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Reflexiones sobre el levantamiento palestino que viene

Fuentes: Contretemps

Traducido para Rebelión por Caty R.

Durante las últimas semanas la cuestión palestina ha ocupado en varias ocasiones el primer plano de la escena mediática. Cuando escribimos esto dos acontecimientos materializan la atención: el mini-escándalo diplomático suscitado por el anuncio del ministerio del Interior israelí, en plena visita del presidente de Estados Unidos Joe Biden, de la construcción de 1.600 viviendas más en las colonias de Jerusalén; y la reanudación de los enfrentamientos en Jerusalén y varias ciudades de Cisjordania entre manifestantes palestinos, la mayoría muy jóvenes, y las fuerzas de seguridad israelíes.

El desajuste

Algunos se mostraron sorprendidos. ¿No se hablaba desde hacía varios meses de una «calma» propicia para la «reanudación del proceso negociado»? ¿La vuelta de las visitas de enviados europeos y estadounidenses no daba a entender que por fin se iba a reiniciar el «proceso de paz»? Los dos protagonistas (la Autoridad Palestina y el Gobierno de Israel), ¿no declararon, cada uno por su lado, que estaban dispuestos a «hacer concesiones» con el fin de «volver a la mesa de negociación»? Finalmente, ¿la población palestina no se beneficiaba de una «mejora de sus condiciones de vida», elemento favorable para un «regreso de la confianza» y de las «conversaciones dirigidas a un acuerdo global»?

Los recientes sucesos han puesto de manifiesto hasta qué punto la retórica diplomática está en desajuste flagrante con la realidad sobre el terreno y hasta qué punto las evoluciones de la situación en Israel y en los Territorios Palestinos están en total contradicción con lo que transmiten numerosos Gobiernos y medios de comunicación occidentales. Pero esto que se está produciendo en las últimas semanas no es accidental: los proyectos israelíes de colonizar Jerusalén Oriental y las manifestaciones palestinas no son deslices que vendrían a contradecir una lógica de fondo «globalmente positiva». Al contrario, estos hechos son las expresiones más visibles de las sólidas tendencias que están en marcha en Oriente Próximo.

Para entender lo que se trama en este momento en Israel y en los Territorios Ocupados es imprescindible elevarse por encima del caos de los acontecimientos y volver sobre la naturaleza profunda del conflicto que enfrenta a Israel al pueblo palestino. Obviamente no se trata de decir que «no cambia nada» y olvidarse de la realidad, sino más bien de analizar dicha actualidad situándola en la historia del conflicto con el fin de percibir lo que ésta nos revela en cuanto a las posibles evoluciones de la cuestión palestina.

La ficción del «proceso de paz»

Las palabras tienen un significado, conviene preguntarse sobre la propia idea de «proceso de paz» que vuelve como un estribillo a la actualidad de Oriente Próximo. En su acepción más corriente, el «proceso de paz israelí-palestino» se habría abierto a principios de los años 90 y se habría materializado con la firma de los Acuerdos de Oslo (1993-1994) que prometían, según numerosos comentaristas y diplomáticos «el final del conflicto israelí-palestino». Dicho «proceso de paz» se habría «interrumpido» varias veces, pero seguiría existiendo suspendido por encima de los acontecimientos a la espera de su «relanzamiento».

La realidad es muy diferente y los palestinos nos lo han recordado al menos en dos ocasiones durante los últimos 10 años. En septiembre de 2000 en primer lugar, cuando la población de Gaza y Cisjordania se levantó para expresar su cólera contra la continuación de la ocupación israelí, de la colonización y de la represión. Después en enero de 2006, cuando en las elecciones legislativas los palestinos eligieron un Parlamento ampliamente dominado por Hamás, organización política entonces abiertamente hostil al proceso negociado y que predicaba el mantenimiento de la resistencia, incluso armada, contra Israel.

