Por España y contra el rey Vicente Blasco Ibáñez Edición 1.0. abril 2017 epub: 688 Kb. mobi: 769 Kb. pdf: 155 pág. Página del libro para descargar: http://www.dyskolo.cc/cat%C3%A1logo/lib030/ Explicación del autor Este libro contiene todo lo que llevo escrito hasta la fecha contra Alfonso XIII y sus generales, restauradores en España del régimen absolutista, con […]
Por España y contra el rey
Vicente Blasco Ibáñez
Edición 1.0. abril 2017
epub: 688 Kb.
mobi: 769 Kb.
pdf: 155 pág.
Página del libro para descargar: http://www.dyskolo.cc/cat%C3%A1logo/lib030/
Explicación del autor
Este libro contiene todo lo que llevo escrito hasta la fecha contra Alfonso XIII y sus generales, restauradores en España del régimen absolutista, con los mismos caracteres de violencia, ignorancia, fanatismo y corrupción que en tiempos de Fernando VII. No necesito explicar los móviles espirituales que me impulsaron a emprender la lucha contra tales gentes, pues el lector los encontrará mencionados en diversas páginas de este volumen. Me limitaré a decir aquí que hice esto por patriotismo, porque mi conciencia de español no permitió mantenerme en cobarde silencio. Y, sin embargo, los panegiristas de Alfonso XIII solo saben decir de mí que soy un mal español, porque ataco a su rey, y que no tengo patria, porque me preocupo de la suerte de mi patria, y me es imposible aceptar su decadencia moral, que la coloca aparte de las demás naciones europeas, siendo su historia cada vez más regresiva.
Lector, tú vas a apreciar, después de haber pasado tus miradas por las páginas de este libro, la veracidad y la justicia del único ataque serio que han dirigido contra mí Alfonso XIII y su séquito. Tal vez después de muchos esfuerzos inútiles, buscando en todos sus capítulos mis famosas manifestaciones de mal patriota, acabarás por irritarte contra esos descarados falsarios que se permitieron la insolencia de hacer tal afirmación. La pobre España ha sido tratada una vez más por la monarquía como si fuese una escuela de párvulos en los que apenas apunta el raciocinio, prontos a tragarse toda clase de embustes, si miedo a que protesten.
Para evitar que mis escritos fuesen leídos en España, Alfonso XIII y el Directorio colocaron tropas en las fronteras de Francia y Portugal, casi un ejército de observación; movilizaron las fuerzas marítimas y aéreas; torpederos e hidroaviones vigilaron el Mediterráneo dispuestos a dar caza a los buques y aeroplanos que transportasen mis folletos. Todos los españoles en cuyos bolsillos encontró la policía alguna de mis publicaciones políticas fueron llevados a la cárcel. Y después de ejecutar este plan de aislamiento para que España no conociese la verdad, los redactores de ciertos periódicos servilmente afectos a Alfonso XIII -unos por vanidosillos, otros por aprovechamiento personal-, emprendieron la refutación de lo que yo había escrito, pero sin permitir que nadie leyera el texto refutado. Fue una conducta semejante a la de los profesores de filosofía en los colegios de jesuitas, que enseñan a sus alumnos las contestaciones a los más célebres filósofos, pero se cuidan de evitar que conozcan lo que estos filósofos dijeron.
No obstante haberse preparado un público a su gusto, dispuesto por ignorancia a aceptar cuanto quisieran decirle, estos panegiristas de Alfonso XIII consideraron peligroso meterse a rebatir mis acusaciones sobre los negocios de dicho rey, y limitaron su acción a dirigirme insultos afirmando en todos los tonos que soy enemigo de España.
