«Primero te ignoran. Luego se ríen de ti. Después te atacan. Entonces ganas» Mohandas Gandhi Coraje e imaginación para pensar diferente El pensamiento crítico necesita imaginación y coraje. Imaginación para poder pensar aquello que ha sido intencionalmente oculto por el poder. Esas rendijas de luz que fueron cementadas apenas empezaron a alumbrar. No es fácil. […]
Mohandas Gandhi
Coraje e imaginación para pensar diferente
El pensamiento crítico necesita imaginación y coraje. Imaginación para poder pensar aquello que ha sido intencionalmente oculto por el poder. Esas rendijas de luz que fueron cementadas apenas empezaron a alumbrar. No es fácil. Aquellas realidades que «pudieron ser» no están a la vista. Su posibilidad sólo se convoca cuando se mira la realidad con ojos dolientes. Cuando necesitas un instrumento que te ayude a pensar lo que ya estás intuyendo. Sin malestar no hay voluntad de transformación. La desazón es la entrada del cambio. El pensamiento crítico es un constante Pepito Grillo que parece tocar en la puerta de la tristeza a cada rato. Por eso la imaginación debe llamar sin cansancio a la esperanza.
Hace falta también coraje. Porque buscar alternativas molesta a los que han encontrado alguna ventaja en lo que existe. Los privilegiados, de partida defienden su privilegio. Por eso el pensamiento crítico es más difícil que el pensamiento obediente. Se gana la animadversión de los asentados. «No se puede, lo vas a empeorar, vas a estropear otras cosas» forma parte del arsenal intelectual de la reacción. Con frecuencia, el que protesta tiene más papeletas para ser cuestionado que el que ha creado el problema. Pero en tiempos de «crisis», solo el pensamiento «crítico» tiene claves para acertar en el diagnóstico. Economistas críticos, politólogos críticos, sociólogos críticos señalaron los problemas del sistema. Pero era más cómodo abrazar, a lo sumo, operaciones cosméticas (como la tercera vía o el fin de la historia o la muerte de Estado) para enmascarar la renuncia a la honestidad intelectual..
La derecha no se equivoca contra el 15-M
El movimiento 15-M (por darle un nombre) ha recibido muchos ataques desde diferentes sectores políticos. La derecha descerebrada -la que recibe la consigna y luego argumenta- intentó crear vinculaciones entre la acampada de Sol y supuestos grupos de apoyo a ETA. La acusación era tan irreal que pronto decayó. Otra acusación conservadora, más acerada, centró los ataques en el supuesto «perroflautismo» del movimiento, esto es, asumir que se trataría de gente ociosa, «ni-ni», que viviría del cuento y decidió protestar desde la Internet que pagan sus padres. ¿Perroflautas con carreras, doctorados, estancias en el extranjero, idiomas, experticia informática, experiencia profesional -en todo tipo de trabajos precarios- y apoyados por algún premio Nobel de Economía?
La iglesia, como siempre, ayudó a remozar la coartada nacional-católica y no dudó en echar la culpa del laicismo generalizado a esos manifestantes que tienen un concepto del amor diferente del que se adoctrina o desliza con maneras de cine oscuro en no pocos colegios clericales. Y decimos coartada porque, cada vez con más claridad, el único interés de la élite de la derecha es económico, siendo la ideología un acompañante funcional de sus verdaderos intereses. En ese reproche desde la derecha a las reclamaciones del 15-M está esa voluntad patronal de crear una conciencia ciudadana subordinada y sumisa que permita recuperar la tasa de beneficio en tiempos de tribulación económica (algo que la siempra más pragmática derecha catalana ha entendido con claridad, no dudando en enviar, como adelantada de un futuro gobierno estatal de la derecha, a los mossos para reprimir al movimiento con una dureza directamente proporcional al miedo a perder privilegios económicos). «¿Pero porqué protestan? Yo cuando era joven…?». Como si las nuevas generaciones anclaran en sus cabezas conciencias de los años cuarenta en vez de ser hijos de su tiempo y de sus posibilidades. «¡Ya hubiera querido yo a tu edad!». Aunque ya ni eso es verdad. Los jóvenes no tienen ni siquiera la posibilidad de imaginar cómo será el futuro dentro de 20 años.
