He acompañado las declaraciones de varios líderes latinoamericanos sobre el nuevo presidente de Estados Unidos y sólo puedo llegar a la conclusión de que estén siendo extremadamente diplomáticos y educados. Pienso que en una situación como ésta, cuando un nuevo presidente asume el cargo, debe quedar bien darle la bienvenida y hacer pronósticos de cambios, […]
He acompañado las declaraciones de varios líderes latinoamericanos sobre el nuevo presidente de Estados Unidos y sólo puedo llegar a la conclusión de que estén siendo extremadamente diplomáticos y educados. Pienso que en una situación como ésta, cuando un nuevo presidente asume el cargo, debe quedar bien darle la bienvenida y hacer pronósticos de cambios, de buen gobierno y de buenos augurios. Pero, acá con mis botones, creo que esta gente que hoy dirige países importantes como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay – que están transformándose en timón y dando pasos en dirección a otra forma de organizar la vida – deberían colocar las barbas en remojo.
Es un hecho que la elección de un hombre negro a la presidencia de Estados Unidos es un hecho histórico. Quien conoce las prácticas del Ku Klux Klan y la faceta racista del país del norte – que incluso lo llevó a una sangrienta guerra civil entre 1861 y 1865, causadora de casi un millón de muertes – sabe de la importancia de eso. Pero, ¿de qué vale ser negro y quebrar un paradigma si no se quiebra la política de éste que es uno de los partidos más antiguos del mundo, nacido de una disidencia de lo que era el Partido Demócrata-Republicano, fundado por Thomas Jefferson en 1793? ¡Eso es lo que pretendemos cuestionar!
Historia de conservadurismo
Las elecciones en Estados Unidos fueron mostradas de forma exhaustiva por la televisión. En general, los editores de los diarios más importantes de la noche derrocharon la visión de sus mentes colonizadas. Ni siquiera hablaron de los demás candidatos, como si sólo los partidos Republicano y Demócrata estuviesen participando del pleito. Pues había más gente en la carrera. Hubo dos candidatos independientes (allá es posible ser candidato sin partido), uno del Partido de la Constitución, una del Partido Socialista y una candidata del Partido Verde. Y lo más grave es que en un reportaje de la Red Globo, William Bonner divide el Congreso estadounidense entre la bancada demócrata, la bancada republicana y una pequeña parte «sin posición». Ora, los que forman el 4% no son sin posición, ellos tienen posiciones muy claras, diferentes de los partidos dominantes. Ya el día de la elección algunos periodistas llegaron a momentos apoteósicos, vibrando de placer con lo que llamaban de «régimen más democrático del mundo». Hasta ahí dale que va, son propagandistas a sueldo. Cumplen su papel. Por eso cabe a la prensa alternativa establecer una mirada crítica.
La historia del pueblo de Estados Unidos contempla un pasado glorioso. El país fue la primera colonia en este continente a libertarse y crear una nación, y todo eso fruto de movimientos y revueltas populares, como bien cuenta el historiador Howard Zinn, en su libro «La Otra Historia de Estados Unidos». Pero lo que quedó en los registros y en la memoria de las gentes fue el cuento de la bravura y del heroísmo de los Padres de la Patria», como George Washington, Benjamín Franklin, Abraham Lincoln y Thomas Jefferson. El resultado de este momento fundador de la democracia fue La destrucción bárbara de los pueblos originarios y el enriquecimiento de estos líderes. La Constitución del país, fechada en 1787, que aún hoy hace aflorar lágrimas en los ojos de los «defensores de la libertad», fue, según la comprensión del historiador Charles Beard, citado por Zinn, un documento que sirvió para atender los intereses bien demarcados de determinados grupos dominantes y que dejó fuera los anhelos de prácticamente la mitad de la población.
Pues fueron esos intereses que llevaron a la fundación del Partido Demócrata-Republicano en 1793, aglutinando a la clase dominante hasta 1836, cuando hubo una división a partir de las posiciones de Andrew Jackson, que siendo en ese entonces presidente decidió acabar con el Colegio Electoral y no acatar las decisiones del Congreso, además de permitir la invasión de los blancos en miles de hectáreas de tierras indígenas, expulsándolos lejos de sus lugares originarios. Fue en su gobierno que hubo la diáspora de la brava nación Cherokee. Con la creación del Partido Demócrata, Jackson pasó a la historia como el primer presidente de ese partido. El génesis de la división no tuvo nada que ver, por lo tanto, con divergencias ideológicas de fondo, aunque algunos analistas evalúen que el partido salió de la órbita conservadora, pasando a la liberal en el inicio del siglo XX. Pero, los hechos muestran que no es exactamente así.
