Traducido por Germán Leyens
Cuando Sander Hicks me pidió que considerara la lectura y / o la reseña del nuevo libro sobre el 11-S de Daniel Hopsicker «Welcome to Terrorland,» me pregunté: ¿Cómo discute uno el 11 de septiembre de 2991 sin sonar ingenuo, paranoico o cómplice?
Si uno es Michael Moore, bueno, filmas un anuncio de John Kerry de 116 minutos.
Yo no soy Michael Moore, pero pienso que un poco de contexto histórico podría ayudar. Así que, hasta que encuentre el tiempo para leer el libro de Hopsicker, presento mi secuencia sobre el paralelo del 7 de diciembre y el 11 de septiembre… como los muestro en mi propio libro: «The Seven Deadly Spins»:
El bombardeo japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, es la madre de todas las gigantescas patrañas durmientes. El día después del ataque, Franklin Delano Roosevelt se dirigió al Congreso: EE.UU. estaba «en paz» con Japón, declaró, pero ha sido «repentina y deliberadamente atacado».
Pero, como escribió el historiador Thomas A. Bailey: «Franklin Roosevelt engañó repetidamente al público estadounidense durante el período anterior a Pearl Harbor… Fue como el médico que debe mentir al paciente por el propio bien del paciente».
El historial diplomático revela parte de lo que Roosevelt dejó de mencionar en su ya mítico discurso del «Día de la Infamia»:
14 de diciembre de 1940: Joseph Grew, embajador de EE.UU. en Japón, envía una carta a Roosevelt, anunciando que: «Me parece cada vez más evidente que algún día vamos a tener un enfrentamiento [con Japón]».
30 de diciembre de 1940: Pearl Harbor es considerado un objetivo tan probable de un ataque japonés que el contralmirante Claude C. Bloch, comandante del 14 Distrito Naval, escribe un memorando intitulado «Situación concerniente a la seguridad de la flota y la actual capacidad de las fuerzas locales de defensa de confrontar ataques por sorpresa».
27 de enero de 1941: Grew (en Tokio) envía un despacho al Departamento de Estado: «Mi colega peruano dijo a un miembro de mi personal que las fuerzas militares japonesas planifican, en caso de problemas con Estados Unidos, el intento de un ataque masivo por sorpresa contra Pearl Harbor, utilizando todas sus capacidades militares».
5 de febrero de 1941: El memorando de Bloch del 30 de diciembre de 1940 provoca mucha discusión y finalmente una carta del contralmirante Richmond Kelly Turner al Secretario de Guerra Henry Stimson en la que Turner advierte: «La seguridad de la flota del Pacífico de EE.UU. mientras se encuentra en Pearl Harbor, y la de la propia base naval de Pearl Harbor, ha sido nuevamente estudiada por el Departamento de la Armada y las fuerzas a flote durante las últimas semanas… Si ocurriera una guerra con Japón, se considera que es fácilmente posible que las hostilidades se iniciarían por un ataque sorpresa contra la Flota o la Base Naval de Pearl Harbor… A mi juicio, las posibilidades inherentes de un importante desastre causado a la flota o a la base naval justifican que se adopten todos los pasos, lo más rápido que sea posible, que aumenten la preparación conjunta del Ejército y de la Armada para resistir un ataque del carácter arriba mencionado».
18 de febrero de 1941: El comandante en jefe, almirante Husband E. Kimmel dice: «Pienso que un ataque sorpresa contra Pearl Harbor es una posibilidad».
25 de noviembre de 1941: el secretario de guerra Henry L. Stimson escribe en su diario que: «El presidente… presentó en su totalidad las relaciones con los japoneses. Presentó la posibilidad de que probablemente seremos atacados [ya] el próximo lunes porque los japoneses son tristemente célebres porque realizan ataques sin advertencia previa».
27 de noviembre de 1941: El jefe del estado mayor del ejército de EE.UU., George C. Marshall, expide un memorando advirtiendo: «acción japonesa futura impredecible pero acción hostil posible en todo momento. Si las hostilidades no pueden… ser evitadas, Estados Unidos desea que Japón cometa la primera acción abierta».
29 de noviembre de 1941: el secretario de Estado, Cordell Hull, en respuesta a un discurso del general japonés Hideki Tojo una semana antes del ataque, llama por teléfono a Roosevelt en Warm Springs, Georgia, para advertir del «inminente peligro de un ataque japonés» y lo urge a volver a Washington antes de lo planeado.
Si no fue una sorpresa total, ¿por qué atacó Japón Pearl Harbor?
Los eventos del 7 de diciembre de 1941, se estuvieron preparando durante aproximadamente dos decenios. En 1922, EE.UU. y Gran Bretaña impusieron a Japón un acuerdo según el cual la armada japonesa no podría tener más de un 60 por ciento del tonelaje capital a flote de las otras dos potencias. Ese mismo año, la Corte Suprema de EE.UU. declaró que los inmigrantes japoneses no eran elegibles para la ciudadanía estadounidense, y un día más tarde la Corte Suprema confirmó una sentencia de California y Washington que denegaba a los japoneses el derecho a poseer propiedades. El año 1924 se aprobó la Ley de Exclusión que prácticamente prohibía toda inmigración asiática.