El 15-M como la última moda para una socialdemocracia sin programa
La izquierda ha tenido sus matices al valorar el movimiento. El PSOE empezó reprimiendo -Rubalcaba mandó a los antidisturbios en Madrid la noche del 15-M y también la del 16-M- hasta que vio que esa actitud alimentaba el incendio. Entonces pasó a ver las quejas como una «bienintencionada» protesta que decaería con las vacaciones de verano, no dudando, como vimos en Valencia o vemos en los desahucios, en volver a mandar a la policía cuando se pusiera en cuestión de manera real la legitimidad del sistema.
Pero como la socialdemocracia renunció a decir cualquier cosa de izquierda cuando abrazó la tercera vía, el 15-M le permite ahora sortear su renuncia de ayer y saludar las peticiones de los indignados como si fueran un programa novedoso que, llenos de generosidad, se apresuran a hacer propio. Rehenes de la última moda desde que renunciaron al arsenal marxista (incapaces, siquiera, de asumir todos los desarrollos del posmarxismo), han saltado de Giddens a Pettit, de Lakoff a Stiglitz, de Vallespín o Savater a Rifkin. Siempre como un discurso retórico que les llevaba a tararear la música pero ahorrarse la letra. Ahora está el 15-M. ¿La penúltima operación de lavado de cara? El PSOE lleva demasiado tiempo viviendo de la condición poco democrática de la derecha española. Aunque ese camino también se agota. La operación Rubalcaba no se da cuenta de que si aceptara realmente el discurso de la indignación, debiera regresar a unos tiempos en lo que por ser socialdemócrata, como mal supo Oloff Palme -y nuevos asesinos actualizan-, podías levantar las iras de los poderosos. Y no estábamos ante una crisis como la actual. No son tiempos de operaciones cosméticas. La bandera del 15-M agitada por el brazo nervioso de Rubalcaba tiene una credibilidad similar a la bandera blanca ondeada en un barco pirata lleno de marineros tuertos con el cuchillo en la boca.
Oscilaciones de la otra izquierda sobre los indignados
IU también ha oscilado a la hora de entender el movimiento. La dirección de Madrid lo despreció con maneras de nuevo rico (las encuestas decían que iba a subir en el conjunto del Estado más de los tristes 30.000 votos finales). Algún concejal de Madrid, con maneras de John El Cobra, recordó a alguno de sus compañeros comprometidos con el movimiento, que debían escoger entre la «chusma» de la calle o las instituciones. La dirección federal, más atenta, ha querido acercarse pero no ha terminado de entender que es un espacio cuyo círculo de representación no debe usurparse (lo que le valió a Cayo Lara el desafortunado chaparrón en un deshaucio). Y otro tanto ocurre con el recién creado partido dentro de IU, Izquierda Abierta, que sabe que su futuro depende de conectar con la indignación popular pero se ve lastrado por un exceso de biografía y por las urgencias electorales.
Si bien es cierto el acercamiento al 15-M por parte de algunas fuerzas políticas en reconstrucción (es el caso de Izquierda Anticapitalista, al igual que muchas bases de IU que se creen la refundación o la necesidad de crear frentes amplios), tampoco desde esos sectores se han ahorrado las críticas, apoyándose inicialmente en la natural confusión del primer momento, donde gentes de UPyD, falangistas, anarcocapitalistas y yuppies neoliberales llegaron en algunos lugares a asumir la portavocía. Los intentos de cooptar el movimiento por parte de neofalangistas, mariocondes o garcíatrevijanos (que proponen una relación caudillesca entre el líder y el pueblo, al margen de partidos o instancias intermedias), han alimentado esas críticas. Pero la sospecha viene de fondo y tiene que ver con la conversión de la izquierda tradicional en una suerte de feudo vallado conceptualmente que, encerrado con el juguete roto de su ideología acorralada, terminar por despreciar lo que ignora.
