Diez años después, Guantánamo sigue siendo el limbo de las contradicciones. Cada vez hay menos detenidos -hoy son 171, frente a los más de 700 del 2002-, pero el complejo no para de crecer y cuenta con más trabajadores que cuando abrió. También es paradójico que más de la mitad de los reos, que ya […]
Diez años después, Guantánamo sigue siendo el limbo de las contradicciones. Cada vez hay menos detenidos -hoy son 171, frente a los más de 700 del 2002-, pero el complejo no para de crecer y cuenta con más trabajadores que cuando abrió.
También es paradójico que más de la mitad de los reos, que ya tienen autorización para irse, sigan atrapados allí porque no hay dinero para su traslado y porque el Congreso ha endurecido las condiciones para los países de acogida. O que los carteles que se colgaron en los pasillos del penal anunciando su cierre, tras la orden del presidente Barack Obama, en el 2009, hayan sido reemplazados por otros, escritos por los presos, en los que se lee: «No deberíamos ser castigados por actos que cometieron otros».
Emma Reverter es escritora, abogada y periodista de BBC Mundo en Nueva York, a donde llegó procedente de Barcelona en el 2002, un día después de que la prisión abrió sus puertas. Ha publicado decenas de reportajes y dos libros sobre el penal. El último de ellos, Guantánamo, diez años (Editorial Roca), recoge las distintas caras de la cárcel, a partir de sus tres visitas a la prisión, entrevistas con altos funcionarios en Washington, reuniones con abogados, defensores de derechos humanos y charlas con ex prisioneros. EL TIEMPO (Colombia) habló con ella.
¿Cómo es Guantánamo 10 años después?
Ha cambiado bastante. La imagen que el mundo tiene es la del llamado Campamento Rayos X, en el que los prisioneros estaban encerrados en jaulas, con uniformes naranja. Ese campamento ya no existe y los trajes naranja tampoco. Ahora los detenidos visten de blanco y hay dos módulos: uno, para los reos considerados menos peligrosos, en el que tienen más libertad de movimiento y pueden asistir incluso a un aula en la que reciben clases de inglés, informática y arte. El otro es el módulo de máxima seguridad, que es como una donut. En el agujero del centro están los guardias, que, desde allí, ven todos los movimientos de los presos. Es como mirar una pecera.
Es decir, se ha sofisticado…
Y no solo la prisión. El entorno, en general, se ha modernizado. Ha pasado de ser una base naval a un pueblo americano que podría ser Wisconsin. En total, hoy viven en Guantánamo unas 5.000 personas. Presos solo hay 171; el resto son los soldados que los vigilan, sus familias, traductores, médicos, etc. Buena parte de esta población son filipinos y jamaicanos, mano de obra más barata que EE. UU. llevó a la isla porque podía pagarles sueldos más bajos.
¿No es paradójico que el penal siga creciendo cuando se habla de su cierre?
El Washington Post se hacía la misma pregunta y publicaba hace poco un artículo sobre la inversión millonaria en Guantánamo; una inversión brutal porque se han construido carreteras, parques infantiles, hospitales, gimnasios, la cárcel… Una de las empresas que recibieron muchos contratos al inicio fue Halliburton, muy vinculada al entonces vicepresidente Dick Cheney.
¿Cómo se trata ahora a los presos?
Se les sigue violando el derecho fundamental de ser puestos ante un juez o de ser liberados en caso de que no existan pruebas en su contra. De los 171 que aún están presos, la mayoría llegó antes del 2003. Son muchos años de ‘detención preventiva’. En ese sentido, no hablaría de una mejora. Sin embargo, es verdad que las condiciones del encierro han mejorado. La primera vez que fui, en el 2004, se mascaba la tensión y percibías que el régimen era duro, muy militar. Hoy reciben un buen trato, tienen actividades de recreo y ya no se les interroga.
¿Y las denuncias de tortura?
Siempre ha estado esa sombra sobre Guantánamo, pero el Gobierno de EE. UU. se ha defendido diciendo que lo que ha empleado son ‘tácticas de interrogación reforzada’: privación del sueño, encierros de los prisioneros desnudos en habitaciones con bajas temperaturas, interrogatorios extenuantes, etc. La discusión es si estas técnicas son tortura o no. Según los médicos que entrevisté de la unidad Sobrevivientes de Tortura del Hospital Bellevue, de Nueva York, sin duda lo son, porque sitúan el cuerpo y la mente al límite. Aunque está claro que Guantánamo no ha sido Abu Ghraib.
¿Quiénes siguen en Guantánamo?