En el frente económico, cuando los textiles japoneses comenzaron a producir más que las fábricas de Lancashire, el Imperio Británico (incluyendo a India, Australia, Birmania, etc.) aumentó el arancel para las exportaciones japoneses en un 25 por ciento. Después de unos pocos años, los holandeses hicieron lo mismo en Indonesia y en las Indias Occidentales, y EE.UU. (en Cuba y las Filipinas) no tardó mucho en hacerlo. Semejantes acciones, combinadas con los propósitos coloniales expansionistas de Japón, acercaron cada vez más a EE.UU. y a Japón a un conflicto.
Cuando Francia cayó ante Alemania, los japoneses actuaron rápidamente para tomar el control militar de las colonias francesas en Indochina (la fuente primordial de la mayor parte del estaño y del caucho de EE.UU.) El 21 de julio de 1941. Japón firmó un acuerdo preliminar con el gobierno de Vichy, simpatizante de los nazis, que llevó a la ocupación japonesa de aeropuertos y bases navales en Indochina. Casi de inmediato, EE.UU., Gran Bretaña y Holanda instituyeron un embargo total sobre el petróleo y la chatarra contra Japón… el equivalente a una declaración de guerra. Esto fue seguido poco después por la congelación por EE.UU. y el Reino Unido de todos los activos japoneses en sus respectivos países. Radhabinod Pal, uno de los jueces en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de la posguerra, argumentó posteriormente que EE.UU. había claramente provocado la guerra con Japón, calificando los embargos de «una clara y potente amenaza a la existencia misma de Japón».
Si no fue una sorpresa total, ¿por qué agarró a EE.UU. desprevenido el 7 de diciembre? Jamás se debe subestimar el poder colectivo de la arrogancia y el racismo.
Los racistas dentro de las fuerzas armadas y del gobierno de EE.UU. nunca imaginaron que Japón podría organizar una ofensiva exitosa. Pocos occidentales tomaban en serio a los japoneses, los periodistas se referían a ellos regularmente como «simios en caqui», durante los primeros meses de su conquista del sudeste asiático. «Muchos estadounidenses, incluyendo a Roosevelt, descartaban a los japoneses como pilotos de caza porque se presumía que todos eran «cortos de vista», escribe Davis. «También existía la impresión de que todo ataque contra Pearl Harbor sería fácilmente rechazado».
Lo que me lleva fácilmente de vuelta al 11-S. Por un momento, dejemos de lado las teorías sobre aviones a control remoto o artefactos colocados en el World Trade Centre. También archivemos la decisión de Moore de concentrarse en los republicanos y saudíes y de absolver a demócratas e israelíes.
Es fácil imaginar que Clinton y / o Bush tuvieron más que un presentimiento de que Osama & Cía. estaban conspirando para hacer algo grande. ¿Por qué no? Como en las décadas previas a Pearl Harbor, EE.UU. estaba actuando como una «amenaza clara y potente». Es igualmente aceptable suponer que cualquiera administración aprovecharía gustosa todo ataque contra la patria para su beneficio y la de sus benefactores corporativos. Finalmente, y es aquí donde la perspectiva del 7 de diciembre viene realmente a entrar en juego, ¿qué observador razonablemente objetivo se sorprendería al saber que ambos regímenes de EE.UU. nunca creyeron que un grupo de nómadas hediondos a caverna lograrían hacer nada que se acercara al éxito del 11-S?
Racismo y arrogancia… una combinación potente. Y veamos otro paralelo que hay que considerar:
Poco después del ataque contra Pearl Harbor, con la imagen de un enemigo singularmente traicionero difundida por todo EE.UU., el almirante de EE.UU., William Halsey, que pronto llegaría a ser comandante de la Fuerza del Pacífico Sur, juró que al terminar la guerra «se hablaría japonés sólo en el infierno». Su consigna favorita: «mata japoneses, mata japoneses, mata más japoneses» reflejó los sentimientos del almirante
William D. Leahy, jefe del Estado Mayor Conjunto, que escribió que «en el combate contra los salvajes japoneses, todas las reglas previamente aceptadas de la guerra deben ser abandonadas».
Cámbiese la palabra «japonés» por «musulmán» y ya está, tenemos a Rumsfeld.
Nadie ha discernido todavía todas las respuestas sobre los eventos que rodearon el 11-S, pero en esta sociedad desafiada por la historia, nunca está de más si se examina lo que ha sucedido anteriormente.
* Mickey Z. es autor de dos libros recién aparecidos: «The Seven Deadly Spins: Exposing the Lies Behind War Propaganda» (Common Courage Press) y «A Gigantic Mistake: Articles and Essays for Your Intellectual Self-Defense» (Library Empyreal/Wildside Press). Para más información visite: http://mickeyz.net.