¿Se habían vuelto locos los palestinos? No. Los palestinos, al contrario que los diplomáticos, viven en Palestina. Han visto duplicarse el número de colonos implantados en Cisjordania y Jerusalén entre 1993 y 2000. Han visto surgir de la tierra cientos de barreras israelíes y decenas de carreteras reservadas a los colonos que subordinan hasta el menor de sus desplazamientos al capricho de las autoridades israelíes. Han visto Jerusalén desgajada del resto de Cisjordania. Han visto la Franja de Gaza aislada del resto del mundo. Han visto, desde septiembre de 2000, una represión israelí sin precedentes, miles de casas destruidas, decenas de miles de detenciones, miles de muertos y decenas de miles de heridos. Han visto un muro que los encierra en guetos. No han visto ni paz ni procesos.

Los Acuerdos de Oslo: la misma ocupación con otros medios

    «Desde el principio se pueden identificar dos concepciones subyacentes en el proceso de Oslo. La primera es que dicho proceso puede reducir el coste de la ocupación gracias a un régimen palestino títere, con Arafat en el papel de policía jefe responsable de la seguridad de Israel. La otra es que el proceso debe desembocar en la destrucción de Arafat y la OLP. La humillación de Arafat, su capitulación cada vez más flagrante, conducirán progresivamente a la pérdida de su apoyo popular. La OLP se hundirá o sucumbirá a las luchas internas (…). Y será más fácil justificar la mayor opresión cuando el enemigo sea una organización islamista fanática» (1).

Esas líneas, escritas en febrero de 1994 por la profesora universitaria israelí Tanya Reinhart, a posteriori aparecen proféticas. Pero Tanya Reinhart no tenía nada de médium, comprendió antes que los demás de qué se trataba realmente el proceso de Oslo. Cualquiera que lea con atención los textos firmados a partir de 1993 se da cuenta perfectamente de que el asunto no tiene nada que ver con «acuerdos de paz». Las cuestiones esenciales como el futuro de Jerusalén, la suerte de los refugiados palestinos, las colonias israelíes… están ausentes de los acuerdos y se remiten a hipotéticas «negociaciones sobre el estatuto final». No hay ninguna mención a la «retirada» del ejército israelí de los Territorios Ocupados, sino únicamente a su «repliegue».

Cualesquiera que fueran las intenciones o las ilusiones de los negociadores palestinos con respecto a un hipotético «Estado palestino», la verdad de Oslo es otra: Israel, que ocupa entonces toda Palestina, se compromete a retirarse progresivamente de las mayores aglomeraciones palestinas y a confiar la gestión a una entidad administrativa concebida para la ocasión, la Autoridad Palestina (AP). La AP debe hacerse cargo de la gestión de dichas zonas y demostrar que es capaz de mantener la calma por medio, especialmente, de una «potente fuerza policial» (2). Cualquier «progreso» en el proceso negociado se subordina a los «buenos resultados» de la AP en el ámbito de la seguridad. La ocupación y la colonización continúan y la AP se encarga de mantener el orden en la sociedad palestina. El orden colonial, por lo tanto (3).

Las contradicciones de Israel y el sionismo

La lógica de los Acuerdos de Oslo no es más que una nueva actualización de un antiguo proyecto israelí conocido con el nombre de «Plan Allon». Con el nombre de aquel general laborista dicho plan, sometido al Primer Ministro israelí Levi Ehskol en julio de 1967, pretendía responder a la nueva situación creada por la guerra de junio de 1967, al final de la cual Israel había conquistado, prácticamente, toda Palestina. Ygal Allon identificó, mucho antes que los demás, las contradicciones a las que antes o después se tendrían que enfrentar Israel y el proyecto sionista y se propuso resolverlas de la manera más pragmática posible.

Cuando a finales del siglo XIX el joven movimiento sionista se fijó como objetivo el establecimiento de un Estado judío en Palestina, el 95% de los habitantes de ese territorio no eran judíos. Convencidos del que el antisemitismo europeo hacía imposible la convivencia de los judíos con las naciones europeas, los sionistas promovieron su partida hacia Palestina con el fin de convertirse en mayoritarios y poder establecer su propio Estado. El primer Congreso sionista (1897) consagra, por lo tanto, el principio de la «colonización sistemática de Palestina» en una época en la que el nacionalismo sobre una base étnica y colonialista iba viento en popa.

