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Aquellos barros, estos lodos (seguimos sufriendo la transición política)

Fuentes: Rebelión

Maquiavelo afirmaba que las guerras nunca se evitan, tan sólo se aplazan. Y cuando el franquismo perdió a su líder, los adictos al régimen trataron de impedir una nueva etapa sangrienta inventando una receta llamada transición democrática. No había otro remedio si se quería ingresar en la OTAN, de la mano del gobierno USA, y […]

Maquiavelo afirmaba que las guerras nunca se evitan, tan sólo se aplazan. Y cuando el franquismo perdió a su líder, los adictos al régimen trataron de impedir una nueva etapa sangrienta inventando una receta llamada transición democrática. No había otro remedio si se quería ingresar en la OTAN, de la mano del gobierno USA, y en la CE de la mano de Alemania. El plazo se está terminando desde que ese terrorista de estado llamado José María Aznar, rompía las reglas del juego junto a su compadre Bush, Blair y Berlusconi, metiendo a los españoles a matar civiles inocentes en la invasión de Irak, Terrorista mediático, mentiroso compulsivo, al que protegieron los diarios españoles cuando la masacre de la estación de Atocha, sabiendo por el «modus operandi», que ETA jamás se atrevería a cometer una felonía de ese calibre. El Gran Carnaval de «El País», «El Mundo, «La Vanguardia», «ABC» y demás siervos del empresariado nacional, terminaba cuando se dedujo, con rapidez y espontaneidad ciudadanas, la autoría de Al Qaeda.

El españolismo aberrante, excluyente y casposo que había campado por la península durante más de 40 años, culpable de las torturas y fusilamientos, encarcelamientos y palizas a demócratas y nacionalistas, debía encabezar, mira por dónde, la larga y dolorosa marcha a la democracia. Al frente, un monarca franquista, claro, que aceptó convertirse en sucesor del Caudillo sin rechistar, a título de Rey, sabiendo a ciencia cierta que del derecho al trono en la línea dinástica pertenecía, en todo caso, a su padre Juan de Borbón. Un jefe de estado consensuado a regañadientes entre los militares del bando «nacional», que pudiera llevar al país a una cierta normalidad, legalizando los partidos políticos y celebrando elecciones generales en un ambiente con algo de libertad. En el año 2009 se cumplirán 30 años de la probación de la Constitución española, pero nos encontramos, oh, misterios de la ciencia, a años luz de aquella primera libertad.

Dice el lingüista catalán Mariano Arnal, nada sospechoso de nacionalismo, que «Trans ire son un par de palabras latinas que se entienden muy bien: trans significa a través de, e ire significa ir. Por consiguiente, transire será pasar a través de, atravesar. Cuando alguien decide pasar de un sitio a otro, que eso es también atravesar, sabe cuál es el sitio al que va. De lo contrario, a eso no se le puede llamar transición, sino aventura». Nada que objetar.

En buena lógica, habremos de colegir que la transición española NO SE HA TERMINADO. Es más: las libertades han sido reducidas hasta mínimos, la temperatura social ha aumentado en conflictividad, el fascismo franquista (mezcla de horterada españolista y nazismo barato) vuelve a provocar en las calles con su casi secular chulería y violencia, amparado o tolerado, al menos, por buena parte de los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, ya sea cuando hace unas semanas, en una céntrica librería de Madrid, una caterva de iletrados furibundos intentaron propinar una paliza a Santiago Carrillo, ya sea, hace sólo un par de días, amenazando de muerte al parlamentario de Ezquerra Republicana de Catalunya, Carod-Rovira, en la Salamanca donde Unamuno, con una dignidad que ya no se estila, retomara su cátedra sin importarle los insultos y denuestos que sobre su persona y magisterio caían. Y sigue afirmando Arnal: «Que sabíamos de dónde queríamos salir, y efectivamente salimos, atropelladamente, sin saber en absoluto hacia dónde íbamos. Tampoco lo sabemos ahora, porque es totalmente imprevisible hasta dónde seguirá el Estado español». No le falta razón al intelectual barcelonés.

Y coincido con su análisis cuando asegura que: «Si entonces sabíamos con absoluta certeza que la transición era de la dictadura a la democracia, hoy no sabemos en absoluto hacia dónde vamos tan acelerados. Aunque no podemos decir con precisión que vayamos, sino que nos llevan a rastras. Con lo cual quizá sería más adecuado llamar a este período el arrastre (como siempre, unos arrastran y otros son llevados a rastras, hasta que aprendan a arrastrarse ellos solos). No sabemos, pues, hacia dónde nos arrastran ellos y hacia dónde nos dejamos arrastrar nosotros».

Maquiavelo tenía razón. Lo único que me consuela es que la guerra que existe en España no provoca tantos muertos como la que Franco dirigió. Pero está dejando cadáveres vivientes, zombies bien pagados que ocultan las miserias de esa transición fracasada rotundamente. Un conflicto al que no se le ve salida por ninguna parte, a menos que las fuerzas de izquierda abandonen la contemplación mística a la «Llamazares, Aguilar o Frutos», para meterse de lleno en la batalla de la recuperación del orgullo democrático, de la dignidad ante la agresión fascista de la ultraderecha. Para ello no hace falta otra cosa que la práctica democrática y no el abandono constante de sueños.

Como en cierta ocasión le dije a un capitoste del IU, hoy mamporrero en el PSOE: «De tanto abandonar principios, habéis llegado al final».