Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de TomDispatch
El Pentágono dedica inmensas sumas de dinero a muchas cosas – y no sólo a lo que os imagináis. No se trata sólo de armas y equipamientos, ni siquiera de la investigación tecnológica y científica. No hay que olvidar, por ejemplo, el dinero que los militares invierten en conferencias para hablar de la realización de más investigación tecnológica y científica para crear más armas y equipamiento. Sólo hace poco el blog Danger Room de Wired Magazine informó que «en agosto pasado, el Ejército de EE.UU. realizó una conferencia de tres días en Portsmouth, Virginia, para analizar nuevos desarrollos en la ciencia y el armamento militares.» ¿Y cómo la bautizaron? «Seminario de Tecnología Futura Científico Loco 2008.» ¡En serio! No se puede afirmar que el Pentágono no tenga sentido del humor.
El pasado mes, con el respaldo del Fondo de Investigación de Nation Institute, el editor asociado de TomDispatch, Nick Turse, autor de «The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives,» fue a otra de las reuniones del Ejército – la 26 Conferencia Científica del Ejército. No fue su primera conferencia militar. El otoño pasado, por ejemplo, echó un buen vistazo a la conferencia «Operaciones urbanas conjuntas, 2007» de los militares para descubrir cómo planifica el Pentágono las guerras del próximo siglo en las ciudades del planeta. Esta vez, como veréis, descubrió que la ciencia del Ejército es estrafalaria de un modo muy diferente. Así que poneos cómodos, id a Florida con Turse, y consultad con los científicos locos del Ejército de EE.UU. Tom
El choque del futuro en la Conferencia Científica del Ejército de EE.UU.
Eco-explosivos, un ‘oso’ sangrante, y el súper soldado vestido por Armani
Nick Turse
Sobre el papel, cada sesión, parecía ser de puro oro: Tecnología y el combatiente. Neurociencia y sus aplicaciones potenciales. Tecnologías Letales. Sistemas autónomos/teledirigidos. (¡Robots!)
Pero cuando llegué al hotel de lujo en el asoleado Orlando, Florida, para la 26 Conferencia Científica del Ejército, todo lo que potencialmente parecía brillar, no estaba por ninguna parte – excepto, tal vez, en las telas de los uniformes militares más improbables.
Esperaba oír hablar de nefastas nuevas tecnologías. Ver las máquinas asesinas del futuro en una deslumbrante sala de exposición. Saber algo sobre los planes secretos del Ejército para las próximas décadas. Ser amedrentado – o disgustado – por un vistazo a los próximos 50 años de beligerancia.
Sin embargo, tropecé con algo que más parecía una conferencia académica anodina, y una exposición de riqueza de fin de semana, combinada con una sala de exposición cuyo contenido no podría haber rivalizado con el de una feria automovilística regional. Me fui sabiendo menos sobre el próximo medio siglo de tecnologías letales que en los últimos de ocupaciones interminables de países extranjeros, en las que nunca vencen.
Si no sabíais que el Ejército realizó su conferencia científica el mes pasado – mucho menos aún que han tenido lugar cada dos años desde 1957 – no es vuestra culpa. Sólo unos pocos periodistas estaban presentes, en su mayoría de pequeñas publicaciones de la industria de la defensa.
Oficialmente, según su propio folleto publicitario, la conferencia se proponía «promover y comunicar estratégicamente que el Ejército es una fuerza de alta tecnología, capacitar al público para comprender lo que la comunidad de S&T (ciencia y tecnología) del Ejército hace para apoyar al Soldado, y capacitar a los asistentes a la conferencia a apreciar mejor el potencial que tienen las tecnologías emergentes para proveer capacidades destructivas a nuestros Soldados en el futuro.»
En realidad, fue un entretenimiento para personal civil del Ejército, soldados alistados y oficiales, junto con investigadores académicos de las mejores universidades, representantes de contratistas de la defensa, un puñado de militares extranjeros de todo el globo y, por un día, de unos 100 niños de escuela primaria. Fue una posibilidad para que los cerca de mil participantes chismearan y bebieran, compararan notas, e intercambiaran tarjetas de visita.
