A muchos norteamericanos les resulta extremadamente difícil aceptar la idea de que los actos terroristas contra los Estados Unidos pueden ser considerados una venganza por la política de Washington D.C. en el extranjero. Ellos creen que EEUU es elegido como blanco por su libertad, su democracia y su riqueza. La Administración Bush Jr., como hicieron […]
A muchos norteamericanos les resulta extremadamente difícil aceptar la idea de que los actos terroristas contra los Estados Unidos pueden ser considerados una venganza por la política de Washington D.C. en el extranjero. Ellos creen que EEUU es elegido como blanco por su libertad, su democracia y su riqueza. La Administración Bush Jr., como hicieron sus predecesoras tras otros atentados terroristas, ha promocionado esa idea como la oficial desde los atentados.
El Consejo Americano de Depositarios y Graduados, un grupo conservador que hace la función de perro guardián, fundado por Lynne Cheney, mujer del vicepresidente, y por el senador Joseph Lieberman, anunció en noviembre la formación del primer Fondo para la Defensa de la Civilización declarando: «No sólo América fue atacada el 11 de septiembre, sino toda la civilización. No nos atacan por nuestros vicios, sino por nuestras virtudes».
Pero los oficiales del Gobierno saben mejor que ellos lo que sucedió en realidad. Un estudio de 1997, llevado a cabo por el Departamento de Defensa, concluía que «los datos históricos muestran una fuerte correlación entre la implicación de EEUU en situaciones internacionales y un aumento del número de atentados terroristas contra los Estados Unidos».
El antiguo presidente Jimmy Carter, algunos años después de dejar la Casa Blanca, se manifestaba inequívocamente de acuerdo con esto: «Enviamos a los marines al Líbano y sólo tienes que ir al Líbano, o a Siria, o a Jordania, para presenciar en primera línea el odio intenso que mucha gente profesa a los Estados Unidos porque bombardean y asesinan sin piedad a civiles totalmente inocentes (mujeres, niños, granjeros y amas de casa) en esos pueblos cercanos a Beirut […] Como consecuencia […] nos hemos convertido en una especie de Satán en esas mentes profundamente resentidas. Eso es lo que provocó la toma de rehenes [en Irán] y eso es lo que ha suscitado algunos de los atentados terroristas, que fueron totalmente injustificados y criminales».
Los terroristas responsables del ataque original al World Trade Center, en 1993, enviaron una carta al New York Times que en parte declaraba: «Afirmamos nuestra responsabilidad en las explosiones del mencionado edificio. Esta acción se hizo en respuesta al apoyo militar, económico y político a Israel, el Estado del terrorismo, y al resto de dictaduras de países vecinos».
TORRENTE DE MISILES
[…] Durante los dos meses y medio que siguieron al 11 de septiembre, la nación más poderosa de la Historia lanzó un torrente diario de misiles en Afganistán, uno de los países más pobres y subdesarrollados del mundo.
Finalmente, la misma pregunta fue llevada al estrado en todo el mundo: ¿quién mató más gente inocente e indefensa? ¿Los terroristas en EEUU el 11 de septiembre con sus bombas aéreas o los norteamericanos en Afganistán con sus misiles de crucero AGM-86D, sus misiles AGM-130, sus bombas cortamargaritas de 7.500 kilogramos, su uranio y sus bombas de dispersión?
Durante años, el cómputo de las víctimas del terrorismo en Nueva York, Washington D.C. y Pensilvania se mantuvo en una cifra de alrededor de 3.000. La suma total de civiles muertos en Afganistán como consecuencia del bombardeo norteamericano fue básicamente ignorada por los oficiales de EEUU y por casi todo el resto del mundo; pero una compilación meticulosa de numerosos informes individuales, procedentes de medios de comunicación estadounidenses e internacionales y organizaciones de derechos humanos, llevada a cabo por un profesor estadounidense, contaba considerablemente más de 3.500 muertos afganos a principios de diciembre y la cifra seguía aumentando.
Esta cifra no incluye a los que murieron más tarde por heridas de bomba, o los que fallecieron de frío y de hambre debido a que sus casas fueron destrozadas durante el bombardeo, o los muertos también de hambre y de frío entre los miles de refugiados internos que escapaban del bombardeo. Tampoco incluye a los miles de muertos militares ni a los cientos de prisioneros que fueron ejecutados o masacrados por los nuevos aliados de Washington D.C., «los guerreros de la libertad», conjuntamente con los operativos del Ejército y la Inteligencia norteamericanos. En el análisis final, al número alcanzado faltaría añadirle también las inevitables víctimas de las bombas de dispersión convertidas en minas y los que perecieron más lentamente de enfermedades causadas por el uranio.
No habrá ningún minuto de silencio por los muertos afganos, ni misas en su memoria con la asistencia de altos oficiales estadounidenses y celebridades del mundo del espectáculo, ni mensajes de condolencia enviados por líderes de Estado, ni millones de dólares para los familiares de las víctimas. Y aun así, considerándolo en su globalidad, fue un baño de sangre que podría más que rivalizar con el del 11 de septiembre.
