El negocio del narco-capitalismo neoliberal

 

Para precisar conceptos tomemos la propuesta de Iñaki Gil de San Vicente (Del narcocapitalismo al narcoimperialismo) sobre el tema: el narco-capitalismo hace referencia al proceso completo de producción, transporte, reparto, venta y lavado de dinero de las drogas ilegales, en tanto el narcotráfico sólo se refiere al proceso de transporte. De esta forma, el narcotráfico es una actividad que forma parte del narco-capitalismo y no al revés.

La industria narco-capitalista presenta algunas características particulares respecto a otros rubros capitalistas. A nivel de producción, al igual que cualquier otra empresa, se basa en la explotación de la fuerza de trabajo, en este caso de los campesinos que cultivan, de los empaquetadores, transportistas, etc., desarrollándose una explotación mucho más brutal debido a su carácter ilegal y al uso de la violencia física. La violencia se convierte así en una característica del negocio (el paramilitarismo es inherente al narco-capitalismo) y en una fuente de lucro, primero, al permitir mayor explotación sobre los trabajadores, segundo, al ser usada para garantizar el cumplimiento de los acuerdos en un mercado desregulado e ilegal, y tercero, para mantener fuera la intervención estatal.

Otra característica del narco-capitalismo es que para su funcionamiento, tanto a nivel de producción, como de intermediación y de comercialización, requiere de la complicidad de sectores de la institucionalidad. Siendo característico de su funcionamiento la cooptación de elementos del poder político, económico, militar, policial, administrativo, etc. Sin la complicidad de las policías y la administración estatal, es imposible materializar la fase de transporte al por mayor de la droga.

Aunque la droga es una mercancía, su valor de cambio está determinado por su carácter ilegal, configurándose a partir de las políticas prohibicionistas y de la capacidad de las narco-empresas (los carteles) para lograr monopolios en la producción e intercambio. De allí que las ganancias obtenidas a partir de la extracción de plusvalía al campesinado se complementen con ganancias extraordinarias derivadas del control monopólico de la droga y las ganancias obtenidas a través del capital financiero. Respecto a este último, la Santa Alianza entre el capital financiero y el narco-capitalismo es cada vez más estrecha; los grandes bancos y los paraísos fiscales han terminado por convertirse en los grandes ganadores.

El Narco-Imperialismo

 

En su diseño imperialista, Estados Unidos ha definido 4 espacios regionales en función del narco-capitalismo global (en narco-imperialismo): la «ruta del opio» que nace en Afganistán, que posee enormes reservas energéticas y tiene una ubicación estratégica entre Rusia, India y China; Oriente Medio, por sus recursos naturales y por su ubicación para la distribución de la droga afgana hacia África y Europa; los Andes Latinoamericanos por su producción de coca y sus recursos naturales; y el Caribe por su importancia en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

Estados Unidos, convertido hoy en el mayor narcotraficante y consumidor de drogas en el mundo, sigue llevando a cabo su «Guerra contra las Drogas» de una forma mucho más brutal. Lejos de acabar con el narcotráfico, la «ayuda» norteamericana solo ha significado más muertos, más militarización, más control sobre la población.

El pretexto de la lucha contra el narcotráfico le ha permitido al Imperio Yanqui invadir países (Panamá), imponer bases militares y militarizar países (Colombia, México, Paraguay, Perú, presencia de la DEA y el FBI), atacar a movimientos populares (cocaleros en Bolivia), destruir cultivos para el beneficio de las trasnacionales del agronegocio, buscar la deslegitimación de líderes populares (Evo Morales, Hugo Chávez y, ahora, Diosdado Cabello) y masacrar pueblos (Colombia, México, El Salvador).

El uso de las drogas para enajenar e introducir la violencia en los barrios latinoamericanos, la militarización de nuestras sociedades con la excusa del combate al narcotráfico y la violencia narco-paramilitar para combatir al movimiento popular, configuran una realidad preocupante a ser abordada por los revolucionarios. Más aun cuando el narco-Imperio pretende enlodar a los dirigentes revolucionarios acusándolos de narcotraficantes, en lo que no sólo es una farsa sino también una hipocresía absoluta.

La verdadera Guerra contra el Narcotráfico es la guerra contra el sistema que lo engendra, ese sistema narco-capitalista y narco-imperialista sustentado en los Estados Unidos y cuyos mayores accionistas no están en los carteles colombianos ni mexicanos sino que en las altas esferas de Wall Street.

 

Por Resistencia Antiimperialista

 

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