No me malinterpreten. Las fuerzas armadas hacen un trabajo científico impactante y, no es sorprendente que una parte de la investigación científica presentada haya sido verdaderamente alucinante. ¿Quién sabía que es teóricamente posible hacer crecer una batería – para una linterna o un camión – tal como una almeja hace crecer una concha? ¿O que las memorias de los ratones pueden ser borradas selectivamente? Pero demasiado a menudo las conferencias y los paneles fueron soporíferos, dejando mucho tiempo para intervalos agasajados, la ingestión de bebidas demasiado caras, y la posibilidad de vagar por corredores repletos de la versión militar/científica de esos afiches que se ven invariablemente en exposiciones científicas de escuelas secundarias, incluyendo el que debiera haber ganado todos los premios por pura indescifrabilidad:
«Tratamiento de osteomielitis con partículas de hidroxiapatita de tamaño de nanómetro como vehículo de entrega de ciprofloxacina-bifosfonato conyugado: nuevos derivados de fluoroquinolona-bifosfonato muestran una afinidad vinculante similar a la hidroxiapatita y actividad antibacterial mejorada contra patógenos resistentes a las drogas.»
Y estaba la sala de exposición:
Una cabeza separada del cuerpo, una cobra y un BEAR [oso] sangrando
Con un presupuesto militar que se acerca a un billón de dólares, se pensaría que por lo menos entusiasmaran los objetos expuestos. ¡Qué va! En la entrada al «Salón de baile Coquina» no había un tanque espacial futurista, sino un viejo Cougar canadiense – un clásico vehículo blindado de aplicación general de 1970 prestado al Ejército de EE.UU. por sus vecinos del norte a para propósitos de investigación. La primera vez que pasé por delante, iba a un pre-estreno sólo para la prensa de la última innovación producida por el Instituto para Tecnologías Creativas – un centro fundado y financiado por el Ejército, establecido en 1999 en la Universidad de California del Sur «para crear una cooperación entre la industria del entretenimiento, el ejército y el mundo académico con el objetivo de crear experiencias sintéticas tan convincentes que los participantes reaccionen como si fueran reales.»
Lo único menos impresionante que el cuerpo de prensa presente ese día (dos periodistas de la «defensa» ligeramente desgreñados y yo) fue lo desvelado en sí: una proyección interactiva de 360 grados, holográfica en tres dimensiones. Seguro, suena impresionante, pero si, ya en 1977, se vio el falso holograma de la Princesa Leia en «La guerra de las galaxias», ya estás, en tu imaginación, a años luz más allá de lo que los militares han producido. De hecho, si viste a la periodista de CNN, Jessica Yellin, por holograma desde Chicago en el estudio de Wolf Blitzer la noche de la elección (y si fueras yo), te habrías preguntado si no hubiera sido mejor visitar la última Conferencia Científica de Noticias por Cable en lugar de ésta.
Básicamente, lo que vi fue a un hombre sentado detrás de una cortina mientras su cabeza era proyectada sobre un pedazo cercano de metal pulido que giraba rápidamente. En otras palabras, una cabeza en blanco y negro, tridimensional, sin cuerpo, sacada directamente de alguna amanerada película de ciencia ficción de los años cincuenta, nos «habló» a través de un micrófono y un equipo de altoparlantes perfectamente ordinario. Cuando sea perfeccionada, afirmó ICT, la tecnología será utilizada para comunicación visual en tres dimensiones, ya que los gestos en tres dimensiones son considerados vastamente superiores a la variante en dos dimensiones en o fuera del campo de batalla.
Me fui convencido de que Dick Tracy lo habría hecho mucho mejor. La única ventaja del actual sistema del Ejército es que sería bastante más barato reproducirlo – ahora que saben cómo hacerlo – ya que usa componentes de relativamente baja tecnología, de fácil consecución (aunque tuneados). Lo que no es claro, para comenzar, es por qué tenía que hacerlo.
