Más que cualquier otra presidencia en la historia moderna de Estados Unidos, la de Donald Trump ha sido una permanente amenaza de naufragio sociopolítico, conflictos deliberadamente excitados y alimentados, manejo de corrientes xenófobas y racistas en la sociedad, con un discurso político siempre mezquino. Las excentricidades de Trump han sido ampliamente resaltadas por la prensa, […]
Más que cualquier otra presidencia en la historia moderna de Estados Unidos, la de Donald Trump ha sido una permanente amenaza de naufragio sociopolítico, conflictos deliberadamente excitados y alimentados, manejo de corrientes xenófobas y racistas en la sociedad, con un discurso político siempre mezquino. Las excentricidades de Trump han sido ampliamente resaltadas por la prensa, pero sus ataques contra la presencia militar de Estados Unidos en el mundo y sus compromisos con esa finalidad han recibido mucha menos atención.
Tal es la esencia de un ensayo del periodista, e historiador Gareth Porter, publicado en la revista digital Truthdig.
Trump había llegado a la Casa Blanca con el compromiso de poner fin a las intervenciones militares de Estados Unidos a partir de en una visión del mundo en la que no tienen cabida las guerras por la dominación militar. En el último discurso de su gira de la victoria en diciembre de 2016, Trump prometió: «Dejemos de andar derribando regímenes extranjeros con los que no debíamos estar involucrados. En lugar de invertir en guerras, invertiremos en la reconstrucción de nuestra desmoronada infraestructura…».
En una reunión en el verano de 2017, donde el Secretario de Defensa James Mattis defendió nuevas medidas militares contra el Estado Islámico en el norte de África, Trump expresó su disgusto por las interminables guerras y Mattis alegó que «lo hacemos para evitar que explote una bomba en Times Square», a lo que Trump respondió furioso que lo mismo podría decirse sobre cualquier cosa ocurrida en cualquier país del planeta.
El equipo de seguridad nacional de Trump se alarmó tanto por su cuestionamiento de los compromisos militares y despliegues de tropas que lo invitaron al Pentágono, con la esperanza de hacerle entender mejor sus argumentos con la habitual retórica del orden democrático internacional basado en las reglas del globalismo. Ignorando las décadas de guerras en el sudeste asiático y el Medio Oriente, Mattis y otros altos oficiales arguyeron que «este orden es lo que ha mantenido la paz durante 70 años». Trump agitó la cabeza en desacuerdo y desvió la discusión hacia un tema que le resultaba particularmente irritante: Las relaciones económicas y militares con Surcorea. «Gastamos allí 3.500 millones de dólares al año para mantener tropas en Corea del Sur», se quejó Trump. «No sé por qué están ahí. ¡Traigámoslos todos a casa!».
En septiembre de 2017, mientras Trump amenazaba en tuits con destruir a Corea del Norte, mantenía en privado una opinión contraria a la presencia de tropas en el Sur de Corea y su determinación de eliminarla, según relató Bob Woodward.
Los acontecimientos político-diplomáticos con las dos Corea a principios de 2018 reforzaron la opinión de Trump de que las tropas estadounidenses debían retirarse de allí, por lo que aceptó la oferta del líder norcoreano Kim Jong Un de celebrar una cumbre. Trump ordenó al Pentágono que estudiara opciones para el retiro de esas tropas estadounidenses. Esa idea fue vista por los medios de comunicación y la mayor parte de la élite de seguridad nacional norteamericana como completamente inaceptable. Pero los especialistas militares y de inteligencia del pentágono sabían desde mucho antes que las tropas estadounidenses no eran necesarias para disuadir a Corea del Norte ni para defenderse de un ataque a través de la zona desmilitarizada.
La voluntad de Trump de practicar la diplomacia personal con Kim fue impulsada por su ego, pero también por la idea de que ello contribuiría a poner fin o atenuar el despliegue de tropas en Corea del Sur. Obviamente, algo así no podía ocurrir sin un claro rechazo de la ideología de seguridad nacional que había dominado a las élites de Washington durante generaciones.
Bob Woodward cuenta en su libro «Miedo en la Casa Blanca» que Trump estaba impaciente por poner fin a las 3 grandes guerras que heredadas de Barack Obama en Afganistán, Irak y Siria, sobre las que dijo en julio de 2017 que estaba muy cansado.
«Deberíamos proclamar la victoria, poner fin a las guerras y traer nuestras tropas a casa» dijo, repitiendo la táctica política con la que Washington encubrió en 1966 su derrota en Vietnam.
Trump temía ser responsabilizado por las consecuencias de la derrota en una guerra – temor que había llevado a Lyndon Johnson a abandonar su fuerte resistencia a una intervención en gran escala en Vietnam a mediados de 1965 y a Barack Obama a aceptar una importante escalada en Afganistán que había venido objetando.
La cosmovisión mercantilista de Trump plantea peligros para Estados Unidos en el terreno económico que posiblemente lo lleven a rechazar la táctica de las múltiples guerras permanentes. Pero su enfoque poco ortodoxo le ha animado a desafiar la lógica esencial del imperio militar estadounidense más que cualquier presidente anterior. Y los últimos años de su administración seguramente le traerán más luchas sobre estos temas con quienes están a cargo del imperio, vaticina Gareth Porter en Truthdig. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.