Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La campaña presidencial estadounidense va ya a toda marcha. (En realidad, no se detiene nunca; la codicia y la trifulca salvaje entre diversas almas en estado de deterioro que se esfuerzan para conseguir una breve temporada de dominio y potestad para quitar la vida prosiguen cada día sin tomarse un respiro). Durante los próximos meses vamos a vernos sometidos a una riada de retórica cada vez mayor y más estruendosa acerca de la única, incuestionable y divinamente ordenada bondad de EEUU. (Y de cómo la «otra parte» trata de destruir o degradar esta preciosa singularidad moral).
Esta retórica vendrá tanto de los radicales extremistas empeñados en machacar la sociedad, irrisoriamente llamados «conservadores» en nuestro sistema político parecido a una feria, como de los reaccionarios defensores de un sistema sanitario para las elites y del belicismo asesino irrisoriamente conocidos como «progresistas». (Y, desde luego, de los bien alimentados, de suaves maneras y confortablemente adormecidos ciudadanos conocidos como «centristas»).
A todos los estadounidenses se les adoba en esas mentalidades desde que nacen, y cada día se les va reforzando en ella a través de la maquinaria más poderosa y dominante de la historia, con enormes presiones sociales y a través del peso muerto de la tradición. Incluso los cínicos más endurecidos podrían sentir los movimientos de la respuesta atávica a esos cantos de sirena entretejidos en la estructura de la psique estadounidense.
Para esos casos, recomiendo una lectura de los dos artículos que les reseño a continuación. Les ayudarán a recordar la realidad encubierta por toda esa mierda de apretar botones y agitar la psique de esos miserables infelices en búsqueda del poder.
En primer lugar, un notable artículo del London Review of Books, en el que se detalla el testimonio personal de un niño -un niño- al que vendieron a cambio de años de cautividad y tortura a manos de los orgullosos defensores de los valores estadounidenses, esos a los que se nos dice siempre que debemos honrar. Es la historia de Mohammed el Gorani, un adolescente del Chad nacido en Arabia Saudí, cuya piel negra le convirtió en blanco especial de sus captores para los agujeros del infierno de los gulag de Kandahar y Guantánamo.
Al no poder adquirir formación profesional o educación superior a causa de los virulentos prejuicios del aliado incondicional de EEUU, a la edad de 14 años, el Gorani se fue a Pakistán para aprender informática e inglés. Dos meses llevaba en ello cuando los matones de la seguridad pakistaní lo agarraron y se lo enviaron como un fardo a sus amos estadounidenses, ansiosos de cuerpos cálidos con los que llenar el nuevo gulag:
Me metieron en una prisión y empezaron a hacerme preguntas sobre al-Qaida y los talibanes. Nunca había escuchado esas palabras. ¿De qué me hablan? Les dije. Escucha, los estadounidenses van a interrogarte. Diles solo que eres de al-Qaida, que en Afganistán te fuiste con al-Qaida, y te enviarán de vuelta a casa con algo de dinero…» Un oficial pakistaní que era un buen tipo me dijo: «El gobierno pakistaní quiere venderte a los estadounidenses…» Los pakistaníes nos quitaron las cadenas y nos dieron esposas «made in USA». Yo les dije a los otros detenidos: «Mirad, vamos a ir a EEUU». Pensaba que los estadounidenses se darían cuenta de que los pakistaníes les habían engañado y que me enviarían de vuelta a Arabia Saudí.
… Cuando nos quitaron las capuchas, vi que nos encontrábamos en un aeropuerto donde había grandes helicópteros. Los estadounidenses nos gritaron: «¡Estáis bajo arresto, BAJO CUSTODIA DEL EJERCITO DE EEUU! ¡NO HABLEIS NI OS MOVAIS O VAMOS A DISPARAROS». Un intérprete lo traducía al árabe. Después empezaron a golpearnos, no podía ver con qué pero era algo duro. La gente sangraba y lloraba. Estábamos medio muertos cuando nos metieron en un helicóptero.
Aterrizamos en otra pista. Era de noche. Los estadounidenses nos gritaron: «¡Terroristas, criminales, vamos a mataros!» Dos soldados me cogieron de los brazos y empezaron a correr. Mis piernas se arrastraban por el suelo. Se reían, me decía: «¡Jodido negro!» No sabía lo que eso significaba, lo supe más tarde… Había un egipcio (reconocí su acento) que llevaba un uniforme estadounidense. Empezó a preguntarme: «¿Cuándo fue la última vez que viste a Osama bin Laden?» «¿Quién?» Me agarró por el cuello de la camiseta y empezó a golpearme de nuevo…
Un día empezaron a trasladar de nuevo a los prisioneros. «Vais a ir a un lugar donde no se ve el sol, ni la luna, ni hay libertad, y vais a quedaros allí para siempre», nos decían los guardias riéndose… Al principio, había interrogatorios cada noche. Me torturaron con descargas eléctricas, la mayor parte de las veces en los dedos de los pies. Se me cayeron las uñas de los dedos gordos. Algunas veces te colgaban como un pollo y te golpeaban en la espalda. Otras veces te encadenaban, colocándote con la cabeza en el suelo. Y no podías moverte durante 16 o 17 horas. Te hacías las necesidades encima».