Pero la esperanza es lo último que se pierde… así que partí hacia la cercana exposición de robots donde un vendedor entusiasta pregonaba de un modo algo defensivo un próximo modelo para el campo de batalla: «No es el T-1000 pero estamos empeñados en lograrlo.» Se refería, claro está, al último modelo adaptable de Terminator que trató de eliminar a Arnold Schwarzenegger (alias modelo T-101) en Terminator 2.
El escaso público se quedó claramente menos que impresionado, ya que su robot carecía de cualquier cosa que se pareciera a una estructura de metal líquido o siquiera de un físico de androide Schwarzeneggeriano. Era, en realidad, un pequeño vehículo con orugas que se parecía a un coche de juguete ligeramente aumentado, aunque notablemente más lento, controlado por radio. Ciertamente parecía listo para el campo de batalla – en el piso del cuarto de juegos de mi infancia, donde podría haber enfrentado a mi tanque de juguete Big Trak futurista Milton Bradley – programable.
Otro ‘bot cercano era BEAR [oso] – el Robot de Ayuda a la Extracción en el Campo de Batalla – un autómata de 1,2 metros de alto con orugas de tanque que debe servir para rescates. Su mérito parece ser que puede crecer a 1,8 metros, sus orugas se convierten en piernas, y camina. Por cierto, con su rudimentaria cabeza de osito de peluche, es probablemente que mataría de risa por igual a amigos y enemigos en un Battlescape futurista.
Había leído durante años sobre BEAR, pero nunca lo había visto en persona (por decir así). No sólo era notablemente reacio, sino tenía una decepcionante falta de parecido con su presentación en el sitio en Internet de su fabricante, Vecna Robotics. Uno de los pregoneros pasó mucho tiempo pateando objetos muy específicos hasta una posición muy específica para que BEAR lograra levantarlos – lo que no es exactamente una probabilidad en el campo de batalla – mientras otro hacía un perorata contrita explicando los muchos defectos del robot, incluyendo la poca duración de su batería. «Obviamente, esto no podría suceder en un campo de batalla,» dijo. Poco después, un líquido rojo comenzó a acumularse en el suelo detrás del BEAR. «También sangra como un humano,» observó un espectador mientras el robot sufría una hemorragia de líquido hidráulico.
Amarrado a un simulador de helicóptero artillado Cobra, en realidad la cabina de pilotaje de un viejo helicóptero mejor conocido por su servicio en Vietnam – me sentía yo mismo como un BEAR averiado. Me aseguraron que los pilotos pueden aprender el sistema en 10 minutos y, por cierto, la mujer que tenían maniatada cuando yo llegué, la autoproclamada «peor jugadora de vídeo juegos del mundo» – acababa de cumplir una tarea aceptable de hacer «volar» el Cobra y de destruir tres vehículos enemigos en su pantalla de vídeo-juego de sorprendente baja tecnología. Poniéndome un chaleco de vuelo conectado por cable que hace vibrar tu cuerpo cada vez que tu helicóptero va a la deriva, me senté ante los controles. Mi cerebro inferior, me aseguró el diseñador, se haría cargo y yo navegaría intuitivamente.
¡Ni modo! Un «viento virtual» hizo que el helicóptero se fuera al garete, y disparé lejísimo del tanque enemigo y del lanzador móvil de misiles, incluso con el radio de explosión más generoso que se pueda imaginar; luego tampoco di en el helicóptero enemigo, que precisamente se iba cuando lancé un segundo cohete que estalló lejos pero que de alguna manera hizo que no dejara de estallar en una bola de fuego. Mi rendimiento fue demasiado patético, ya que el simulador me pareció ultramoderno – de cerca de 1997. Apocado por el aparato desbaratado con gráficos de una calidad como Nintendo 64, me fui a pasear.
En la noche de apertura, me vi caminando detrás de una generala francesa que parecía omnipresente en la conferencia, que siempre llevaba a remolque a su edecán. Tomaba vino tinto (el edecán, una cerveza) y su camino por el mar de trajes corporativos, profesores pagados por el gobierno, y militares hombres y mujeres que aprovechaban su buffet de una sola noche, consumiendo pasta, cerdo y pavo, parecía apenas menos desorientado que el mío.
