Como si fuera un duelo al estilo del viejo oeste, Donald Trump disparó primero para despedir a quien consideraba como uno de los miembros más importantes de su administración. Rex Tillerson se enteró de que ya no trabajaba para el gobierno de Estados Unidos por las reacciones que había a un tuit de su jefe, […]
Como si fuera un duelo al estilo del viejo oeste, Donald Trump disparó primero para despedir a quien consideraba como uno de los miembros más importantes de su administración. Rex Tillerson se enteró de que ya no trabajaba para el gobierno de Estados Unidos por las reacciones que había a un tuit de su jefe, donde se anunció que Mike Pompeo, director de la CIA, lo sustituía sin mayor explicación. También propuso a Gina Haspel, al puesto de Pompeo. Todo en menos de 24 horas.
Esta acción trumpiana ya había sido inaugurada anteriormente cuando despidió al jefe del FBI, James Comey, solo que, en esta ocasión, el brazo derecho de Trump ni siquiera lo sospechaba. Los medios internacionales afirman que ya había diferencias entre ellos, principalmente desde que Tillerson rehusó confirmar haber llamado «imbécil» a Trump tras reunirse el 20 de julio en el Pentágono con miembros del equipo de seguridad nacional de la Casa Blanca y algunos funcionarios más. Lo que es cierto es que el también exhombre fuerte de la petrolera Exxon ya estaba a punto de reventar por las indecisiones cometidas por el magnate en materia de diplomacia y su escasa visión internacional.
Según se dice, Tillerson regresaba de un viaje a Africa. La situación coincidió con la muerte de un exespía ruso y su hija en Gran Bretaña, quienes aparentemente fueron envenenados con un agente nervioso de origen soviético. La Casa Blanca ni siquiera reaccionó a esta situación, pero el ahora exsecretario de Estado sí lo hizo en un comunicado de prensa. Lo hizo a sabiendas de que no le gustaría a Trump debido a la simpatía que ha mostrado al Kremlin.
Se especula que Tillerson ya lo presentía y que no le importaba que ocurriera. De cualquier manera, su despido se realizó mientras él volaba de regreso a Estados Unidos. Fue hasta que llegó a la base aérea Andrews, en Maryland, cuando se enteró de que ya no formaba parte del equipo gubernamental. El problema fue que Tillerson no tiene cuenta de Twitter y se enteró por uno de sus asistentes que le mostró una copia impresa del mensaje, donde había sido removido por el presidente, sellando así su carrera como el secretario de Estado norteamericano más intrascendente en la historia de la Unión Americana.
Aunque Trump desestimó en varias ocasiones el manejo de Tillerson sobre la cuestión norcoreana, se adjudica a este el éxito en lograr la reunión cumbre de mayo próximo. De hecho, el diario español El Mundo afirma que este relevo estuvo a punto de «frustrar el viaje de la ministra de Asuntos Exteriores surcoreana, Kang Kyun-wha, a Estados Unidos, donde tenía previsto entrevistarse precisamente con Tillerson este viernes para abordar las previstas negociaciones con Kim Jong- un».
También menciona que Mike Pompeo es contrario a un encuentro entre Trump y Kim Jong-un y es más afable a una ofensiva militar.
Con esta contextualización, el analista internacional Jorge Majfud afirman que el despido de Tillerson confirma que el gobierno de Donald Trump no tiene ni pies ni cabeza, que sigue la línea de la mediocridad tanto por un presidente que está más ocupado en gozar de su egocentrismo infantil, y de sus funcionarios que no aciertan a comprender cuáles son sus prioridades en un gobierno calificado como el más incierto en la historia norteamericana. Esta es la entrevista que concedió a Siempre! vía correo electrónico.
Gerardo Yong: ¿Qué opinas de la estrategia que está siguiendo Donald Trump con su personal?
Jorge Majfud: Trump no tiene estrategia más allá de su patológico narcisismo. Nombró a Tillerson y a una larga lista de otros colaboradores en su gabinete básicamente por afinidades ideológicas y personales («machos blancos», como dijimos por entonces en Rusia Today) y hoy ya casi no queda un solo nombre de sus fantásticos amigos. ¿Acaso no dijimos también que ese era un gabinete explosivo y contradictorio? En el caso de Rex Tillerson, era un hombre de negocios, de Exxon, muy afín a los hombres fuertes de Rusia, al igual que Trump, por otras razones. Pero los egos entraron en cortocircuito, como es natural. En el mundo no hay espacio para dos egos. Tal vez la diferencia es que Tillerson tenía un estilo personal más de perfil bajo. Cuando sugirió conversar con Corea del Norte, Trump lo descalificó, acusándolo de perder el tiempo. Medio año después, hace pocos días, cuando una delegación de Corea del Sur le mencionó a Trump en la misma Casa Blanca que había una posibilidad de hablar con Corea del Norte, Trump resolvió en tres segundos que sí, que él se iba a reunir con Kim Jong-un, sin siquiera consultar a su cancillería, a Rex Tillerson, como es el procedimiento normal en presidentes supuestamente responsables. El año pasado Tillerson había explotado por otras razones y en un pasillo habría dicho que Trump era un estúpido, a lo cual Trump, contestando a esos posibles rumores, lo desafió a que midiesen su coeficiente de inteligencia. Todo hombre acomplejado tiene dos debilidades: medirse la inteligencia y el tamaño del pene. Bueno, un año antes el senador Marco Rubio había sugerido en la campaña interna del Partido Republicano que Trump tenía un pene muy pequeño, porque sus manos eran pequeñas, a lo que Trump, en medio de un debate televisivo, mostró sus manos y aseguró que no había problema con el tamaño (de su pene). La discusión se había originado cuando Tump llamó a Rubio «Little Marco», Marquito, aludiendo a su baja estatura. Y Marquito respondió con la alusión del pene de Trump, por aquello de «petiso, pero me la piso». ¿Alguien podría considerar que esto es de gente adulta, de gente inteligente, de los principales políticos de la primera potencia mundial? Pues, semejante infantilismo fue premiado en las urnas. Por no hablar de una larga serie de afirmaciones machistas y racistas que fueron igualmente premiadas. Ese tipo de estupideces revelan el nivel de la política del país más poderoso del mundo y su decadencia. No llama la atención. Al fin y al cabo, si hiciéramos una lista de los genios que han poblado este planeta desde los comienzos de la historia, prácticamente ninguno sería presidente o emperador. Es la naturaleza de las cosas humanas.
