Mujeres semidesnudas en Times Square y el hackeo y divulgación de más de 30 millones de cuentas de clientes de un sitio dedicado a facilitar la infidelidad han ocupado las primeras planas de los periódicos y noticieros -y por supuesto el espacio cibernético- en los últimos días, detonando un nuevo capítulo de un viejo libro […]
Mujeres semidesnudas en Times Square y el hackeo y divulgación de más de 30 millones de cuentas de clientes de un sitio dedicado a facilitar la infidelidad han ocupado las primeras planas de los periódicos y noticieros -y por supuesto el espacio cibernético- en los últimos días, detonando un nuevo capítulo de un viejo libro sobre el sexo y la moralidad en este país aún sorprendentemente puritano (bueno, en público).
Estos asuntos han captado igual o mayor atención que guerras, casos de corrupción oficial, crisis migratorias, balaceras, pugnas electorales, el desempleo, el hambre, el cambio climático y otros temas aparentemente menos importantes. El tema del sexo es rey en un país tan puro y fiel.
Un pequeño grupo de mujeres semidesnudas que pasea por Times Square con los senos expuestos, pero pintados, que ofrecen tomarse la foto con turistas a cambio de una contribución, ha provocado más alarma oficial y mediática que la merecida por una amenaza terrorista o el brote de alguna enfermedad peligrosa. De hecho, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, anunció la formación de una comisión multiagencia encabezada nada menos que por el comisionado de policía, William Bratton, y varios jefes de dependencias gubernamentales para enfrentar esta amenaza al público. El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, también comentó, erróneamente (en esta ciudad, las mujeres tienen el mismo derecho siempre gozado por los hombres de ir topless en público), que esas mujeres estaban haciendo algo ilegal y que le recordaba tiempos anteriores, cuando Times Square era una zona roja de la ciudad. Los periódicos locales no han parado de publicar notas expresando horror ante tal exhibición (siempre acompañada de fotos de las semidesnudas, obvio). Hay propuestas de todo tipo para controlar o regular esta afrenta a la moralidad.
El otro escándalo que ha ocupado la atención nacional es el hackeo de Ashley Madison, un sitio que ofrecía el servicio de facilitar actividades extramaritales, o sea, affairs. «La vida es breve. Ten un affaire» era el lema del sitio, del cual los hackers divulgaron detalles de más de 33 millones de cuentas de usuarios de todo el mundo, con nombres y preferencias sexuales. Aparentemente hay varias cuentas de militares y políticos estadunidenses e ingleses, entre otros. Todo ha generado debates sobre la privacidad, los posibles delitos, la condición del matrimonio en nuestros tiempos y, obvio, condenas morales por la existencia y uso de tal sitio (mientras todos buscan si aparecen sus parejas en las listas).
Mientras políticos, medios, analistas y gente muy seria aborda estos sucesos, hay otras cosas que aparentemente no provocan tal reacción y condena moral.
Por ejemplo, el gobierno de Barack Obama batalla en los tribunales para continuar encarcelando a cientos de niños y madres migrantes en centros de detención. El viernes pasado una juez ordenó la pronta liberación de estos reos del sistema migratorio, pero el gobierno de Obama se ha opuesto, a pesar de que el fallo estipula que esta práctica viola un acuerdo legal y que organizaciones de defensa de migrantes han denunciado condiciones deplorables y un cruel limbo legal impuesto a madres y menores de edad que escapan de la violencia y la miseria en sus países. Algunos preguntan cuál es la gran diferencia, en los hechos, entre las acciones de Obama -el presidente que ha marcado récord en deportaciones y que ahora enjaula a inocentes- y Donald Trump con su retórica antimigrante que ya ha motivado actos violentos contra latinos en este país.
A la vez, continúa la concentración de la riqueza; según algunos cálculos, el 3 por ciento de los hogares más prósperos controla más de la mitad de la riqueza privada nacional, reporta el analista Chuck Collins, del Instituto de Estudios Políticos.
En tanto, se intensifica la guerra contra las mujeres por la ultraderecha que activamente ataca a Planned Parenthood, organización nacional de servicios de salud reproductiva, entre los cuales está el aborto. Miles de rabiosos activistas antiaborto, en nombre de su dios, protestaron frente a las sedes de esta organización el pasado viernes, parte de la campaña supuestamente religiosa contra el derecho al aborto, algo nutrido ahora por las posiciones extremistas de los candidatos republicanos a la presidencia que buscan, literalmente (como denunció la senadora federal Elizabeth Warren), regresar a las mujeres a los años 50.
Y más allá de las luces y las semidesnudas de Times Square, hay una cifra récord de personas -miles de familias incluidas- sin techo en la ciudad más rica del mundo.
Mientras, se celebra el décimo aniversario de la destrucción de Nueva Orleans por el huracán Katrina (el desplazamiento de más de 400 mil personas, la muerte de decenas, el éxodo forzado de miles más), herida abierta que mostró al mundo el crimen político, social y ecológico, y el cinismo y corrupción contra una población pobre en el país más rico del mundo.
Y parece que no pasa una semana sin que policías maten a jóvenes afroestadunidenses desarmados.
Y se registran índices alarmantes -algunos sin precedente en décadas- de homicidios y balaceras en ciudades como Chicago y Baltimore, en un país donde hay aproximadamente 300 millones de armas de fuego en manos privadas (equivalentes a una por cada estadunidense).
Y el gobierno de este país sigue matando a civiles -niños incluidos- en guerras a control remoto en varias partes del planeta.
Pero ninguna de estas cuestiones se considera moralmente reprobable. Ni genera tanto debate furioso, ni provoca la necesidad de establecer fuerzas de trabajo de emergencia en los más altos niveles del gobierno.
Estas son las verdaderas obscenidades.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/24/mundo/027o1mun