… Algunas veces te mostraban una cara terrible: te torturaban, te torturaban sin hacer ni una sola pregunta. Algunas veces llegue a decir: «Sí, a todo lo que me preguntéis, sí», porque solo quería que pararan de torturarme. Pero al día siguiente, yo decía: «No, dije que sí ayer por las torturas». Mi primer o segundo interrogador me dijo: «Mohammed, sé que eres inocente pero tengo que hacer mi trabajo. Tengo niños que alimentar. No quiero perder mi trabajo».
«Esto no es trabajo», le dije, «esto es algo criminal. Antes o después vais a pagar por ello. Incluso en la otra vida».
«Soy una máquina, te hago las preguntas que me dicen que te haga, y les llevo tus respuesta. No me importa las que puedan ser».
Mohammed el Gorani pasó casi años en Guantánamo. Sus captores supieron casi desde el principio que era un niño inocente y no un terrorista. La única «prueba» que le mostraron fue un papel «que probaba» que había estado implicado con al-Qaida en Londres, en 1993, cuando era un niño de seis años que limpiaba los parabrisas de los coches en Arabia Saudí. Pero, ¿qué les importaba eso? Sus captores eran «máquinas»: solo estaban siguiendo órdenes, haciendo su trabajo, de la misma forma y manera que cada factótum en cada sistema brutal a lo largo de la historia.
Oh, pero aquellos eran los viejos días malos, podrían decir algunos. (A pesar del hecho de que el gulag de Guantánamo sigue aún operativo, junto a otras instalaciones similares -conocidas y desconocidas- por todo el planeta). Hoy, se nos dice que somos afortunados por estar siendo gobernados por un dirigente más humano, más amable y más listo. Claro que no es perfecto, pero, ¿quién lo es? Y OK, quizá, puede que al final sea el menor de dos males. Pero, desde luego, cualquier persona seria y espabilada sabe que hay una diferencia cualitativa y profunda entre Barack Obama y su predecesor, y todos aquellos que les puedan sustituir, ¿verdad?
Para aquellos cuyo atavismo partidista -o nostalgia- pudieran revolverse ante esos argumentos, les insto a leer este potente y desgarrador ensayo de Arthur Silber. Es uno de los mejores resúmenes acerca del horror moral que impregna nuestro sistema político -y del despreciable arribista que está ahora al frente- que he visto nunca. Aquí van unos cuantos extractos, pero no hagan trampas, háganme el favor de leerlo entero.
El asesino dijo:
«Pregúntenle a Osama bin Laden y a los 22 altos dirigentes de al-Qaida que nos hemos quitados de en medio si yo estoy contemporizando», contraatacó el presidente en una espontánea conferencia de prensa en la Casa Blanca.
«O a quienquiera que quede allí», añadió. «Pregúntenles sobre eso».
Observen el video del enlace que se incluye arriba. Es muy instructivo, especialmente la expresión de Obama cuando añade: «O a quienquiera que quede allí». Habla de asesinato, pero las palabras son despreocupadas y superficiales: este es un asesino tan acostumbrado a matar que habla de sus víctimas pasadas y futuras de forma intercambiable, y en términos aproximados. Solo «a quien quiera que quede allí». Quiere estar seguro de que saben que, en su momento, va a ordenar que les maten. Su cara carece de expresión, sus ojos parecen los de un muerto. Ese es un hombre sin alma en modo alguno sano o decente. Asesina, y está orgulloso de hacerlo.
Más de un millón de iraquíes inocentes murieron asesinados como consecuencia de la criminal guerra de agresión de EEUU contra su país. Y Obama va y proclama el «éxito» de EEUU en Iraq como un «logro extraordinario».
