Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Desde que se hizo cargo de su puesto, el presidente Barack Obama ha prometido cambios arrolladores en tres aspectos del manejo del gobierno: transparencia, mantenimiento del orden y manejo de los dineros públicos de EE.UU. Sus numerosas declaraciones que hablan de que se haga rendir cuentas ante la ley a todos los individuos han sido alentadoras para un público cansado de que el mantenimiento del orden signifique eternamente que se persiga al crimen callejero, pero nunca al crimen de la elite.
También llamó a que las agencias del gobierno cumplan con la Ley de Libertad de la Información (FOIA) en un mandato de la Casa Blanca a favor de la transparencia. Obama juró que todo futuro rescate de instituciones financieras e industrias evitará la canalización secreta de fondos públicos a infladas bonificaciones en Wall Street, giras de ejecutivos y jets privados.
¿Pero tiene Obama la intención de ajustarse él mismo a esas reglas? Probablemente no. Toda la fachada de Obama se derrumbó momentáneamente bajo una sola pregunta mordaz: «¿Sabe de algún país en Oriente Próximo que tenga armas nucleares?» – lanzada por la veterana periodista Helen Thomas durante la primera conferencia de prensa vespertina del presidente el 9 de febrero de 2009. Obama evitó la sustancia de la pregunta:
«Respecto a armas nucleares, no quiero especular. Lo que sé es lo siguiente: que si vemos una carrera de armas nucleares en una región tan volátil como Oriente Próximo, todos estarán en peligro. Y uno de mis objetivos es impedir en general la proliferación nuclear. Pienso que es importante que EE.UU. de común acuerdo con Rusia marque la pauta en esto, y lo he mencionado en conversaciones con el presidente ruso, señor Medvedev, para hacerle saber que es importante que reiniciemos las conversaciones sobre cómo podemos comenzar a reducir nuestros arsenales nucleares de un modo efectivo, para que entonces estemos condiciones de ir a otros países para que podamos volver a tejer los tratados de no proliferación que francamente han sido debilitados durante los últimos años.»
La evasión inherente en la respuesta de Obama junto con acciones ya emprendidas revelan el verdadero marco del nuevo gobierno para su política en Oriente Próximo: engaño, desperdicio e ilegalidad.
Por suerte, los estadounidenses no necesitan que Barack Obama «especule» respecto a lo que el ex presidente Jimmy Carter ya confirmó el 25 de mayo de 2008: Israel posee un arsenal de por lo menos 150 armas nucleares. ¿Por qué sale Obama tan temprano con la desacreditada política de «ambigüedad estratégica» – en la cual responsables israelíes y estadounidenses se niegan a confirman o desmentir oficialmente la existencia de armas nucleares israelíes? Por un solo motivo: para violar la ley. La Enmienda
Symington de 1976 prohíbe la ayuda externa de EE.UU. a cualquier país que se descubra que trafica en equipo o tecnología de enriquecimiento nuclear fuera de las salvaguardas internacionales.
Israel nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Si los presidentes de EE.UU. cumplieran la Enmienda Symington, no entregarían paquetes anuales de ayuda a Israel por miles de millones de dólares. Los presidentes hacen creer que las armas nucleares israelíes no existen para que el Congreso pueda seguir amontonando en Israel la parte del león del presupuesto de ayuda externa de EE.UU. Pero esa endeble ficción se acabó. Desde la revelación de Carter, medios informativos como Reuters hablan abiertamente de que las armas nucleares de Israel significan que no se califica para recibir ayuda de EE.UU.
Pero como Harry Markopolos fastidió incesantemente a la SEC sobre el timo Ponzi de Bernie Madoff, los llamados del cuarto poder y de los activistas nucleares para que se acate la ley siguen siendo rechazados por agencias gubernamentales. La negativa de solicitudes según la Ley de Libertad de la Información (FOIA) sobre armas nucleares israelíes ha sido siempre una táctica integral para preservar ese desvencijado ardid.
