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¿Generaciones «taradas»?

Fuentes: Rebelión

El pasado día 20 de noviembre hemos recordado en España que el general Francisco Franco murió ese mismo día pero de 1975. Franco cerró España al exterior y mandó sobre la generación que combatió en la guerra, en primer término, y sobre los que aún eran pequeños cuando el conflicto se desarrollaba. Luego fuimos naciendo […]

El pasado día 20 de noviembre hemos recordado en España que el general Francisco Franco murió ese mismo día pero de 1975. Franco cerró España al exterior y mandó sobre la generación que combatió en la guerra, en primer término, y sobre los que aún eran pequeños cuando el conflicto se desarrollaba. Luego fuimos naciendo quienes seríamos la generación de la Transición Política desde un régimen explícitamente dictatorial de economía de mercado hasta otro implícitamente dictatorial del mismo sistema de dominio, donde la sutileza, el marketing y el relativismo, conforman los basamentos de una dictadura adornada con papel plata y celofán a la que se le llama democracia. Y en la democracia han nacido y se están desarrollando otras generaciones.

La generación que combatió -sobre todo los perdedores- vivió bajo el silencio, y me refiero, primero, a los que se quedaron en España y no tomaron el camino del exilio. Pero es que hasta los vencedores debían hablar en voz baja, sobre todo si eran disidentes dentro del régimen. Volvió la España de charanga y pandereta, sotana y sacristía, la España del miedo a la libertad, la que no dejó levantar cabeza a la España liberal e ilustrada prácticamente desde el descubrimiento y colonización de América; la España que en buena medida ha sido derrotada pero que sigue ahí, con José María Aznar, con Esperanza Aguirre, presidenta de Madrid (si hay guerra o conflicto, disparar primero, esa mujer lo haría sin dudarlo), con un sector de la Iglesia, la que llevó a Franco bajo palio y la que rezaba por él en las misas. «Te pedimos, Señor, por nuestro obispo José María y por nuestro Caudillo Francisco», oía yo de pequeño en las misas en Sevilla (José María era José María Bueno Monreal, cardenal-arzobispo de Sevilla).

La España del silencio, donde todo era bonito. Ahora todo sigue siendo bonito, lo que pasa es que unos cuantos «malos», delincuentes, políticos corruptos (unos pocos), desquiciados, subversivos, terroristas, estropean la tranquilidad de nuestras vidas. Las noticias sólo son las malas noticias, lo importante es antes que lo esencial (como decía Bourguiba), los medios de comunicación son, en su sustancia, meros perros guardianes del Poder, los políticos son los payasos de las bofetadas, con moqueta y coche oficial; y los que están arriba son mercaderes mediocres rodeados a su vez de mediocres y estos a su vez de mediocres, La mediocridad se ha impuesto.

La generación de la guerra vivió atemorizada pero feliz en apariencia; creció una clase media y apareció la Seguridad Social. El temor que tenía esa generación nos lo traspasó a la generación de la Transición, los que ya no vivimos la guerra. Nos quitamos de encima el miedo como pudimos -aunque nunca sale eso del todo, el miedo de los padres, el miedo de los educadores religiosos en los colegios…- y protagonizamos una Transición, pura maniobra lampedusiana en la que nos utilizó el Poder pero nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, con el miedo como fondo.

Ahora, todo aquello acabó pero, «donde candela hubo, algún rescoldo quedó». Nosotros, los de mi generación, fuimos creciendo y cumpliendo con el ritual biológico. Unos son fieles a sus ideales, otros los fueron cambiando por el sol que más calienta; otros, la mayoría silenciosa de la Transición, se han dejado imbuir por el miedo que proyecta esta sociedad mundializada.

Nuestros hijos están creciendo con un miedo irracional, protegidos como idiotas, consentidos; estamos educando a eternos peterpanes que no aguantan ni una embestida seria de eso que se llama vida. Y la minoría que no es así, crece solitaria en el seno de una muchedumbre solitaria, como diría David Riesman, o sea, crece en el temor porque el grupo, «la masa», los obliga a bajar. Es la sociedad cuantitativa, donde el esfuerzo personal e intransferible, sin alineamientos en círculos cercanos al PP, al PSOE o al Opus Dei, sirve de muy poco; se ha instalado un totalitarismo no escrito ni declarado en el que el librepensador tiene poco futuro y así un país no avanzará, a base de clientelismo y de vasallaje no se avanza de forma cualitativa.

El bipartidismo es una ficción ya que la mayoría de los aspectos que un partido mayoritario le echa en cara al otro es lo mismo que se puede objetar internamente en un debate de cada uno de esos partidos y por los altos jerifaltes porque, los de más abajo, si desean «progresar» en la vida, han de callar. Has de callar en el trabajo para que no te toque a ti una regulación de empleo, sobre todo si tienes más de cuarenta años. Has de callar ante los abusos cotidianos de los bancos y las grandes empresas en general porque luchar contra ellos lleva consigo disponer de dinero, de paciencia, de influencias o de los tres factores. Las leyes las hacen los que detentan el Poder, para eso lo han logrado a través del tiempo, a base de sangre, sudor y lágrimas (de ellos pero sobre todo de los demás). Los demás estamos para asentir, para sentir y para aplaudir. Podemos rebelarnos pero la burocracia, los leguleyos y el círculo de silencio, pueden devorarte o cansarte. Sólo hay altavoces para las modas correspondientes, que son eso, superficialidades, ecos, no voces.

Lo mejor es que nos dejan decir estas cosas, pero no demasiado y sin levantar mucho la voz. Nos lo dejan decir sobre todo en Internet que es lo mismo que, a la vez, decírselo a todo el mundo y a nadie, Yo soy un tonto útil, con este texto les doy fuerza porque pueden presumir de ser demócratas. Pero peor es callarse. En la apariencia de libertad está la dictadura. Es perfecto, han logrado la cuadratura del círculo. ¿Qué o quiénes nos librarán de nuestras taras? Nosotros mismos pero, ¿cómo, si tal vez estemos tarados y no podamos hacerlo? Quizás nos hallemos en la caverna de Platón y nadie pueda ni quiera ver el paisaje externo.

Ramón Reig es Director del Departamento de Periodismo II en la Universidad de Sevilla

Rebelión ha publicado este artículo con autorización del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.