Hay una mirada desde la izquierda radical que no confía en el 15 M por asuntos que no ha terminado de entender, no siendo el menor de ellos el diferente momento de politización de las gentes que configuran el movimiento (en ocasiones, incluso, marcado por una clara condición «pre-política), lo que se ha querido despachar con adjetivos poco amables que no aciertan en ver la potencialidad del movimiento («dóciles, descafeinados, amigos de la no violencia o perezosos intelectuales»). ¿Debilita el 15-M a la izquierda o la refuerza? La respuesta es evidente. Mientras la izquierda duda, la derecha oficial, por el contrario, lo tiene muy claro. Y conforme se acerquen las fechas electorales, el PP y CiU van a exigir con mayor insistencia que se acabe el movimiento indignado. Por que el 15-M sirve para frenar desahucios, para regresar la protesta a las universidades, para agitar a los sindicatos, para que el PSOE intente colgarse alguna etiqueta progresista, para denunciar el deterioro medioambiental, los riesgos de la energía nuclear o el ecocidio capitalista, para que la izquierda desunida entienda que debe unirse, para que los poderosos -los que tuvieron miedo hace cuatro años y dijeron que iban a refundar el capitalismo-, vuelvan a inquietarse. Sirve para que Strauss-Kahn se sienta vigilado, para que las Cajas de Ahorro sepan que sabemos que nos están robando, para que la SER y la COPE digan a cada rato que el movimiento está muerto y resucite, para que podamos hablar de una nueva Constitución hecha por el pueblo soberano, para entender que la Transición fue una transacción, para decirle a la democracia que ese sistema electoral le hace desmerecer ese nombre, para cargarle al capital su estricta responsabilidad en el hambre de Somalia y en los desahucios en Murcia, Madrid o Sabadell. Para que cosas que eran imposibles vuelvan a aparecer como posibles.
Saber las cosas de otra manera
Lo cierto es que el 15M ha demostrado una manera diferente de empezar a operar políticamente. Contaba Antoni Domenech, citando a Marx, que el movimiento «no lo sabe pero lo hace». Y, además, funciona. En poco más de dos meses ha alterado la agenda política, ha resucitado de cada una de sus anunciadas defunciones, ha movilizado a la ciudadanía crítica que ya había renunciado a creer en la esfera pública y ha reformulado la mirada de los que sin tirar la toalla cada vez tenían menos argumento para habitar el doliente patio de la izquierda. En esa voluntad de resurrección, el 15-M ha venido a contarnos otra vez que hay gente que es marxista sin saberlo. Les basta haber dado el salto del dolor al conocimiento. Haber pensado en las causas del dolor, haber señalado culpables y disponerse a repetir tantas veces como sea menester que no están dispuestos a aguantarlo. Una generación que ha vivido con muchas comodidades materiales no tiene por qué tener la misma conciencia que un obrero precarizado. Una patina de formación marxista ayudaría a afirmar con El Roto: «Si tengo coche, vacaciones y chalet en la sierra ¿para qué voy a acabar con el sistema?». Pero la condición cíclica del capitalismo ha puesto delante de los ojos la lógica del sistema. Y el movimiento, una vez más contra todo pronóstico, está sabiendo leerla.
