Casi todo el mundo está sorprendido por la victoria de Trump. Se dice, incluso que sorprendió al propio Trump. Desde distintas ópticas, medio mundo está explicando cómo llegó a ocurrir. Y, en todo el mundo se está hablando de las profundas divisiones que esta elección creará (o ya refleja?) en el cuerpo político de Estados […]
Casi todo el mundo está sorprendido por la victoria de Trump. Se dice, incluso que sorprendió al propio Trump. Desde distintas ópticas, medio mundo está explicando cómo llegó a ocurrir. Y, en todo el mundo se está hablando de las profundas divisiones que esta elección creará (o ya refleja?) en el cuerpo político de Estados Unidos.
No añadiré una explicación más, a una larga lista de análisis, que cansa de leer. Sólo quiero concentrarme en dos cuestiones: ¿Cuáles son las consecuencias de esta victoria de Trump (1) dentro de los Estados Unidos, y (2) ¿Qué pasará con su poder en el resto del mundo?
Internamente, los resultados, no importa cómo se midan, han movido a Estados Unidos, de manera elocuente a la derecha. Importa poco si Trump perdió en el voto popular nacional. Importa poco que Hillary podría ganado las elecciones si hubiera obtenido (en tres estados) 70.000 votos más , algo cercano al 0,09% del total de votos.
Lo que importa es que los republicanos han ganado lo que se llama la «trifecta» – el control de la Presidencia, el control de ambas cámaras del Congreso, y del Tribunal Supremo. Si los demócratas llegarán a recuperar el Senado e, incluso la Presidencia en cuatro u ocho años, los republicanos se aferrarán, por mucho tiempo, a la mayoría que tienen en el Tribunal Supremo.
Sin embargo los republicanos están divididos sobre cuestiones muy importantes. Esto se ha hecho evidente tan sólo a una semana después de las elecciones. Trump ya ha comenzado a mostrar el lado pragmático de sus prioridades: crear más puestos de trabajo, reducir los impuestos (en algunos tramos ), y salvaguardar los aspectos más populares de la Ley de Asistencia Sanitaria (Obamacare).
El «establishment» republicano (un «establishment» bastante más a la derecha) tiene otras prioridades: la destrucción del Medicare, otro tipo de reforma tributaria, y hacer retroceder el social-liberalismo ( derecho al aborto y matrimonio homosexual).
Queda por ver si Trump puede ganar la batalla contra Paul Ryan (figura clave de la derecha en el Congreso), o si Paul Ryan logra hacer retroceder a Trump. La figura más importante en esta lucha parece ser el vicepresidente Mike Pence, quien se ha posicionado como el verdadero el número dos en la oficina Presidencial (al igual que Dick Cheney).
Pence sabe bien que los republicanos del Congreso, son ideológicamente cercanos a Paul Ryan, pero son políticamente leales a Trump. Fue él quien eligió a Reince Priebus como jefe de personal de Trump, prefiriéndolo a Steve Bannon. Priebus implica unir a los republicanos, mientras que Bannon habría significado arremeter contra los republicanos que no están al cien por ciento de acuerdo con un discurso de derecha. A Bannon le han dado un premio de consuelo como un consejero de interior y, es muy dificultoso que vaya a tener poder real.
El resultado es que en esta lucha intra-republicana, la política de Estados Unidos ha girado mucho más a la derecha. Por otra parte , posiblemente, el Partido Demócrata se reorganice como un movimiento más a la izquierda y más populista con el objetivo de ser capaz de ganar en las próximas elecciones . Esto también está por verse. Pero hoy la victoria electoral de Trump es una realidad.
Ahora, pasemos desde la arena interna – en la que Trump ha ganado y tiene poder real – a la arena internacional en el que prácticamente no tiene ningún poder. Él utilizó como lema de campaña «hacer grande a Estados Unidos de nuevo.» Lo que dijo una y otra vez fue que, si fuera presidente, se aseguraría que otros países respetáran (es decir, obedecieran) a los Estados Unidos. En efecto, hizo alusión a un pasado en el que Estados Unidos era «grande» y dijo que iba a recuperar ese pasado.
El problema es muy simple. Ni él ni ningún otro presidente – ya sea Hillary Clinton o Barack Obama (tampoco fue posible en la era de Ronald Reagan) – pueden impedir la creciente disminución de la capacidad hegemónica de Estados Unidos. Si alguna vez dominó parte del mundo, fue a partir de 1945 y hasta parte de la década de 1970. Sin embargo, desde entonces, la capacidad de Estados Unidos para lograr que otros países hagan lo que pretende, sigue disminuyendo de manera constante.
El descenso es estructural y no es algo que el poder de un presidente estadounidense pueda frenar. Por supuesto que los Estados Unidos sigue siendo una fuerza militar muy poderosa. Y, si se hace mal uso de ese poder militar, puede hacer muchísimo daño al mundo. Obama fue sensible a ese potencial daño, sus vacilaciones fueron prueba de ese temor. Trump fue acusado durante toda la campaña electoral de no entender esto y por tanto ser un portador peligroso del poder militar.
Pero, mientras hacer daño siempre será posible, para el gobierno de los Estados Unidos hacer lo que quiera ahora parece prácticamente imposible. Nadie, y me refiero a nadie, va a seguir hoy el ejemplo de Estados Unidos si cree que sus propios intereses están siendo ignorados. Esto es cierto no sólo en China, Rusia, Irán, y por supuesto en Corea del Norte. También es cierto para Japón y Corea del Sur, India y Pakistán, Arabia Saudita y Turquía, Francia y Alemania, Polonia y los estados bálticos, incluso para antiguos aliados ,con privilegios, como Israel, Gran Bretaña y Canadá.
Estoy bastante seguro que Trump aún no se da cuenta de esto. Él va a presumir de victorias fáciles, como poner fin a los acuerdos comerciales. Utilizará esto para demostrar la sabiduría de su postura agresiva. Pero si trata de hacer algo sobre Siria (nada en realidad) pronto se desengañará de su aparente poder. Es muy poco probable que cambie la nueva relación diplomática con Cuba. Pronto llegará a darse cuenta que no debe deshacer el acuerdo con Irán. En cuanto a China, los chinos parecen pensar que pueden llegar a mejores acuerdos con Trump, que con Hillary Clinton.
Por tanto, tenemos a un gobierno de derecha en Estados Unidos, en un sistema-mundo caótico, con un agobio económico sobre la mayoría de la población mundial y el proteccionismo como un tema central en casi la totalidad de los países.
¿Hay algo de nuevo? De ninguna manera, ni en los Estados Unidos, ni en el sistema-mundo.
Lo que hay, es que va a continuar el combate sobre la dirección que tomará el futuro del sistema- mundo (o los sistemas-mundo).
Traducción: Emilio Pizocaro
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.