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Periodismo de verano

Fuentes: La Estrella Digital

Es posible que las ausencias por vacaciones que estos días han diezmado las plantillas de los principales medios de comunicación propicien la aparición en muchos de éstos de sonrojantes faltas de ortografía, rebuscadas frases sin sentido o muy mal redactadas e incluso resonantes errores que nadie se molesta luego en rectificar. También puede ocurrir – […]

Es posible que las ausencias por vacaciones que estos días han diezmado las plantillas de los principales medios de comunicación propicien la aparición en muchos de éstos de sonrojantes faltas de ortografía, rebuscadas frases sin sentido o muy mal redactadas e incluso resonantes errores que nadie se molesta luego en rectificar. También puede ocurrir – y esta razón nunca debe descartarse – que quienes con sus actuaciones, decisiones o declaraciones públicas constituyen la fuente de la información (dirigentes políticos, económicos o sociales) se escuden en los fallos de los periodistas para salvar la cara tras alguna ostensible metedura de pata.

Si a todo lo anterior se une la emotividad producida por el accidente de la pasada semana en Afganistán, que toca una de las fibras más propensas a excitar barrocas sensibilidades y retóricas sin cuento, como es la de la muerte de militares en acción, los resultados que se observan pueden ser realmente preocupantes.

Fue con preocupación como hubo que leer en la prensa del pasado viernes que el Ministro de Defensa, al regresar de Afganistán, había pronunciado ante el Rey estas palabras: «Se ha cumplido la orden que me dio Su Majestad». Se refería a la identificación y traslado a España de los cadáveres de los 17 militares muertos en el accidente de helicóptero. Ninguna interpretación posible de la Constitución puede respaldar el anómalo hecho de que el Rey dé órdenes directamente a un ministro del Gobierno. Los ministros pueden recibirlas del Presidente o de alguno de los vicepresidentes; pero ninguna otra persona – por alta que sea la representatividad o el prestigio de que goce – forma parte de la estructura de gobierno existente hoy en España. Recuérdese que el Art. 97 de la Constitución hace al Gobierno responsable de «la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado». Por otro lado, el Art. 56 establece como misión de la Corona «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones», lo que no parece justificar, en el caso comentado, la sorprendente frase del Ministro. Todo lo más, cabría entender que, en conversación privada, comentara el Rey con el Sr. Bono los pormenores de la tarea que el Presidente le había encomendado, antes de partir a ejecutarla.

Un rey dando órdenes directas a un ministro de Defensa no tiene precedentes en una democracia parlamentaria. En todo caso, el parecido más próximo en nuestra historia podría encontrarse en la anómala relación establecida entre Alfonso XIII y el general Primo de Rivera, que nada tiene que ver, felizmente, con el régimen político que los españoles nos dimos en 1978. No se sabe, al escribir estas líneas, si esa información es correcta, si corresponde a un error del periodista o a un lapso de quien generó la noticia. Al lector corresponderá juzgar el hecho.

Y ya que estamos con el penoso asunto del accidente afgano, hay otros aspectos que deberían tratarse procurando no confundir a la opinión. Si nuestros soldados allí desplegados estuvieran realizando solo una misión humanitaria o de mantenimiento de la paz, si no estuvieran inmersos en un ambiente militarmente hostil, no necesitarían que sus helicópteros volasen con rapidez a muy baja cota, para evitar el posible fuego enemigo, según práctica habitual en estos casos. Cuando esos mismos helicópteros viajan por Europa – salvo en ejercicios o maniobras -, lo hacen a alturas que permiten afrontar un incidente mecánico o meteorológico con más posibilidades de éxito. Tampoco necesitarían volar con las puertas abiertas y las ametralladoras en posición de fuego. Por eso, los medios de comunicación no deberían complacerse tanto en resaltar la inocua bondad y la piedad humanitaria de la misión encomendada, sino recordar que ésta se está ejecutando en un teatro de operaciones ensangrentado por la guerra durante algunos decenios.

Para terminar, también convendría que el periodismo de verano reflexionara sobre el vocabulario utilizado. Si todo militar muerto en acción es un héroe, ya no habrá más héroes. O todos lo serán, que para el caso es lo mismo. Los reglamentos militares de premios y recompensas y el diccionario de la lengua establecen una clara diferencia entre el que sucumbe en acción de guerra y el que en ella muere de modo heroico. Heroísmo es – según la Real Academia Española (RAE) – el «esfuerzo eminente de la voluntad, hecho con abnegación, que lleva al hombre [sic; adviértase el inherente machismo de nuestro idioma] a realizar actos extraordinarios al servicio de Dios [ídem: en la RAE pervive el catolicismo de Estado], del prójimo o de la patria».

A pesar de la endeblez de esta definición – ¿por qué el prójimo y no un desconocido? -, está claro que morir en accidente de helicóptero no implica heroísmo. Como tampoco es un acto heroico prestarse voluntario para una misión militar en el extranjero, sino que es una decisión plenamente conforme con el espíritu propio de la profesión militar y la «honrada ambición» a la que aluden las Ordenanzas. Sin que nada de esto constituya demérito para quienes han hecho la máxima ofrenda que puede exigirse a un militar, que es la entrega de su vida al servicio de España.

Sería deseable que esos desaciertos del periodismo estival no continúen al regreso de las vacaciones y que la sensatez y la mesura verbales ayuden a templar unos ánimos propensos a la excitación y al exceso en el calor del verano.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)