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Trump no es causa, sino efecto de la crisis

Fuentes: Diario ¡Por esto! (Mérida)

Una caricatura recién aparecida en una publicación de EE.UU. refleja la situación poco menos que de ingobernabilidad que vive esa nación. Aparece Donald Trump caricaturizado como un niño pequeño, necio e irresponsable, en el centro una gran sala de la Casa Blanca, rodeado de los principales asistentes del Presidente (asesores, ministros y jefes militares) igualmente […]

Una caricatura recién aparecida en una publicación de EE.UU. refleja la situación poco menos que de ingobernabilidad que vive esa nación. Aparece Donald Trump caricaturizado como un niño pequeño, necio e irresponsable, en el centro una gran sala de la Casa Blanca, rodeado de los principales asistentes del Presidente (asesores, ministros y jefes militares) igualmente caricaturizados. Todos están atentos a lo que haga el niño majadero para correr a enmendar sus desatinos, relegando la atención y cumplimiento de sus obligaciones propias. Ciertamente las torpezas de Trump en el desempeño de su alto cargo son cotidianas.

Son muchos los norteamericanos que se abochornan por las alusiones despectivas y prejuiciadas con que su Presidente se refiere a los musulmanes, los mexicanos, los puertorriqueños y a otros pueblos formalmente aliados de Washington muchos de cuyos nativos, en calidad de inmigrantes, forman parte de la ciudadanía de Estados Unidos. Nadie puede negar, sin embargo, que Donald Trump ha sido fiel al programa de gobierno que enarboló como candidato a la presidencia. Solo que siendo práctica habitual que los candidatos prometan cualquier cantidad de locuras en aras de atraerse los votos del sector de la población que han seleccionado como objetivo en algún segmento de su campaña proselitista, una vez electos, éstos olviden totalmente tales ofrecimientos.

Cualquier observador nacional o internacional medianamente informado en todo el mundo, salvo probablemente el propio Donald Trump, advierte que Estados Unidos es actualmente una gran potencia en crisis muy seria, probablemente terminal.

Su economía atraviesa una crisis multifactorial disimulada por el privilegio, cada vez más insostenible, de contar con la facultad de emitir unilateralmente dólares estadounidenses y que ésta sea la moneda mundial; su deuda externa e interna es la mayor del mundo; la seguridad interna está en crisis; la asistencia médica de los estadounidenses es la más inicua en el llamado primer mundo; el país es el principal consumidor de drogas adictivas y, como tal, primer culpable por las secuelas del narcotráfico en el mundo; habiendo sido actor principal de las mayores agresiones de la humanidad al medioambiente, Norteamérica ha comenzado a sufrir los efectos de una respuesta de la naturaleza que amenaza llegar a ser devastadora no solo para los pequeños países sino para todos en el planeta; se agravan y suceden con mayor frecuencia las crisis derivadas de las exclusiones sociales: la discriminación racial, de los LGTBI y de los inmigrantes; la deuda estudiantil amenaza inexorablemente el futuro del país…

Agréguense a esta lista los efectos sociales de las guerras que se libran contra varios países del Tercer Mundo, en buena medida iniciadas para satisfacer intereses exportadores de las industrias productoras de armamento y para promover el empleo frente el fenómeno de la fuga de capitales hacia países con salariales de miseria. La proliferación de bases militares estadounidenses en varios países constituye, en sí misma, presagio de situaciones tensas y difíciles de preguerra.

Todas estas crisis son de diferente origen y alcance, pero tienen en común su carácter insoluble. Ninguna surgió por culpa del actual Presidente, pero su actuación en el corto período en que ha ejercido el mando invita a pronósticos alarmantes.

En una situación como ésta muchos politólogos diagnosticarían para Estados Unidos la inminencia de una revolución o de un golpe de estado si carece de una dirigencia capaz de superar tan compleja crisis múltiple.

Evidentemente, Trump no posee las condiciones requeridas para asumir esa tarea. Mucho menos si se conoce que su salud mental está siendo públicamente cuestionada por instituciones psiquiátricas y cientos de profesionales de esa especialidad que se desempeñan en los más prestigiosos hospitales y universidades.

Trump ha demostrado ser un hábil populista de derecha. Hizo tantas promesas absurdas o contradictorias para halagar a sus auditorios que puede suponerse que ni sus partidarios ni sus oponentes deben haber tomado en serio sus ofrecimientos.

A partir de Trump comenzó a hacerse evidente lo que todo el mundo dentro y fuera del país sabe hace mucho tiempo: una parte significativa de la dirección política estadounidense es xenófoba, proteccionista, racista y mal informada.

Como candidato a la presidencia estadounidense, Trump posó en algunos momentos como populista favorable a los trabajadores, se presentó como crítico del establishment y se mostró partidario de «devolver el poder al pueblo» pero bien pronto salió a relucir su compromiso con los bancos y el sector empresarial.

Trump está demostrando que los golpes de pecho sobre el «liderazgo de Estados Unidos» y el eslogan de «América primero» no hacen a los estadounidenses más seguros y ni más prósperos.