La semana pasada concluyó el ritual mediante el que demócratas y republicanos designaron oficialmente a sus candidatos a la presidencia de Estados Unidos. En sendas convenciones, el presidente Barack Obama y Mitt Romney expusieron sus propuestas para gobernar al país los próximos cuatro años. Una y otra son diametralmente diferentes, aunque en la misma lógica […]
La semana pasada concluyó el ritual mediante el que demócratas y republicanos designaron oficialmente a sus candidatos a la presidencia de Estados Unidos. En sendas convenciones, el presidente Barack Obama y Mitt Romney expusieron sus propuestas para gobernar al país los próximos cuatro años. Una y otra son diametralmente diferentes, aunque en la misma lógica del sistema económico que ha caracterizado a esa nación desde su nacimiento. Es claro que ninguna de ellas pretende cambiarlo de raíz, pero el electorado tiene dos claras opciones para elegir cuál será el rumbo que se deba tomar.
La esencia de la propuesta de Mitt Romney, el candidato republicano, es reducir el déficit fiscal eliminando el gasto a la protección de quienes más necesitan los servicios que proporciona el Estado, desarticulando el Estado de bienestar
(welfare), promovido por Roosevelt en los años 30 del siglo pasado y ampliado por Johnson 50 años después. Su intención de extender la congelación de impuestos decretada por George W. Bush obedece a la lógica de que quienes ganan más paguen la misma tasa que quienes ganan apenas lo necesario para mal vivir. Prometió hacer menos costoso el sistema de salud privatizándolo, y derogando de facto la reforma instrumentada por Obama, incluida la desaparición de la destinada al apoyo de los más pobres. Su propuesta se complementa con la desregulación de una amplia gama de actividades, entre las que destacan la protección al medio ambiente y la del sector financiero.
Por su lado, Barack Obama hizo votos por corregir errores y avanzar en una ruta, ya no de esperanza, como expresó cuando llegó al gobierno, sino en la necesidad de un combate más firme a los obstáculos que sus antagonistas republicanos anteponen a cada una de sus propuestas, como de alguna forma sugirió Clinton en su discurso del día anterior. Pidió más tiempo para reparar el gran daño que sufrió la economía en los años que precedieron a su gobierno. Refrendó su intención de aumentar impuestos a quienes reciben más de 250 mil dólares de ingreso al año; reforzar el plan de salud para beneficiar a una mayor cantidad de ciudadanos; aumentar el gasto en infraestructura, como medio para promover el empleo; apoyar sin taxativas la educación en todos sus niveles; incrementar el gasto destinado a la protección social de quienes más la necesitan e insistir en una reforma migratoria integral.
Vale terminar con una observación al margen. La diversidad étnica y de género que caracterizó la asistencia a la convención demócrata contrastó con el abrumador número de anglosajones que participaron en la republicana. No hay duda de quiénes forman la base social de uno y otro partidos y dónde se ubican las minorías étnicas, las de género y las que se distinguen por la heterodoxia y libertad con respecto a su preferencia sexual. La diversidad es el futuro de Estados Unidos, y muy probablemente será decisiva en la próxima elección.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/09/10/opinion/023a1pol