A pesar de ello, seguí adelante, más allá de un gigantesco orbe que parecía un globo climatológico desafiado por la gravitación – en realidad, un sistema satelital portátil DSCT o Terminal de Comunicación Satelital Desplegable – hasta que tropecé con el «Guerrero de la Fuerza Futura,» acompañado por Jean-Louis («Dutch») DeGay, veterano del Ejército que sirve como especialista de equipamiento para civiles en el Centro Natick de Investigación, Desarrollo y Diseño del Soldado del Ejército de EE.UU.
El súper-soldado vestido por Armani
A comienzos de la década, el Ejército comenzó a promover la idea del «Guerrero de la Fuerza Futura» – conocido entonces como el «Guerrero de Fuerza Objetiva.» Era pregonado como un robo-traje con ordenadores a bordo, blindaje avanzado, y sistemas integrados de armas que, al ser introducido cerca de 2020, revolucionaría la guerra en tierra. El traje de negro azabache iba a transformar a todo soldado en un ciborg avanzado vestido de un exoesqueleto. EE.UU. tendría instantáneamente un ejército de Darth Vader de alto rendimiento, no vulgares soldados patéticamente humanos pateando el suelo.
Ahora, la fecha para presentar el traje del súper-soldado ha sido postergada hasta 2030, mientras el viejo estereotipo, después de tantas presentaciones, comienza a mostrar su edad. Y ni siquiera es negro. El traje algo destartalado de color marrón era una mezcla de brillante tejido ajustado moteado de oro y piezas de blindaje plástico – con un casco como de motocross que encapsula toda la cabeza y oculta la cara tras un visor. Lo hubieran expulsado por lo ridículo de la convención de ciencia ficción más cercana.
A pesar de todo, eso no impidió que el Ejército, una vez más, presentara formalmente al Guerrero de la Fuerza Futura durante una discusión de panel por la tarde, y ensalzara el proyecto como un gran salto adelante, un «concepto de F-16 sobre piernas.» En un corredor detrás de la escena, el personaje disfrazado esperaba su momento para salir frente al público. Desde lejos, podrá haber parecido casi listo para enfrentar a extraterrestres como salido del Master Chief de los vídeo-juegos Halo pero, de cerca, sufría de un caso desagradable de adhesión estática, y necesitaba un acompañante para que ayudara a impedir que el tejido elástico, brillantoso, se arrebujara en sus tobillos.
«Nadie va que a querer tomar tu foto si no tienes el casco puesto,» dijo DeGay al solitario personaje disfrazado del Ejército cuando una mujer se le acercó con una cámara digital. El pobre primer sargento dentro del traje hizo muecas. Ya había sufrido todo el día – la gente le preguntaba constantemente si el traje es demasiado caliente (¡sí, lo es!) o incómodo (¡sí, lo es!). «Me encanta que todos pregunten eso. Todos se lo preguntan o le pegan. Siempre pasan esas dos cosas,» dijo DeGay riéndose. «Estuviste de pie 20 minutos y alguien te pegó y fue una mujer.»
El súper-soldado cumplió y se puso el casco para la foto. «He recibido muchos pedidos,» dijo DeGay. «¿Está disponible para fiestas, graduaciones, bar mitzvahs?» Un asistente ligeramente borracho comenzó repentinamente a tomarle el pelo al súper-soldado. «¿Qué piensas de la camisa brillante? ¿Te hace sentir de pelo en pecho?»
DeGay rápidamente se interpuso diciendo que el tejido reluciente del traje tiene una historia absurda. «Estábamos tratando de encontrar reemplazos. Hicimos una búsqueda de tejidos y llegamos a descubrir que es de Armani. Quedaban sólo cuatro metros. Cuesta unos 320 dólares el metro… Es en realidad el resto de un rollo de Armani y tomamos los últimos cinco metros que existen. Y porque es Armani, lo calentamos y lo teñimos y cambiamos los colores. Es como hacer un montón de caca sobre el capó de un Ferrari.»