El 15M es, como dijo Ibáñez de cada momento prerrevolucionario, «una gran conversación». En ese diálogo, tan contrario a los monólogos neoliberales («¡Esto es lo que hay!», «¡Lo tomas o lo tomas!»), la gente ha empezado a politizarse. Que los más avanzados regañen a los más rezagados no sirve para gran cosa. Hemos visto rechazar banderas republicanas al comienzo del movimiento. Y hemos visto el 24-J un Madrid sembrado de saludos al abuelo que ya no está, mientras el aire madrileño ondeaba de banderas republicanas que le agradecían el esfuerzo que hizo cuando luchó contra el franquismo. Hemos escuchado un repetido «no somos políticos» en los inicios de la acampada Sol, y hemos escuchado a Sol, delante del Congreso, corear las lágrimas de un viejo comunista cantarín y revolucionario al que querían como líder del 15-M. Hemos visto cómo gente que hace unos meses aún era carne de anuncio, gritaba al unísono: «a-anti-anticapitalista», cuando los caminos de la crisis, en Barcelona, Badajoz, Grecia o Tharir, le enseñaban que el problema no estaba en el sistema sino que era el mismo sistema. Lo que no ha sido capaz de hacer ninguna protesta clásica, esa que sabe que existe la clase obrera pero que aún no ha entendido que no se la puede representar.
Los primeros pasos de una sociedad que se había olvidado de la política
El 19-J, un jovencito arrancó una pegatina de Juventud sin futuro que brillaba lustrosa en la redondeada nalga de bronce de la escultura de Botero en el cruce de la calle Génova con el paseo de la Castellana. A todas luces ese joven era ingenuo, bienintencionado e, incluso, seguramente estaba poco concienciado. La escultura de Botero no tenía la culpa del mal gobierno. Pero cuando haya que protestar por, digamos, el pacto del euro, ese muchacho va a estar, seguro, en los piquetes de protesta. Y cuando la policía le golpee -porque la policía, como hemos visto en Grecia, va a golpear en cuanto siga viendo que este movimiento tiene serias intenciones-, va a entender muchas cosas. Porque ya está en la calle, y no en un centro comercial comprando marcas repetidas ni viendo malas teleseries ni haciendo un botellón hasta caer desplomado. Y se acordará él mismo de la pegatina, porque nadie le insultó ni le montó un escándalo por una supuesta tibieza política aquel mediodía.
En una reunión de partido con jóvenes interesados, después de las presentaciones de los recién llegados, que repetían la fórmula, «soy simpatizante pero no militante, soy simpatizante pero no militante», «soy simpatizante pero no militante», un viejo afiliado de la primera hora espetó: «Pues miren ustedes por dónde que yo soy militante pero no simpatizante». ¿Quién es su sano juicio puede aguantar de primerizo o primeriza una reunión de partido? ¿Es que no está grabada a sangre y fuego en la conciencia de partido de nuestro país la justificación de la falta de amabilidad que escribió Brecht en «A los que nazcan después»? Que necesitamos nuevas formas de socialización política es evidente. El 15-M ayuda. Igual que ayudó el No a la guerra, pese a que allí había, incluso, gente de derechas declarada y convencida. Ni los doce apóstoles hubieran resistido el stress test de algunos puristas de la izquierda. Los comienzos, como en los Big Bang, pueden permitirse alguna que otra impureza. Las buenas intenciones las compensan. Lo contrario que los politizados que han pisado demasiadas novilladas. Mucha teoría y un exceso de malicia. Y el movimiento, además, es antitaurino.
El Manifiesto de la calle se escribe con las marchas
El capitalismo funciona con una severa y probada lista de contraindicaciones y efectos perversos. Y necesita, por su lógica -no por su maldad, que es mera coincidencia-, alimentar su «molino satánico» con, al menos, la mitad de la humanidad. Romper la rutina para ver este genocidio silencioso es el principal mérito del 15-M. Hacen falta muchos puentes y alguna que otra trinchera. El 15-M emplaza a cada cual con aires de novedad. No se puede seguir poniendo una vela a dios y otra al diablo. La universidad, los sindicatos, los intelectuales, los estudiantes van a construir después de Sol una lista diferente de «abajo firmantes» que tiene que dar respuesta desde el propio movimiento a cada instante. Ya no se trata de una foto ni de acuerdos copulares. No se trata de hablar con el movimiento. Se trata de ponerse en movimiento.