Fue en noviembre de 1947 cuando la ONU adoptó el principio de «partición de Palestina» entre un Estado judío (55% del territorio) y un Estado árabe (45%). Los judíos representaban entonces alrededor de un tercio de la población. Los ejércitos del nuevo Estado de Israel conquistaron militarmente numerosas regiones teóricamente atribuidas al Estado árabe: en 1949 Israel controlaba el 78% de Palestina. Con el fin de preservar el carácter judío del Estado expulsaron sistemáticamente a los no judíos: al 80% de los palestinos, es decir, 800.000 de ellos, los obligaron a exiliarse. Nunca han podido regresar a sus tierras.

La guerra de 1967 fue una «guerra de 1948 fallida». Aunque la victoria israelí es innegable e Israel consiguió el control del 100% de Palestina, en esta ocasión los palestinos no se fueron. Entonces Israel, que pretendía ser un «Estado judío y democrático», si atribuía derechos a los palestinos renunciaría al carácter judío del Estado, y si no los atribuía renunciaría a sus pretensiones democráticas. Así, Allon propuso abandonar las zonas palestinas más densamente pobladas dándoles una apariencia de autonomía pero conservando el control sobre la esencia de los territorios conquistados: algunos islotes palestinos en medio de un océano israelí.

De la guerra de las piedras a la Intifada electoral

La filosofía del Plan Allon guió a los Gobiernos israelíes durante los años 70 y 80, incluso aunque se opusieron todo lo posible en el momento en que acordaron algunos derechos para los palestinos. La primera Intifada (desencadenada a finales de 1987), levantamiento masivo y prolongado de la población de Cisjordania y Gaza, cambió la situación. A la vuelta de los años 90 la cuestión palestina era un factor de inestabilidad en Oriente Próximo, zona estratégica en la cual Estados Unidos quería afianzar su control tras la caída de la URSS. El Gobierno estadounidense obligó a Israel a negociar. El resultado fueron los Acuerdos de Oslo, que «ofrecen» a los palestinos una apariencia de autonomía en las zonas más densamente pobladas.

Isaac Rabin, a menudo presentado como «aquél por quien podría haber llegado la paz», sin embargo fue muy claro: «El Estado de Israel integrará la mayor parte de la tierra de Israel de la época del Mandato Británico junto a una entidad palestina que constituirá un hogar para la mayoría de los palestinos que viven en Cisjordania y Gaza. Queremos que esa entidad sea menos que un Estado y que administre de forma independiente la vida de los palestinos que estarán bajo su autoridad. Las fronteras del Estado de Israel (…) estarán más allá de las líneas que existían antes de la Guerra de los Seis Días. No volveremos a las líneas del 4 de junio de 1967» (4). Y yendo más lejos añadió que Israel se anexionaría la mayoría de las colonias y conservaría la soberanía sobre Jerusalén su «capital única e indivisible» y sobre el valle del Jordán.

La población palestina comprobó rápidamente que Israel no tenía la intención de renunciar a controlar prácticamente toda Palestina: se aceleró la colonización, se multiplicaron las expulsiones y los palestinos quedaron cada vez más acantonados en las zonas rodeadas por el ejército y las colonias. Mientras la situación de la población se iba degradando una minoría de privilegiados, miembros o próximos de la dirección de la nueva Autoridad Palestina, se enriquecían considerablemente y colaboraban con Israel de forma ostensible en los ámbitos de la seguridad y la economía: en septiembre de 2000 los palestinos volvieron a levantarse.

Israel aplastó la segunda Intifada y además marginó a Yasser Arafat, considerado muy reticente a firmar un acuerdo de rendición definitiva. Israel y Estados Unidos favorecieron el ascenso de Mahmud Abbas (Abu Mazen) quien participó, por ejemplo, en una cumbre con Bush y Sharon en junio de 2003, mientras Arafat estaba encerrado en Ramala. A la muerte del antiguo líder, Abu Mazen fue elegido de mala manera presidente de la Autoridad Palestina en enero de 2005 (participación bastante escasa y ningún candidato de Hamás). Abu Mazen, que necesitaba una legitimidad parlamentaria para conseguir que los palestinos aceptaran un acuerdo con Israel, organizó las elecciones legislativas de enero de 2006. La victoria de Hamás fue indiscutible: con su voto la población dejó claro su rechazo a cualquier capitulación y su voluntad de seguir luchando.

