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El poder corporativo

Fuentes: Znet

El papel determinante de las corporaciones en el poder político en EE.UU. tiene un efecto desastroso en la política exterior e interior, fomenta el armamentismo, el consumismo y el menosprecio por la protección del medio ambiente

A fines de la segunda guerra mundial, yo era director para efectos generales del estudio de bombardeos estratégicos de Estados Unidos – llamado Usbus. Dirigía un gran equipo económico profesional para evaluar los efectos industriales y militares de los bombardeos de Alemania. El bombardeo estratégico de la industria, el transporte y las ciudades de Alemania, fue muy decepcionante. Los ataques contra fábricas que producían componentes que parecían tan vitales como rodamientos, e incluso los ataques contra fábricas de aviones, fueron tristemente inútiles. Después de considerables bombardeos la producción de aviones de caza aumentó efectivamente a principios de 1944 gracias a la reubicación de maquinarias y equipos y a una administración más enérgica. En las ciudades, la crueldad y la muerte a destajo infligidas desde el cielo no tuvieron un efecto apreciable sobre la producción o la guerra.

Estos resultados fueron resistidos vigorosamente por las fuerzas armadas aliadas – especialmente, sobra decirlo, del comando aéreo, aunque fueron el resultado del trabajo de los expertos más capaces y apoyados por funcionarios de la industria alemana y por impecables estadísticas alemanas, así como por el director de la producción alemana de armamentos, Albert Speer. Todas nuestras conclusiones fueron dejadas de lado. Los aliados públicos y académicos del comando del aire se unieron para detener mi nombramiento a una cátedra en Harvard y lograron tener éxito durante un año.

Y no es todo. La mayor desventura militar en la historia de EE.UU., antes de Irak, fue la guerra en Vietnam. Cuando fui enviado a Vietnam en una misión de investigación a principios de los años 60, tuve una visión total de la dominación militar sobre la política exterior, una dominación que actualmente se ha ampliado al reemplazo de la presunta autoridad civil. En India, donde fui embajador, en Washington, donde tuve acceso al presidente Kennedy, y en Saigón, desarrollé una visión fuertemente negativa del conflicto. Más adelante, apoyé la campaña contra la guerra de Eugene McCarthy en 1968. Su candidatura fue anunciada por primera vez en nuestra casa en Cambridge.

En esa época el establishment militar en Washington estaba a favor de la guerra. Por cierto, se tomaba por un hecho que tanto las fuerzas armadas como la industria de armamentos deberían aceptar y endosar las hostilidades – el llamado «complejo militar-industrial» de Dwight Eisenhower.

En 2003, casi la mitad de todos los gastos discrecionales del gobierno de EE.UU. fue utilizada para propósitos militares. Una gran parte fue para la compra o desarrollo de armas. Los submarinos a propulsión nuclear costaron miles de millones de dólares, los aviones decenas de millones de dólares cada uno.

Estos gastos no resultan de un análisis objetivo. Las firmas industriales relevantes hacen propuestas de diseños para nuevas armas, y reciben pedidos para la producción y el beneficio correspondiente. En un flujo impresionante de influencia y comando, la industria armamentista distribuye valiosos empleos, pagos de dirección y beneficios entre su electorado político, y es indirectamente una fuente valorada de fondos políticos. La gratitud y la promesa de ayuda política van a Washington y al presupuesto de defensa. Y en cuanto a la política exterior o, como en Vietnam y en Irak, a la guerra. Es obvio que el sector privado se impone con un papel dominante en el sector público.

Nadie dudará que la corporación moderna es una fuerza dominante en la economía actual. En su tiempo hubo capitalistas en EE.UU. El acero de Carnegie, el petróleo de Rockefeller, el tabaco de Duke, los ferrocarriles diversa y a menudo incompetentemente controlados por los pocos acaudalados. En su posición en el mercado y en la influencia política, la dirección corporativa moderna, a diferencia de la capitalista, goza de aceptación pública. Obtiene un papel dominante en el establishment militar, en las finanzas públicas y en la ecología, También se considera como un hecho otra autoridad pública. Sin embargo, los adversos defectos sociales y su efecto requieren atención.

