Con una regularidad que ni siquiera el geyser Old Faithful consigue alcanzar, la izquierda americana se esfuerza en apoyar a los demócratas en cada contienda electoral – no importa de que cargo se trate, no importa que mensaje tenga el candidato y no importa cual es su pasado. En el 2008 esto no es diferente. […]
Con una regularidad que ni siquiera el geyser Old Faithful consigue alcanzar, la izquierda americana se esfuerza en apoyar a los demócratas en cada contienda electoral – no importa de que cargo se trate, no importa que mensaje tenga el candidato y no importa cual es su pasado. En el 2008 esto no es diferente.
Para este ritual, progresistas, liberales, sindicatos, organizaciones de derechos civiles y hasta aquellos que se consideran revolucionarios se mueven a fin de sugerir razones por las cuales deberíamos votar por el partido que lanzó a los EEUU en la mayor parte de sus guerras imperialistas, lanzó dos bombas nucleares sobre Japón, se opuso e intentó cooptar el movimiento de derechos civiles, revocó el estado de providencia (welfare o estado de bienestar), nos dio NAFTA y OMC , implementó la desregulación del sector financiero (abriendo el camino para nuestro actual derrocamiento económico), se negó a proporcionar cuidados universales de salud durante mas de medio siglo, entregó nuestras libertades civiles y continúa al día de hoy financiando las guerras en Afganistán y en Irak.
Progresistas que quieren cambios reales y sustanciales se descubren disculpando y presentando justificaciones para la carrera de Obama rumbo a la derecha después de asegurar el nombramiento por su partido. Algunos, incluyendo al historiador Howard Zinn, firmaron una carta abierta implorándole que asumiera posiciones más progresistas.
Aparentemente ellos encararon su movimiento hacia la derecha como un simple error y no algo calculado destinado a reasegurar a las corporaciones que financian su campaña.
Progresistas que lo apoyan afirman que Obama está solamente estimulando a los «electores indecisos», que él habló a favor de una Jerusalén israelita no dividida porque él «tenía que hacerlo», que su voto para dar a las compañías Telecom inmunidad retroactiva no tiene nada que ver con el hecho de las mismas hayan dado toneladas de cash para su campaña y así, más argumentos hasta el infinito.
A pesar del sentimiento de culpa, de los lamentos y la rabia de los progresistas hacia Obama, en el día de la elección todos ellos harán fuerza para el hijo favorito de la América Corporativa. Una vez más, los progresistas votarán por un candidato que es estructuralmente incapaz de avanzar un único punto de su agenda y a pesar del hecho de que él jamás se los agradecerá. Su rechazo a agradar a sus «amigos de la izquierda» habla mucho acerca de la irrelevancia de aquellos «amigos de la izquierda» y subraya su fracaso en mover el Partido Demócrata en una dirección progresista.
La mayor parte de los de izquierda, o por lo menos de aquellos que no están deliberadamente cegados por Obama, acordarán en que Obama no es perfecto. Pero, aún así votan por él porque creen, fundamentalmente, los demócratas son «el menos de los dos males». Tweedledee (D) es y siempre será el mal menor en relación a Tweedledum (R) porque él/ella tiene la letra D a continuación de su nombre.1[1]
Solo una profunda ignorancia de la historia y de sus lecciones acerca de la mecánica del cambio puede sustentar el argumento do mal menor.
El último incendio
El último momento político en que los EEUU se movieron para la izquierda fue durante los días emocionantes de los movimientos de los derechos civiles, del Black Power, contra la guerra, derechos de los gay y de liberación de las mujeres. ¿Será que estos movimientos avanzaron porque los demócratas estaban en el gobierno? Habrá sido mas fácil organizar un movimiento porque un demócrata estaba en la Casa Blanca? ¿Habrá sido un demócrata quien trajo las tropas de vuelta de Vietnam, terminó con la conscripción, redujo la edad de votar a 18 años, instaló la Agencia de Protección Ambiental, estableció el primer programa federal de acción afirmativa, y estableció la Organización de Salud y Seguridad Ocupacional? NO. Fue Richard Nixon. No es de admirar que el comediante Stephen Colbert haya llamado a Nixon «el último presidente liberal».
Solo para que nadie se confunda: Nixon no hizo estas cosas porque fuese secretamente anti-guerra, anti-racista y amante del ambiente bajo una fachada de extrema derecha, anti-comunista, racista y promotora de la guerra. La verdad es que los movimientos de protesta se volvieron demasiado poderosos para ser ignorados, rechazados o reprimidos, aunque él ciertamente intentase hacerlo. Él no tuvo más opción que hacer concesiones. Negarse a efectuar reformas habría conducido a una mayor militancia interna y abierto la posibilidad de una situación revolucionaria en los EUA. (Dada la negativa de los soldados rasos a combatir campesinos en las selvas de Vietnam a comienzos de la década de 1970, no había garantía de que disparasen sobre su propio pueblo en las calles de América). Adoptar una posición dura contra los males de la reforma y convocar a las tropas para reprimir manifestantes no funcionaría tan bien como con el Zar Nicolás II. Nixon era astuto, paranoico y manipulador, pero no era un loco.
