Entrevista a Milt Bearden, ex agente secreto, asesor en el film dirigido por Robert De Niro Good Shepherd, historia del espionaje norteamericano desde la posguerra a 1961. «¿Qué quiere saber? ¿Si compramos las elecciones italianas en 1948? ¡Desde luego que sí! Teníamos valijas Samsonite más grandes que las de los rusos, ¿está bien? Si no, hubieran tenido Togliatti durante 50 años». Le entrevistó en Nueva York Luca Celada, corresponsal en EEUU del cotidiano comunista italiano Il Manifesto.
La acusación neocon más citada en estos últimos días, aquella que Bush dirige por ejemplo al informe de la comisión Baker, es la de ser demasiado «reality based», es decir íncubo de la realidad. La Casa Blanca prefiere imponer a los hechos su propia voluntad y desprecia el exceso de pragmatismo. En suma, después de un siglo y medio de hegemonía de la doctrina Monroe, la retórica neoconservadora transforma el «exceso de raciocinio» en demérito político. Sin embargo, en la posguerra los Estados Unidos aislacionistas con su «pragmatismo estratégico», que terminó haciendo descarrilar el idealismo democrático de toda ética, han alcanzado su objetivo. Si se acepta, en efecto, que en el primer lugar están los intereses norteamericanos, es posible juzgar a Pinochet, con su próspera economía liberal, como un «éxito», aunque con algún desagradable costo. Ni siquiera la Bahía de los Cochinos y Vietnam serían fracasos políticos sino sólo operaciones tácticamente fallidas, como también el financiamiento de los Contras nicaragüenses con fondos negros iraníes o el adiestramiento de los mujaidines antisoviéticos, o la secuencia de operaciones clandestinas que en el último medio siglo han sido parte integrante de la ingeniería geopolítica de Washington.
Al origen de esta historia reciente se dirige Good Shepherd, el film dirigido por Robert De Niro (estrenado en los EEUU en estos días, llegará a Italia en febrero). Y como declara el subtítulo, cuenta la «historia secreta del nacimiento de la CIA». En sustancia, pone en escena la organización de la agencia de espionaje nacida en la posguerra de las cenizas de la inteligencia militar Oss y sobre las ruinas humeantes del teatro europeo para hacer frente a la nueva guerra, fría y secreta, en la que habrá de combatir durante los 50 años sucesivos. El film querría ser también la crónica de la devolución de los «ideales democráticos» norteamericanos en un nudo progresivamente cada vez más paranoico. Es la narración de cómo la estrategia geopolítica de la superpotencia mundial se apoya en la sistemática y clandestina desestabilización de países, regímenes y regiones del planeta según los «intereses nacionales» de los EEUU.
Desafortunadamente el film de Robert de Niro quiere ser también muchas cosas más. Producido por Francis Ford Coppola, tiene las veleidades de El Padrino, citado a veces escena por escena. Pero eso no es todo; el guión de Eric Roth contiene al menos otras dos películas, un thriller negro en el registro de Le Carré y un drama familiar sobre los efectos perniciosos que la actividad de desestabilización de «regímenes subalternos» – realizada aun los domingos y los días festivos – puede tener a la larga sobre el matrimonio.
Por estos y otros detalles técnicos, De Niro se valió del asesoramiento de Milton Bearden, dueño de una carrera de treinta años en la CIA construida con abnegación e iniciativa hasta la administración media-alta: jefe de la estación nigeriana en los años ’70, responsable de las operaciones clandestinas en Sudán, luego destacado en Pakistan con responsabilidad de adiestramiento de los mujaidines en los años ’80 hasta los últimos fuegos reaganianos de la guerra fría con tareas de supervisión de las operaciones este-europeas Hoy Milt Bearden es un veterano retirado después de la victoria sobre el imperio del mal, que se las ha arreglado mejor que muchos colegas y tiene una floreciente actividad como «consultor» hollywoodense, gracias también a De Niro, que ya lo había reclutado para que lo asista en la representación realista de Jack Byrnes, el cruel agente de la CIA de Meet the Parents. De aquí, el encargo bastante más consistente en Good Sheperd, donde su consultoría ha sido útil para reconstruir las campañas de desinformación, asesinatos, incluso hasta la destrucción de cosechas en los campos de países centroamericanos considerados excesivamente filosoviéticos, además de las técnicas de interrogación y tortura dignas de un Abu Ghraib avant la lettre.