Uno, como acabamos de señalar, es la forma en la que el poder corporativo ha ajustado el propósito público para servir sus propias necesidades. Ordena que el éxito social significa más automóviles, más receptores de televisión, un mayor volumen de todos los demás bienes de consumo – y más armas letales. Los efectos sociales negativos – polución, destrucción del paisaje, la salud indefensa de la ciudadanía, la amenaza de acción militar y de muerte – no cuentan como tales.

La apropiación corporativa de la iniciativa y de la autoridad públicas es desagradablemente evidente en sus efectos en el medio ambiente y peligrosa en cuanto a la política militar y exterior. Las guerras constituyen una importante amenaza para la existencia civilizada y un compromiso corporativo con la adquisición y el uso de armas alimenta esta amenaza. Legitima e incluso otorga una virtud heroica a la devastación y la muerte.

El poder en la gran corporación moderna pertenece a la dirección. El consejo de directores es una entidad afable, que se reúne con autosatisfacción, pero que es totalmente subordinada al verdadero poder de los gerentes. La relación se parece a la del que ha recibido un doctorado honoris causa comparado con un miembro de la facultad de una universidad.

Los mitos de la autoridad del inversionista, las reuniones rituales de directores y la reunión anual de los accionistas persisten, pero ningún observador de la corporación moderna que esté en sus cabales puede escapar a la realidad. El poder corporativo está en la dirección – una burocracia que controla su tarea y su compensación. Los emolumentos pueden bordear el robo. En numerosas ocasiones recientes, se ha hablado de escándalo corporativo.

A medida que el interés corporativo se mueve hacia el poder en lo que solía ser el sector público, este último sirve el interés corporativo. Esto se hace tanto más evidente en los últimos movimientos de este tipo, el de firmas nominalmente privadas hacia el establishment de la defensa. De ahí proviene una influencia primaria sobre el presupuesto militar, sobre la política exterior, el compromiso militar y, en última instancia, la acción militar. La guerra. Aunque éste es un uso normal y esperado del dinero y de su poder, el efecto total se disfraza mediante casi todas las expresiones convencionales.

En vista de su autoridad en la corporación moderna era natural que la dirección ampliaría su papel hacia la política y el gobierno. Solía haber el alcance público del capitalismo, ahora es el de la dirección corporativa. En EE.UU., los gerentes corporativos están estrechamente aliados con el presidente, el vicepresidente y el secretario de defensa. Las principales figuras corporativas se encuentran también en altas posiciones en otros sitios en el gobierno federal, uno provino de la Enron, en bancarrota y estafadora, para ser responsable del ejército.

El desarrollo de la defensa y de las armas son fuerzas motivadoras en la política exterior. Durante algunos años, también ha habido un control corporativo reconocido sobre el Tesoro. Y en la política medioambiental.

Valoramos el progreso en la civilización desde tiempos bíblicos y desde mucho antes. Pero existe una condición necesaria y, por cierto, aceptada. EE.UU. y Gran Bretaña sufren las amargas secuelas de una guerra en Irak. Estamos aceptando la muerte programada de los jóvenes y la matanza a discreción de hombres y mujeres de todas las edades. Así fue en la primera y en la segunda guerra mundial, y así sigue siendo en Irak. La vida civilizada, como la llaman, es una gran torre blanca que celebra los logros humanos, pero arriba hay permanentemente una gran nube negra. El progreso humano está dominado por crueldad y muerte inimaginables.

La civilización ha hecho grandes adelantos a través de los siglos en la ciencia, el cuidado de la salud, las artes y sobre todo, si no por completo, el bienestar económico. Pero también ha dado una posición privilegiada al desarrollo de armas y a la amenaza y a la realidad de la guerra. La matanza masiva se ha convertido en el máximo logro civilizado.

La realidad de la guerra es ineludible – la muerte y la crueldad generalizada, la suspensión de los valores civilizados, una secuela desordenada. Los problemas económicos y sociales que he descrito pueden, con reflexión y acción, ser confrontados. Y así sucede. La guerra sigue siendo el decisivo fracaso humano.

Título original: Corporate Power
http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=11&ItemID=5895
Traducido por Germán Leyens