Va siendo hora de que también llegue la Transición a los famosos y permita cambiar la fama de televisión por el respeto hacia las ideas. Gracias a que el 15-M ignora muchas cosas, no necesita olvidar todo aquello que le importuna o le frena. No hay bulas. Escuchas en una asamblea hablar a alguien y no sabes que es un premio Nobel de economía: lo que dice es sensato o no lo es. Y eso ahorra muchas imposturas. Ya no se puede poner una vela a la SGAE y otra a la Puerta del Sol.
El 15-M ha clausurado la añagaza de querer tener el aprecio de lo nuevo mientras se sigue despreciando lo novedoso con maneras viejas, gastadas y llenas de trampas. El movimiento quita los velos a los caducos espejos sin tirar ni una piedra, sin expulsar a nadie después de una reunión del Santo Oficio, sin usar las comas o los adjetivos para hacer diferencias. No despreciemos a la serpiente porque no tiene cuernos. La caricia del 15-M puede ser demoledora. Y si ayuda a acabar con este sistema putrefacto ¿cómo no sentirla como propia? «Somos hijos del bienestar pero no vamos a ser padres del conformismo». Esta frase del movimiento ¿no está diciendo con claridad cual es el lugar desde el que se empieza a pelear? Y también cuando alguien dice: «68, apártate que nosotros vamos en serio». Demuestra que algo se ha aprendido del pasado. Porque del simbolismo del 68 lo que queda es Cohn-Bendit pidiendo bombardear Yugoslavia bajo cobertura verde, y una generación que lleva treinta años mandando y se cree con derecho a dictar -a derecha y a izquierda- cómo deben hacerse las cosas.
Son tiempos confusos que necesitan aclaraciones. Unas, autogestionadas, de ignorantes aprendiendo con ignorantes (ahí los «expertos» sólo servirían para restar interés al aprendizaje). Otras, acompañadas, donde los experimentados estarán junto a los novatos hasta que pedaleen solos. También harán falta momentos de «liderazgo amable», cuando la parálisis pueda medir mal los tiempos y haga falta gente que defienda, con contundente amabilidad, sus puntos de vista, ayudando a que no se descubra por enésima vez el Mediterráneo ni a que sea necesario escarmentar en cabeza propia. Y también son momentos de ruptura. Sólo puedes recuperar la relación con los padres una vez que te has marchado de casa. Hay momentos en donde más importante que los que están son los que no están. En España, donde una parte importante de la izquierda aún no ha hecho ninguna transición, claro que hace falta algún tipo de adanismo. Inventarte para que no ahormen los que te necesitan etiquetado.
La alegría frente a la violencia
Si la izquierda revolucionaria cayó en el culto a la violencia. Si la izquierda reformista cayó en el culto a las instituciones. Si la izquierda rebelde cayó en el culto a la indisciplina, el necesario encuentro de estas tres almas de la izquierda reinventa las formas de lucha y reclama poner fin a su divorcio. Jugando con sus posibilidades: desobediencia ante la violencia, institucionalización de la desobediencia, violentar la institucionalización. Las únicas guillotinas, sabe el 15-M, son simbólicas. ¿Violencia para qué? Si el cóctel Molotov sólo sirve para alegrar la vista y el brazo del que lo lanza, es contrarrevolucionario. Son importantes los logros de la Comuna de París, no el martirio de su fracaso.
El 15-M tiene algo que ha perdido la izquierda: sinceridad y alegría. La mentira tiene las patas muy cortas. Las reconstrucciones de la izquierda que no estén anclados en la verdad de la gente, van a ser flor de un día. Porque en vez de ilusión, van a transmitir tristeza. Aunque se quieran esconder bajo propuestas de disciplina militarista o con alertas ante el feroz lobo derechista. Las viejas formas, aunque aún no se hayan marchado, están marchitas, y el apresto artificial se desvanece con el amanecer. Es propio de gentes grises y tristes.Ni valen ni son deseadas. Hemos aprendido que un socialismo triste es un triste socialismo.Y lo decían las marchas de los sesenta en América Latina: somos mayoría, somos alegría.
