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La era Obama

Fuentes: La Ventana

Por asombroso que resulte, puede que todo lo vivido hasta hoy, lo que creíamos conocer, no sea sino el camino que el capitalismo tuvo que recorrer para desprenderse del colgajo feudal. A pesar de todo el horror, dolor, que podamos recordar, era simplemente un niño y es ahora que daría inicio su adultez

Es dudoso que tengamos la preparación que se necesita para entender los múltiples significados que entraña la victoria de Barak Obama en las elecciones por la Presidencia de los Estados Unidos de América, así como la hondura de las transformaciones del imaginario colectivo que semejante posibilidad implica. Que un candidato negro (y de padre kenyano) se transforme en Presidente de una nación que, hace poco más de medio siglo, todavía luchaba para extender (o cercenar) la democracia, de modo que su promesa se tornase en realidad para los grupos de raza negra de su población, es el comienzo de un cambio trascendental.

A partir de ahora, cuando lo antes impensable ha sucedido, ser negro y nacido en un hogar que mezclaba raíces rurales africanas (por parte del padre) y un ambiente de clase media norteamericana (por parte de la madre), entra a formar parte de los espacios posibles para terminar siendo figura principal dentro de la elite del poder en la nación más poderosa del mundo.

Si lo anterior significa que los vectores de entrada a dicha elite son otros que los del apellido y la fortuna familiar como respaldo, entonces asistimos a un paso -este sí, según se colige, definitivo- en los caminos de imaginar un país que corresponden a las tradiciones del Viejo Sur. En este sentido, bastará con el triunfo de Obama, con independencia de su ejecutoria luego o incluso si muriera asesinado (cosa más que posible y tenida en cuenta por los cuerpos de seguridad oficiales que lo protegen; no en vano a su lado desde mucho antes que con cualquiera otro de los candidatos), para que los imaginarios nostálgicos del Viejo Sur vean desaparecer toda pretensión de elegancia y queden relegados a la roña y a la desesperación.

Esto, que hace de Obama nuestro Presidente, adquiere matices inquietantes que todavía el entusiasmo no permite elucidar. ¿Cómo es posible tener este Presidente negro, cómo ha sido? ¿Qué tuvo que cambiar y qué promesa implícita hay en su denominación? Más allá de las palabras y la demagogia electorera, ¿qué mensaje nuevo trae este hombre, no ya en las palabras, sino en el hecho mismo de ser?

Vale la pena recordar algunos hechos, acaso el primero: el que en julio de 2004, cuando el entonces candidato John Kerry le pidió a Obama que pronunciara un discurso durante la Convención Nacional del Partido Demócrata, Obama era un político desconocido al punto de que apenas aspiraba a una senaduría por Illinois (cosa que lograría cuatro meses más tarde y con lo cual marcó historia al ser el tercer senador negro en toda la historia del país). En aquella ocasión, dijo palabras que, desde ya, apuntaban a un modo nuevo de entender la política norteña: «No hay una América liberal y una América conservadora: solo hay los Estados Unidos de América».

Cuando comenzó la carrera para la presente Presidencia, sus adversarios sacaron a colación la inexperiencia de alguien que apenas llevaba unos meses como Senador; sin embargo, perdieron de vista algo esencial: que acumulaba una importante experiencia como trabajador social en barriadas pobres de Chicago, un conocimiento del individuo común aprendido en la base y también de las maneras de movilizar y estimular. Esta capacidad de movilizar le fue reconocida por el oponente McCain quien, en su discurso de despedida a sus votantes y aceptación de la derrota elogió lo que llamó «habilidad y perseverancia» de Obama en los siguientes términos: «…inspirando las esperanzas de muchos millones de americanos que alguna vez creyeron, de manera equivocada, que para ellos había poco en juego o que tenían poca influencia en la elección del Presidente…»

Las estadísticas que empiezan a aflorar enseñan que la presente ha sido la elección más concurrida de las últimas cinco décadas, que consiguió llevar a las urnas a un sector de no-votantes tradicionales (jóvenes entre 18 y 35 años y otros que votaban por primera vez) y que el triunfo de la opción Obama fue total: con más del doble de los votos conseguidos por McCain.

Para colmo de novedad, los reportajes igual van arrojando ya datos más especializados, como aquellos que hablan del papel central que ocupó Internet dentro de la estrategia del nuevo Presidente; allí, en el medio digital, introdujo un elemento de velocidad y cambio de lenguaje, de presunta cercanía al elector, que posibilitó que reuniese más de 600 millones de dólares en donativos (casi la mitad de ellos recaudados vía Internet y esa cifra equivalente al doble que los que pudo reunir McCain) más una red de más de 700 000 voluntarios. Ahora también se dice que en su campaña participaron programadores, cuya misión fue diseñar y hacer que funcionaran más de 8 000 grupos y más de 30 000 eventos en el espacio virtual.

Como un aspecto más de interés en su propuesta está la intención de convocar a un gabinete que integrará a republicanos, como parte, según le llama al paso, de «una política no partidista en cuestiones de seguridad nacional».

En el discurso de celebración, que reunió a miles de personas en el Parque Grant de Chicago, expresó: «EE.UU. es un país donde todo es posible».