El Archivo Nacional de Seguridad en la Universidad George Washington se ha dedicado obstinadamente a obtener la publicación de archivos clave de la CIA sobre los programas de armas nucleares de Israel bajo la FOIA. El Archivo ha obtenido hasta ahora «sólo una pequeña fracción de un gran conjunto de documentos… que siguen estando clasificados.» Mantener bajo llave todo tipo de información incriminatoria fue una prioridad especial bajo el gobierno de George W. Bush, cuya política respecto a la FOIA fue encontrar motivos para no publicar documentos.
Mientras Obama echa marcha atrás respecto a la transparencia – como debe hacerlo si se compromete plenamente con la política de «ambigüedad estratégica» – los investigadores tendrán que esperar por lo menos ocho años más documentos que ya debieran hacer sido hechos públicos hace tiempo. Podría ser algo muy peligroso.
El que se pongan sobre la mesa documentos desclasificados sobre las capacidades nucleares de Israel como parte de las relaciones diplomáticas y académicas entre EE.UU. e Irán y otros países de la región, es la única forma de prepararse para negociaciones de buena fe. Irán es firmante del TNP y permite la inspección pública de sus instalaciones nucleares civiles, aunque muchos insisten obstinadamente, sin tener evidencia concreta, en que Irán está desarrollando armas nucleares. Los responsables políticos de EE.UU. seguirán teniendo dificultades para convencer al público y a sus aliados de que se necesitan enfoques nuevos, más duros, contra Irán si EE.UU. sigue evitando la discusión de las armas nucleares israelíes.
Negociadores regionales y estadounidenses deben ser armados con suficientes hechos para encarar si la beligerancia militar de Israel, combinada con un arsenal nuclear, lleva a otros a buscar disuasivos nucleares. Obama parece estarse comprometiendo con la hegemonía nuclear regional de Israel en lugar de encararla como impulso para la proliferación. Si esto parece ir demasiado lejos, hay que considerar que Obama ya ha vuelto a autorizar un silencioso bloqueo de Irán iniciado bajo el gobierno de Bush.
George W. Bush respondió a la presión del lobby de Israel para atacar a Irán al crear por orden ejecutiva en 2004 una nueva unidad en el Departamento del Tesoro de EE.UU. La secreta Oficina de Inteligencia Terrorista y Financiera (TFI) entrega la mayor parte de sus informaciones públicas en un think tank auspiciado por AIPAC, el Instituto de Política en Oriente Próximo en Washington, e incluso contrata a los miembros del think tank para «asesorarla.» Como otras agencias durante la presidencia de Bush, TFI rechazó las solicitudes según FOIA para obtener información detallada sobre sus actividades, pero se sabe que apunta a embarques comerciales, bancos internacionales y compañías que hacen negocios con Irán.
Evidentemente, si este silencioso bloqueo comercial y financiera fuera realizado por alguna poderosa entidad extranjera contra EE.UU., los estadounidenses lo considerarían un casus belli. Pero en lugar de retrasar o clausurar la operación como preparativo para los intentos prometidos de diplomacia entre EE.UU. e Irán, el nuevo Secretario del Tesoro de Obama, Tim Geithner, anunció recientemente que Stuart Levey seguirá dirigiendo esa unidad de bloqueo financiero en el Tesoro. Ese componente de operaciones clandestinas en particular en la política de Obama para Oriente Próximo podría pronto provocar un absurdo conflicto militar con Irán, pero tal vez sea eso lo que se quiere.
La política de Obama, si es verbalizada honestamente, podría ser la siguiente: Como vuestro presidente, seguiré engañándoos respecto a las armas nucleares israelíes, para que mi gobierno pueda violar la Enmienda Symington y entregar cantidades injustificadas de dólares del dinero público a Israel. Mi gobierno negociará de mala fe con Irán mientras lo ataca subrepticiamente, a fin de preservar la hegemonía nuclear israelí en Oriente Próximo.
Para los estadounidenses, empobrecidos en su reputación y sus bolsillos por años de corrupción y decadencia del imperio de la ley, una admisión pública tan crasa sería refrescante. Pero no es un cambio en el que podamos creer.
© Copyright Grant F. Smith, antiwar.com, 2009