El Partido Demócrata se encuentra en un lugarcito divertido. En el punto más bajo de su poder político, al menos en tiempos modernos, parece al borde de un retorno alimentado por Donald Trump. Los republicanos se enfrentan a una ola de color azul [el de los demócratas] a medida que hay gente de toda clase […]
El Partido Demócrata se encuentra en un lugarcito divertido. En el punto más bajo de su poder político, al menos en tiempos modernos, parece al borde de un retorno alimentado por Donald Trump. Los republicanos se enfrentan a una ola de color azul [el de los demócratas] a medida que hay gente de toda clase de lugares que se manifiesta con furia en las urnas. Los escaños legislativos [de los estados] y del Congreso que ganó Trump con facilidad en 2016 están cayendo en manos de los demócratas.
Pero la historia sigue estando en cuánto se están resistiendo los dirigentes del partido al verdadero dinamismo que hay en el seno de su partido. Considerando la pérdida catastrófica de la Casa Blanca hace dos años y la sangría electoral que caracterizó buena parte de los años de Barack Obama, puede parecer extraño que los caciques demócratas todavía piensen que ellos saben lo que es lo mejor, y no los votantes que impulsan el cambio.
El Comité Nacional Demócrata (CND) se encuentra en el centro de esta contradicción. Tras el escandaloso periodo de Debbie Wasserman Schultz, que dirigió el CND durante las primarias demócratas de 2016 y se vio obligada a dimitir al inicio de la convención nacional demócrata de 2016, el partido estaba pidiendo a gritos un nuevo liderazgo.
Wasserman Schultz enojó a los progresistas al favorecer a Hillary Clinton entre bastidores por delante de Bernie Sanders. También a ella se la veía, incluso en los círculos de la administración de Obama, como un aliado poco fiable que no había hecho gran cosa por reforzar al Partido Demócrata a escala nacional.
Para substituir a Wasserman Schultz, buena parte de las bases se congregó en torno al congresista representante de Minnesota, Keith Ellison. Es notable que Ellison se anotara incluso el respaldo del senador Chuck Schumer, líder de la minoría [demócrata en el Senado] y encarnación casi platónica de la política demócrata del establishment.
Sin embargo, a Ellison se le consideraba una amenaza. Los aliados de Obama y Clinton rechazaron al que parecía ser un candidato de consenso, instalando a Tom Pérez, ex-secretario de Trabajo. Como premio de consolación, se designó a Ellison como segundo suyo.
Después de más de un año en el cargo, Pérez se ha llevado el mérito de las victorias electorales especiales de la era de Trump. La recaudación de fondos del CND va rezagada respecto al Comité Nacional Republicano – los republicanos han sido sistemáticamente mejores en el juego de fortalecer el partido – pero los acólitos de Pérez creen que está en vías de devolver su grandeza a los demócratas.
Lo que sigue siendo nebuloso es qué es lo que defiende el partido y cuál es realmente la visión política de Pérez, más allá de vagos puntos centrales. La lógica de su titularidad no es todavía evidente.
Pérez ha logrado mezclar de algún modo una cierta insipidez con la capacidad de ofender. Resultó extraño ver a Pérez meter baza el mes pasado en la carrera electoral del gobernador de Nueva York, de todos los lugares, al aparecer en la convención demócrata de Nueva York mientras el partido respaldaba al gobernador Andrew Cuomo para un tercer mandato.
Cuomo se enfrenta a un enérgico desafío en las primarias por parte de la actriz Cynthia Nixon, que está haciendo campaña sobre las muchas formas en que la triangulación de Cuomo ha decepcionado a la izquierda. Our Revolution, un grupo vinculado a Bernie Sanders, respalda la campaña de Nixon.
Independientemente de lo que pensemos de los ocho años en el cargo de Cuomo (ha combinado serios logros progresistas con la austeridad y el dar mayor poder a los republicanos del Senado del estado), ¿qué finalidad tiene que el líder a escala nacional del partido aparezca en algún sitio para respaldar al titular de un cargo con 30 millones de dólares en el banco? ¿Por qué tomar partido? ¿Por qué no dejar que se lleve a cabo la contienda Nixon-Cuomo y trabajar con el vencedor?
