El mundo observa a Hillary Clinton y a Barack Obama, así como a John McCain y Mike Huckabee, buscando recursos y presentándose ante el público en la campaña presidencial norteamericana que culminará en noviembre de 2008. Todos fueron sorprendidos después del martes de Carnaval electoral (Super Tuesday) celebrado la semana pasada donde la senadora demócrata […]
El mundo observa a Hillary Clinton y a Barack Obama, así como a John McCain y Mike Huckabee, buscando recursos y presentándose ante el público en la campaña presidencial norteamericana que culminará en noviembre de 2008. Todos fueron sorprendidos después del martes de Carnaval electoral (Super Tuesday) celebrado la semana pasada donde la senadora demócrata Clinton no pudo imponerse a Obama y donde (el colonense) McCain se proclamó candidato del Partido Republicano.
Cada cuatro años se desata una fiebre electoral en EEUU. En 2008, con la misma pasión de siempre, la campaña política se organiza en torno a la elección del nuevo presidente que asumirá el poder en enero de 2009. Se calcula que las diferentes campañas tendrán un costo que, por primera vez, suma más de mil millones de dólares. Quien le da seguimiento a la campaña se percata que el éxito de un candidato depende de la capacidad que tiene para recaudar fondos.
El que más recauda es el que tiene más probabilidades de ganar. La mayor parte de los recursos salen de los cofres de las grandes empresas financieras e industriales que dictan los contenidos de los debates. Los candidatos, quienes le piden a sus seguidores que hagan contribuciones individuales, responden a los intereses de los grandes comités de acción política (PAC).
Los partidos políticos en EEUU – Demócrata y Republicano – se organizan en torno a una amplia red formada por numerosos «comités» que se dedican a recoger fondos. Según el sociólogo Maurice Duverger, el sistema de comités políticos apareció en EEUU a principios del siglo XIX y todavía tiene plena vigencia. Duverger señala que los «comités electorales» en EEUU son los partidos políticos.
Los fondos invertidos en la campaña se recuperan gracias al «sistema de despojos» que le garantiza al partido vencedor todos los puestos públicos. Duverger compara la experiencia inglesa donde la corrupción reforzó la estructura de los grupos parlamentarios con lo ocurrido en EEUU donde consolidó los comités electorales.
Los partidos descansan sobre comités poco extensos, bastante independientes unos de otros, generalmente descentralizados. No tratan de multiplicar sus miembros ni de organizar grandes masas populares, más bien pretenden agrupar personalidades. Su actividad está orientada totalmente hacia las elecciones. El armazón administrativo del partido es embrionario, el poder real usualmente está en manos de grupos formados alrededor de un líder en el Congreso y la vida del partido reside en la rivalidad de estos pequeños grupos.
Los partidos norteamericanos, para Duverger, son antes que nada maquinarias electorales, que aseguran la designación de candidatos. Cada partido reúne gentes de opiniones muy diferentes y de posiciones sociales muy diversas.
El partido y su maquinaria es una empresa con sus gerentes y especialistas técnicos. Se trata, en el fondo, de equipos de técnicos que se especializan en la conquista de sufragios y de puestos administrativos que provee el spoil system. Los técnicos a menudo se pasan de un partido a otro. «Los capitanes ponen a menudo su competencia al servicio del partido rival, como un ingeniero que cambia de patrono».
El candidato que tiene más recursos estará en mejores condiciones para conquistar los comandos, los wards de las ciudades y los comités oficiosos formados por los bosses y las machines a lo largo del país. Se trata siempre de pequeños grupos de notables, cuya influencia personal importa más que su número.
– Marco A. Gandásegui, hijo, es Profesor de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA.
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