GY: Qué implica que Mike Pompeo ahora hay sido movido a ese puesto, que es considerado como el más importante por los intereses internacionales de Estados Unidos.
JM: Como con cualquier droga, el adicto necesita cada vez más estímulo para lograr el mismo nivel de satisfacción. Es lo que le irá ocurriendo a Trump en su presidencia, que de por sí ya era la cúspide en cuanto a estímulo que necesita un narcisista patológico, aparte de sexo. Como el hombre es abstemio, cada vez necesitará más y más radicales y más medidas intempestivas de su parte. Aquí se podría aplicar aquellas misteriosas palabras de un personaje que decía «nunca confíes en un hombre que no bebe». Recordemos que es un hombre que siempre tuvo problemas psicológicos, menguados por la fuerza del dinero y la adulación mediática pero ahora agravados por su avanzada edad. Alguien se preguntará cómo alguien así llegó a ser presidente de Estados Unidos. Pues, no veo por qué sorprenderse. Así funcionan las democracias disfuncionales de las que hablaba Sócrates.
GY: ¿La renuncia de Tillerson se puede entender como un fracaso en la política internacional estadounidense?
JM: No. No es un fracaso porque no ha habido ningún éxito aún, ni medido desde el estándar estadounidense ni mucho menos medido desde un estándar humanista. Claro que si mañana llueve sobre el Sahara, Trump dirá que se debe a su acción divina, pero eso sólo se lo creen sus fanáticos que rezan para que Dios no deje que la actriz porno logre demostrar que se acostó con él varias veces. Los historiadores dirán otra cosa. La misma elección de un animador de reality show como Trump como presidente, su misma presidencia es una más que clara prueba de la decadencia de este país. Antes las barbaridades como las guerras de Vietnam o ese otro absurdo de Iraq o las múltiples intervenciones bélicas en diversas pares el mundo se disimulaba un poco. Ahora ni se cuida la forma. Todo esto será menguado por una creciente reacción de la juventud estadounidense, primero contra la política dominante y luego contra lo peor de su propia propia cultura de la violencia, pero será tarde para evitar un declive generalizado. Se podrá menguar, mitigar, pero no evitar.
GY: ¿Cuál sería tu perspectiva sobre la hegemonía de Estados Unidos? ¿Es probable que estemos viendo un colapso en la primera potencia mundial?
JM: La hegemonía de Estados Unidos está en cuestión, pese a ser la primera economía del mundo y, por lejos, la mayor potencia militar. Pero esta depende de aquella. El infantilismo de la presidencia de Trump es un claro síntoma de este declive. Lo mismo ocurría cuando advertíamos sobre el problema del calentamiento global y nos llamaban idiotas, de profesores pagados para difundir teorías falsas. Bueno, ya estamos sufriendo las consecuencias y aquellos que nos amenazaban y nos llamaban idiotas ahora no dicen nada. El mar se está tragando casas enteras sólo en la costa de Florida. Ahí se las puede ver, hermosas casas arrodilladas o bocabajo ante la evidencia de la erosión y la furia lenta de la naturaleza. Lo mismo con respecto a la política. Lo mejor que le puede ocurrir a Estados Unidos es un descenso suave de su supremacía y, sobre todo, de su histórica arrogancia. Ya no irán a América Latina y a los países negros a enseñarles cómo elegir correctamente a un presidente, como decían sus congresistas sin disimulo. Ya no será el poder hegemónico que se crea la policía del mundo y salvaguarda de la libertad a fuerza de bombas, sino que será un país menos poderoso y mucho más feliz. Un país menos fanático y menos miedoso. Porque si hay un motor de la arrogancia estadounidense, ese es su permanente miedo a todo, como si se tratase de una sociedad paranoica, obsesionada con el éxito y la seguridad. En las décadas por venir eta sociedad deberá decidir: si se convierte en un país calmo y equilibrado o cae definitivamente en el caos de un país del tercer mundo. Hoy ya es un país tercermundista, pero con dinero, sobre todo por ser todavía los dueños de la divisa internacional y de mantener el control de los mares. Esas son sus dos opciones a largo plazo, porque seguir siendo una superpotencia arrogante no está dentro de sus posibilidades reales. Los otros también existen y llegará un día que digan basta, hasta aquí llegamos. Porque le deseo lo mejor al país y a la sociedad de mi propio hijo, porque le deseo lo mejor al resto del mundo, quisiera ver en esta sociedad un grano de sensatez, que se decida por la primera opción: no una caída violenta y producto de una guerra global, sino un descenso en la cordura, en la serenidad de las sociedades verdaderamente libres y felices.
Originalmente puiblicada en Revista Siempre!, Mexico, 17 de marzo de 2018.
fuente: http://www.siempre.mx/2018/03/