Los continuos asesinatos perpetrados en Pakistán y Afganistán son tan numerosos y regulares que apenas merecen que se informe de ellos un par de días, al menos en lo que respecta al gobierno de EEUU y a la mayor parte de los estadounidenses. El fin de semana posterior a la festividad de Acción de Gracias, el gobierno de EEUU asesinó al menos a 25 pakistaníes… Ese mismo fin de semana: «Seis niños entre los siete civiles asesinados por un ataque de la OTAN en el sur de Afganistán, según declararon el jueves las autoridades afganas». La historia ha caído ya en el pozo del olvido. Eso mismo debió ocurrir con los incidentes, que como esos, ocurren al menos una vez al día dada la cifra de operaciones militares ordenadas por el Asesino-en-Jefe y perpetradas por quienes siguen sus órdenes…
Y esas son solo algunas de las pocas historias que llegamos a conocer, y solo durante un período muy breve de tiempo. Innumerables crímenes más se llevan a cabo por todo el mundo y solo podemos llegar a reunir unos vagos bosquejos de lo que está sucediendo. Por no mencionar numerosos actos menores de crueldad y violencia, muchos de los cuales alterarán de forma lacerante el curso de muchas vidas durante los desolados años que están por venir.
Consideren estos párrafos de un artículo de Nick Turse:
… El pasado año, Karen DeYoung y Greg Jaffe, del Washington Post, informaron que las Fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU se desplegaron en 75 países, de 60 que eran a fines de la presidencia de Bush. Al final de este año, el portavoz del Mando de Operaciones Especiales [SOCOM, por sus siglas en inglés], el coronel Tim Nye, me dijo que el número llegará probablemente a 120. «Viajamos mucho, no solo a Afganistán y a Iraq», dijo recientemente. Esta presencia global -en alrededor del 60% de las naciones del mundo y mucho mayor de lo que anteriormente se había reconocido- proporciona sorprendentes y nuevas pruebas del creciente poder de las elites clandestina del Pentágono a la hora de emprender guerras secretas por todos los rincones del planeta.
…En 120 países por todo el globo, las tropas del Mando de Operaciones Especiales llevan a cabo su guerra secreta de asesinatos de alto perfil, matanzas de perfil bajo, operaciones de captura y secuestro, ataques nocturnos tipo patada en la puerta, operaciones conjuntas con fuerzas extranjeras y misiones de entrenamiento con socios locales como parte de un conflicto en las sombras del que la mayoría de los estadounidenses carecen de información. En otro tiempo «especiales» por ser pequeños, enjutos, equipos que actuaban fuera, hoy son especiales por su poder, accesos, influencia y aura.
Ni un solo ser humano mínimamente decente elegiría tener algo que ver con un gobierno sistemáticamente implicado en actos de esa clase. Esto es así respecto a cualquiera que forme parte del aparato gobernante nacional o desee hacerlo. Es especialmente verdad sobre cualquier que desee convertirse en presidente.
… El respeto por la vida exige que veamos el Estado Letal como lo que exactamente es… y nos alejemos de él todo cuanto podamos. Ese es el recorrido que Barack Obama eligió. Quería ser, y por eso es ahora, el Asesino-en-Jefe. Y está orgulloso de su logro.
Silber concluye con una mirada retrospectiva a un escrito que elaboró hace cinco años, un artículo que es hoy más verdad que nunca, y uno que muestra la horrenda continuidad entre los «viejos días malos» y nuestra era, la era ilustrada, progresista y laureada del Nobel de la Paz:
Si alguna vez se preguntan cómo es posible que un asesino en serie -un asesino que está cuerdo y que es completamente consciente de los actos que ha perpetrado- pueda continuar firmemente convencido de su propia superioridad moral y no mostrar siquiera ni el más ligero atisbo de remordimiento, no se sorprendan más.
El gobierno estadounidense es ese asesino. Perpetra sus asesinatos a la vista de todo el mundo. Incluso alardea de ellos. Nuestro gobierno y todos nuestros principales comentaristas, todavía siguen sosteniendo que el fin justifica los medios, y que ni siquiera la matanza de cientos de miles de inocentes tiene consecuencias morales, siempre que un número suficiente de gente pueda engañarse a sí misma para creer que el resultado final es un «éxito».
… Podemos apelar cuanto queramos a la «excepcionalidad de EEUU», pero la única «excepcionalidad» que tenemos es la de un asesino masivo sin alma y sin conciencia… Es inútil apelar a ningún sentido «estadounidense» de la moralidad: no tenemos ninguno. No importa lo inmensa que pueda ser la pila de cadáveres, no nos rendiremos ni siquiera cuestionaremos nuestra falsa creencia en que tenemos razón y en que nada de lo que podamos hacer puede estar profunda e imperdonablemente equivocado.
Chris Floyd es un premiado periodista estadounidense, autor del libro «Empire Burlesque: High Crimes and Low Comedy in the Bush Regime». Durante más de once años estuvo escribiendo una columna política «Global Eye» para The Moscow Times y el St. Petersburg Times en Rusia. Ha trabajado también en Gran Bretaña para Truthout.org. Sus trabajos aparecen con regularidad en CounterPunch, The Baltimore Chronicle y Il Manifesto, así como The Nation, Christian Science Monitor, Columbia Journalism Review, The Ecologist y muchos otros.