En 1973, el Tribunal Supremo votó por la legalización del aborto en la histórica decisión Roe v. Wade, un reflejo de la fortaleza del movimiento de liberación de las mujeres. En aquel tiempo, la composición del tribunal incluía seis jueces nombrados por los republicanos. Ellos no eran meteorólogos, pero sabían de que lado soplaba el viento. Esto bastó como argumento para el Supremo Tribunal, privilegiando lo del Mal Menor.
Los burros pueden hacer lo que los elefantes no pueden
Debido al barniz liberal del partido, hay algunas cosas que los demócratas pueden hacer que los republicanos no pueden. Acabar con el Estado de providencia es un buen ejemplo.
Reagan disparó el tiro de apertura en el asalto de la derecha al Estado de providencia al mencionar una ficticia «reina de la providencia» de Chicago que utilizaba 80 seudónimos, 30 direcciones, una docena de tarjetas de la Seguridad Social y cuatro maridos muertos ficticios para robar al gobierno federal una cantidad sustancial de US$150.000. La mujer a la que se refería Reagan realmente defraudó al gobierno por US$8.000 y utilizó apenas cuatro seudónimos, pero cuando fue que los hechos alguna vez pesaron en la agenda ideológica de la derecha?
Fue Bill Clinton, un demócrata, que disparó el último tiro en este combate, finalizando lo que Reagan comenzara. En 1966 Clinton abolió el Estado de providencia y lo sustituyó con un programa de «asistencia temporaria» que establecía un límite de duración de cinco años en los beneficios y otras serias restricciones para aquellos que recibían asistencia pública, inclusive niños y niñas. Previsiblemente, un número record de niños y niñas negras cayó en la pobreza extrema durante la primera recesión después de que la ley fue aprobada y el número de americanos en «pobreza profunda» aún está creciendo.
Solo un demócrata podría haber obtenido esta gran victoria estratégica en la guerra a los pobres porque, como afirmó un responsable de Clinton, «Si Ronald Reagan fuese a hacer esto, ellos se estarían arrastrando para la Casa Blanca en silla de ruedas para protestar». Pero porque había una D al final del nombre de Clinton, no hubo niños pobres en silla de ruedas frente a la Casa Blanca, no hubo protestas. Al contrario. Hubo un lobby en los bastidores contra a ley, lo cual fracasó miserablemente y unos pocos liberales que renunciaron en la administración.
La liquidación del Estado de providencia fue un trabajo interno.
Solo al fin del segundo mandato de Clinton la oposición a su Administración imperialista y pro-corporativa comenzó a desarrollarse, aunque de forma vacilante.
Activistas que se oponían a las sanciones a Irak fustigaron a la Secretaria de Estado Madeline «Mad Bomber» Albright, el secretario de Defensa William Cohen y a su consejero de Seguridad Nacional Sandy Berger, en vivo en la televisión nacional en una reunión en Ohio State University difundida pela CNN. El acontecimiento fue organizado por la administración Clinton para crear apoyo al bombardeo a Irak en 1998 supuestamente porque el vil dictador asesino Saddam Hussein – también conocido como «el nuevo Hitler» – se negó a permitir que inspectores de armas buscasen armas de destrucción masiva inexistentes. (Hussein descubrió que agentes de la CIA se habían infiltrado en los equipos de inspecciones de armas de la ONU para recoger información que ayudaría a los EUA a asesinarlo. Previsiblemente, los sacó del país).
Al revés de la pregonada exhibición del «a- nosotros- nos- gusta-el- bombardeo» que ellos esperaban, el equipo de Clinton se deparó con activistas articulados que les presentaban cuestionamientos penetrantes: Por que los EUA no tienen problema en apoyar los genocidios turcos e israelitas pero explota contra Hussein por ser genocida? Por que estaba bien vender armas al dictador asesino de Indonesia, Suharto, pero impone sanciones genocidas a Irak que mataron a 1,5 millón de personas? Una vez denunciados como hipócritas asesinos a sangre fría, el equipo de política externa de Clinton se volvió defensivo y perdió la simpatía del auditorio. Todo fue enormemente embarazoso. (No es de admirar que Obama no quiera reuniones públicas con McCain).