Acaso por eso Bearden declaró al Los Angeles Times que, para ser de la CIA, es necesario ser un «romántico incorregible» – o quizás abonar la nostalgia por los tiempos más simples en los que para restituir las justas influencias bastaba con abatir cualquier democracia e instaurar a un déspota amigo.
¿La política clandestina de la CIA ha sido entonces parte integrante de la política norteamericana del siglo veinte?
Sí, parte integrante. Ha expresado siempre la voluntad del presidente de turno de los Estados Unidos…
¿Usted cree que las acciones de la agencia sean en parte responsables del hastío que existe hoy frente a los Estados Unidos en muchas partes del mundo? Por cierto hay mucho hastío frente a nosotros, no sólo por causa de la CIA, también por muchos de los hechos acaecidos en el mundo bipolar.
Debe entender que cuando los EEUU y la URSS representaban los dos polos, casi todos gravitaban hacia el uno o el otro. Los Estados Unidos fueron criticados por muchas cosas.
Vietnam por ejemplo o los misiles pershing [de crucero] estacionados en Europa nos han ocasionado críticas de muchos gobiernos y muchas pequeñas protestas, pero al fin de cuentas la gente comprendía que en la mayor parte de los países había siempre 400.000 soldados rusos prontos a marchar en la llanura alemana y 400.000 norteamericanos a mantenerlos
a raya. Había, por lo tanto, un equilibrio en el mundo. Desde cuando cayó la Unión Soviética el equilibrio no existe más y por ende al antiamericanismo gratuito le ha seguido uno mucho más focalizado y específico y esto no creo que sea bueno para nuestra seguridad.
¿Pero la praxis de intervenir «estratégicamente» en el mundo desestabilizando gobiernos, destruyendo economías o peor, según los «intereses nacionales de los Estados Unidos» era verdaderamente necesario, no había alternativas?
Hay siempre alternativas tácticas, situación por situación, y podremos reflexionar y preguntarnos por ejemplo si Arbenz en Guatemala o Mosadeq en Irán en el 53-54, fueron justificados. Se podría también decir que la razón de todos nuestros actuales problemas está en haber vuelto a llevar al poder al sha, y que la pesadilla latinoamericana tuvo inicio con la intervención en Guatemala. Yo diría que simplemente les hemos permitido a los cronistas del New York Times y del Washington Post exagerar la importancia de aquellos hechos. En realidad la eliminación de Arbenz y de Mossadeqh fueron operaciones casi artesanales – a duras penas han acelerado hechos que con toda probabilidad habrían sucedido de todos modos. Ahora, si su pregunta es si hemos tenido razón al hacerlo, desde el punto de vista de entonces diría «quizás». Aun si, hablando de Guatemala, donde el secretario de estado es el jefe de la CIA y donde oficiales del consejo de seguridad nacional tenían relaciones con representantes de la United Fruit, empresa con grandes intereses en un país luego subvertido, bueno, quizás esto se podría criticar. Pero si se trata de ver a la CIA como una aguja que gira enloquecida, entonces esto es un error porque siempre ha actuado por precisa voluntad del presidente en el cargo. Hemos hecho exactamente aquello que nos ordenaban.
¿No le parece que hay un problema ético intrínseco, una contradicción, en el uso de injerencias clandestinas por parte de la mayor democracia mundial en otras democracias?
¿Qué quiere saber? ¿Si compramos las elecciones italianas de 1948? ¡Desde luego que sí! ¿Y? Teníamos valijas Samsonite más
grandes que las de los rusos, ¿está bien? Usted podría decir que es justamente desde allí desde donde se derivó la inestabilidad de todos esos gobiernos, uno tras otro. OK. Quizás hubiéramos podido no hacerlo y ustedes habrían tenido un gobierno verdaderamente estable que podría haber durado 50 años, el de Togliatti. ¿Quizás hubiera sido mejor? Esto deben decirlo ustedes, no yo…
Insisto, ¿interferir en la autodeterminación de los pueblos es compatible con un país que pretende representar la democracia en el mundo?
Esta es una cuestión que nos lleva directo a hoy – pueden buscarme en Google y verán cómo pienso. Creo que, llegados a cierto punto, lo que debemos hacer es mirarnos a la cara y preguntarnos honradamente qué estamos haciendo. ¿Alcanzaremos a realizar nuestros ideales en Medio Oriente? Me desagrada decirlo, pero probablemente no.
Traducción para www.sinpermiso.info : Ricardo González-Bertomeu
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