Estamos ante una crisis estructural del sistema construido por la confluencia del capitalismo, del Estado nacional y del pensamiento moderno. La izquierda tiene que superar estas tres grandes autopistas. Utilizar el aparato del Estado para empoderar a la ciudadanía. Utilizar el desarrollo capitalista para frenar su depredador crecimiento sin sacrificar bienestar en ningún rincón del planeta. Utilizar la razón ilustrada para alumbrar el sentimiento ocultado y levantar ciudades de tolerancia, justicia y libertad dialogadas. Sin vanguardias, sin luchas armadas, sin represión popular, sin devolver golpe por golpe. Lo ha resumido el movimiento sin necesidad de rescatar las diferencias entre táctica y estrategia: «sin violencia somos más».
Un libro para el 15-M: El principito de Maquiavelo
El principal riesgo del 15-M es caer en la melancolía. Querer dar respuesta en apenas unas semanas a un sistema que lleva cinco siglos desplegando sus tentáculos por cada rincón de la vida social por todo el planeta. No es necesario. Cada protesta es una tesela en un gran mosaico que se va construyendo cada vez que se dice «no» al sistema y se le da una dentellada a esa lógica depredadora del capital, el Estado y la Modernidad. Nos corresponde a cada cual empezar la tarea de traducción de cada pelea, a la búsqueda del significado global que nos entregue el cuadro completado. Por eso, el principal logro del 15-M ha sido dinamitar la «autorización política», esto es, romper ese silogismo falaz: «democracia es votar, los gobiernos electos son democráticos, los gobiernos democráticos pueden hacer lo que quieran hasta las siguientes elecciones». Mientras el movimiento construye su programa, ningún gobierno tiene un cheque en blanco. Tampoco el PP en el caso probable de que arrase en las próximas elecciones generales.
Claro que hay ingenuidad en el 15-M. La que acompaña todo gesto generoso. Por eso levanta tantas simpatías. Los partidos, por el contrario, perdieron la credibilidad cuando se empató la militancia con algún tipo de ventaja. Material o, quizá, solamente simbólica (a veces a través de la tradición familiar que genera afinidad). Se sabe que pertenecer a un partido es formar parte de un grupo con reglas disciplinarias y, con frecuencia, clientelares. Cuando alguien te habla de un partido -como cuando alguien te habla de una iglesia- tiene voluntad proselitista. Por el contrario, el 15-M parece traer al frente la máxima zapatista: «para todos, todo; para nosotros, nada». Cuando te hablan del 15-M nadie te está vendiendo nada. Cuando te invitan al 15-M, tienes la sensación de que te están invitando a algo tuyo. No quiere tu voto, no quiere tu dinero, no quiere tu adoctrinamiento, no quiere tu inmolación, no quiere tu sumisión a líderes o siglas. Quiere que despiertes. ¿Cuándo fue la última vez que un partido pidió al pueblo que despertara?
Hace unos años, en una pregunta en segundo curso de la carrera de políticas acerca del último libro de política que habían leído, una alumna contestó que El principito de Maquiavelo. Esa respuesta, que entonces nos hizo reír, hoy debe hacernos pensar. Porque el libro del movimiento es, precisamente, El principito de Maquiavelo: una mezcla sabia de ingenuidad y sensatez. Ingenuidad para salir del cinismo de partido y del sarcasmo del sistema. Sensatez porque son tiempos de abrir las conciencias. Los fines de ciclo capitalistas siempre han desembocado, después de la fase financiera, en guerras. Con el desarrollo de las armas logrado, ese escenario apenas permite ser pensado. Es verdad que el 15-M ha conectado con el grueso de la población -todos intuyen que hay bastantes probabilidades de que el sistema termine cayendo sobre sus espaldas, incluidos los votantes de la derecha-, pero no deja de ser cierto que aún son más los votantes en las elecciones, los militantes de partidos y sindicatos, los que se quedan en sus casas, que los comprometidos con el movimiento indignado. Están sentadas las bases para que seamos más los que estemos dispuestos a dedicar parte de nuestro tiempo a cambiar las cosas, pero falta actualizar ese momento.