Las políticas de los demócratas
El segundo presidente demócrata que tiene especial participación en la vida de los pueblos de América Latina fue Thomas Woodrow Wilson, que gobernó Estados Unidos de 1912 a 1921, atravesando la primera guerra mundial. Él juró mantener al país fuera del conflicto pero acabó justificando la entrada en la guerra con el mismo viejo mantra defendido por casi todos los presidentes intervencionistas: «es para garantizar la democracia en el mundo». Siempre fue llamado de idealista allá en su país y hasta ganó el Nobel de la Paz por su actuación en el fin de la primera guerra. Fue durante sus mandatos (tuvo dos), que diseminó la doctrina de la «libre determinación de los pueblos», un bello discurso que él mismo no cumplió en la práctica. Wilson comandó varias intervenciones militares en América Latina, invadiendo México durante el proceso de gesta histórica de su revolución popular en 1914, y después Nicaragua, Panamá, República Dominicana y Haití. Los motivos: garantizar la democracia. ¡Claro!
Después de él, otro presidente demócrata asumió un importante papel en la vida de las gentes. Fue Franklin Delano Roosvelt, que acabo enfrentando la gran crisis del 29 empleando lo que fue conocido como «new deal», una especie de nuevo pacto con reformas que, de alguna manera, estabilizaron el sistema para la protección del mismo. Su programa protegía a los grandes dueños de la tierra y el empresariado, pero también ofrecía suficiente ayuda a los empobrecidos, evitando con eso una explosión social. Fue también en su mandato que Estados Unidos vivió la segunda guerra, considerada una de las más populares en aquel país, una vez que más de 18 millones de soldados fueron movilizados y gran parte de la población contribuyó con la compra de bonos. Se recalentó la economía y la crisis fue superada. Fue Roosevelt que, junto con Churchil y Satlin, firmó el tratado de Yalta, que en la práctica dividió al mundo entre socialista y capitalista, estableciendo zonas intocables de influencia, la famosa Guerra Fría. Fue durante su gobierno que firmó una especie de decreto (Orden Ejecutiva) que otorgaba al ejército estadounidense el derecho de prender sin orden judicial o acusación formal a todo y cualquier japonés que viviese en la costa oeste del país. En total fueron confinados en campos de concentración, dentro de Estados Unidos, más de cien mil hombres, mujeres y niños, siendo que tres cuartos de esta gente era nacida en el país.
Roosevelt muere en 1945 y asume en su lugar el también demócrata Harry Truman, este responsable por el mayor crimen de guerra ya perpetrado: la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, que mató a más de 200 mil civiles, en un momento en que Japón ya estaba prácticamente rendido. Fue aún en su gobierno que fue creada la CIA, agencia de inteligencia responsable por prácticamente todos los golpes contra la democracia en los países de América Latina.
Es de este demócrata la también famosa «doctrina Truman», que en la práctica significaba la auto-otorgación del derecho de intervenir en cualquier país que osase caminar por la vía socialista. Con ese aval Estados Unidos invadió Corea, Irán, Vietnam y Guatemala y metieron su cuchara en otros tantos países de nuestra América, financiando grupos anticomunistas. Creó además, el Plan Marshall, que buscaba enviar dinero a los países, comprando la consciencia de los gobernantes para que no se adhirieran al socialismo. Fue el inicio del proceso de actuación de los maltrechos «asesinos económicos», denunciados por John Perkins, que así actuó durante parte de su vida. En aquel período Estados Unidos invadió Yugoslavia y Grecia, en nombre de la democracia.
Otro momento crucial de la vida estadounidense fue vivido en este gobierno demócrata. La Institución del Comité de Investigaciones de las Actividades Antiamericanas, comandado por el Senador Joseph MacCarthy, una especie de caza de brujas que prendía y destruía a cualquiera que fuese acusado de tener ideas comunistas. Fueron los años dorados del imperio, pero a costa de mucho dolor, tanto de su gente, como de poblaciones de varios países del mundo.