Una vez tomada la foto, el accesorio viviente vestido de plástico del Ejército cambió de postura y se sacó el casco, mientras DeGay agregaba una última pulla. «Por lo menos,» dijo al sargento, «puedes decir que por una vez en tu carrera en el Ejército te pusiste un Armani.»
Poniéndose verdes
No es nada bonito lo que los explosivos pueden hacer a una cuerpo humano. Después de todo, pueden convertir lo que era un pie en un tobillo que termina en un trozo antinatural de carne, o a lo que era un ojo en un guiño perpetuo e inútil. Cuando uno ha visto todo eso demasiado de cerca, es difícil no sacudir la cabeza cuando al oír hablar por primera vez de explosivos verdes, pero eso es lo que está desarrollando el Ejército de EE.UU.
No me malentiendan. En un cierto punto, el trabajo tiene un cierto mérito. Aunque cada vez más gente sabe de los efectos destructores para la salud de proyectiles de uranio empobrecido (UE) utilizados regularmente por las fuerzas armadas de EE.UU. en sus guerras, hay muchos otros tipos de municiones cuyos componentes químicos, aparte de su propósito destructor, son peligrosos para la salud humana y el entorno. Típico es el HDX (Hexahidro-1, 3, 5- trinitro-1, 3, 5-triazina).
La doctora Betsy Rice, una científica que ha trabajado para el Ejército durante unos 20 años, explicó en un tono nasal: «Estamos encargados de tratar de encontrar reemplazos para RDX, un explosivo convencional que es ampliamente utilizado. RDX es una neurotoxina y es un importante contaminante de campos de entrenamiento, así que existe una gran necesidad de reemplazarlo por algo – una alternativa conciliable con el medio ambiente.» Y con ese fin, el Laboratorio de Investigación del Ejército de EE.UU. en el cual ella es investigadora química en el Directorio de Investigación de Armas y Materiales, se esfuerza por crear el «producto explosivo más conciliable con el medio ambiente conocido por el hombre.»
El posible explosivo verde, poli-nitrógeno, es actualmente demasiado inestable para ser utilizado, pero su laboratorio trabaja duro por resolver ese problema. Si uno quiere llamarlo por ese nombre. Rice no lo hace. Para ella, es «un proyecto realmente divertido.» ¡Divertido y verde! Es como si el proyecto del poli-nitrógeno fuera a proveer energía limpia y barata, en lugar de mutilar y matar gente de una manera ecológica. Pero nadie pareció pestañear y la conferencia siguió adelante.
Lo máximo: No podemos con al Qaeda
Durante los cuatro días de la Conferencia Científica del Ejército, hubo dos elefantes en evidencia – ¿o eran gorilas de 400 kilos? – en cada sala, corredor y área de uso común: las guerras en Iraq y Afganistán. La gente hablaba regularmente de las dos guerras sin encarar significativamente su impacto en términos de ciencia y tecnología, para no hablar de temas más importantes.
Después de la ‘oleada’, fue ciertamente más fácil que los participantes discutieran el más joven de los dos conflictos de los que muchos parecían orgullosos, incluso a pesar de que la presente ocupación, desastrosa desde el punto de vista financiero, ha causado la muerte de muchísimos iraquíes. Fue, después de todo, aproximadamente lo más parecido a un éxito al que han podido llegar realmente las fuerzas armadas de máxima tecnología del planeta. La guerra de Afganistán, previamente exitosa, y que ahora arrasa en su octavo año, fue mucho más digna de un sobresalto, a pesar de que obviamente los participantes prefirieron verla como un futuro desafío – y, claro está, un campo de ensayo para la ciencia y tecnología del Ejército – no como una catástrofe de larga duración.
Pero, al llegar a su fin una mesa redonda, uno de los hombres alistados de más alto rango en el Ejército, un veterano muy condecorado de la Guerra Global Contra el Terror, hizo una admisión sorprendente. Hablaba del típico soldado de EE.UU., con mayor blindaje, cargado de armas y su mochila, que sube y baja ahora mismo las montañas de Afganistán.» Como señaló, ese milico no podía llevar una pieza más de equipo. «Tampoco hay un soldado,» continuó en un estallido de sinceridad, «que, en su configuración actual, pueda con al-Qaeda porque perseguimos a tipos armados con AK-47 y que usan zapatillas de lona.»
