«La razón por la que tenemos un Departamento de Defensa es para romper cosas y matar a gente. El problema que tenemos ahora es que gran parte del dinero no va a manos de los que rompen cosas y matan a gente». [Declaraciones del general retirado del Cuerpo de Infantería de Marina Arnold L. Punaro, […]
«La razón por la que tenemos un Departamento de Defensa es para romper cosas y matar a gente. El problema que tenemos ahora es que gran parte del dinero no va a manos de los que rompen cosas y matan a gente». [Declaraciones del general retirado del Cuerpo de Infantería de Marina Arnold L. Punaro, miembro de la Junta de Negocios de la Defensa, a The Washington Post (21-7-11)]
A medida que las mentes estratégicas de Washington averiguan cómo construir una nación en Afganistán mientras socavan la destruida infraestructura de este país, la cultura política estadounidense se dedica a debatir acerca del matrimonio gay y el tope de la deuda.
En su programa de radio, Rush Limbaugh aún subraya el segundo nombre del presidente: «Huuu-ssssein.» Millones ahogan una risita indignada por la «sutileza» de Rush y, por supuesto, siguen creyendo que el musulmán radical Obama nació en Kenia. Para Rush, Obama representa a la izquierda, una amenaza a nuestro derecho a escoger a nuestros propios médicos y quedarnos con todo nuestro dinero. Los círculos progresistas de izquierda han rebautizado a Obama: el Presidente Desilusión.
Al juzgar al presidente, ambos campos tienden a pasar por alto o confundir la fuerza de las instituciones imperiales en la formación de las políticas. Mientras que la disfunción se apodera de la gobernancia y las prioridades razonables, gran parte de la retórica anti-Obama que se escribe sigue siendo personal. «A él le fascinan los mejores y más brillantes individuos blancos», escribió Frank Rich en la revista New York (3 de julio), como si en vez de eso Obama pudiera haber confrontado y cambiado a los blancos que son los pilares de las instituciones atrincheradas y de la cultura arraigada.
Obama heredó un legado imperial, el cual le ofrece opciones limitadas. Las reglas del Siglo Norteamericano de Henry Luce aún prevalecen en los supuestos de política y encuentran una voz pública en los editoriales de los principales periódicos. Dios, la Historia y el Destino escogieron a Estados Unidos para patrullar el mundo y definir el orden estratégico y económico, no importa cuán destruida esté la economía. Europa occidental aún no se ha enfrentado a esos supuestos.
Mientras tomaba posesión del cargo en 2009, el legado cayó invisible pero pesadamente sobre los hombros de Obama: la permanente y enorme institución militar (casi 1 billón de dólares al año, contando la inteligencia, armas nucleares y las guerras no presupuestadas) recibiría un apoyo sin cuestionamientos por parte de la mayoría congresional y los más importantes medios de prensa. Después de solo una década, Eisenhower observó y temió a este complejo militar-industrial y científico. Sesenta años después, casi todos los distritos congresionales tienen un proyecto «relacionado con la defensa».
La retórica de campaña de Obama, un presidente en busca del «cambio», no incluía enfrentarse al establishment de unos 400.000 miembros de las fuerzas armadas en casi 800 bases en todo el mundo (40 países), además de dos guerras simultáneas en curso. Adicionalmente, esta industria de «defensa» y sus derivados -las bases que mantienen a pueblos y pequeñas ciudades- está relacionada con millones de empleos.
¿Imaginó Obama que las crisis financieras de alguna forma provocarían que el establishment al que le deben fidelidad abandonaría las reglas y los costos del imperio para que los pobres y la clase media del país sufran menos? Solo un hechicero cínico habría previsto que los republicanos decidirían impedir la reelección de Obama a cualquier precio. Escogieron el tope de la deuda como su tema principal para forzar una crisis, y así minimizar el desempleo, ejecuciones hipotecarias, personas sin vivienda y la pobreza en aumento que ha atacado a la población y ha obligado a estados y ciudades a cerrar escuelas, clínicas y bibliotecas y a permitir que se erosione la infraestructura.
Los miembros del propio partido de Obama en el Congreso se sumaron al lunático desfile republicano de horrores que es la mentira del tope de la deuda, la cual trasciende con mucho las necesidades básicas de la gente; por tanto, el Congreso debe reducir drásticamente o incluso eliminar programas sociales básicos.
A finales de la década de 1940, los liberales estadounidenses se convirtieron en importantes socios de lo que se convirtió en la economía permanente de guerra. En 2011, este monstruo ha crecido y ha devorado enormes porciones del tesoro nacional. El no cuestionado presupuesto imperial -no olviden los acuerdos de libre comercio- se combina con el constante deseo corporativo de reducir el necesario costo social de la fuerza de trabajo. La verborrea acerca del tope de la deuda y el derroche del gobierno cubre las espaldas de las corporaciones.
Nadie oye a los directores generales quejarse de los costos del imperio, porque el imperio protege las inversiones y defiende medidas económicamente ventajosas. Sin embargo, el público recibe este mensaje en eufemismos que comienzan con palabras como «libre», «seguridad», «defensa» y «guerra al terrorismo».
El Congreso no pregunta cómo recortar cientos de miles de millones dólares de las dudosas aventuras imperiales y con eso reconstruir la infraestructura. En su lugar, los republicanos (y algunos demócratas) llegan a un consenso para recortar los programas de Seguridad Social, Medicare y Medicaid que costó a los trabajadores estadounidenses esfuerzo y sangre para que se establecieran. Solo queda a debate la cantidad a reducir.
A medida que el consenso se fortalecía en contra de gravar con impuestos a los asquerosamente ricos EE.UU., según el World Factbook de la CIA, cayó al lugar 46 en mortalidad infantil, superado por Cuba
(http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_countries_by_infant_mortality_rate).
Una encuesta de la revista médica Lancet acerca de la mortalidad maternal, descubrió que Albania se encontraba en el lugar 22, con 8,1 por 100.000 nacimientos vivos, mientras EE.UU. se situaba en el puesto 39 con 16,7.
Estas tasas en picada y el constante alto desempleo (más de 9%) deberían indicar al presidente el camino hacia un plan lógico. En su lugar, Obama ha ignorado la invisible erosión de las normas estadounidenses y ha dedicado su retórica y su atención, como prometió en su campaña, a ganarse «corazones y mentes» -olvídense de la guerra- en Afganistán, el cual permanece en el lugar 181 (último) en la lista de indicadores básicos, después de una década de buenas obras (ocupación), exactamente el mismo lugar que ocupaba cuando gobernaban los talibanes.
El imperio recibe su aumento anual de financiamiento para multiplicar la destrucción y la muerte -mientras de manera simultánea multiplica los enemigos de EE.UU. en nombre de la lucha contra el terrorismo-. El debate acerca de este tema es mínimo, mientras que fuego y azufre emergen para decidir cuánto más se reducirán los fondos que sostienen la infraestructura de la nación.
«Me recuerda a la Antigua Roma», me dijo un amigo. «Bachman y Palin podían gobernar en vez de Nerón y Calígula». Cómo alertó el ex rector de Harvard Derek Bok: «Si ustedes creen que la educación es cara, prueben con la ignorancia».
Fuente original: http://www.counterpunch.org/landau07292011.html
rCR