Durante las pocas veces que los artículos no hablan de quién será el nuevo presidente del Imperio de EE.UU., los que seguimos las noticias observamos a ciudadanos griegos y españoles dedicados a protestas masivas en contra de los programas gubernamentales de austeridad, mientras el comentarista parlotea acerca de los «temores» de estos países por salirse […]
Durante las pocas veces que los artículos no hablan de quién será el nuevo presidente del Imperio de EE.UU., los que seguimos las noticias observamos a ciudadanos griegos y españoles dedicados a protestas masivas en contra de los programas gubernamentales de austeridad, mientras el comentarista parlotea acerca de los «temores» de estos países por salirse de la sagrada eurozona como resultado de economías fracasadas y el rechazo del Banco Central de Europa a hacer préstamos a los «flojos». En la televisión norteamericana hemos visto incontables noticias de desahucios y ejecuciones de hipotecas, de trabajadores saliendo de una fábrica que pronto cerrará como resultado de los malos tiempos económicos. Los norteamericanos se preocupan: ¿quién será el próximo en dirigir el imperio y las más importantes instituciones que manipulan la economía mundial?
Junto con estas historias de gente que protesta contra políticas estatales o que son víctima de los caprichos del capitalismo, presenciamos escenas diarias de soldados norteamericanos y civiles que mueren en Afganistán -y todavía en el Iraq que los ocupantes norteamericanos desintegraron- o de los aviones sin piloto que matan a gente en Pakistán o Yemen. Los activistas en contra de la guerra no solo se han manifestado con regularidad contra las actividades del Pentágono y la CIA. En Washington las áreas dudosas de lo que las tropas norteamericanas están haciendo en partes remotas del mundo y qué intereses económicos están detrás del uso de la fuerza militar, raras veces se discuten.
Sin embargo, estudiosos y periodistas han diseccionado las actividades militares de EE.UU. durante décadas, pero pocos escritores se han atrevido a tratar de enfrentarse a las instituciones económicas, las otras piezas cruciales del moderno imperio de EE.UU. -las que los militares y los tramposos de la CIA tratan de proteger y defender en cada una de las administraciones posteriores de la 2da. Guerra Mundial. Así que los lectores deben apertrecharse de la excelente investigación y análisis minucioso de los profesores Leo Panitch -profesor de Ciencias Políticas en la Universidad York de Toronto- y su colega Sam Ginden, así como de su legible descripción y explicación de cómo funciona o no funciona la parte del dinero del imperio norteamericano. ([I]La construcción del capitalismo global, la economía política del imperio norteamericano,[/I] Verso, 2012.)
Los que han vivido sin saber de instituciones como el Departamento del Tesoro, el FMI y la Reserva Federal descubrirán en este libro el papel imperial que desempeñan estas misteriosas agencias, las cuales penetran cada vez más en el mundo que los más publicitados Pentágono y la CIA.
Durante la 1ra. Guerra Mundial, las finanzas y la industria norteamericana demostraron cómo el poder económico de EE.UU., más que la fuerza militar, se podían relacionar con la victoria de una guerra mundial.
Las instituciones financieras norteamericanas también allanaron el camino para el surgimiento de EE.UU. como el poder capitalista preeminente en el mundo, un poder cuyo alcance llegaba a cualquier punto del planeta.
Cuando terminó la 2da. Guerra Mundial, con las potencias europeas destruidas, Estados Unidos se convirtió en el líder lógico de la ideología de la «libertad», la cual tenía como principio fundamental la noción del capitalismo de mercado.
Después de 1945, Washington hizo cambios imperiales en su Tesorería y Departamento de Estado e incrementó los poderes de la Reserva Federal para elaborar una política de postguerra que buscaba asegurar los necesarios recursos globales para empoderar a los titanes de la industria y de Wall Street, los cuales el estado necesitaba para ayudar a acumular el capital mundial. En el acápite «Inversión Global, Reglas Norteamericanas» los autores citan a Benjamin Cohen para demostrar cómo el ajuste estructural impuesto por el FMI trae inmensos beneficios, al citar al economista Benjamin Cohen acerca de «grandes capitales como los grandes productores de artículos comerciados globalmente, bancos y otras firmas de servicios financieros, y grandes poseedores de bienes privados». No precisamente las tiendas de la Calle Real.
El imperio norteamericano necesitaba condiciones en todo el mundo que atrajeran la inversión extrajera. Pocas personas, incluso en círculos informados, saben mucho acerca de cómo funcionan los tratados bilaterales de inversiones y de cómo integran a otros países en un capitalismo global dirigido y controlado por EE.UU. Tratados como ALCAN y ACALC, por ejemplo.
Los autores también demuestran cómo las instituciones financieras controladas por EE.UU. impusieron el ajuste estructural a países pobres para beneficiar al gran capital y explotar más a las clases trabajadores. Tanto Europa como Japón se convirtieron en parte de lo que William Appleman Williams llamó el «imperio informal» de Estados Unidos. El crecimiento postguerra de las finanzas norteamericanas -incluyendo la externalización de prácticas e instituciones norteamericanas- llevó a la creación de un sistema integrado de mercados financieros en expansión que caracteriza a la globalización capitalista. Para fines del siglo veinte, escriben Panitch y Ginden, «los capitalistas, literalmente casi en cualquier parte, por regla general reconocen una dependencia de Estados Unidos para establecer, garantizar y administrar la red global en cuyo seno todos pueden acumular».
Este libro revisa las economías del mundo que comenzaron con el control de EE.UU. en 1944 en la reunión de Bretton Wood. Los autores argumentan que se desarrolló un interés internacional de clase, que funcionarios de EE.UU. poseían una visión del capitalismo universal en el período posterior a la 2da. Guerra Mundial, una visión que promovía no tanto intereses especiales norteamericanos sino el florecimiento del capital en sí, el cual necesitaba acceso mucho mayor a todas partes del mundo. Esto, a su vez, hizo posibles los vínculos que se desarrollaron entre grupos capitalistas a gran escala en Estados Unidos y sus socios internacionales. A medida que las fuerzas de EE.UU. trataban de imponer, sin éxito, su voluntad militar en Corea y Vietnam, las armas financieras del imperio convencieron a los capitalistas europeos de desarrollar «vínculos con capitalistas norteamericanos, tanto en el seno de Europa como en el de Estados Unidos», fortaleciendo así los poderes capitalistas al otro lado de las fronteras.
Panitch y Ginden abogan por la solidaridad de clase del 1 por ciento a medida que describen el camino que llevó a «un sistema financiero verdaderamente global, basado en la internacionalización del sistema financiero de EE.UU.»
La desventaja de esta organización del gran capital apareció en la década de 1990, a medida que la movilidad del capital global indujo una serie de crisis financiera entre las naciones de bajo y mediano ingresos.
Sin embargo, los autores repudian perspectivas apocalípticas de la próxima destrucción del capitalismo y en su lugar ofrecen sugerencias de cómo «convertir las instituciones financieras que son el salvavidas del capitalismo global en propiedad pública», como un «prerrequisito necesario para la justicia social y la democracia».
Este nivel del discurso no se liga exactamente con los lemas de Ocupar o las exigencias de los trabajadores griegos y españoles, pero los activistas serios aprenderán: estos autores enseñan el cómo y el por qué del sistema económico capitalista mundial.
Fuente: http://progreso-semanal.com/ini/index.php/eeuu/6074-para-comprender-al-capitalismo-global