Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Han pasado cinco años desde que los jóvenes tomaron las calles para protestar contra las condiciones sociales que soportaban en los países árabes. Al hacerlo, rompieron las barreras del miedo y la frustración y adoptaron lemas revolucionarios en las confrontaciones con los regímenes opresores de la región que llevaban varias décadas perpetuándose en el poder. De hecho, la naturaleza oligárquica de los regímenes árabes llevaba vigente tanto tiempo que llegaron a ser sinónimos de los nombres de sus líderes: Hosni Mubarak, en Egipto; Zein El Abidine Ben Ali en Túnez; Muamar Gadafi en Libia; Ali Abdulá Saleh en el Yemen y Bashar Al-Asad en Siria.
A finales de 2010, en cuestión de semanas y hasta el comienzo de la primavera de 2011, las revueltas populares encendieron las calles y en las plazas del mundo árabe el pueblo exigió pan, libertad y la caída del régimen. Los resultados de estas revoluciones populares fueron veloces y excitantes de inmediato. En Túnez, Ben Ali y su familia dejaron el país el 14 de enero de 2011. En Egipto, Hosni Mubarak renunció a la presidencia y se la entregó a las fuerzas armadas el 11 de febrero. El fin de Gadafi en Libia fue brutal tras morir asesinado el 20 de octubre. El Reino de Arabia Saudí y el resto del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) jugaron un papel crucial acordando la renuncia de Saleh en el Yemen y transferiendo el poder a Abd Rabbuh Mansur Hadi el 27 de febrero de 2012, todo ello como parte de un gobierno de transición. En Siria, las fuerzas revolucionarias populares se encontraron con la violencia de las fuerzas armadas del país.
Todo lo anterior llevó a los analistas occidentales a etiquetar esos acontecimientos como la Primavera Árabe. Se esperaba que los pacíficos movimientos revolucionarios llevaran a los países árabes hacia Estados civiles y democráticos que permitieran que sus ciudadanos ejercieran su libertad y voluntad política. Por desgracia, nada de esto se ha conseguido realmente incluso después de los cinco años del supuesto período transitorio posterior a la Primavera Árabe. Cada país ha seguido un camino diferente, un camino que no tiene nada que ver con los eslóganes revolucionarios que una vez llenaron las calles.
Estos caminos revolucionarios, cuyo objetivo era alcanzar la libertad y la dignidad, se han transformado en violentas crisis políticas y conflictos militares multidimensionales. En este contexto es importante que recordemos los muchos derroteros que ha ido siguiendo la causa palestina, aunque sin olvidar que por su propia naturaleza sigue siendo aún muy diferente del resto. Debemos tener presente su larga trayectoria y cómo se ha ido transformando de causa «árabe-israelí» en conflicto «palestino-israelí». La liberación de Palestina se ha visto reducida a las demandas para que Israel vuelva a las fronteras de junio de 1967. El mundo ya no habla de causa a menos que sea dentro del marco de los Acuerdos de Oslo o de la reanudación de las negociaciones entre la Autoridad Palestina y el gobierno israelí. Hay, desde luego, alguna que otra referencia ocasional a la necesidad de levantar el asedio a la Franja de Gaza.
De esta forma, la causa árabe por excelencia ha pasado de ser una lucha existencial a un asunto de fronteras. Esta transformación del conflicto palestino llevó más de sesenta años, mientras que las transformaciones post-Primavera Árabe necesitaron de menos de cinco años. Los pueblos pasaron de exigir la caída del régimen a suplicar el fin del baño de sangre, a que se libere a los prisioneros, a que se busque a las personas desaparecidas. Pasaron de exigir libertad a pedir que el Estado se reuniera con ellos en un punto intermedio para un acuerdo patrocinado por el Estado mismo.