El final del paréntesis de Oslo

La victoria de Hamás puso de manifiesto el carácter totalmente irrealizable del «proyecto de Oslo» entendido como la posibilidad de arreglar la cuestión palestina por medio de la constitución de cantones administrados por un gobierno nativo que fuese a la vez conciliador con Israel, legítimo y estable. Pero la «comunidad internacional» no ha querido entender nada: boicot al gobierno de Hamás, apoyo del bloqueo israelí sobre Gaza, reconocimiento del «gobierno de emergencia» nombrado por Abu Mazen en Cisjordania… Estados Unidos y la Unión Europea siguen actuando como si un «retorno a Oslo» fuese posible y deseable.

Pero como hemos visto es precisamente el «Proceso de paz» el que desembocó en la «segunda Intifada» y en la llegada al poder de Hamás, que entonces era la única organización capaz de aglutinar al mismo tiempo el apoyo material a la población, la crítica al proceso negociado y la continuación de la resistencia frente a Israel. Algunos que hablan de un imprescindible «retorno a la situación anterior a septiembre de 2000» deberían preguntarse si no es, precisamente, «la situación anterior a septiembre de 2000» la que origino… ¡el levantamiento de septiembre de 2000!

Las tergiversaciones y gesticulaciones diplomáticas actuales en realidad traducen una constatación del fracaso. Progresivamente todos van tomando conciencia del fin del paréntesis de Oslo, y mientras algunos se empeñan ciegamente en intentar resucitar un cadáver otros buscan soluciones alternativas: desde la proclamación de un Estado palestino sin fronteras a una administración jordana de los cantones palestinos, pasando por el envío de tropas de la ONU a Gaza, las ideas se atropellan, incluidas las más fantasiosas. Este afán de «encontrar una solución» en realidad es el resultado de una comprensión, incluso parcial, de las dos lógicas que existen realmente sobre el terreno: el reforzamiento del dominio israelí sobre Cisjordania y Gaza y la nueva movilización de la población palestina. Un cóctel explosivo.

El reforzamiento del dominio israelí

Hablemos de Jerusalén en primer lugar. La atención se centra en la construcción de 1.600 nuevos alojamientos. ¿Y entonces? ¿Olvidamos a los 200.000 colonos que viven en Jerusalén y su periferia? ¿Olvidamos las decenas de expulsiones y demoliciones de casas palestinas en los últimos meses? Los 1.600 nuevos alojamientos no son un hecho aislado, sino que se inscriben en una lógica asumida desde 1967: la judaización de Jerusalén y su aislamiento del resto de los Territorios Palestinos para contrarrestar cualquier reivindicación de soberanía palestina sobre la ciudad.

A continuación hablemos de Cisjordania. Aunque el flujo de las ayudas internacionales ha permitido a la Autoridad Palestina de Ramala pagar a los funcionarios, es muy atrevido hablar de una recuperación económica real. El PIB palestino global creció en 2009, pero sigue siendo un 35% más bajo que el de 1999. Además ese aumento global disimula disparidades flagrantes: es cierto que el sector de la construcción ha crecido un 24%, pero la producción agrícola cayó el 17%…

Por otra parte no se cuestiona el control israelí sobre Cisjordania: «El aparato de control se ha vuelto cada vez más sofisticado y efectivo en cuanto a su capacidad para afectar a todos los aspectos de la vida de los palestinos (…). Dicho aparato de control incluye un sistema de permisos, de obstáculos físicos (…) las carreteras prohibidas, las prohibiciones de entrar en grandes partes de Cisjordania (…). El dispositivo ha transformado Cisjordania en un conjunto fragmentado de enclaves económicos y sociales aislados unos de otros». Lo dice el Banco Mundial en un informe de febrero de 2010 (5).