De ahí la importancia de las asambleas, de convocar una concentración en Madrid en verano y en puente y tener éxito, de llevar a los barrios la posibilidad de que los problemas se hagan voz. Es momento de incrementar la conciencia haciendo también la tarea de traducción: para que los movimientos hablen entre sí; para que los movimientos hablen con los partidos; para que los partidos hablan entre ellos. Pero las urgencias electorales no deben anegar el largo aliento del 15-M. Estamos hablando de poner en marcha un nuevo contrato social y eso necesita muchas voluntades llenas de credibilidad. La que se restaría si cualquier ingeniería electoral le quitara el oxígeno al niño que está creciendo. El mejor escenario electoral será, en cualquier caso, un mal resultado electoral. Y ese escenario electoral será además patético si no es capaz de dar respuesta a un pueblo cansado de mentiras que quiere atreverse a reinventar muchas cosas. Es tiempo de que la mujer del César, el César y todos los que les acompañen, no solamente sean muy buenos, sino que también lo parezcan. Quien sea generoso de verdad, que dé un paso al frente y dos hacia detrás.
Como si fueran embajadores de la Alta República Democrática Ibérica, los indignados que marcharon hacia Madrid, recibían en cada pueblo el «cuaderno de quejas» de una ciudadanía que había visto anegados todos los canales de diálogo. Aun desconociendo su programa, sus líderes, su estructura, las gentes de los pueblos sabían que el diagnóstico de los indignados es correcto. Ha ido sumando todas las críticas a los rotos del sistema desde hace más de una década. Ha convocado el otro mundo posible de los Foros Sociales Mundiales, ha vuelto a decirle al FMI que 50 años bastan, le reprocha a las inmobiliarias los pisos vacíos y los desahucios, carga contra los insultos al Estado de derecho y a la división de poderes, dice que además de votar, quiere hacer política, es más listo que la televisión y sabe cosas que ya no salen en ningún programa, entiende que los paraísos fiscales son cárceles para la humanidad y quiere edificios de cristal para que la corrupción no se esconda, ha aprendido a trenzar en red la inteligencia colectiva (no dejando esa fortuna a los Bill Gates de turno) y sabe, por si le faltan las fuerzas, que ayer hubo otros que lucharon por la pelea que les tocó, y reclaman esa memoria como parte de un hilo común de emancipación. Todo ese mosaico, de repente y junto. El 15-M.
Como en una homeopatía del corazón, las columnas de indignados fueron avanzando por los caminos de España en el mes de julio, limpiando las arterias taponadas mientras daban voz a la gente. Hasta lograr que el corazón de Sol volviera a latir esperanzado y lleno de oxígeno. El verano volvió a ser cálido en Madrid. Como en los mejores momentos del final del franquismo; como en los mejores momentos del referéndum contra la OTAN; como en los mejores momentos del No a la guerra. Sol palpitando lleno de pueblo consciente. Con el músculo del 15-M tan vivo. Hasta entregar en el Congreso ese cuaderno de quejas recogido por todo el país.
Nada es fácil. Es más lo que resta que lo conseguido. Pero la inquietud del poder es el mejor síntoma. El neoliberalismo ha tenido su mejor baza en hacer creer a la gente que no existía alternativa. Ahora no hace falta una alternativa cerrada para estar en desacuerdo. Cada conciencia que se despierta es un palo en la rueda del sistema. Sin falsos optimismos pero sin el pesimismo de la inteligencia abscesado en el cerebro. Y esta sensación de que las cosas apenas están empezando.
Fuente: http://www.comiendotierra.es/?p=270
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