Lejos de conspiraciones y de la idea que somos una Ummah que está siendo atacada por «Occidente al estilo de las cruzadas y los asentamientos coloniales», debemos tener en cuenta la realidad de los últimos cinco años y todo lo que ha sucedido con las revoluciones de la Primavera Árabe. La chispa se inició en Túnez, donde la sociedad civil pudo forjar acuerdos con diversos grupos que se habían distanciado del régimen de Ben Ali. Los islamistas pudieron volver a escena y tener en cuenta los puntos de vista y equilibrios tanto regionales como internacionales. Se puso límites a la institución militar y tanto la izquierda política como el movimiento de jóvenes pudieron trabajar junto a los partidos islámicos para encontrar una vía hacia la reforma y reconciliación nacionales, alcanzándose un acuerdo que pudieron aceptar todas las partes y el Cuarteto para el Diálogo Nacional Tunecino fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.
En Egipto, icono en muchos sentidos de la Primavera Árabe, el mundo se quedó atónito cuando tras dieciocho días de revolución, cayó la mayor autoridad del país durante sesenta años, Mubarak, el 11 de febrero de 2011. Sin embargo, los acontecimientos tomaron un extraño giro y el camino posrevolucionario no fue ni reconciliatorio ni revolucionario. Los actores más importantes -sobre todo la Hermandad Musulmana y el ejército- trabajaron en su propio beneficio y decidieron no tomar parte en el diálogo. Sin entrar en los detalles del golpe, que son bien conocidos, Egipto se ha deslizado por ominoso camino restaurando los aparatos del Estado profundo, que saben aprovechar bien las contradicciones regionales e internacionales.
Quedan tres países y los tres representan un claro modelo de la transformación de las revoluciones en crisis políticas después de pasar primero por períodos de transición o calma, como en los casos de Túnez y Egipto.
Siria se ha transformado en el campo de batalla de un conflicto militar abierto en el que se han involucrado actores regionales e internacionales como Rusia, EEUU, Turquía e Irán. La continuada presencia de Bashar Al-Asad y de su régimen ha colocado a su ejército en lucha contra Daesh y docenas de milicias de la oposición. La ONU ha mandado a un enviado especial para mediar y muy pocas personas recuerdan ya la pacífica revolución siria en este preciso momento.
En Libia, Gadafi y lo que representaba ha llegado a su fin y sin embargo el país tiene aún que tomar una senda revolucionaria y hay pocas señales de algún movimiento hacia la reconciliación. Libia está ahora dividida entre diversas tribus y facciones con dos gobiernos y ministerios en Trípoli y Tobruk, además de otras facciones que están representadas por milicias armadas. Como en el caso de Siria, la ONU ha nombrado un enviado especial para la crisis y ya nadie habla de la revolución libia.
En cuanto al Yemen, Ali Abdulá Saleh se ha vuelto atrás de su acuerdo con Arabia Saudí y el CCG y ha creado en cambio una alianza con los hutíes. Saleh ha vuelto también la espalda a Hadi y su gobierno, por lo que Arabia Saudí formó una coalición y lanzó una operación militar integral que se inició a finales de marzo del año pasado. La ONU llegó a cambiar a su enviado especial en Yemen y el Consejo de Seguridad aprobó otra resolución mientras la crisis evolucionaba a un conflicto entre Saleh y los hutíes en Sanaa y Hadi en Aden. Tampoco se habla ya de la revolución yemení.
Lo repito de nuevo, no estamos hablando de teorías conspirativas o de que la Ummah árabe-islámica está siendo atacada por Occidente. El objeto de este artículo han sido las revoluciones populares, por las que muchas personas han dado sus vidas, docenas han sido arrestadas y millones se hallan exiliadas o desplazadas. Sin embargo, a pesar del anhelo popular de libertad, hay muchas partes que han trabajado para crear artificialmente estas crisis políticas y conflictos. ¿Cuándo se sacudirán los pueblos el sentimiento de derrota que está acosándoles? ¿Cuándo volverán a dirigir las revoluciones hacia sus verdaderos y deseados caminos para que podamos tener auténticos Estados modernos, democráticos y civiles?
Este artículo se publicó originalmente en lengua árabe el 8 de enero de 2016 en Al-Araby Al-Jadid.
El general Adel Sulaiman es director del Strategic Dialogue Forum.
Fuente: https://www.middleeastmonitor.com/articles/africa/23300-from-popular-revolution-to-political-impasse
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