El desastre de las relaciones públicas no impidió que Clinton firmase la Ley de Liberación de Irak de 1998, haciendo un «cambio de régimen» en Bagdad la política oficial dos EEUU, de esa forma abrió el camino para que su sucesor hiciera de aquella política una realidad bajo el mismo falso pretexto de las armas de destrucción masiva.
Hay que considerar que Clinton mató 1,5 millones de iraquíes, mientras que Bush mató una cantidad estimada de 1,2 millones. Por la lógica sesgada del recuento de cadáveres, Bush es el mal menor aquí. Un pensamiento que asusta.
En 1999 hubo una protesta en Seattle contra la reunión de la OMC, la cual marcó el nacimiento del movimiento por la justicia global. Hubo grandes protestas contra la bandera confederada del Sur. Un gobernador favorable a la pena de muerte fue forzado a suspender ejecuciones por una campaña de activistas. Este descontento a fuego lento se expresó en la arena electoral con el candidato del Partido Verde, Ralph Nader, quien obtuvo mayor porcentaje de electorado que cualquier candidato de izquierda desde el socialista revolucionario Eugene Debs en 1920.
¿El mal menor, una vez más?
Lo perfecto en cuanto al argumento del mal menor es que, así como el argumento acerca de la existencia o no existencia de Dios, no hay ningún medio de concebir un experimento para demostrarlo.
Nadie tiene una máquina del tiempo que pueda retrocedernos al año 2000, darle la presidencia a Al Gore, y verificar si el también habría invadido Irak después de Afganistán. Sospecho fuertemente que él habría hecho eso, toda vez que el «cambio de régimen» era la política oficial de los EUU, toda vez que la administración Clinton intentó asesinar a Hussein en 1998 como parte de aquella política, toda vez que Irak era el país mas débil en la lista americana de blancos a atacar, y más todavía con la enorme ganancia de poder geopolítico que los EUA disfrutarían al instalar bases permanentes sobre el segundo mayor proveedor de petróleo del mundo. Pero lo que haría Gore es discutible.
Análogamente, nadie tiene una máquina que nos transporte al futuro para ver que harán tanto John McCain como Barack Obama, lo cual seria el único medio definitivo para responder la cuestión de quien realmente es el mal menor. Debería decirse que, como demócrata negro, Obama tendrá un poco más de credibilidad y apoyo público si el decide bombardear Irán, iniciar el servicio militar obligatorio o acabar con la acción afirmativa del mismo modo como Clinton acabó con el Estado de providencia.
Como sea que haga Obama, los liberales lloriquearán y llorarán cuando descubran que el lobo vestido de cordero que ellos ayudaron pretende devorar todo aquello que les es más querido. Dirán entonces que se sienten burlados, angustiados, frustrados y shockeados por el foso entre la retórica de Obama en la campaña y su desempeño en la Casa Blanca.
Después de haber sonado sus narices y enjugado sus lágrimas, ellos mirarán el calendario, verán que es 2012 e dirán: «Imagine si John McCain fuese presidente – cuanto peor sería», y comenzaría todo el ciclo otra vez. Esto puede entrar en el libro Guiness de los Records Mundiales bajo «la más larga relación abusiva en marcha».
El punto aquí no es que Obama es el mal mayor, o que Obama y McCain harán exactamente las mismas cosas, o que no habrá absolutamente ninguna diferencia entre ellos. El punto es que el mal-menorismo como una estrategia progresista ha tenido éxito – éxito en hacer la política americana progresivamente cada vez mas de extrema derecha, cada vez mas «vil», digamos. Ella ha tenido éxito en rebajar las expectativas del pueblo. Y ella ayudó a colocar a Nixon a la izquierda de Clinton en la política interna.
El mal menor, aplicado a Abu Ghraib o Guantanamo, sería si un interrogador informa a un prisionero que él tiene una opción entre ser semi ahogado (water-boarded) o recibir descargas de alta tensión en los genitales. Después de la primera sesión de interrogatorio, la tensión sería aumentada y el tiempo en el water-boarding seria ampliado. El ciclo seria repetido una vez más, con tensión más alta y más tiempo. Opte otra vez, dirían al prisionero. Finalmente, el espíritu del prisionero seria quebrado y estaría en delirio y bastante desesperado para creer que un método era «menos malo» que otro. La única cosa real aquí es organizar la destrucción del presidio.
Si habrá o no cambio después de las elecciones de 2008 depende no de lo que Obama haga después de asumir, sino de lo que el pueblo haga o no haga en la línea de frente. El cambio a partir de abajo es el único cambio en el que podemos creer. Elegir el llamado mal menor solamente vuelve peores las cosas.
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[*] Miembro del consejo editorial de Traveling Soldier . Su blog es prisonerofstarvation.blogspot.com . Email: [email protected] .
Traducción: Insurrectasypunto