Le pregunté después si tiene sentido gastar casi 20.000 dólares, el precio promedio para equipar a un soldado que no puede con los insurgentes a los que supuestamente debe rastrear. Hay alguien que haya considerado, pregunté, que se vuelva a los 1.900 dólares que costaba equipar a un milico menos entorpecido en la era de la Guerra de Vietnam que, seguramente, podría mantenerse mejor a la par con los guerrilleros de hoy en día.
Como aprendí en esa conferencia, sin embargo, preguntas como esa no llevan a ninguna parte. En su lugar, mi interlocutor echó rápidamente marcha atrás, declarando que, en Afganistán, «lo estamos logrando.» Un colega del mismo rango, y también veterano de la GCET, interrumpió rápidamente, señalando que el actual blindaje corporal ha salvado muchas vidas. En cuanto a los insurgentes actuales, dijo: «Sí, no puedo correr por las montañas con ellos, pero igual los voy a atrapar – con el tiempo.»
La lección general parecía ser que la actual tecnología del Ejército ha hecho que las guerras estadounidenses sean factibles, pero interminables. El pesado blindaje corporal ayuda a mantener las muertes en combate de EE.UU. a un nivel aceptable por el público estadounidense; pero, por cierto, ese mismo equipo voluminoso ayuda a asegurar que los veloces insurgentes, que ya conocen bien el terreno, vivan para volver a combatir. Y, ya que es poco probable que puedan capturar al enemigo a pie, los soldados de EE.UU. dependen cada vez más de ataques aéreos o de artillería que probablemente matarán a civiles en Afganistán rural y así reclutarán a más insurgentes. El escenario sugerido es el que ya está en operación: un ciclo interminable de fallos estadounidenses y de matanzas posibilitadas, implementadas y exacerbadas en el extranjero por las recientes innovaciones tecnológicas.
En el papel, los progresos en la investigación científica y tecnológica del Ejército trataban de sonar temibles y a parecer impresionantes. En la práctica, como mostró la 26 Conferencia Científica del Ejército, ver es creer. Había esperado que todo fuera grande, perverso y belicoso; lo que encontré correspondía más a lo que ya sabemos sobre las realidades de un Pentágono sobre-inflado, sobre-estresado, sobre-tensionado. Mientras folletos y programas satinados están decorados con imágenes del Guerrero de la Fuerza Futura vestido de negro, robots del Ejército, y deslumbradoras imágenes de la pantalla de simuladores parecidos a vídeo-juegos, esos lujosos gráficos no pueden ocultar las desilusionadoras realidades y el aire de desesperación que acechaba por debajo de la superficie de la conferencia.
Así que me fui de Orlando con más preguntas que respuestas respecto al futuro del Ejército de EE.UU.
¿Hay alguna posibilidad de que la holografía revolucione realmente las comunicaciones del Ejército suficientemente rápido como para que importe? ¿O es sólo un área en la que los contribuyentes financian proyectos científicos innecesariamente militarizados?
¿Se realizará relativamente pronto el sueño ligeramente absurdo de un explosivo seguro para el entorno? ¿Consistirá el futuro del Ejército de batallones de Terminator armados, como muchos temen, o costará una fortuna la próxima generación de robots y se desangrará como BEAR?
¿Qué nos dice sobre el Ejército de EE.UU. el que su prototipo de futuro súper-soldado modele alta moda de un deslumbrante y costoso modisto extranjero?
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Nick Turse es editor asociado y director de investigación de Tomdispatch.com. Ha escrito para Los Angeles Times, San Francisco Chronicle, Adbusters, the Nation, y regularmente para Tomdispatch.com. Su primer libro: «The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives,» una exploración del nuevo complejo militar-corporativo en EE.UU., fue recientemente publicado por Metropolitan Books. Su sitio en la red es: Nick Turse.com
[El Fondo de Investigación del Nation Institute dio apoyo para la investigación de este artículo]
Copyright 2009 Nick Turse
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