Y es cierto que algo ha cambiado en la política y, en general, la sociedad norteamericana del presente, agobiada por los embates de la crisis económica, por el drenaje a los presupuestos que implica el sostenimiento de dos guerras (Afganistán e Iraq), por el agobio del discurso guerrerista-mesiánico de Bush y su equipo, por el chantaje emocional, las políticas del miedo, el secuestro de libertades y el terrorismo mediático usado como paralizador de la protesta. Junto con el haber cruzado la barrera racial, en uno de los lugares del mundo en que menos se imaginaría, Obama se presenta a sí mismo como un restaurador, un refundador, un hombre que viene a inyectarle al capitalismo central la sangre que le permita renovarse.

Encuentro una indicación interesante en Gattaca, película de 1997, dirigida y escrita por Andrew Nichols, cuyo papel central hizo ese actor maravilloso que es Ethan Hawke. En la historia, el personaje padece de una disfuncionalidad física (enfermedad del corazón) que le impide ser reclutado para formar parte de aquellos que viajarán a la estación espacial Gattaca; lo particular del asunto es que la acción ocurre en una época donde la manipulación genética ha hecho posible ya la creación de seres perfectos, cuyas características los padres eligen antes de que los hijos nazcan. Vicent, el personaje central, en cambio fue concebido según métodos tradicionales y no solo padece de miopía, sino que los padres son avisados de que morirá a los 30 años de un ataque de taquicardia.

Si bien la historia y, sobre todo, su final son un canto a la voluntad y un mensaje enfilado a uno de los pilares básicos de la ideología hollywoodense (el modelo de héroe individual que vence obstáculos gracias a la autosuperación y voluntad), hay un momento en el cual el personaje, al pasar, describe el más importante descubrimiento sociológico que hay en la película: «Como muchos en mi situación… en los años siguientes me mudé a menudo, trabajando en lo que podía. Tengo que haber limpiado la mitad de los baños del estado. Pertenezco a una nueva clase inferior… Que ya no está más determinada por el estatus social o por el color de la piel.» Puesto que una gran cantidad de los reportes de periódico publicados insisten en que la victoria de Obama implica una amplificación radical de los límites del «sueño americano», es adecuado pensar que es ese el mensaje y verdadera identidad de la figura: el primer embate de un capitalismo nuevo, donde la funcionalidad va a ser más relevante que el origen clasista o el pasado racial. Sin más ideología que la del jugador, operativo, performativo, de la era poscomunista y posmoderno. Algo que recuerda una vieja demanda de Jean Francois Lyotard: «… reconocer a la pluralidad e intraducibilidad de los juegos de lenguaje entrelazados entre sí su autonomía y especificidad, no tratar de reducirlos unos a otros; con una regla que sería, empero, una regla general. ‘Dejadnos jugar y dejadnos jugar en paz’.» El deseo, enaltecedor cuando se trata de la historia individual de una persona (que bien pudiera ser, por ejemplo, un minusválido transformado en atleta de alto rendimiento), se complica si se le proyectara como idea en el escenario de relaciones intergrupales o entre naciones. ¿Qué va a ocurrir entre jugadores que habitan y heredan diferencias que hagan imposible el juego mismo? Diferencias que borren la presunta deportividad, y en cierto sentido ligereza de la acción, para sustituirla por un comportamiento depredador. ¿Qué va a ocurrir con los jugadores lentos para comprender e incorporarse, atrasados?

Si lo anterior es cierto, acabamos todos de asistir al nacimiento del capitalismo, pues solo ahora es cuando comienza a cumplir su promesa; dicho de otro modo, la victoria de Obama, en realidad, significa el fin del orden feudal que, si no se mantenía como estructura económica, permeaba el capitalismo con infinitos lastres culturales. Es ese el mensaje implícito en la victoria de un candidato que reivindica su birracialidad, hijo de un emigrante kenyano, sin riqueza familiar que le respalde, sino solo su talento y capacidad de maniobra dentro de los juegos que plantea el sistema. Un candidato ajeno a las maquinarias políticas tradicionales.

«Esta victoria les pertenece a ustedes. Nunca fui el más probable. Esta campaña no se forjó en los pasillos de Washington, sino con hombres que donaron cinco o diez dólares», dijo en el Parque Grant. Es, definitivamente, otra cosa y ahora, cuando se piense, por ejemplo, una reunión del G-8, va a llamar la atención la homogeneidad de las identidades que Europa trata de proyectar; dicho de otro modo, la manera en la que las presiones de la hegemonía esconden y oprimen el tipo de eclosión de la identidad que acaba de tener lugar en estas sorprendentes elecciones.

Sin embargo, puesto que hay que jugar, el cambio sucede dentro de lo mismo, e incluso, como preludio a un horizonte de renacimiento que no puede sino comportar peligros enormes para los propios EE.UU. y para el resto de la humanidad, en particular la que habita en regiones de subdesarrollo. En este sentido, por asombroso que resulte, puede que todo lo vivido hasta hoy, lo que creíamos conocer, no sea sino el camino que el capitalismo tuvo que recorrer para desprenderse del colgajo feudal. A pesar de todo el horror, dolor, que podamos recordar, era simplemente un niño y es ahora que daría inicio su adultez.

La paradoja de este mundo de la «funcionalidad» es que puede ser todavía más terrible, pero ya en una dimensión que ni siquiera tiene que ver con el particular caso de Obama, sino con el «efecto dominó» esperable tras su elección, con la reconfiguración de las máquinas políticas, con los que no sean capaces de incorporarse a la transformación: individuos, estados, regiones.

El mundo Obama, nuestro presidente, también está lleno de preguntas por descubrir.