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Quien siembra vientos recoge tempestades

Todos somos el Estado Islámico

Fuentes: Truthdig

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.

La venganza es el motor psicológico de la guerra. Las víctimas son el sangrante papel moneda. Sus cadáveres se utilizan para santificar el asesinato indiscriminado. Aquello definido como el enemigo contra lo que se dispara para matarlo es declarado inhumano. No merece empatía ni justicia. Pena y dolor son sentimientos exclusivos para con los nuestros. Juramos que erradicaremos a una masa deshumanizada que encarna al mal absoluto. Los mutilados y los muertos de Bruselas o París y los mutilados y los muertos de Raqqa o Sirte perpetúan los mismos oscuros apetitos. Todos somos el Estado Islámico.

«De la violencia solo nace la violencia», escribió Primo Levi, «continuando una acción pendular que, según pasa el tiempo, en lugar de extinguirse, se hace más frenética».

El mortal juego de ‘pagar con la mismo moneda’ no se detendrá hasta su agotamiento, hasta que la cultura de la muerte nos quiebre emocional y psíquicamente. Utilizamos nuestros drones, aviones, misiles y artillería para destrozar paredes y tejados, hacer volar las ventanas y matar o herir a quienes estén dentro. Nuestros enemigos meten explosivos hechos con peróxido en maletas o en chalecos de suicida y entran andando en terminales de aeropuertos, salas de concierto, cafeterías o estaciones de metro y nos hacen saltar por los aires, las más de las veces junto con ellos mismos. Si tuvieran nuestra tecnología de muerte lo harían con más eficiencia. Pero no la tienen. Sus tácticas son más rudimentarias, pero en lo moral son iguales a nosotros. T.E. Lawrence llamó «anillos del sufrimiento» a este ciclo de violencia.

La religión cristiana adhiere a la idea de la «guerra santa» con tanto fanatismo como lo hace el islamismo. Nuestras cruzadas encajan con el concepto de la yihad. Una vez que la religión se usa para santificar los asesinatos, las normas quedan abolidas. Es una batalla entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, Satán y Dios. El discurso racional es desterrado. Y, al decir de Goya, «el sueño de la razón engendra monstruos».

Las banderas, los himnos patrióticos, la deificación del guerrero y la estupidez sentimental nos alejan de la realidad. Nos comunicamos con tópicos vacíos y absurdidades patrióticas carentes de todo sentido. Se utiliza la cultura de masas para reforzar la mentira de que las verdaderas víctimas somos nosotros mismos. Eso recrea el pasado para que encajemos con el mítico heroísmo nacional. Se nos asegura que nosotros somos los únicos virtuosos y valientes. Solo nosotros tenemos el derecho de vengarnos. Somos hipnotizados para caer en una somnolencia comunitaria, una ceguera inducida por el patriotismo.

Aquellos contra quienes luchamos, que no tienen nuestra maquinaria para la muerte a escala industrial, matan de cerca. Pero la posibilidad de matar a distancia no nos hace menos moralmente deformes. La muerte remota, plasmada por los operadores de drones en las bases de la Fuerza Aérea en territorio de Estados Unidos, que se van a casa para cenar, no podría ser más depravada. Estos técnicos hacen que la vasta maquinaria de la muerte trabaje en un contexto de terrorífica esterilidad clínica. Despersonalizan la guerra industrial. Son los «pequeños Eichman». Esta organizada burocracia de la muerte es la más perdurable herencia del Holocausto.

«La destrucción mecanizada, racional, impersonal y sostenida de seres humanos, organizada y administrada por Estados, legitimada y puesta en marcha por científicos y juristas, sancionada y popularizada por académicos e intelectuales, se ha convertido en un ingrediente básico de nuestra civilización, el último, arriesgado y a menudo reprimido patrimonio del milenio», escribió Omer Bartov en su Murder in Our Midst: The Holocaust, Industrial Killing and Representation*.

Torturamos a prisioneros que han sido secuestrados, algunos durante años, en lugares clandestinos. Realizamos «asesinatos selectivos» de los llamados blancos valiosos. Abolimos las libertades civiles. Expulsamos a millones de familias de su casa. Aquellos con quienes nos enfrentamos hacen lo mismo. Torturan y decapitan -en una emulación de las ejecuciones realizadas en las cruzadas cristianas- con su propio estilo de salvajismo. Gobiernan despóticamente. Dolor por dolor. Sangre por sangre. Horror por horror. Se da una aterradora simetría de locura, justificada por la misma perversión religiosa. Es el mismo abandono del significado de ser humano y justo.

Como escribió el psicólogo Rollo May, «En el comienzo de toda guerra… nos apresuramos a transformar a nuestro enemigo en la imagen del demonio; entonces, dado que es contra el Diablo que estamos combatiendo, podemos cambiar de razón para guerrear sin plantearnos ninguna de esas preguntas molestas y espirituales que suscita la guerra. Así, no tenemos que enfrentarnos con la comprensión de que aquellos a quienes matamos son tan persona como nosotros

El asesinato y la tortura, cuanto más tiempo dura tanto más contamina a quienes los perpetran y a la sociedad que aprueba esas conductas. Amputan a los inquisidores profesionales y asesinos su capacidad de sentir. Alimentan su instinto letal. Propagan el daño moral de la guerra.

