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La prejubilación: entre lo individual y lo colectivo

Fuentes: Insurgente

Es evidente que la razón primera y determinante de un sistema socio-económico es su supervivencia en el tiempo. Para ello, resulta imprescindible un control absoluto de los medios transmisores de ideología y valores; unas fuerzas armadas atentas, bien acondicionadas y coaligadas con otras que defiendan igual sistema y una paz social que permita operar, sin […]

Es evidente que la razón primera y determinante de un sistema socio-económico es su supervivencia en el tiempo. Para ello, resulta imprescindible un control absoluto de los medios transmisores de ideología y valores; unas fuerzas armadas atentas, bien acondicionadas y coaligadas con otras que defiendan igual sistema y una paz social que permita operar, sin vaivenes e inquietudes, a los agentes económicos (eufemismo que oculta las palabras: grandes empresarios, multinacionales, gobiernos cómplices con los dos agentes anteriores y sindicatos acomodados al régimen).

El traslado de centros de producción a países sometidos, donde el precio de la mano de obra es claramente inferior a los países donde luego se venderá lo que allí se fabrica, junto al envejecimiento paulatino de la población, creando casi una pirámide demográfica apoyada en un vértice, están originado una realidad social novedosa en los países antes llamados capitalistas desarrollados, y hoy, en un intento de eliminar connotaciones que traerían recuerdos ingratos, autodenominados países occidentales a secas.

Ante esta virtualidad que se propaga cual virus contagioso, ya se acabaron las luchas sociales y los valores que hicieron posible entender la Historia como la historia de la lucha de clases, los acomodamientos, reciclajes, amnesias, cuando no justificaciones personales y modernismos de última hora, aparecen preñadas por un concepto clave para entender el accionar del sistema capitalista: el individualismo.

Con ese gran botín en las alforjas, las empresas, incluso las de titularidad estatal, que ven rebajados sus beneficios o resultan tentadas a trasladarse al tercer mundo buscando costes menores para su producción, reúnen a sus equipos directivos para realizar cuentas sobre el gasto que significaría la liquidación de las fábricas. El estudio de la plantilla les lleva a una primera conclusión, existe un buen número de trabajadores y trabajadoras con una edad insuficiente para jubilar, además está la repercusión social que tendría en la zona dejar sin su empleo a cientos de trabajadores. Para evitar el asomo de un conflicto, el sistema capitalista, con su cómplice Estado, ha diseñado un concepto, que es tragado como caramelo envenenado por los afectados: la prejubilación.

La prejubilación no es otra cosa que la venta que un trabajador hace del puesto que ocupa, y que no es más que un lugar que la sociedad le otorgaba para cambiar su trabajo por un salario. Esa venta es gestionada por los sindicatos como si se tratara de una gran conquista social, incluso se atreven a justificarla con argumentos más propios del que se sienta al otro lado de la mesa de negociación, esto es, «no podíamos hacer otra cosa», «la empresa se iba a ir del país de todos modos», «esto que se ha conseguido garantiza la supervivencia de cientos de familias». Es decir, se limitan a gestionar el naufragio sin preguntarse siquiera el porqué se produjo el desastre.

Para que este acuerdo sea económicamente posible, resulta absolutamente necesario que el Estado dé el visto bueno, o lo que es lo mismo, que se comprometa a pagar los millones de euros que percibirán los ya ex trabajadores, y desde hoy flamantes prejubilados, hasta que, pasado el tiempo, la edad les permita acceder al grupo de los jubilados. Esta «conquista», que como se ha dicho, elimina el puesto de trabajo, y por ende, la imposibilidad de que futuras generaciones accedan a ese empleo, se vende con éxito entre los trabajadores, que perciben esa salida individual como un buen colofón anticipado para su vida laboral. Para los empresarios es igualmente rentable, ya que su cultura de beneficio inmediato, les impide valorar siquiera la experiencia de los trabajadores de más de cincuenta años, para caer en contratos con costes más reducidos que, gracias a la legislación que ellos dictaron, les permite contratar a personas jóvenes que con sueldos basura sustituyen a sus empleados más antiguos.

La ausencia de un escenario de lucha contra el sistema, unido el celebérrimo, filosófico y mayoritario argumento de «a vivir que son dos días», pone lo demás. Cabe aquí recordar que en la última década más de 300.000 trabajadores se han acogido a las prejubilaciones, con el consiguiente impacto en la seguridad social, ya que los presupuesto generales del estado contemplan, como es lógico las progresivas y naturales jubilaciones, por lo que las prejubilaciones distorsionan, y de qué manera, los balances anuales.

De este modo, el nivel alarmante de desindustrialización se consolida y aboca al sector terciario a ser el eje del futuro económico, y es ahí, donde reformas laborales pactadas y firmadas, donde la atomización de los trabajadores, donde los sindicatos comprometidos sólo y exclusivamente con el mantenimiento del status quo, hacen el resto. Mientras, buena parte de la desesperanzada clase trabajadora, acudirá a su puesto de trabajo con la ilusión de que la próxima regulación de empleo, ponga el techo justo en su edad para esta vez sí, irse a casa prejubilado. Una paradoja absoluta, ya que al mismo tiempo el sistema no podrá garantizar las jubilaciones a los actuales jóvenes.