LA MISION DE UN IDIOTA VIOLENTO
¿Y de los miles de muertos en Afganistán, cuántos, puede afirmarse con alguna certeza, habían jugado un papel a conciencia en la catástrofe norteamericana?
Según el vídeo que Osama bin Laden presentó al mundo a través del Gobierno de EEUU, él mismo no supo el día exacto del atentado terrorista hasta cinco días antes de que tuviera lugar, y la mayoría de los secuestradores no supieron que formaban parte de una misión suicida hasta que se preparaban para embarcar en los aviones. (Parece ser que el FBI llegó a esta última conclusión mucho antes de que el vídeo se hiciera público). Si eso es cierto, se podría decir con bastante seguridad que poquísima gente más en el mundo participó conscientemente en la trama, quizás un número que podría contarse con los dedos de una mano. En consecuencia, si la campaña de bombardeo en Afganistán fue ideada para matar a los perpetradores, fue la misión de un idiota, de un idiota violento.
Si Timothy McVeigh, autor del terrible ataque con bomba al edificio federal en Oklahoma City, en 1995, no hubiera sido rápidamente atrapado, ¿habría bombardeado EEUU el estado de Michigan o cualquier otro lugar que él considerase su hogar? No, habría emprendido una monumental caza del hombre hasta encontrarlo y castigarlo.Pero en Afganistán los Estados Unidos actuaron prácticamente asumiendo que todo el que apoyara al Gobierno talibán, nativo o extranjero, 1) era un terrorista, 2) estaba moralmente, si no legalmente, manchado con la sangre del 11 de septiembre (o tal vez alguna otra acción antinorteamericana del pasado) y, por tanto, aquello no era más que un juego justo.
Sin embargo, cuando el zapato lo calza otro pie, incluso EEUU puede darse cuenta de dónde está el más honorable camino a seguir.Opinando sobre los problemas de Rusia con Chechenia en 1999, el segundo al mando del Departamento de Estado de EEUU, Strobe Talbott, instó a Moscú a mostrar «prudencia y sensatez». Prudencia, dijo, «quiere decir tomar acciones contra auténticos terroristas, pero no usando la fuerza indiscriminadamente, ya que se pone en peligro a inocentes».
Sugerir una equivalencia moral entre Estados Unidos y los terroristas (o durante la Guerra Fría, comunistas) nunca deja de encender la ira norteamericana. Los terroristas se proponen matar civiles, nos dice, mientras cualquier víctima de las bombas estadounidenses no combatiente ha sido completamente accidental.
DAÑOS COLATERALES
Cuando los Estados Unidos entran en uno de sus períodos de bombardeo frenético y sus misiles acaban con la vida de numerosos civiles, a eso se le llama «daño colateral» infligido por los hados de la guerra; puesto que los auténticos blancos, se nos dice invariablemente, eran militares.
Pero si día tras día, en un país o en otro, tiene lugar la misma situación (el lanzamiento de enormes cantidades de materiales poderosamente letales desde grandes altitudes, con el total conocimiento de que un alto número de civiles perecerán o sufrirán mutilaciones, incluso sin que los misiles se «extravíen»), ¿qué se puede decir del Ejército estadounidense? Lo mejor, lo más compasivo, es que simplemente les tiene sin cuidado. Quieren bombardear y destrozar con ciertos fines políticos, y no les preocupa en especial si la población civil sufre dolorosamente.
En Afganistán, cuando en sucesivos días en octubre los helicópteros de combate ametrallaron y destruyeron el remoto pueblo granjero de Chowkar-Karez, matando a 93 civiles, un oficial del Pentágono se atrevió a declarar en cierto momento: «Esa gente está muerta porque nosotros la quisimos muerta»; mientras que el secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, comentó: «No puedo ocuparme de ese pueblo en particular».
[…] Como reacción a unas espantosas imágenes de víctimas del bombardeo en Afganistán y la explícita preocupación de Europa y de Oriente Medio por las bajas civiles, los medios de comunicación estadounidenses procuraron conceder menos importancia a dichas muertes.
El presidente de Cable News Network (CNN) advirtió al personal de noticias que «parece perverso concentrarnos demasiado en las bajas o en los apuros de Afganistán». Un informe de la Fox Network sobre la guerra debatía si los periodistas deberían o no molestarse en cubrir muertes de civiles. «La cuestión», dijo el presentador, «es que las bajas de civiles son históricamente, en realidad, por definición, parte de la guerra. ¿Deberíamos entonces darles tratamiento de noticia?». Su invitado de la Radio Pública Nacional replicó: «No. Mira, en la guerra se trata de matar a gente. Las bajas ciudadanas son inevitables». Otro invitado, un columnista de la revista nacional US News & World Report, se mostraba de acuerdo: «Las bajas civiles no son noticia. El hecho es que van asociadas a la guerra».
