Al preguntársele la causa de sus éxitos militares, Napoleón Bonaparte respondió que se debían a que cada uno de sus soldados portaba en su mochila el bastón de mariscal. Algo similar dijo hace unas horas Fidel Castro cuando afirmó que, llegada la hora crítica, cada cubano sabría ser su propio Comandante en Jefe. Esa autonomía […]
Al preguntársele la causa de sus éxitos militares, Napoleón Bonaparte respondió que se debían a que cada uno de sus soldados portaba en su mochila el bastón de mariscal. Algo similar dijo hace unas horas Fidel Castro cuando afirmó que, llegada la hora crítica, cada cubano sabría ser su propio Comandante en Jefe. Esa autonomía de voluntades es la que puede garantizar una resistencia prolongada y combativa en caso de una nueva intervención militar estadounidense en Cuba, la cual parece cada vez más probable.
Fidel advirtió en su mensaje que aquí no hay un pueblo dividido, ni etnias antagónicas, ni generales traidores, evocando las condiciones propicias que permitieron a los yanquis ingresar en Irak como un mínimo de pérdidas iniciales. La encuesta de ayer, del Washington Post, arrojó que Bush continúa perdiendo apoyo popular frente a Kerry. Hasta no hace mucho los estadounidenses estaban convencidos –aún los que apoyaban la candidatura demócrata–, que Bush era la mejor salvaguarda de la seguridad nacional. Eso ha cambiado ya. Ahora son mayoría quienes piensan que ese garante de la tranquilidad doméstica es Kerry.
Esto le plantea a Bush, y a la camarilla que le acompaña en la aventura belicista de apoderarse del mundo, el enfrentamiento a medidas extremas si aspiran a la reelección. Todos sabemos que ese club de rufianes es capaz de cualquier contingencia. Ya lo demostraron con su conspiración para despojar de la presidencia a Clinton. La publicación reciente de las memorias del ex presidente han devuelto a la atención pública las siniestras intrigas que la ultraderecha republicana fraguó para dar un golpe de estado blanco, tal como se estila en Estados Unidos.
Un derrocamiento violento de las fuerzas dirigentes de la Revolución Cubana, piensan ellos, sería la más indudable garantía de su permanencia en la Casa Blanca. Fidel advirtió de las consecuencias probables que esa acción traería, una de las cuales sería un éxodo masivo e incontrolable hacia las costas floridanas con todas las consecuencias demográficas de repercusión en el índice de desempleo, desequilibrio económico y cuarentena masiva que tal situación crearía. La otra consecuencia sería empantanarse en una prolongada guerra de guerrillas en suelo cubano, a noventa millas del territorio estadounidense. Al no obtener una rápida victoria militar, la interminable lista de bajas de soldados norteamericanos cancelaría la posibilidad de la reelección.
Para justificar tal acción el gobierno norteamericano no cesa de proclamar que trata de restablecer el orden democrático, la economía de mercado y la libertad de expresión en Cuba. Todos sabemos que en realidad se trata de devolver a sus antiguos propietarios los medios básicos de producción, los latifundios, los inmuebles, los bancos, las minas, el control de la prensa. Se retornaría a la práctica privada de los cuidados de salud con los costos impagables que actualmente tienen en el mundo neoliberal. Implantarían la educación privada con su secuela de imposición de supersticiones sectarias y deformaciones de la objetividad histórica. Los cubanos tendrían que pagar el alto costo de los estudios, donde el acceso a la enseñanza superior es cada día más exorbitante en matrículas millonarias. La cultura chatarra de los «best sellers», las galerías controladas por la oferta y la demanda, la música pop de la peor calidad, dominaría el panorama del esparcimiento espiritual. Cuba sería nuevamente el paraíso del juego y los narcotraficantes. Hay que echar una mirada a lo sucedido en Rusia y los países de Europa del Este, donde algunos anhelaban las maravillas del capitalismo y han hallado un erial, un yermo estéril, que solamente ha facilitado la prosperidad de aventureros, agiotistas, especuladores y traficantes de todo tipo para dar paso a una sociedad desigual donde las mafias compiten entre sí por el control de los recursos sociales.
Un solo punto débil que señalar en el discurso de Fidel Castro. Se dirigió a Bush como si fuese un ente pensante, un ser racional y perspicaz, un semejante, capaz de meditar y sacar conclusiones. Olvidó que esa bestia inescrupulosa, ese tonto que ha fracasado en cuanta empresa, pública o privada se haya inmiscuido, es incapaz de comprender la inteligencia, el amor a la humanidad y a su pueblo contenidos en la carta que le fue dirigida por el presidente cubano.