Hay 171 prisioneros. Unos 5 o 6 que, según EE. UU., participaron directamente en los atentados del 11-S, están aislados en el llamado Campamento Platino, que depende directamente de la CIA, a la espera de ser juzgados por una comisión militar. Otros 47 están en lo que el Gobierno llama ‘detención indefinida’, porque se consideran peligrosos, pero no hay pruebas suficientes para condenarlos. Han optado por darles ese estatus y revisar su situación periódicamente. Unos 30 más están en una situación indefinida, entre la cárcel y la libertad. Y, curiosamente, más de la mitad, unos 90, ya tienen autorizada su salida, pero no pueden abandonar la isla porque el Congreso bloqueó los recursos para trasladarlos a los países dispuestos a acogerlos.
Es decir, ¿no pesan cargos contra ellos pero sigue en el limbo?
Sí. Algunos viven en Camp Iguana, una casa blanca que, en principio, acogió a los detenidos menores de edad. La mayoría son de la etnia uigur (chinos musulmanes) a los que hace algún tiempo se les ofreció la posibilidad de ser trasladados a Palaos, una pequeña isla del Pacífico. Ellos prefirieron esperar un destino mejor, pero el Congreso bloqueó la partida presupuestaria para moverlos. EE. UU. destinaba más de 100.000 dólares por cada liberado. El país de acogida utilizaba esos recursos para ayudarlos a iniciar una nueva vida.
¿Por qué se bloqueó esa partida?
Fue una jugada más de la mayoría republicana en el Congreso, que no está de acuerdo con desmantelar el penal ni con liberar a más prisioneros. Primero bloquearon la posibilidad de que EE. UU. pudiera recibir a liberados en su territorio -hay ex presos de Guantánamo en casi toda Europa y en otros países, pero ni uno en EE. UU-; luego pusieron condiciones excesivas a los países dispuestos a acoger a los liberados y, finalmente, consiguieron frenar los traslados.
¿Y cuáles son los argumentos?
Dicen que alrededor del 20 por ciento de los liberados vuelven al campo de batalla o se vinculan de nuevo a actividades terroristas contra EE. UU. Y es cierto que algunos ex prisioneros han caído en combate, pero la mayoría de los expertos considera ese porcentaje exagerado. El fondo del asunto es que temen que algunos presos terminen en suelo estadounidense cuando cierre el penal.
¿Qué historias personales de los presos la han impactado?
En mis visitas a la cárcel no pude hablar con ninguno. Está prohibido. Pero he ido recogiendo testimonios de muchos que ya están fuera. Algunos han rehecho su vida, como los cuatro uigures que no quisieron regresar a China y ahora trabajan en un campo de golf en las Islas Bermudas. Otros, como el británico Moazzam Beeg, uno de los pocos que han sido indemnizados, invirtió el dinero que le dio el Gobierno de Reino Unido en una organización dedicada a ayudar a otros ex prisioneros de Guantánamo.
¿Por qué le cuesta tanto a Obama cumplir su promesa de cerrar el penal?
Después de perder la mayoría en el Congreso, no ha podido encontrar una vía para resolver la situación de los presos. Además, es difícil tomar una medida con la que, según las encuestas, la mitad de los estadounidenses está en desacuerdo. Porque aunque es cierto que muchos ven la cárcel como una aberración, otros consideran que convierte al mundo en un lugar más seguro.
¿Cómo puede influir en el futuro de Guantánamo el año electoral en EE. UU.?
Creo que este año no se va a tomar ninguna decisión. Es un hecho que, por ahora, Obama no va a poder cerrar Guantánamo. Su equipo cree que podrá hacerlo en un segundo mandato. Pero, claro, primero tiene que salir reelegido.
Fechas clave de una prisión cuestionada
11 de enero del 2002: Llegan los primeros 20 prisioneros al Campo Rayos X, de Guantánamo.
25 de mayo del 2005: Amnistía Internacional pide el cierre de la cárcel. Luego se suman al llamado la ONU los ex presidentes estadounidenses Carter y Clinton, jefes de Estado de Europa y organizaciones de derechos humanos.
10 de junio del 2006: Tres detenidos mueren en prisión. Al parecer se suicidaron. Son los primeros de seis, en estos 10 años. 28 de septiembre del 2006: El Congreso de EE. UU. crea los tribunales militares para enjuiciar a los detenidos.
Julio-agosto del 2008: Se celebra el primer juicio ante un comisión militar, que condena al yemení Salim Hamdan a cinco años y medio de prisión.
22 de enero del 2009: Obama ordena el cierre de la cárcel en un plazo máximo de un año. No obstante, el pasado 31 de diciembre promulgó una ley que autoriza la detención militar indefinida sin juicio para sospechosos de terrorismo.