Otro presidente demócrata con una ficha nada limpia es John Fitzgerald Kennedy, que a pesar de hasta hoy ser considerado el «novio de América», fue quien tuvo que arcar con las consecuencias de la frustrada intentona de invasión a Cuba organizada por la CIA bien al comienzo de su gobierno. También es él quien calienta el conflicto en Vietnam, lo que más tarde va a explotar como una guerra de 10 años, e invade Laos. En América Latina crea la Alianza para el Progreso, que no es otra cosa que la secuencia del Plan Marshall. Dinero a lo loco para comprar la fidelidad de las elites gobernantes de los países que Estados Unidos considera su patio trasero.
Aún en los años 60 vamos a encontrar un demócrata más en el poder, Lyndo Baines Johnson, que asume después de la muerte de Kennedy. Con él Estados Unidos asume de una vez el enfrentamiento en Vietnam, con el mismo viejo cuento de garantizar la democracia. También invade Panamá, República Dominicana y Camboya en nombre de la libertad.
Jimmy Carter es un demócrata más en el poder y fue uno de los pocos que intentó la paz. A causa de eso es considerado por algunos analistas como «el más débil presidente de América». Intentó mediar acuerdos entre Israel y Palestina y logró la paz entre Egipto e Israel. También fue él que firmo, con Omar Torrijos, un tratado que devolvía el canal de Panamá al pueblo de aquel país, y buscó una política de distensión con los países comunistas. Firmó tratados con China, buscó reducir las armas nucleares e intentó aproximaciones con Fidel Castro. Aún así, enfrentó gran tensión con el secuestro de estadounidenses en Irán y fue en su gobierno que logró grandes volúmenes de recursos para el presupuesto militar. Fue con Carter que se inició en América Latina el proceso de apertura, una vez que casi todos los países vivían dictaduras militares duramente impuestas por Estados Unidos. De cualquier manera, Carter no es visto como un buen ejemplo allá adentro y, según sus adversarios, fue «muy suave» durante la revolución iraní además de «permitir», sin crear una guerra, la ocupación de Afganistán por la Unión Soviética.
El más reciente demócrata en el poder fue William «Bill» Jefferson Clinton, que gobernó durante dos mandatos, entre 1993 y 2001. Visto como simpático galán, con charm y carismático gobernó agresivamente en relación a la política externa. Invadió Iraq, Haití, o Zaire, Liberia, Albania, Colombia y Afganistán. Un currículo de aquellos para un tipo tan «buenito».
Entonces, ¿qué será de Obama?
Este es un brevísimo resumen de la historia de los demócratas – que prácticamente en nada se diferencian de los republicanos – que gobiernan el país con la misma lógica del «destino manifiesto», o sea, de que hay una misión divina dada a los Estados Unidos de ser el guardián de la «democracia» mundial y que, justamente por eso, el país puede intervenir cuando le parezca. Claro que ahí hay que entender la palabra democracia con el significado de «toda y cualquier amenaza a los intereses de las grandes corporaciones», ya que raramente lo que está en juego es el interés de las personas y sí el de las empresas.
Así, las esperanzas que se depositan en el histórico presidente negro del país que es la policía del mundo deben ser relativizadas. La experiencia del demócrata Jimmy Carter, puesto en rídículo hasta hoy por no haber emprendido ninguna guerra, no es un ejemplo que a los estadounidenses les guste ver seguido. También es bueno pensar que en ese país hay establecida una crisis financiera sin precedentes y que es común al imperio zafarse de las crisis con una buen guerra. Como bien decía Roosevelt, Theodore, en 1897, en una carta a un amigo: «en estricta confidencia, yo casi que agradecería cualquier guerra, porque creo que este país necesita una». Hay que estar muy cegado por la ideología diseminada por los medios de comunicación para creer que Obama, apenas por ser negro y venir de las clases más empobrecidas, pueda dejar de seguir la naturaleza de su partido. Basta esperar y ya vamos a ver sus posiciones sobre Iraq, Palestina, Venezuela, Cuba, sólo para citar algunos. El tiempo dirá.
Traducción: Raúl Fitipaldi de América Latina Palavra Viva.
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