Gracias a ellos hay todavía en la península cierto número de infelices que no han podido leer mis escritos -o no quieren leerlos porque les aterra el cruento suplicio de la lectura-, los cuales me consideran un monstruo sin patria. También existen muchas beatas que aceptan con entusiasmo toda mentira favorable a su fanatismo agresivo, y cada vez que suena mi nombre gritan ¡viva España!, como si este grito fuese un exorcismo… Por fortuna queda la mayoría de la nación, que lentamente va enterándose de mi obra -a pesar de las precauciones aisladoras del rey y de su Gobierno-, y se indigna al ver cómo la han engañado, tratando al pueblo español con un desprecio inaudito para sus facultades intelectuales, lo mismo que si fuese una tribu de negros.
Si la actual monarquía de España no hubiese hecho cosas peores, bastaría esta conducta reciente para demostrar su miedo a la opinión pública, su falta de seguridad y la desvergüenza con que se vale del embuste para salir de sus conflictos.
Yo he sido amigo particular de algunos redactores y directores de periódicos que defienden a Alfonso XIII. Cuando empecé a combatir a este, sabía de antemano que iba a luchar con mis antiguos amigos, pero la tal lucha sería, en mi opinión, de ideas, de principios, sosteniendo ellos el régimen monárquico, con razones sinceras y nobles, frente a mis afirmaciones de republicano.
La amistad me hizo ver mal las cosas e incurrir en cándidas ilusiones. Estos hombres son los que inventaron la calumnia de que he escrito un libro contra España, impidiéndome al mismo tiempo, con amenazas de prisión, que lo leyesen los españoles, para que así no pudiesen juzgar la falta de veracidad de sus palabras.
Si tales hombres han mentido «después de haber leído mi libro», inútil es decir el apelativo que merecen. El lector se lo dará seguramente, llamándoles embusteros a sabiendas, falsificadores de más bajo nivel moral que los que imitan una firma o un billete de Banco, pues estos criminales pueden alegar como torcida excusa de su delito la necesidad de vivir.
Todos podemos equivocarnos con error involuntario; nadie es infalible. Pero dichos hombres han mentido involuntariamente, se han reído de su país diciéndole el embuste más estupendo, y todo el que lea este libro se convencerá de ello.
Después de faltar tan impúdicamente a la verdad, estos personajes seguirán creyéndose caballeros, sacarán su honor a colación en cada momento, darán su palabra de hombres honrados. No tienen derecho a ello. El que miente a sabiendas no puede hablar de caballerosidad ni de honradez.
Estoy satisfecho de que tan inauditos embustes me hayan abierto los ojos, haciéndome ver abismos negros en lo que yo creía conciencias. Acepto la separación y el alejamiento de ellos. Vivimos en planos espirituales y morales muy distintos y no es fácil que volvamos a encontrarnos nunca. Yo soy mal patriota porque digo a mi país la verdad áspera y amarga, como son casi siempre los medicamentos salvadores. Alfonso XIII y sus feudatarios son buenos patriotas cuando engañan a España como si fuese un tropel infantil, contándole a su modo un libro que no dejan llegar a sus manos.
Por un resto de consideración a hombres que traté en otros tiempos, quiero suponer que han hablado de mis escritos «sin leerlos». Esto no debe considerarse extraordinario en la Prensa de Madrid. Es un resultado de la ligereza de conciencia, del menosprecio por los asuntos verdaderamente importantes para la patria que ha procurado inculcarnos una educación dirigida por los reyes y sus auxiliares.
Pero tal excusa, de ser cierta, demostraría el deplorable estado de alma de los que se creen directores de la opinión española bajo el reinado de la mentira consciente, de la moral perdida, del escepticismo grosero y falsamente alegre, que es el de Alfonso XIII.
V.B.I.
Marzo, 1925
El presente volumen contiene dos folletos: «Una nación secuestrada» (en francés, inglés y otros idiomas, «Alfonso XIII desenmascarado»), que publiqué en noviembre de 1924 y «Lo que será la República española», publicado en mayo de 1925.
Entre ambas obras encontrará el lector varios artículos escritos para «España con Honra», periódico que hemos fundado en París un grupo de patriotas. Este periódico es el único de toda la Prensa española que puede decir la verdad, no estando sometido a la previa censura de Alfonso XIII y el Directorio.