Cada día se suicidan 22 veteranos de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Pare hacerlo no utilizan cinturones explosivos. Pero, al igual que los suicidas con bomba, con ellos comparten el irresistible impulso de quitarse del mundo y librarse del sórdido papel que tienen en él.

Albert Camus, como Immanuel Kant, lo entendió: «Es mejor sufrir ciertas injusticias que cometerlas». Pero los políticos, los expertos y la cultura de masas desprecian esa sabiduría como si fuese una debilidad. Quienes hablan con sensatez, como lo hizo Eurípides cuando creó su obra maestra contra la guerra –Las troyanas-, son injuriados y desterrados.

¿Quiénes somos nosotros para condenar el asesinato indiscriminado de civiles? ¿Hemos olvidado nuestros bombardeos de las ciudades alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mudial, que dejaron 800.000 civiles muertos, entre mujeres, niños y hombres? ¿Hemos olvidado las familias exterminadas en Dresde (135.000 muertos), Hiroshima (97.000) y Nagasaki (66.000)? ¿Hemos olvidado los cerca de tres millones de civiles muertos que dejamos cuando nos retiramos de Vietnam?

Entre 1965 y 1968, lanzamos 32 toneladas de bombas por hora en Vietnam del Norte: cientos de Hiroshimas. Y, como escribió Nick Turse en su libro Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam**, esta cifra no incluye «los millones de litros de defoliante químico, ni los millones de kilos de gases químicos venenosos ni los millones de botes de napalm, bombas de racimo, bombas de fragmentación (capaces de hacer desaparecer todo lo que esté dentro de una superficie equivalente a 10 campos de fútbol), cohetes antipersonal, cohetes altamente explosivos, cohetes incendiarios, granadas y muchísimos tipos diferentes de minas».

¿Hemos olvidado los millones de personas que han muerto en nuestras guerras (tanto convencionales como por delegación) en Filipinas, Congo, Laos, Camboya, Guatemala, Indonesia, El Salvador y Nicaragua? ¿Hemos olvidado al millón de muertos en Iraq o los 92.000 en Afganistán? ¿Hemos olvidado los cerca de ocho millones de personas expulsadas de su hogar en Iraq, Afganistán, Pakistán y Siria?

Desde que empezó la campaña aérea contra el Estado Islámico en territorio de Iraq y Siria ha habido 87.000 misiones de bombardeo. Este es el último capítulo (de momento) de nuestra eterna historia bélica contra los desdichados de la Tierra.

¿Como podemos sentirnos indignados por la destrucción que el Estado Islámico hace de algunos monumentos culturales, como Palmira, cuando nosotros hemos dejado tantos en ruinas? Tal como señala Frederick Taylor en su libro Dresden, en los bombardeos de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial destruimos innumerables «iglesias, palacios, edificios históricos, bibliotecas», incluso la «casa de Goethe en Frankfurt» y «los restos de Carlomagno en la catedral de Aachen» junto con «el irreemplazable contenido de la Biblioteca Estatal de Munich». ¿Recuerda alguien que en una sola semana de bombardeos durante la guerra de Vietnam borramos del mapa la mayor parte del histórico templo My Son de ese país? ¿Hemos olvidado que nuestra invasión de Iraq es la responsable del incendio de la Biblioteca Nacional, del saqueo del Museo Nacional y de la construcción de una base militar en el emplazamiento de la antigua ciudad de Babilonia? Debido a la guerra provocada por nosotros, se han destruido miles de yacimientos arqueológicos en Iraq, Siria, Afganistán y Libia.

Nosotros perfeccionamos la tecnología del asesinato en masa y la destrucción total desde el aire, el llamado «bombardeo de saturación» o, en su última versión, la llamada «conmoción y sobrecogimiento». Mediante nuestra riqueza nacional, creamos sistemas de gestión y tecnológicos que el sociólogo James William Gibson llamó la «tecnoguerra». ¿Qué fueron los ataques del 11-S sino una respuesta al bombardeo y muerte que nosotros infligimos en pueblos y ciudades de todo el mundo? Nuestros agresores nos hablan en el demencial idioma que nosotros les hemos enseñado. Ellos, como los atacantes de París o Bruselas, sabían perfectamente nuestra forma de comunicarnos.

Los mercaderes de la muerte -los fabricantes de armas- están entre los pocos que se aprovechan de la guerra. La mayor parte del resto estamos atrapados en un ciclo de violencia que no cesará mientras no demos fin a la ocupación de Oriente Medio, mientras no aprendamos a hablar en otro idioma que no sea el primitivo alarido de guerra, muerte y aniquilación. Recuperaremos el lenguaje humano cuando hayamos tenido bastante, cuando nuestros propios muertos sean tantos que ya sea imposible mantener el juego. La mayoría de las víctimas seguirá siendo inocentes atrapados entre asesinos nacidos del mismo vientre.

*. Muerte en medio de nosotros: el Holocausto, asesinato industrial y representación. (N. del T.)

**. Matar a todo lo que se mueva. La realidad sobre la guerra estadounidense en Vietnam. (N. del T.)

Fuente: http://www.truthdig.com/report/item/we_are_all_islamic_state_20160327

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.