Y lo más importante, ¿de qué modo fortalece esto al partido? No es que Cuomo necesite a Pérez.
Era indicativo de que Pérez había aprendido pocas lecciones de 2016, si es que ha aprendido alguna. El CND no debería andar metido en historias apisonando insurgencias progresistas o tomando partido en primarias disputadas, a menos que un candidato sea tan ofensivo e inaceptable que la intervención sea la única respuesta (los demócratas tienen todavía que producir a su propio Roy Moore [político republicano de Alabama acusado de varios delitos sexuales]).
El Comité Demócrata de Campañas para el Congreso (CDCC) , brazo en campaña de los demócratas de la Cámara de Representantes, parecía estar resuelto a contener o sabotear por completo a los movimientos de base. En el Nueva York de Cuomo han puesto a un candidato para que le dispute las primarias a otro demócrata que ya andaba recaudando dinero y asegurándose el apoyo de grupos locales del partido para enfrentarse con el republicano John Katko en otoño.
Han desechado un documento de investigación contrario sobre otro candidato de Tejas. Y los demócratas de su elección han perdido primarias: en Nebraska, un antiguo congresista respaldado por el CDCC, Brad Ashford, perdió unas primarias en mayo frente a una insurgente progresista, Kara Eastman. Dos moderados más cayeron frente a aspirantes de la izquierda.
Considerando la energía progresista que anima estas contiendas – y el hecho de que el populismo económico ha demostrado ser un enfoque ganador en una amplia variedad de distritos, rurales, urbanos y del extrarradio – ¿por qué tratan de controlarlo ciertos dirigentes nacionales del partido?
Los votantes divorciados de los «apparatchiks»y las ideas grupales del DC [distrito de Columbia] encontrarían extraño que los dirigentes del Partido Demócrata sean tan recelosos con la gente que se compromete hoy más apasionadamente en política. Con Trump como presidente, con la desigualdad de renta acrecentada y la amenaza de que la automatización erosione la mayor parte del trabajo de cuello azul que queda, los votantes – sobre todo los que se identifican como demócratas – comprenden exactamente lo que hay en juego.
Quieren líderes que puedan enfrentarse a sus aprietos y su precariedad económicas. Cuando Trump se presentó a presidente, demostró que hasta el más duro de los votantes de derechas tiene poco interés en el evangelio del neoliberalismo que salió de las administraciones de Reagan y Clinton.
A los votantes de derechas no les preocupaba que Trump hubiera hablado afectuosamente de la atención sanitaria universal, ridiculizara el libre comercio que abanderaban los mayores del partido y hasta se burlara del apoyo de Jeb Bush a la guerra de Irak. Trump es un fraude, un populista falaz que en realidad ha dado más poder a la clase de los multimillonarios, pero es importante recordar que su campaña le pegó fuego al manual de estrategia que los republicanos habían difundido durante generaciones.
También resulta importante recordar que el saber convencional, sobre todo el que demuestran quienes están en el poder, a menudo está errado, y que la mayoría de las reglas de la política equivalen a poco más que un folklore inventado por una clase profesional a la que le gustaría saber más de lo que saben.
Fue esta misma gente, al fin y al cabo, la que desdeñó la idea de que un socialista declarado de uno de los estados más minúsculos de Norteamérica participara en una competitiva carrera hacia la presidencia. Ya andaban dando forma a los nombramientos de una segunda administración Clinton mientras Trump iba al asalto del Medio Oeste.
Y ahora tratan de decirnos quién puede ganar dónde y quién no puede. El fracaso ya no te vuelve tan humilde como solía ser costumbre.
Ross Barkan escritor y periodista, redactor del New York Observer, del que dimitió en 2016 por sus conexiones con Trump, ha escrito también para medios de prestigio como The Village Voice, The Guardian, The New York Times o The New Yorker. En octubre de 2017 anunció su candidatura al Senado del estado de Nueva York.
Traducción: Lucas Antón
Fuente del artículo en inglés: The Guardian, 5 de junio de 2018
Fuente del artículo en castellano: http://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-el-partido-democrata-es-un-desbarajuste-nebuloso