Las escuelas no son sitio seguro en Estados Unidos. El pasado viernes, dos universidades de ese país fueron escenarios de tiroteos mortales: una en Arizona y otra en Texas. Son los crímenes 46 y 47 que ocurren en centros educacionales norteamericanos esta año. Ya casi no hay jornada en que la sociedad estadounidense no viva […]
Las escuelas no son sitio seguro en Estados Unidos. El pasado viernes, dos universidades de ese país fueron escenarios de tiroteos mortales: una en Arizona y otra en Texas. Son los crímenes 46 y 47 que ocurren en centros educacionales norteamericanos esta año.
Ya casi no hay jornada en que la sociedad estadounidense no viva hechos pesarosos como estos. En los 283 días transcurridos de 2015 se han registrado 301 tiroteos masivos (de al menos 4 víctimas) en el país del Norte. Jardines de niños, escuelas, colleges, universidades, iglesias, centros comerciales, oficinas, han sido escenarios de los sangrientos sucesos.
Pero no sólo hay más asesinatos múltiples que días. También hay más armas de fuego que personas en toda la Unión: según las estadísticas disponibles de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de EE.UU, al cierre de 2013 se registraban en manos de los ciudadanos al menos 357 millones de armas; 40 millones que el total de la población estimada de ese país. El asesino del College de Oregon hace unos días, Chris Herper Mercer, poseía 14 armas de fuego.
En entrevista con el canal televisivo alemán Deutsche Welle, el psquiatra y especialisla en violencia, armas y salud mental de la Universidad de Vanderbitt, Tenessee, Jonathan Metzl, analizaba la ata incidencia de hechos con armas de fuego en instituciones de educación superior: «Los campos universitarios son un reflejo de la sociedad» -dijo. » Hay más armas y cada vez más descontentos recurren a esllas para supuestamente resolver sus problemas. La convierten en un medio de resolver los conflictos, todos; desde problemas interpersonales, insatisfacción por los resultados académicos o por problemas de socialización. Tenemos a un profesor que le disparó a otro en una universidad de Missisippi hace un par de semana. Parte del problema es simplemente que hay más armas alrededor.»
Rambocultura
La violencia está en la esencia misma de la nación norteamericana. De la matanza de la población originaria en las tierras conquistadas para conformar la Unión, a las guerras imperiales del siglo XXI (Afganistán, Iraq, Libia, Siria, etc), se ha entronizado la cultura del «cowboy justiciero» en esa sociedad. El odio rezuma como ideología en parte de los ciudadanos. Las armas funcionan como expresión concreta de poder.
Nunca en la Historia humana otra nación ha agredido a tantos países como la ha hecho el imperio estadounidense. La superpotencia le muestra frecuentemente a sus ciudadanos que la fuerza es el mecanismo per sé para resolver las disputas.
Para muchos, tener un arma se convierte en «seguro de vida» en un ambiente alocado; para otros, es un irrenunciable derecho consagrado en la tan mentada Segunda Enmienda de la Constitución.
El resultado de esta rambocultura es escalofriante: en los últimos diez años ha habido 40 veces más muertes en EE.UU por asesinatos con armas de fuego, que por los tan temidos ataques terroristas. La web Gun Violence Archive cifra en unas 10 mil las muertes por armas de fuego en el 2015 y en más de 20 mil los heridos.
La irracionalidad social lleva a casos abominables e increíbles como el reciente asesinato de una niña de 8 años tiroteada por su vecinito de 11 por la simple razón de no querer mostrarle su perro.
Los cuerpos policiales son autores de buena parte de los muertos por armas de fuego. Si eres negro o latino tienes más chance de estar entre las víctimas. Cada 28 horas como promedio muere un afroamericano o un latino en EE.UU a manos de la policía o las fuerzas de seguridad. «Ahora tenemos un presidente negro pero esto no ha cambiado las relaciones sociales. La policía se ha dedicado desde siempre a proteger a las clases altas, por eso no podemos cambiar a la policía, porque está creada para defender los intereses de la lógica capitalista», razona Jay Dell, integrante de una comunidad de puertorriqueños residentes en Nueva York.
Curioso es que en Texas, escenario de múltiples matanzas, le permiten a los jóvenes votar con su Permiso de portar armas, pero no con el carnet de estudiantes. Un proyecto de ley (la SB11) permitirá en 2016 a los estudiantes de ese estado portar armas en las universidades.
Impotencia y rutina
The New York Times publicó un artículo el pasado 6 de octubre que reflejaba un clamor social creciente: «Estados Unidos debe iniciar un proceso contra la cultura de la violencia armada, porque en la actualidad es el miedo el que gana terreno en este tema».
Tras la masacre de Oregon, el Presidente Obama debió comparecer por decimoquinta ocasión en sus siete años de gobierno para lamentar un impactante hecho de sangre. Lo hizo con una carga de ironía e impotencia: «De alguna manera, esto se ha convertido en una rutina, las informaciones son rutinas, mis reacciones aquí en este podio son una rutina, y lo es la conversación posterior… Nos hemos vuelto insensibles frente a esto.»
La sociedad estadounidense en su conjunto parece resignada a la inacción del Congreso y a la capacidad de influencia que tiene en el Capitolio y en la clase política la poderosa y radical Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés).
Ya se sabe que la NRA, fundada en 1871, es uno de los más fieles y generosos donantes de congresistas y aspirantes presidenciales, especialmente del bando republicano. Tiene 32 cabilderos en Washington, que gastan millones cada año, y que en el 2008 invirtió 10 millones de dólares para tratar de derrotar a Obama en la elección presidencial.
Cuando se produjo la sonada masacre en Newton, Connecticut, el vicepresidente ejecutivo de la NRA, Wayne LaPierre, declaró sin sonrojo que «lo único que detiene a un tipo malo con un arma es un buen tipo con un arma»
El Partido Republicano, que controla las dos cámaras del legislativo, se afilia en su programa a la libertad de portar armas, escudados en la anticuada Segunda Enmienda. Su candidato líder hasta ahora de cara a las presidenciales 2016, el excéntrico Donald Trump, se jactó hace unos días, en un evento público en Tenessee, de sus habilidades con las armas de fuego al estilo Charles Bronson, y declaró: «Estoy muy, muy a favor de la Segunda Enmienda».
Andy Parker, la madre de la periodista de TV vilmente asesinada frente a cámara el pasado agosto en el estado de Virginia, retrató el escenario que vive el país: en unas declaraciones recientes al diario USA Today: «Hemos entrado en guerra en este país. Una guerra que opone a personas razonables y responsables con fanáticos únicamente motivados por sus intereses: una guerra entre el bien y el mal».
Por su parte, el Presidente Obama ilustró el absurdo político que rodea el asunto: «Gastamos un billón de dólares aprobando numerosas leyes y dedicando agencias enteras a evitar ataques terroristas en nuestro suelo y, sin embargo, tenemos un Congreso que explícitamente nos impide incluso recolectar la información sobre cómo podríamos potencialmente reducir las muertes con armas de fuego. ¿Cómo es posible?»
El nudo gordiano de la violencia que asfixia a la sociedad estadounidense parece muy difícil de desatar. Sólo una profunda transformación ética, política y social en ese país podría dar respuesta a un desafío tan mortal.