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La agonía del dólar

Salir del apuro

Fuentes: The New York Times

Traducido por Juan Carlos Saladre y revisado por Sarahymi Serra, del Equipo de traductores de Cubadebate


Las monedas son, sobre todo, precios relativos. En esencia, son la medida del valor intrínsico de una economía con relación a otra. Sobre esta base el mundo no ha tenido reparos en amortizar el valor de los Estados Unidos durante los últimos años. El dólar ha descendido un 20 por ciento desde su punto más alto en 2002 en comparación con las monedas de la mayoría de los socios comerciales de Estados Unidos. En los últimos tiempos ha alcanzado nuevas bajas frente al euro y al pujante dólar canadiense, probablemente un presagio de que se debilitará aún más.
Por desgracia nada de esto sorprende. Debido a que los estadounidenses no han estado ahorrando en cantidades suficientes, Estados Unidos debe importar ahorros desde el exterior para poder crecer. Además tiene que manejar balances de pago y déficit comerciales para atraer capital extranjero. El déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, el mayor indicador del desequilibrio de este país con relación al resto del mundo, llegó a un nivel record de 6,2 por ciento del producto interno bruto en 2006 antes de disminuir ligeramente este año. Estados Unidos aún debe atraer alrededor de tres mil millones de dólares de capital extranjero cada día laborable para mantener el crecimiento de su economía.

Las ciencias económicas son muy claras respecto a las consecuencias de desequilibrios tan enormes: las entidades crediticias necesitan recibir compensación por el envío de capital escaso a cualquier país con déficit. Mientras mayor sea el déficit mayor será la compensación. La moneda del país con déficit usualmente sufre las mayores consecuencias de la compensación. Mientras los Estados Unidos no afronten sus problemas de ahorro su gran déficit en la balanza de pago persistirá y el dólar continuará cayendo.

Lo único positivo hasta ahora ha sido que estos ajustes a la moneda se han realizado de manera ordenada, lo cual indica una disminución anual del valor del dólar de un poco menos de un cuatro por ciento por año desde principios de 2002. Sin embargo en estos momentos aumenta la posibilidad de una corrección desordenada, con consecuencias potencialmente graves para la economía estadounidense y la mundial.

Una razón fundamental es el riesgo en aumento de una recesión en los Estados Unidos. El apogeo de la burbuja del mercado secundario de hipotecas (donde se revenden las hipotecas con más riesgo de no ser pagadas), sorprendentemente similar a los excesos de las empresas punto com del decenio de los noventa, pudiera perfectamente ser un aviso. En ambos casos, los mercados financieros y los encargados de diseñar las políticas, se negaban a reconocer los riesgos. Sin embargo, las lecciones de los ajustes que se realizaron después de la burbuja inmobiliaria son claras. Pregúntele al Japón económicamente estancado. Estados Unidos, por su puesto, había caído en su propia recensión post burbuja en 2000 y 2001.

Por desgracia, el final de todo esto pudiera ser aún más adverso para Estados Unidos que lo ocurrido hace siete años. En gran parte porque en estos momentos el consumidor estadounidense se encuentra en peligro. Los gastos de consumo actualmente representan el 72 por ciento del producto interno bruto, una cifra sin precedentes en la historia moderna de cualquier nación.

El despilfarro en cuanto a las compras ha estado apoyado cada vez más por burbujas inmobiliarias y crediticias. Sin embargo, los precios de las casas han caído y probablemente seguirán así por años, y las secuelas de la crisis que resulta del impago de las hipotecas de riesgo elevado, ha dañado seriamente el refinanciamiento de las hipotecas internas. Con un débil crecimiento en cuanto a los puestos de trabajo, que también presiona a los ingresos, los días del consumismo estadounidense están probablemente llegando a su fin. Debido a esto será más difícil evitar una recesión.

Temerosos de esa posibilidad, los inversionistas extranjeros se vuelven cada vez más veleidosos respecto a la compra de activos cuyo valor esté cotizado en dólares. Los efectos indirectos derivados de la crisis hipotecaria dentro de otros mercados de activos, especialmente los activos referenciados a hipotecas y los pagarés negociables respaldados por activos, subrayan estas preocupaciones. Es probable que el apetito extranjero por los instrumentos financieros de Estados Unidos se reduzca considerablemente en los años venideros. Eso interrumpiría una importante vía de flujo de capital y presionaría aún más al dólar hacia la baja.

Los vientos políticos también soplan contra el dólar. En Washington, la retórica agresiva contra China es el deporte bipartidista de moda por estos días. Es muy posible que nuevas leyes impongan sanciones comerciales a China a menos que esta realice ajustes importantes a su moneda. Eso no solamente sería un mayúsculo error político; intentar arreglar un déficit multilateral con más de cuarenta naciones al forzar ajustes en la tasa de cambio con un país, sino que también implicaría que Washington presione a uno de los prestamistas más importantes de Estados Unidos.

Esto reduciría sin lugar a dudas el deseo de China de obtener activos de los Estados Unidos y, a menos que otro comprador extranjero intervenga, el dólar sufrirá presiones aún mayores. Por otra parte, mientras más el sistema de la Reserva Federal bajo la dirección de Ben Bernanke siga el método de dinero fácil de Alan Greenspan, mayor será el peligro para el dólar.

¿Por que hay que preocuparse por un dólar más débil? Los Estados Unidos importaron más de 2,2 billones de dólares en bienes y servicios en 2006. Una caída abrupta del dólar encarece de manera considerable estos artículos, el equivalente en la práctica de un aumento de impuesto para los consumidores. Esto también podría avivar el miedo a la inflación, y aumentaría las tasas de interés a largo plazo e incrementaría más la presión en los mercados financieros y en la economía, lo que exacerbaría los riesgos de que ocurra una recesión. Los optimistas pudieran reconfortarse con la idea de que pudiera ocurrir una renovación impulsada por la exportación que parta de un dólar más competitivo. Sin embargo, la historia lo expresa claramente, ninguna nación ha logrado la prosperidad a través de la devaluación.
Hasta ahora la debilidad del dólar no ha sido gran cosa. Eso debe estar a punto de cambiar. Con relación al resto del mundo, Estados Unidos luce dolorosamente poco confiable. Así se ve también su moneda.

Stephen S. Roach es Presidente de Morgan Stanley Asia.

Artículo original en http://www.nytimes.com/2007/09/25/opinion/25roach.html?_r=1&incamp=article_popular_5&oref=slogin