Traducido para Rebelión por Caty R.
El 18 de abril de 2009, mientras se dirigía hacia México sin escalas, el vuelo Air France 438 de repente recibió la prohibición de sobrevolar el espacio aéreo de Estados Unidos «por motivos de seguridad nacional». Al no disponer de suficiente carburante para rodear Estados Unidos, tuvo que hacer una escala en el Caribe. A bordo, objeto del zafarrancho de combate, se encontraba el periodista y escritor colombiano, colaborador de Le Monde Diplomatique, Hernando Calvo Ospina.
El 19 de agosto, una desventura idéntica sobrevino en el mismo vuelo AF438, que también tuvo que desviarse de su ruta y evitar La Florida y el Golfo de México, lo que prolongó su duración cincuenta minutos. El motivo alegado esta vez fue la presencia en el aparato de Paul-Emile Dupret, jurista belga consejero del grupo Izquierda Unida Europea (GUE) en el Parlamento Europeo, militante altermundista y de los derechos humanos, que viajaba a la asamblea del Foro de Sao Paulo con una delegación parlamentaria.
Calvo Ospina y Dupret tienen en común que critican la política de Estados Unidos en América Latina, apoyan a los gobiernos progresistas de esta región y analizan severamente la gestión del presidente Álvaro Uribe en Colombia.
Sin duda, por razones similares el periodista Luis Ernesto Almario fue interceptado en Los Ángeles el 26 de noviembre. Colombiano, residente en Australia donde es, entre otras cosas, corresponsal de la radio alternativa Café Stereo, acababa de llegar a bordo de un avión de Delta Airlines y esperaba su correspondencia para Caracas, donde debía asistir a un congreso de la Asociación Bolivariana de Periodistas (Asobolpe) a la que pertenece. Detenido durante veinticuatro horas, interrogado por las autoridades de inmigración, por funcionarios del FBI y de la CIA, fue expulsado y devuelto directamente a Australia.
El 25 de diciembre, sin ningún problema, el Airbus A330 de la compañía Northewest Airlines despegó de Ámsterdam (Holanda) hacia Detroit (Michigan). Cuando iba a iniciar el aterrizaje, Umar Farouk Abdulmutallab, un nigeriano de 23 años que afirmó pertenecer a Al Qaeda, intentó activar un artefacto explosivo o incendiario. Dominado por los pasajeros, fue detenido a su llegada. El 19 de noviembre, su padre había comunicado a la embajada de Estados Unidos en Abuja su «inquietud» por la radicalización de su hijo. Esa información se transmitió al Centro Nacional Antiterrorista (NCTC, creado tras el 11-S), pero aunque el nombre de Abdulmutallab figuraba en una base de datos de la inteligencia estadounidense, no le prohibieron volar a Estados Unidos ni se consideró oportuno controlarle especialmente en los aeropuertos.
En el marco de la lucha contra el terrorismo, en Estados Unidos se gastan todos los años cientos de millones de dólares para la «seguridad» de los aeropuertos y aviones. Tal vez serían más útiles si los funcionarios del NCTC, la CIA y el FBI no dieran prioridad a la vigilancia de ciudadanos inofensivos -aunque no sean «políticamente correctos»- y a la represión de la libertad de expresión.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.