Pero si los atentados del 11 de septiembre fueron realmente un acto de guerra, como George W. Bush y sus secuaces le han contado tantas veces al mundo, entonces las muertes del 11 de septiembre fueron claramente bajas civiles de guerra. ¿Por qué, pues, les han dedicado tanto tiempo a esas muertes en los medios de comunicación?
Ésa es, por supuesto, la única clase de muertes que los norteamericanos quieren oír hablar, y pueden ponerse muy furiosos cuando se les mencionan las muertes afganas. En un memorándum que circulaba por Panamá City, el News Herald de Florida advertía a los editores: «NO USAR fotografías en página 1A mostrando bajas civiles de la guerra de EEUU en Afganistán. Nuestro periódico hermano en la playa de Fort Walton lo ha hecho y ha recibido cientos de e-mails amenazadores y otros mensajes por el estilo».
Las autoridades estadounidenses pueden ciertamente contar con el apoyo del pueblo norteamericano y con el colectivo de medios de comunicación para sus guerras. Llevaría un colosal esfuerzo de investigación descubrir un solo periódico diario estadounidense que inequívocamente se opusiera al bombardeo de Afganistán por parte de EEUU.
O un solo periódico diario estadounidense que inequívocamente se hubiera opuesto al bombardeo de Yugoslavia por parte de la OTAN/EEUU dos años antes.
O un solo periódico diario norteamericano que inequívocamente se hubiera opuesto al bombardeo de Irak, en 1991.
¿No resulta extraordinario? En una sociedad supuestamente libre, con una supuesta libertad de expresión para la prensa y casi 1.500 periódicos diarios, lo más probable debería ser exactamente lo contrario. Pero no es así.
[…] El bombardeo norteamericano de Afganistán puede muy bien convertirse en una catástrofe política. ¿Puede dudarse que miles de personas de todo el mundo musulmán se sentirán emocional y espiritualmente llamados a la causa del próximo Osama bin Laden debido a la horrible devastación llevada a cabo? Es decir, la próxima generación de terroristas. De hecho, en diciembre, mientras las bombas seguían cayendo sobre Afganistán, un hombre (el ciudadano británico Richard Reid, convertido al Islam) intentó volar un avión de la American Airlines con destino a los Estados Unidos de América con explosivos escondidos en sus zapatos. En la mezquita londinense a la que Reid solía asistir el clérigo responsable advirtió que los extremistas estaban alistando más jóvenes como Reid, y que agentes relacionados con radicales musulmanes habían puesto más energía en reclutar adeptos desde el 11 de septiembre.El clérigo afirmó que sabía de cientos de Richards Reids reclutados en Gran Bretaña. Se dijo que Reid, descrito en la prensa como «alguien que se deja llevar por la corriente», viajó a Israel, Egipto, Holanda y Bélgica antes de llegar a París y embarcar en el avión de American Airlines. Esto pone sobre la mesa la cuestión de quién le financiaba. Parece que el reciente congelamiento de numerosas cuentas bancarias de presuntos grupos terroristas en todo el mundo por parte de los Estados Unidos debe de haber tenido más bien un limitado efecto.
Los norteamericanos no se sienten más seguros en sus puestos de trabajo, en sus lugares de ocio o en sus viajes de lo que se sentían el día antes de que su Gobierno comenzase los bombardeos.
SI YO FUERA PRESIDENTE
¿Ha aprendido algo la elite del poder? Aquí están las palabras que James Woolsey, antiguo director de la CIA, pronunció en diciembre en Washington D.C., abogando por una invasión de Irak y no concediendo el más mínimo interés o preocupación a la respuesta del mundo árabe: «El silencio del público árabe tras las victorias americanas», dijo, «prueba que sólo el miedo reestablecerá el respeto por los Estados Unidos».
¿Qué pueden hacer entonces los Estados Unidos de América para acabar con el terrorismo dirigido contra ellos? La respuesta está en retirar las motivaciones antinorteamericanas que los terroristas comparten. Para conseguir esto, la política exterior estadounidense tendrá que experimentar una profunda metamorfosis, como lo atestigua el contenido de este libro. Si yo fuera presidente, podría detener los atentados terroristas contra Estados Unidos en unos pocos días. Para siempre. Primero pediría perdón a todas las viudas y huérfanos, a los torturados y empobrecidos y a los muchos millones de otras víctimas del imperialismo norteamericano.Entonces anunciaría con toda sinceridad, a todos los rincones del mundo, que las intervenciones globales de los Estados Unidos de América se han terminado e informaría de que Israel ya no es el estado número 51 de EEUU, sino que, de ahora en adelante (por extraño que parezca), es un país extranjero. Reduciría entonces el presupuesto militar al menos en un 90% y usaría la cantidad ahorrada para pagar indemnizaciones a las víctimas […].
Esto es lo que haría en mis tres primeros días en la Casa Blanca. En mi cuarto día, sería asesinado.
«El Estado agresor. La guerra de Washington contra el mundo», de William Blum está editado en España por La Esfera de los Libros y en Cuba, bajo el título «Estado Villano» por Casa Editora Abril, con prólogo de Ignacio Ramonet