Finalmente, tras el anuncio de una «congelación temporal» de la colonización en noviembre pasado, Israel autorizó la construcción de 3.600 viviendas continuando una política con la que el año pasado el número de colonos instalados en Cisjordania aumentó un 4,9 mientras que el conjunto de la población israelí sólo creció el 1,8. Por último, pero no menos importante, el pasado 3 de marzo Netanyahu declaró que, incluso aunque se llegue a un acuerdo con los palestinos, está excluido que Israel renuncie a su control sobre el valle del Jordán…

Hablemos, también, de Gaza. Bajo el bloqueo, los habitantes de la Franja sufren una catástrofe económica y social sin precedentes. En el espacio de dos años han cerrado el 95% de las empresas y se han destruido el 98% de los empleos del sector privado. La lista de los productos prohibidos a la importación es un catálogo sin pies ni cabeza: libros, té, café, fósforos, velas, sémola, lapiceros, zapatillas, colchones, sábanas, tazas, instrumentos musicales… La prohibición de importar cemento y productos químicos impide la reconstrucción de las infraestructuras destruidas por los bombardeos de 2008-2009, bien se trate de casas o de las estaciones de depuración, con las consecuencias sanitarias que se pueden imaginar.

¿Hacia una tercera Intifada?

¿Cómo extrañarse entonces de que crezca la ira entre los palestinos? Los recientes sucesos son el resultado de numerosas iniciativas que, aunque no han tenido mucho eco mediático, revelan la existencia de una nueva movilización de la población palestina. Entre otras cosas: múltiples manifestaciones en los pueblos alrededor de Belén o Hebrón contra las extensiones de las colonias y las confiscaciones de tierras; las manifestaciones semanales en los pueblos de Nilín y Bilín contra la construcción del muro y las expropiaciones; 3.000 manifestantes en Jerusalén, el 6 de marzo, contra los proyectos de colonización y las expulsiones…

La represión contra esta nueva movilización ha dado un salto cualitativo en los últimos meses. Las manifestaciones se han dispersado sistemáticamente a golpe de gases lacrimógenos y balas de goma. El número de detenciones e incursiones israelíes ha aumentado de forma espectacular desde principios de este año. Las autoridades israelíes han decretado recientemente que los pueblos de Bilín y Nilín, símbolos de la lucha popular y no violenta, en lo sucesivo tienen el estatuto poco envidiable de «zonas militares cerradas» todos los viernes (el día de las manifestaciones), y eso durante seis meses.

¿Estamos en el principio de la tercera Intifada? Probablemente es demasiado pronto para responder a esta pregunta, pero sin embargo es evidente que se reúnen numerosas condiciones para que una vez más los palestinos protesten de forma visible y masiva contra el destino que les tienen preparado. Las divisiones actuales dentro del movimiento nacional palestino y la débil estructura política de la sociedad palestina, pulverizada por los «años de Oslo», impiden considerar un levantamiento del mismo tipo que el de 1987. Por el contrario se pueden esperar enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad palestinas de Cisjordania, supervisadas por el general estadounidense Keith Dayton, y los manifestantes.

Pero los palestinos de los Territorios Ocupados, y especialmente los más jóvenes (el 50% de la población palestina tiene menos de 15 años), no se dejarán intimidar por algunos uniformes, sean palestinos o israelíes. Y es cierto que no se conformarán con «negociaciones indirectas» que hagan la vista gorda sobre lo fundamental (la ocupación de Cisjordania, el bloqueo de Gaza, Jerusalén, las colonias, el destino de los refugiados, los presos) llevadas a cabo por un Mahmud Abbas desacreditado e inaudible. Los sucesos de los últimos días lo señalan claramente: nadie puede predecir con certeza en qué plazo, pero la población palestina volverá a hacer que se oiga su voz.

Notas:

(1) Artículo de febrero de 1994, citado en T. Reinhart, Détruire la Palestine, La Fabrique, 2002.

(2) Declaración de principios sobre los acuerdos provisionales de autogobierno (DOP), artículo 3.

(3) Para un análisis más detallado de los Acuerdos de Oslo se pueden remitir a mi artículo «Retoru sur… Les Accords d’Oslo», en mi blog.

(4) «Addres to the Knesset by Prime Minister Rabin on the Israel-Palestinian Interim Agreement», 5 de octubre de 1995, disponible (en inglés), en el sitio del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí.

(5) «Checkpoints and Barriers: Searching for Livelihoods in the West Bank and Gaza», disponible (en inglés) en el sitio del Banco Mundial.

Fuente: http://www.contretemps.eu/interventions/reflexions-sur-soulevement-palestinien-qui-vient