Justo cuando el presidente George W. Bush partió a su gira por América Latina para promover una «revolución» por la «justicia social» en nombre de George Washington y Simón Bolívar, en casa se anunció una tragedia con consecuencias mundiales: la muerte del Capitán América. Y es que mientras el presidente ofreció la visión estadunidense en […]
Justo cuando el presidente George W. Bush partió a su gira por América Latina para promover una «revolución» por la «justicia social» en nombre de George Washington y Simón Bolívar, en casa se anunció una tragedia con consecuencias mundiales: la muerte del Capitán América.
Y es que mientras el presidente ofreció la visión estadunidense en América Latina, en casa le esperan una serie de problemas y potenciales escándalos, desde las implicaciones políticas de la condena judicial al ex jefe de equipo de su vicepresidente Lewis Libby, al creciente escándalo por sospechas de que la decisión de despedir a ocho fiscales federales fue motivada por razones políticas y ordenada desde la Casa Blanca, el costo político de revelaciones del maltrato a soldados heridos en la guerra, y el incesante problema de la crisis de la política estadunidense en Irak, entre otros.
Sólo ayer, el general del ejército Kevin Kiley fue obligado a renunciar por el escándalo del trato a soldados heridos en el centro médico militar Walter Reed. Hace unos días, el secretario del ejército hizo lo mismo, mientras continúan las investigaciones del asunto que ha dañado profundamente la imagen de que este gobierno apoya y rinde homenaje a las tropas que ha enviado a la llamada «guerra contra el terror».
Mientras tanto, el costo de la guerra en términos humanos es cada vez más público, en parte por el escándalo del Walter Reed, resultado de una investigación periodística del Washington Post. Un nuevo informe realizado por investigadores médicos difundido ayer -el estudio más grande de veteranos de la guerra en Irak y Afganistán (con 100 mil individuos)- reveló que casi un tercio regresan a casa con una enfermedad mental o serios problemas de «comportamiento». Entre lo que padecen está el abuso de droga y/o alcohol, «desorden de estrés postraumático», depresión y ansiedad.
En un intento por emplear el poco capital político que le queda, el gobierno de Bush insiste en que no hay opción más que seguir adelante, aunque sólo se atreve a declarar eso ante filas leales y bases de apoyo incondicionales, pero hasta esas se están reduciendo. Mientras Bush estaba en América Latina, su segundo, el vicepresidente Dick Cheney, intentó una vez más acusar a quienes se oponen a la estrategia de la guerra infinita de no apoyar a las tropas y, peor, ceder ante el enemigo.
En un discurso ante el grupo de cabildeo proisraelí en Washington (AIPAC) esta semana, Cheney acusó a legisladores que están considerando imponer una fecha límite para el retiro de tropas, a finales de 2008, de «promover una estrategia antiguerra» que «mina» a las tropas. Dijo que imponer condiciones sobre la guerra y buscar su conclusión sería «una validación plena de la estrategia de Al Qaeda», y que los demócratas que promueven eso son «contraproducentes y envían justo el mensaje equivocado».
Al reconocer que el Congreso ejerce un papel crítico en asuntos militares, Cheney insistió en que eso tiene sus límites, ya que «los militares se sujetan a un comandante en jefe en la Casa Blanca, no a 535 comandantes en jefe en el Capitolio».
Pero es justo el límite sobre el Poder Ejecutivo lo que está al centro del debate político en este país, no sólo en torno a la guerra en Irak, sino también sobre el empleo de sus poderes en casa.
En esta última semana la FBI ha tenido que reconocer su abuso de autoridad bajo el Acto Patriota al solicitar, sin orden judicial, documentos financieros y de comunicaciones de personas sospechosas de cometer actividades ilícitas. Hoy, el procurador general Alberto Gonzales, que enfrenta investigaciones del Congreso sobre el despido de fiscales federales aparentemente por consideraciones políticas, admitió que «se cometieron errores», pero rechazó las demandas de legisladores federales demócratas para que renuncie.
De repente, el gobierno de Bush está rodeado de acusaciones, investigaciones, revelaciones de abuso de poder y, como demostró el caso Libby, de actividades aprobadas a los más altos niveles para desacreditar a sus críticos. Con algunos de los niveles de aprobación de la gestión presidencial más bajos en más de 40 años (la última encuesta del New York Times/CBS News registró un nivel de aprobación de 29 por ciento), a Bush no necesariamente se le ofrecerá una bienvenida placentera de su viaje al sur de la frontera.
Zbigniew Brzezinski, ex asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, concluye su nuevo libro Three Presidents and the Crisis of American Superpower en el cual acusa que la «guerra en Irak ha sido un desastre geopolítico», algo que podría llevar a Estados Unidos a una crisis casi fatal. «Nada podría ser peor para Estados Unidos…que si la política estadunidense fuese vista universalmente como arrogantemente imperial en una edad postimperial, inmiscuida en un retorno colonialista en un tiempo postcolonial, egoístamente indiferente frente la interdependencia global sin precedente, y culturalmente fariseo en un mundo de diversidad religiosa. La crisis del superpoder estadunidense entonces sería terminal».
Tal vez por todo esto es que se anunció la muerte del Capitán América. El superhéroe del cómic creado en 1941 con la figura patriótica contra los nazis, es asesinado en el número más reciente, manchando de sangre su disfraz tricolor con una estrella de la bandera estadunidense. «Es muy mal momento para que se vaya. Ahora lo necesitamos más que nunca», comentó su creador Joe Simon, de 93 años. El guionista de la serie dijo que deseaba ver qué significado tenía el superhéroe en «estos tiempos polarizados».