La campaña electoral en Estados Unidos se mueve entre carretones de lodo, en la inmundicia propagandística y los anuncios millonarios en los medios. No hay dudas de que Kerry lleva peor su campaña que Bush y ha incurrido en graves errores que probablemente le cuesten perder las elecciones. Sus asesores le han aconsejado que en […]
La campaña electoral en Estados Unidos se mueve entre carretones de lodo, en la inmundicia propagandística y los anuncios millonarios en los medios. No hay dudas de que Kerry lleva peor su campaña que Bush y ha incurrido en graves errores que probablemente le cuesten perder las elecciones. Sus asesores le han aconsejado que en esta última parte de la cruzada electoral se concentre más en problemas sociales que en el tema de la guerra en Vietnam. Kerry, condecorado como héroe de aquella contienda, ha sido impugnado por los seguidores de Bush que alegan que sus heridas las sufrió con fuego amigo y no con disparos del enemigo vietnamita. De esta manera el héroe pasa de la hazaña a la tontería y es desacralizado.
Ahora ha ocurrido un nuevo episodio de este enfrentamiento cuando el prestigioso comentarista de televisión, Dan Rather, aireó unos documentos que prueban que Bush fue protegido del vicegobernador de Texas, en 1968, para no cumpliera con su deber de servir con las armas en Vietnam. El joven Bush fue enrolado en la Guardia Nacional, pero ni siquiera allí cumplió con sus elementales y blandos deberes. Bush ni siquiera se presentó a un examen físico y no se le permitió volar más en aviones. En 1972 desertó.
De todo ella daba cuenta el teniente coronel Jerry Killian, fallecido hace veinte años, en informes desfavorables al irresponsable e imprudente Bush. Pero ahora el equipo de campaña de Bush obtuvo que la viuda e hijos de Killian negaran la autenticidad de esos documentos. De otra parte, expertos en grafología certifican (otro logro del dinero de los Bush), que los documentos no pudieron haber sido hechos con una máquina de escribir de los años setenta.
Como resultado de todo ello quien está siendo juzgado no es Bush por su deserción y su antipatriotismo, sino el comentarista Dan Rather, quien ya había tenido otros enfrentamientos con Bush padre, cuando era vicepresidente, y con el presidente Nixon. Rather, quien nunca ha sido afecto al partido republicano está enfrentando una vasta campaña de desprestigio que le puede costar su reputada carrera.
Por otro lado la escritora Kitty Kelley acaba de publicar un nuevo libro titulado «La familia: historia verdadera de los Bush». En sus 705 páginas realiza un escrutinio desfavorecedor para esa patibularia familia. Su revelación más escandalosa es la afirmación de que Bush era un consumidor habitual de cocaína en los fines de semana en Camp David, el retiro de los mandatarios, cuando su papá era presidente. De otra parte revela que Laura, la esposa, era una ávida fumadora de marihuana. Estas confidencias están basadas en relatos de Sharon Bush, ex esposa de Neil, el hermano de Bush. El equipo del presidente se ha apresurado a presionar a Sharon para que desmienta haber dado esa información. Por su parte el editor Larry Flint ha logrado descubrir a una mujer que fue embarazada por Bush en los años setenta y éste la obligó a abortar.
Es increíble que un candidato al que se le ha demostrado que es drogadicto, alcohólico, desertor, cobarde, incapaz en los negocios, psicópata, socio de negocios de la familia Bin Laden, religioso fundamentalista y mesiánico, incapaz de entender sin ayuda los informes que se le someten, paranoico, consumidor de antidepresivos, mal orador, de temperamento iracundo incontrolable, de estrategias confusas que ha hundido al país en una depresión económica, endeudándolo con una magnitud no conocida antes en la historia estadounidense, siga siendo la opción más aceptada para conducir al país desde la Casa Blanca.
Lo que sucede es que los poderes dictatoriales que han asumido los medios masivos de comunicación, todos en manos de la oligarquía, permiten moldear la opinión pública a su antojo, pese a resquebrajaduras del sistema, a grietas incontroladas que surgen esporádicamente en la plataforma de persuasión masiva. Se pueden permitir el lujo de alguna que otra discrepancia mientras la maquinaria de formar opinión se mantenga intacta y pujante.